LECCION PARA EL DOMINGO 18 DE AGOSTO
JUAN 1: 1 – 10
JUAN 1: 1 – 10
COLOSENSES 2: 9
INTRODUCCION AL EVANGELIO DE JUAN:
ÉL
DIJO y las galaxias rotaron en su lugar, las estrellas resplandecieron en los
cielos y los planetas comenzaron a girar en las órbitas alrededor de sus soles:
palabras imponentes, sin límites, poder sin ataduras. Habló otra vez y las
aguas y continentes se llenaron de plantas y criaturas que corrían, nadaban,
crecían y se multiplicaban: palabras que dan vida, inspiración, que hacen
vibrar la vida. Volvió a hablar y se formaron el hombre y la mujer, pensaban,
hablaban y amaban: palabras de gloria personal y creativa. Eterno, infinito e
ilimitado: Él fue, es y siempre será el Hacedor y Señor de todo lo que existe.
Y
luego vino en la carne a un punto del universo llamado planeta tierra. El
Creador poderoso vino a formar parte de la creación, limitado por tiempo y
espacio, susceptible a la edad, a las enfermedades y a la muerte. Pero el amor
lo impulsó y por eso vino a salvar y a rescatar a los que estaban perdidos y
darles el don de la eternidad. Él es el Verbo; Él es Jesús, el Cristo.
Esta
es la verdad que el apóstol Juan nos revela en su libro. El Evangelio de Juan
no es la narración de la vida de Jesús, es un argumento poderoso en cuanto a la
encarnación, una demostración concluyente de que Jesús fue y es el Hijo de Dios
enviado del cielo y la única fuente de vida eterna.
Juan
expone la identidad de Cristo desde sus primeras palabras: «En el principio era
el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (1.1, 2) y en el resto
del libro continúa el tema. Juan, el testigo, escogió ocho de los milagros de
Cristo (o señales, como Él las llamó), que revelan la naturaleza divina/humana
de Cristo y su misión en la que da su vida. Estas señales son: (1) cambiar el
agua en vino (2.1–11), (2) sanar al hijo de un oficial del rey (4.46–54), (3)
sanar al paralítico de Betesda (5.1–9), (4) alimentar a más de cinco mil con
unos cuantos panes y peces (6.1–14), (5) caminar sobre el mar (6.15–21), (6)
sanar la vista a un ciego (9.1–41), (7) resucitar a Lázaro (11.1–44) y, más
tarde, la resucitar Él, (8) dar a los discípulos una abrumadora pesca de peces
(21.1–14).
En
cada capítulo la divinidad de Cristo se revela. Y Juan subraya la verdadera
identidad de Jesús mediante los títulos que utiliza: Verbo, Hijo unigénito,
Cordero de Dios, Hijo de Dios, Pan de vida, resurrección y vida, vid. Y la
fórmula es: «Yo soy». Cuando Jesús usa esta frase, afirma su preexistencia y su
deidad eterna. Jesús dice: «Yo soy el pan de vida» (6.35), «Yo soy
la luz del mundo» (8.12; 9.5); «Yo soy la puerta» (10.7); «Yo soy
el buen pastor» (10.11, 14); «Yo soy la resurrección y la vida» (11.25);
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (14.6) y «Yo soy la
vid verdadera» (15.1).
Sin
dudas, la señal más sobresaliente es la resurrección y Juan nos brinda un
conmovedor testimonio del hallazgo de la tumba vacía. Luego narra varias apariciones posteriores a este hecho.
Juan,
el fiel seguidor de Cristo, nos ha dado una visión personal y poderosa de
Jesús, el Hijo eterno de Dios. A medida que usted lea su historia propóngase
creer y seguirle.
DESARROLLO:
El propósito de
Juan es probar que Jesús es el Hijo de Dios y que todos los que crean en Él
tendrán vida eterna.
