Lección para
el domingo 07 de octubre de 2012
MATEO 20: 17
– 28
LUCAS 22:
25-26
INTRODUCCION:
Jesús predijo su muerte
y resurrección por tercera vez (véanse 16.11 y 17.22, 23 donde aparecen las
otras dos veces). Pero los discípulos no lo entendieron. Siguieron discutiendo
acerca de la posición que ocuparían en el reino de Cristo (20.20–28).
La madre de Santiago y
Juan fue a Jesús y «postrándose» le pidió un favor. Adoró a Dios, pero su
verdadero motivo era pedirle algo a Él. Esto sucede muy a menudo en nuestras
iglesias y en nuestras vidas. Jugamos juegos religiosos, esperando a cambio que
Dios nos dé algo. La verdadera adoración, sin embargo, viene como consecuencia
de lo que Él es y ha hecho.
DESARROLLO:
Había una extraña totalidad
en el sufrimiento que Jesús anticipaba; era
un sufrimiento en el que no faltaría ningún dolor de corazón o mente o cuerpo.
1.-Había de ser entregado traidoramente a manos de los
principales sacerdotes y los escribas; ahí vemos el sufrimiento del corazón
quebrantado por la deslealtad de los amigos.
2.- Había de ser condenado
a muerte; ahí vemos el sufrimiento de la injusticia,
que es tan difícil de soportar.
3.-Había de ser objeto de burlas para los romanos; ahí vemos el sufrimiento de la humillación
y de los insultos deliberados.
4.-Había de ser azotado; pocas torturas ha habido en el mundo
que se pudieran comparar con el látigo romano,
y aquí vemos
el sufrimiento del dolor
físico.
5.- Por último, había de
ser crucificado; allí vemos el sufrimiento supremo de la muerte. Es
como si Jesús hubiera de reunir en Sí mismo toda clase de sufrimiento físico, emocional
y mental, que el mundo pudiera infligir.
Vv 20-28
Este es uno de los pasajes
más reveladores del Nuevo Testamento. Arroja luz en tres direcciones.
Primero, ilumina a los
discípulos.
Nos habla de su ambición.
Todavía estaban pensando en términos de recompensas y de distinciones personales;
y en el éxito personal sin el sacrificio personal. Todos tenemos que aprender que
la verdadera grandeza reside, no en el dominio, sino en el servicio; y que en cualquier
esfera, el precio de la grandeza ha de ser pagado. Debemos considerar, que, no hay incidente
que muestre mejor que este, la invencible fe en Jesús de Sus
discípulos. Consideremos cuándo se hizo esta petición. Se hizo después que Jesús
anunciara repetidas veces que lo que tenía por delante era la inescapable Cruz;
se hizo en un momento en que el aire estaba sobrecargado con la atmósfera de la
tragedia y el sentido del presagio. Sin embargo; a pesar de eso, los discípulos
estaban pensando en un Reino.
Todavía más: Aquí se
demuestra la inquebrantable lealtad de los discípulos. Hasta cuando se les
había dicho con toda claridad que lo que esperaba al final del camino era una
copa amarga, nunca se les ocurrió volver la espalda; estaban decididos a
beberla. Si conquistar con Cristo quiere decir sufrir con Cristo, estaban
totalmente dispuestos a aguantar ese sufrimiento.
Es fácil condenar a
los discípulos, pero la fe y la lealtad en que se apoyaba su ambición no deben
olvidarse nunca.
Segundo, este pasaje arroja luz sobre la vida cristiana. Jesús dijo que los que quisieran compartir Su triunfo debían
beber Su copa. Sería equivocado pensar que
para el cristiano la copa siempre quiere decir la lucha breve, aguda, amarga, agonizante
del martirio; la copa puede muy bien ser la larga rutina de la vida cristiana, con
todos sus sacrificios cotidianos, su lucha diaria y sus quebrantos y desilusiones
y lágrimas. Una vez se encontró una moneda romana con la efigie de un buey; el buey
estaba entre dos cosas: un altar y un arado; y la inscripción decía: Dispuesto
para cualquiera de los dos. El buey tenía que estar listo, ya fuera para el momento
supremo del sacrificio en el altar, o para la larga labor del arado en la granja.
Tercero, este pasaje arroja luz sobre Jesús. Nos muestra Su amabilidad. Lo maravilloso de Jesús
es que Él nunca perdió la paciencia ni Se alteró. A pesar de todo lo que había dicho,
aquí estaban estos dos hombres y su madre todavía hablando de puestos de honor en
un gobierno y un reino terrenal. Pero Jesús no Se indignó ante su ceguera, ni Se
puso furioso con su necedad, ni desesperó por su incomprensión. Con amabilidad,
con simpatía, con amor, nunca con una palabra impaciente, Él trata de conducirlos
a la verdad.
Uno de los grandes hechos
fundamentales a los que nos podemos aferrar es que, aunque nos aborrezcamos y despreciemos
a nosotros mismos, Jesús siempre cree en nosotros. El cristiano es una persona en
quien Cristo ha puesto Su confianza.
CONCLUSION:
Lo que Jesús requiere de
Sus seguidores lo cumplió Él mismo. Él no vino para ser servido, sino para servir.
No vino a ocupar un trono, sino una Cruz. Jesús lo dio todo para traer a la humanidad
de vuelta a Dios; y nosotros debemos caminar en Sus pisadas, siguiendo los pasos del que amó hasta lo último.
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