LECCION PARA EL DOMINGO 04 DE NOVIEMBRE
MATEO 21: 18-22
JUAN 14: 13
INTRODUCCION:
Mateo 24.32–33 y Lucas 13.6–10
dejan entrever que la higuera es una figura para referirse a Israel. Esta higuera
tenía hojas pero no fruto, ilustrando a Israel con su «espectáculo de religión»
externa, pero sin frutos. No fue un acto apresurado motivado por la ira, sino
una parábola escenificada. Jesús estaba expresando su enojo contra una religión
sin sustancia. Así como la higuera tenía buen aspecto de lejos pero al
examinarla de cerca no tenía frutos, el templo impresionaba a primera vista,
pero sus sacrificios y otras actividades eran vacíos porque no se ofrecía
adoración sincera a Dios (véase 21.43). Si usted sólo aparenta tener fe sin
acompañarla de obras, se parece a la higuera que se secó y murió porque no dio
frutos. La fe genuina incluye el dar frutos para el Reino de Dios.
DESARROLLO:
Este es tal vez
el pasaje que nos hace sentir más incómodos de todo el Nuevo Testamento. Si lo
tomamos literalmente, nos muestra a Jesús en una acción que es incompatible con
todo lo que creemos de Él. Debemos, por tanto, acercarnos a este pasaje con
un sincero deseo de descubrir la verdad que contiene.
Supongamos, que Jesús iba de camino a Jerusalén. Junto al camino vio
un árbol frondoso. Era perfectamente
legítimo coger higos, si hubiera habido algunos.
La ley judía lo permitía (Deuteronomio 23:34s).
Jesús se acercó a la higuera sabiendo muy bien que no podía tener
fruto, y sabiendo muy bien que algo raro le pasaría para tener ese aspecto.
Podría ser una de dos cosas. La higuera podría haber vuelto a su estado
silvestre, como les sucede a los rosales que se vuelven a veces escaramujos. O
podría ser un árbol enfermo de algo. Entonces Jesús dijo: «Este árbol nunca
producirá fruto; de seguro que se secará.» Era el diagnóstico de Alguien que conocía la
Naturaleza. Y al día siguiente se confirmó que el diagnóstico de la experta
mirada de Jesús era perfectamente correcto.
Si esta fue una acción simbólica, tenía por finalidad enseñar algo. Lo
que pretendía enseñar eran dos cosas acerca de la nación judía.
A).-Enseñaba que la
inutilidad invita al desastre. Esa es una ley de vida. Cualquier cosa
que es inútil lleva camino de ser eliminada; todas las cosas pueden
justificar su existencia solamente cumpliendo el fin para el que fueron
creadas. La higuera era inútil; por tanto, estaba condenada.
La nación de Israel había sido creada con un solo propósito: que de
ella viniera el Ungido de Dios. Él había venido; la nación había fracasado al
no reconocerle; más: estaba a punto de crucificarle. La nación había fracasado
en su propósito, que era recibir y reconocer al Hijo de Dios; por tanto estaba
condenada.
El fracasar en la realización del propósito de Dios trae como
consecuencia el desastre. Cualquier persona es juzgada en el mundo en términos
de utilidad. Aun si una persona está impedida en la cama, puede ser de la mayor
utilidad por su paciente ejemplo y su oración.
Nadie tiene por qué ser inútil;
y el que es inútil está abocado al desastre.
B).- Enseñaba que la
profesión sin práctica está condenada. El árbol tenía hojas. Las hojas
eran el reclamo de tener higos; aquella
higuera no tenía higos; su pretensión era falsa; por tanto fue condenada. La
nación judía profesaba tener fe en el propósito de Dios, pero en la práctica
estaba tras la vida del Hijo de Dios; por tanto, estaba condenada.
La profesión sin la práctica es algo de lo que todos somos más o menos
culpables. Produce un daño incalculable a la Iglesia Cristiana, y está
condenado al desastre, porque produce una fe que no puede hacer más que
secarse. Bien podemos creer que Jesús usó la lección de una
higuera enferma y degenerada para decirles a los judíos -y a nosotros- que la
inutilidad invita al desastre, y la profesión sin práctica está condenada. Eso
es seguramente lo que quiere decir esta historia, porque no podemos pensar que
Jesús, literal y físicamente, maldijera una higuera por no dar fruto en una
estación en que no le era posible darlo.
CONCLUSION:
Este pasaje
concluye con ciertas palabras de Jesús acerca de la dinámica de la oración. Si
estas palabras se entienden mal, no pueden producir sino quebranto; pero si se
entienden correctamente no pueden producir sino poder.
En ellas Jesús dice dos cosas: Que la oración puede eliminar montañas,
y que, si pedimos con fe, recibiremos.
Está abundantemente claro
que estas promesas
no se han
de tomar física
y literalmente. Ni Jesús mismo ni ningún otro trasladaron jamás una
montaña física, geográfica, mediante la oración. Más aún, muchas y muchas
personas han pedido con fe apasionada que algo sucediera o que no sucediera,
que algo les fuera concedido o que alguien no
tuviera que morir; y aquellas oraciones no fueron contestadas afirmativamente.
¿Qué es entonces lo que Jesús
nos promete acerca de la
oración?
1.- Promete que la oración
nos da la capacidad para hacer. La oración nunca fue una evasión fácil;
no consistió nunca en dejarle a Dios las cosas para que Él las haga por
nosotros. La oración es poder. No es pedirle a Dios que haga algo; es pedirle
que nos capacite para hacerlo nosotros. La Oración no es seguir el camino más
fácil; es la manera de recibir poder para seguir el camino difícil.
2.- La oración es capacidad
para aceptar, y al aceptar, transformar. No está diseñada para traer
liberación de una situación; sí para
capacitar para aceptarla y transformarla. Pablo, Desesperadamente pidió ser librado del aguijón
que tenía en su carne. No fue librado de esa situación; fue capacitado para
aceptarla; y en aquella misma situación descubrió la fortaleza que se hacía perfecta en su necesidad y la gracia
que era suficiente para asumir
todas las cosas.
En esa fuerza
y gracia la
situación fue no solamente
aceptada sino transformada en
gloria (2 Corintios 12:1-10). Debemos recordar siempre que la oración no trae liberación
de una situación; trae su conquista.
3.- La oración trae la
capacidad para soportar. Vemos alguna situación desarrollarse; vemos algún suceso trágico
aproximarse con un fatalismo sombrío; vemos alguna tarea acechándonos de frente
que obviamente va a demandar más de lo que nosotros podemos aportar. En tales
momentos, nuestro sentir inevitable es que no podemos soportar aquello. La
oración no elimina la tragedia, ni nos proporciona una evasión, ni la exención
de la tarea; nos hace capaces de soportar lo insoportable; de aguantar lo
inaceptable; de llegar más allá de
nuevas posibilidades sin sucumbir.