Sus
destinatarios, nuevos creyentes e inconversos que buscan a Cristo. Tiene como versículo clave, Juan
20: 30-31: «Hizo además Jesús muchas
otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en
este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre»
En
sus características partículas encontramos que de los ocho milagros descritos,
seis son únicos (en relación con los Evangelios), como es el caso del discurso
en el aposento alto (capítulos 14–17). Más del noventa por ciento de Juan es
único,. Juan no incluye una genealogía ni referencia alguna al nacimiento de
Jesús, su niñez, tentación, transfiguración, elección de sus discípulos,
tampoco hay parábolas, ascensión ni la Gran Comisión.
Juan
aclara que Jesús no es solo un hombre, es el eterno Hijo de Dios. Es la luz del
mundo porque ofrece este regalo de vida eterna a todo el género humano. Qué
ceguera y necedad al considerar a Jesús simplemente como un buen hombre poco
común o un maestro moral. Y aun algunas veces actuamos como si esto fuera
cierto sobre todo cuando nos movemos alrededor de sus palabras y vivimos a
nuestra manera. Si Jesús es el eterno Hijo de Dios, debiéramos poner atención a
su identidad divina y a su vida que comunica un mensaje.
Durante
Su ministerio, Jesús se reúne con individuos, predica a grandes multitudes,
prepara a sus discípulos y debate con los líderes religiosos. El mensaje, de
que es el Hijo de Dios, recibe una reacción mixta. Algunos lo adoran, otros
dudan, otros se retiran y algunos quieren su silencio. Vemos la misma
diversidad de reacciones hoy. Los tiempos han cambiado, pero los corazones de
las personas siguen duros. Podemos vernos en estos encuentros que Jesús tenía
con la gente y nuestra reacción podría ser adorarle y seguirle.
Juan
nos muestra que Jesús es único como el Hijo especial de Dios y al mismo tiempo
es totalmente Dios. Por eso, está en condiciones de revelarnos a Dios de manera
clara y detallada. Debido a que Jesús es el Hijo de Dios, podemos confiar por
completo en lo que dice. Al confiar en Él, recibiremos una mente abierta para
entender el mensaje de Dios y llevar a cabo su propósito en nuestras vidas.
Jesús
enseñó a sus discípulos que el Espíritu Santo vendría después que Él ascendiera
de la tierra. El Espíritu Santo luego moraría, guiaría, aconsejaría y
consolaría a quienes le siguen. La presencia y el poder de Cristo se
multiplican a través del Espíritu Santo en todos los que creen. A través del
Espíritu Santo de Dios vamos a Él por la fe. Debemos conocer al Espíritu Santo
para comprender todo lo que Jesús enseñó. Podemos experimentar el amor y la
dirección de Jesús en la medida que permitamos al Espíritu Santo hacer su
trabajo en nosotros.
CONCLUSION:
¿Qué quiere decir Juan con el
Verbo? El Verbo era una expresión usada por teólogos y filósofos,
judíos y griegos por igual, de muchas maneras diferentes. En las Escrituras
hebreas, el Verbo era un agente de creación (Salmo 33.6), la fuente del
mensaje de Dios a su pueblo por medio de sus profetas (Oseas 1.2) y la ley de
Dios, su norma de santidad (Salmo 119.11). En la filosofía griega, el Verbo
era el principio de la razón que gobernaba al mundo o el pensamiento que estaba
aún en la mente, mientras que en el pensamiento hebreo el Verbo era otra
forma de decir Dios. La descripción de Juan muestra claramente que se refiere a
Jesús (véase especialmente 1.14); un ser humano que conocía y amaba, pero que
era a la vez el Creador del universo, la suprema revelación de Dios, la imagen
viviente de la santidad de Dios, y «todas las cosas en Él subsisten»
(Colosenses 1.17). Para los lectores judíos, «el Verbo era Dios» era una
blasfemia. Para los lectores griegos, «aquel Verbo fue hecho carne» (1.14) era
impensable. Para Juan, este nuevo entendimiento del Verbo era el evangelio, las
buenas nuevas de Jesucristo.
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