LECCION PARA EL DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013
MATEO 27: 15-26
JUAN 19: 6
INTRODUCCION:
Al
enterarse Pilato de que Jesús era de Galilea (Luc. 23:6), territorio bajo el
control de Herodes Antipas, lo despachó a él para ser juzgado. Herodes no tardó
en devolverlo a Pilato, sin haber encontrado motivo para condenarlo a muerte
(Luc. 23:15). Pilato intentó otra vez librarse de la responsabilidad de
sentenciar a muerte a un hombre inocente. Propuso una alternativa a la
multitud: Barrabas o Jesús.
DESARROLLO:
Aquí comienza la lección que estamos estudiando
hoy, “Jesús sentenciado a muerte”
Habiendo examinado a Jesús acerca de lo
que lo acusaban los líderes religiosos, Pilato da un veredicto de “inocente”.
Sin embargo, la respuesta de los
judíos es: “Alborota a la multitud y enseña a través de toda Judea, desde
Galilea hasta este lugar” (Lc. 23:5). La mención de Galilea es música a los
oídos de Pilato, porque para él significa que puede remitir el caso al tetrarca
Herodes Antipas que ahora está en Jerusalén (Lc. 23:6–12). Cuando esto no
produce el resultado que Pilato esperaba,
trató de eludir esta difícil situación proponiendo al Sanedrín un paso
intermedio, esto es, que Jesús sea azotado y luego dejado en libertad (Lc.
23:13–16). Cuando se rechaza también esta proposición, el procurador trata de
librarse de este problema haciendo un uso muy peculiar y completamente
injustificado de su costumbre de permitir que en la festividad eligieran un
prisionero de su nacionalidad para ser dejado en libertad.
Vv. 16, 17.
En aquel tiempo había un preso famoso llamado
Barrabás. Así que, cuando estaban reunidos, Pilato les
preguntó: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús que es llamado
el Cristo? Esto también fue sufrimiento para Jesús, El, que era
completamente sin pecado, ser tratado como si estuviera en la misma
categoría que Barrabás, que era un ladrón y sedicioso (Jn. 18:40), un
hombre que había cometido homicidio en medio de una insurrección (Mr. 15:7;
cf. Lc. 23:19).
Parece completamente probable que Pilato esperaba que la multitud
eligiera a Jesús. Después de todo, los ecos de sus hosannas en honor al
profeta de Galilea apenas acababan de apagarse. Si cinco días antes “todo el mundo” lo aplaudía y Pilato no estaba ignorante de ello; cf.
27:18; Mr. 15:9, 10 ¿se volvería en su contra el pueblo ahora? ¿No había algunos que lo llamaban “Cristo”? Aun los
patriotas más ardientes entre ellos, ¿iban a preferir un hombre violento antes
que a Jesús, un hombre en quien Pilato no pudo hallar evidencias de delito
alguno? Pilato comprende que está
poniendo en juego al pueblo contra sus líderes. Además, el gobernador se
sentiría feliz de triunfar sobre estos líderes, y más aún en este caso en
particular, Porque él sabía que por envidia le habían entregado a
Jesús. V 18. La envidia es el disgusto suscitado al ver que alguien tiene
algo que uno no quiere que tenga. Así, por ejemplo, los líderes tenían envidia
de Jesús por su fama y sus seguidores, por su capacidad de hacer milagros, etc.
Así que,
cuando el gobernador les preguntó: ¿Cuál de los dos queréis que os suelte?,
ellos dijeron: a Barrabás v 21. El procurador habría
estado muy confiado de que la gente respondería: “Jesús”. Pero a una voz
gritaron: “Barrabás”.
Pilato les dijo: Entonces, ¿Qué haré con Jesús, que es llamado el
Cristo? V 22. Pilato estaba desesperado.
No quería sentenciar a muerte a Jesús. Sin embargo, se le estaba haciendo cada
vez más claro que esto ahora había llegado a ser el deseo de la multitud.
Cuando el profeta de Galilea estaba aún sanando a los enfermos,
resucitando a muertos, limpiando a leprosos y dejando atónitas a las multitudes
con sus maravillosos discursos, era popular.
Cuando entró cabalgando en Jerusalén fue aplaudido. Pero ahora que está
aparentemente indefenso y que los líderes han usado sus argumentos más fuertes
para persuadir a la multitud a que pidan su crucifixión, le vuelven las
espaldas. En cuanto a Pilato, cuando preguntó: “Entonces, ¿qué haré con Jesús?”
su respuesta inmediata debió ser: “Lo declararé inocente y por lo tanto daré
orden para que sea inmediatamente puesto en libertad”. De hecho, el juez no
debiera de ningún modo haber hecho la pregunta. El sabía la respuesta.
Una consideración que pesaba sobre Pilato era la de evitar, a todo
costo, una reacción tumultuosa del pueblo. Había agotado todos los recursos disponibles
para librar a Jesús y a la vez apaciguar al pueblo. Finalmente, se dio
cuenta de que no se lograba nada (v. 24) y que la multitud se ponía
cada vez más impaciente y exigente. El hecho de lavarse las manos delante de
la multitud (v. 24b; comp. Deut. 21:6–9; Sal. 26:6) y declararse inocente
de la sangre de éste (v. 24c) jamás podría librarle de su responsabilidad
como procurador romano
CONCLUSION:
Antes de
entregar a Jesús para ser crucificado, Pilato mandó azotarle según la costumbre
romana para los sentenciados a esta clase de muerte (comp. Isa. 53:3 ss.). El
azote romano consistía en un corto mango de madera al que estaban atadas varias
correas con los extremos provistos con trozos de plomo o bronce y pedazos de
hueso muy aguzados. Los azotes se dejaban caer especialmente sobre la espalda
de la víctima, que estaba desnuda y encorvada. Generalmente se empleaban dos
hombres para administrar este castigo, uno azotando desde un lado, otro desde
el lado opuesto, con el resultado de que a veces la carne era lacerada a tal
punto que quedaban a la vista venas y arterias interiores y a veces aun las
entrañas y los órganos internos aparecían por entre las cortaduras.
Uno puede imaginarse a Jesús después del flagelo, cubierto con horribles
heridas y laceraciones, con hinchazones y verdugones. No es sorprendente que
Simón de Cirene fuera compelido a llevar la cruz después que Jesús la hubo
llevado una corta distancia (27:32; Lc.
23:26; Jn. 19:16, 17). Ser azotado era una tortura horrible. Sin
embargo, hay que recordar que los sufrimientos del varón de dolores no fueron
solamente intensos, sino también substitutos:
“Herido fue
por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5; 1 P. 2:24).
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