Estudio bíblico domingo 16 de septiembre
MATEO 19: 13-22
DEUTERONOMIO 5: 10
JESUS, LOS NIÑOS, RIQUEZAS Y SALVACION
INTRODUCCION:
Los discípulos debieron haber olvidado lo que Jesús dijo acerca de los niños (18.4–6). Jesús quería que los niños se le acercaran porque los ama y porque tienen la actitud que uno necesita para acercarse a Dios. Jesús no quiso decir que el cielo es sólo para los niños, sino que la gente requiere actitudes semejantes a las de un niño para confiar en Dios.
Este hombre quería tener la seguridad de que poseía vida eterna. Jesús le mostró que no podía salvarse por medio de las buenas obras que no están basadas en el amor a Dios. Este hombre necesitaba un nuevo punto de partida. En vez de buscar un nuevo mandamiento que cumplir o una buena obra que realizar, este joven necesitaba someterse humildemente al señorío de Cristo.
DESARROLLO:
Hay algo encantador en Jesucristo que todo el mundo puede ver. Es fácil creer que estas madres de Palestina creían que el toque de un Hombre así en las cabezas de sus niños les traería una bendición, aunque ellas no comprendieran cómo.
Era la clase de Persona que aman los niños. George Macdonald solía decir que nadie puede ser seguidor de Cristo si a los niños les da miedo jugar a su puerta.
Él no estaba nunca demasiado cansado u ocupado para darse totalmente a cualquier persona que Le necesitara.
El camino a Su presencia siempre estaba abierto para la persona más humilde y el chiquillo más pequeño.
Jesús decía de ellos que estaban más cerca de Dios que nadie más. La sencillez del niño está, desde luego, más próxima a Dios que ninguna otra cosa. La tragedia de la vida es que, a medida que nos hacemos mayores, nos vamos alejando de Dios en lugar de irnos acercando a Él.
VV 16 – 22
Este pasaje constituye un estudio en contrastes. Habiendo visto que el reino de los cielos pertenece a los niños, veremos ahora lo difícil que es para los adultos entrar en el.
Esta historia enseña una de las lecciones más profundas, porque contiene la base total de la diferencia entre la idea correcta y la equivocada de lo que es la religión.
El hombre que vino a Jesús estaba buscando lo que él llamaba la vida eterna. Estaba buscando la felicidad, la satisfacción, la paz con Dios. Pero la misma manera de hacer la pregunta le delató. Él preguntó: ¿Qué debo yo hacer? Estaba pensando en términos de obras. Era como los fariseos: pensaba en términos de reglas y normas. Estaba pensando en engrosar su balance de crédito con Dios cumpliendo las obras de la Ley. Está claro que no sabía nada de una religión de gracia, así que Jesús trató de conducirle al punto de vista correcto.
En respuesta a la pregunta del joven de cómo tener vida eterna, Jesús le dijo que debía guardar los Diez Mandamientos. Luego Jesús hizo referencia a seis de ellos, todos relacionados con el trato con otros. Cuando el joven replicó que los había guardado, Jesús le dijo que le faltaba algo más: vender todo y dar el dinero a los pobres. Esto inmediatamente puso de relieve la debilidad del hombre. En realidad, su riqueza era su dios, su ídolo, y no lo iba a rechazar. Estaba violando el primero y gran mandamiento (Éxodo 20.3; Mateo 22.36–40).
La gran verdad de esta historia radica en la manera en que ilumina el sentido de la vida eterna. La vida eterna es la vida de Dios. La palabra eterno es aiómos, que no quiere decir lo que dura para siempre, sino algo que corresponde a Dios, o que pertenece a Dios, o que es una característica de Dios. La gran característica de Dios es que Él, de tal manera amó, que dió. Por tanto, la esencia de la vida eterna no es una observancia calculada cuidadosamente de los mandamientos y las reglas y las normas; la vida eterna se basa en una actitud de amor y generosidad sacrificial para con nuestros prójimos. Si quisiéramos encontrar la vida eterna, la felicidad, el gozo, la paz de la mente y la serenidad del corazón, no sería amontonando una balanza de crédito con Dios, guardando mandamientos y observando leyes y normas; sería reproduciendo la actitud del amor y del cuidado de Dios para con nuestros semejantes. Seguir a Cristo y en gracia y generosidad servir a las personas por las cuales Cristo murió, es la misma cosa.
CONCLUSION:
¿Deben los creyentes vender todo lo que poseen? No. Tenemos la responsabilidad de mantener a nuestros familiares y a nosotros mismos, de manera que no seamos carga para otros. Debemos, sin embargo, estar dispuestos a dejar lo que Dios nos pida. Esta clase de actitud nos permite evitar que lo material se interponga entre Dios y nosotros, y nos libra de usar en forma egoísta lo que Dios nos da.
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