JUAN 1: 35-42
JUAN 12: 26
INTRODUCCION:
El
siguiente día otra vez estaba Juan con dos de sus discípulos. Este es el tercer
día de los cuatro comentados en 1:19–51. Como en los anteriores, el Bautista se
encuentra en un lugar destacado cerca del Jordán, y sigue dando su testimonio
acerca de Jesús. Sin embargo, mientras que ayer se había dirigido a una
multitud de cantidad y carácter indeterminados, hoy está con dos de
sus discípulos (Andrés y el mismo apóstol Juan).
DESARROLLO:
Es
posible que no haya otro pasaje de la Escritura más lleno que este de pequeños
detalles reveladores.
Una vez más vemos a Juan el Bautista señalando más allá de sí mismo.
Tiene que haberse dado perfecta cuenta de que al hablar así a sus discípulos
acerca de Jesús los estaba invitando a dejarle a él y transferir su lealtad a
este nuevo y más excelente Maestro; y sin embargo lo hizo. No cabían los celos
en su noble corazón. Había venido a poner al pueblo en contacto, no consigo
mismo, sino con Cristo. No hay nada más difícil que ocupar el segundo puesto
cuando se ha gozado del primero; pero tan pronto como surgió Jesús en la
escena, Juan no tenía otro pensamiento que el de mandarle a Él a la gente.
Así es que los dos discípulos de Juan siguieron a Jesús. Puede que
fueran demasiado tímidos para acercarse a Él directamente; el caso es que Le
iban siguiendo a una distancia respetuosa. Entonces Jesús hizo algo muy
característico: se volvió y les dirigió la palabra. Es decir: se encontró con
ellos a mitad de camino. Les puso las cosas más fáciles. Les abrió la puerta
para que pudieran entrar.
Aquí tenemos un símbolo de la iniciativa divina. Siempre es Dios el
Que da el primer paso. Cuando la mente humana empieza a buscar, y el corazón
humano empieza a anhelar, Dios, nos sale al encuentro mucho más que hasta la
mitad del camino. Dios no nos deja buscar y buscar hasta que Le encontremos,
sino que nos sale al encuentro. Como dijo Agustín, no podríamos ni haber
empezado a buscar a Dios si El no nos hubiera encontrado ya. Cuando acudimos a
Dios, no descubrimos que Se ha estado escondiendo para mantener la distancia;
acudimos a Uno que Se detiene a esperarnos, y que hasta toma la iniciativa de
salir a buscarnos al camino.
Jesús empezó por hacerles a aquellos dos la pregunta más fundamental
de la vida: < ¿Qué buscáis?» Era muy pertinente hacer esa pregunta en
Palestina en el tiempo de Jesús. ¿Serían legalistas que no buscaban más que
conversaciones sutiles y rebuscadas sobre los detalles más diminutos de la Ley
como los escribas y fariseos? ¿O serían ambiciosos oportunistas buscando la
ocasión propicia o el poder como los saduceos? ¿O nacionalistas en busca de un
político demagogo o un jefe militar que los guiara a sacudirse el yugo de los
romanos como hacían los celotes? ¿O tal vez humildes hombres de oración
buscando a Dios y Su voluntad como los reposados de la tierra»? ¿O serían
simplemente pecadores desorientados y confusos, buscando una luz en el camino
de la vida y el perdón de Dios?
Sería bueno a veces que nos preguntáramos: < ¿Qué estoy yo
buscando? ¿Cuáles son mi propósito y mi meta? ¿Qué es lo que quiero encontrar
en la vida?>
Hay algunos que lo que buscan es seguridad. Les gustaría tener
una posición segura, con suficiente dinero para cubrir las necesidades de la
vida y reservar algo para los imprevistos que puedan surgir; es decir, una
seguridad material que elimine las preocupaciones esenciales sobre las cosas
materiales. No hay nada de malo en este deseo, pero no es muy elevado, ni
tampoco adecuado para inspirar toda la vida; además, en último análisis,
tampoco se puede estar a salvo de los azares y avatares de la vida.
Hay algunos que buscan lo que llamarían hacer carrera, algo que
les proporcione poder, prominencia, prestigio, oportunidades para aplicar las
habilidades y los talentos que creen poseer y realizar el trabajo para el que
se consideran capacitados.
Si lo que inspira esta actitud son motivos de ambición personal, puede
ser mala; pero si es el deseo de servir a los semejantes y a la sociedad puede
considerarse incluso elevada. Pero no es suficiente, porque sus horizontes
están limitados a este tiempo y a este mundo.
Hay algunos que lo que buscan es alguna clase de paz, algo que
les permita vivir en paz consigo mismos, con sus semejantes y con Dios. En
realidad lo que buscan esa Dios, y este objetivo sólo Jesucristo lo puede
satisfacer.
Los discípulos de Juan le respondieron a Jesús que querían saber dónde
paraba. Le llamaron Rabí, -palabra hebrea que quiere decir literalmente Mi
grande. Era el título de respeto que daban los estudiantes y los buscadores
del conocimiento a sus maestros y a los sabios. Juan, el evangelista, estaba
escribiendo para los griegos. Suponía que no conocerían la palabra, y se la tradujo
por el término griego didáskalos, maestro. No era sólo por curiosidad
por lo que aquellos dos hicieron aquella pregunta.
Lo que querían decir era que querían hablar con Él, no sólo en el
camino y de pasada, como meros conocidos ocasionales que pudieran cruzarse
algunas palabras; querían detenerse con El lo suficiente para hablar de sus
problemas y preocupaciones: La persona que quiera ser discípulo de Jesús no se
dará, por satisfecha con una palabra de pasada, sino querrá tener un encuentro personal
con El, no como conocida sino como amiga, en Su propia casa.
Jesús les contestó: < ¡Venid y ved!» Los rabinos judíos tenían la
costumbre de usar esa expresión en su enseñanza. Decían a veces: «¿Quieres
saber la respuesta a esa pregunta? ¿Quieres saber la solución a ese problema?
Ven y ve, y lo razonaremos juntos.» Cuando Jesús les. dijo « ¡Venid y ved!» los estaba invitando, no
sólo a ir con Él para hablar, sino a ir a encontrar lo que sólo Él les podía
descubrir.
CONCLUSION:
Quien ha experimentado el gozo del encuentro con el
Señor Jesús, sentirá la necesidad de comunicar esto a otros. Esto es lo que aprendemos del primer encuentro
que tuvo Andrés con Jesús. ¡Qué impactante fue para él conocer que Aquél que
estaba con ellos no era otro que el mismo Mesías!; era esta razón más que
suficiente para comunicar a otros tan buena noticia. Si realmente hemos tenido
ese encuentro con el Salvador de nuestras vidas, entonces no podemos callar;
tenemos que anunciarlo, y nuestra familia será la primera en enterarse de esto,
no sólo por lo que decimos sino también por el cambio que verán en nosotros.
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