miércoles, 31 de octubre de 2012

FRUTOS Y FE


LECCION PARA EL DOMINGO 04 DE NOVIEMBRE

MATEO 21: 18-22
JUAN 14: 13
INTRODUCCION:
                               Mateo 24.32–33 y Lucas 13.6–10 dejan entrever que la higuera es una figura para referirse a Israel. Esta higuera tenía hojas pero no fruto, ilustrando a Israel con su «espectáculo de religión» externa, pero sin frutos. No fue un acto apresurado motivado por la ira, sino una parábola escenificada. Jesús estaba expresando su enojo contra una religión sin sustancia. Así como la higuera tenía buen aspecto de lejos pero al examinarla de cerca no tenía frutos, el templo impresionaba a primera vista, pero sus sacrificios y otras actividades eran vacíos porque no se ofrecía adoración sincera a Dios (véase 21.43). Si usted sólo aparenta tener fe sin acompañarla de obras, se parece a la higuera que se secó y murió porque no dio frutos. La fe genuina incluye el dar frutos para el Reino de Dios.
DESARROLLO:
                               Este es tal vez el pasaje que nos hace sentir más incómodos de todo el Nuevo Testamento. Si lo tomamos literalmente, nos muestra a Jesús en una acción que es incompatible con todo lo que creemos de Él. Debemos, por tanto, acercarnos a este pasaje con un sincero deseo de descubrir la verdad que contiene.
Supongamos, que Jesús iba de camino a Jerusalén. Junto al camino vio un árbol frondoso. Era perfectamente  legítimo coger higos, si hubiera habido   algunos. La ley  judía lo permitía (Deuteronomio 23:34s).
Jesús se acercó a la higuera sabiendo muy bien que no podía tener fruto, y sabiendo muy bien que algo raro le pasaría para tener ese aspecto. Podría ser una de dos cosas. La higuera podría haber vuelto a su estado silvestre, como les sucede a los rosales que se vuelven a veces escaramujos. O podría ser un árbol enfermo de algo. Entonces Jesús dijo: «Este árbol nunca producirá fruto; de seguro que se secará.» Era el  diagnóstico de Alguien que conocía la Naturaleza. Y al día siguiente se confirmó que el diagnóstico de la experta mirada de Jesús era perfectamente correcto.
Si esta fue una acción simbólica, tenía por finalidad enseñar algo. Lo que pretendía enseñar eran dos cosas acerca de la nación judía.
A).-Enseñaba que la inutilidad invita al desastre. Esa es una ley de vida. Cualquier cosa que es inútil lleva  camino  de ser eliminada; todas las cosas pueden justificar su existencia solamente cumpliendo el fin para el que fueron creadas. La higuera era inútil; por tanto, estaba condenada.
La nación de Israel había sido creada con un solo propósito: que de ella viniera el Ungido de Dios. Él había venido; la nación había fracasado al no reconocerle; más: estaba a punto de crucificarle. La nación había fracasado en su propósito, que era recibir y reconocer al Hijo de Dios; por tanto estaba condenada.
El fracasar en la realización del propósito de Dios trae como consecuencia el desastre. Cualquier persona es juzgada en el mundo en términos de utilidad. Aun si una persona está impedida en la cama, puede ser de la mayor utilidad por su paciente ejemplo y su oración.
Nadie tiene por qué ser inútil; y el que es inútil está abocado al desastre.

B).- Enseñaba que la profesión sin práctica está condenada. El árbol tenía hojas. Las hojas eran el reclamo de tener  higos; aquella higuera no tenía higos; su pretensión era falsa; por tanto fue condenada. La nación judía profesaba tener fe en el propósito de Dios, pero en la práctica estaba tras la vida del Hijo de Dios; por tanto, estaba condenada.
La profesión sin la práctica es algo de lo que todos somos más o menos culpables. Produce un daño incalculable a la Iglesia Cristiana, y está condenado al desastre, porque produce una fe que no puede hacer más que secarse.  Bien  podemos creer que Jesús usó la lección de una higuera enferma y degenerada para decirles a los judíos -y a nosotros- que la inutilidad invita al desastre, y la profesión sin práctica está condenada. Eso es seguramente lo que quiere decir esta historia, porque no podemos pensar que Jesús, literal y físicamente, maldijera una higuera por no dar fruto en una estación en que no le era posible darlo.
CONCLUSION:
                Este pasaje concluye con ciertas palabras de Jesús acerca de la dinámica de la oración. Si estas palabras se entienden mal, no pueden producir sino quebranto; pero si se entienden correctamente no pueden producir sino poder.
En ellas Jesús dice dos cosas: Que la oración puede eliminar montañas, y que, si pedimos con fe, recibiremos.  Está   abundantemente  claro  que  estas  promesas  no  se  han  de  tomar  física  y literalmente. Ni Jesús mismo ni ningún otro trasladaron jamás una montaña física, geográfica, mediante la oración. Más aún, muchas y muchas personas han pedido con fe apasionada que algo sucediera o que no sucediera, que algo les fuera concedido o que alguien no  tuviera que morir; y aquellas oraciones no fueron contestadas afirmativamente. ¿Qué es entonces lo que Jesús 
nos  promete acerca de la oración?
1.- Promete que la oración nos da la capacidad para hacer. La oración nunca fue una evasión fácil; no consistió nunca en dejarle a Dios las cosas para que Él las haga por nosotros. La oración es poder. No es pedirle a Dios que haga algo; es pedirle que nos capacite para hacerlo nosotros. La Oración no es seguir el camino más fácil; es la manera de recibir poder para seguir el camino difícil.
2.- La oración es capacidad para aceptar, y al aceptar, transformar. No está diseñada para traer liberación de una  situación; sí para capacitar para aceptarla y transformarla. Pablo,  Desesperadamente pidió ser librado del aguijón que tenía en su carne. No fue librado de esa situación; fue capacitado para aceptarla; y en aquella misma situación descubrió la fortaleza que se  hacía perfecta en su necesidad y la gracia que era suficiente para asumir  todas  las  cosas.  En  esa  fuerza  y  gracia  la  situación  fue no  solamente  aceptada  sino transformada en gloria (2 Corintios 12:1-10). Debemos recordar siempre que la oración no trae liberación de una situación; trae su conquista.
3.- La oración trae la capacidad para soportar. Vemos alguna situación  desarrollarse; vemos algún suceso trágico aproximarse con un fatalismo sombrío; vemos alguna tarea acechándonos de frente que obviamente va a demandar más de lo que nosotros podemos aportar. En tales momentos, nuestro sentir inevitable es que no podemos soportar aquello. La oración no elimina la tragedia, ni nos proporciona una evasión, ni la exención de la tarea; nos hace capaces de soportar lo insoportable; de aguantar lo inaceptable; de llegar más allá  de nuevas posibilidades sin sucumbir.

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