LECCION PARA EL DOMINGO 17 DE NOVIEMBRE
JUAN 4: 10 – 15
JUAN 7: 38-39
INTRUDUCCION:
En
la sección anterior, La mujer expresa (v. 9) su total sorpresa ante la
solicitud de Jesús. Ella reconoció las barreras que Jesús estaba ignorando y
derrumbando con su pedido. En primer lugar, estaba prohibido que un rabí
hablara en público con una mujer a solas, sobre todo siendo ella desconocida.
Más extraño aún es que un judío hablara así
con samaritanos desconocidos, fueran hombres o mujeres. También, la
consideración de la contaminación ceremonial estaba de por medio si Jesús
bebiera de un utensilio usado por un samaritano. El comentarista Vincent agrega
que ella probablemente era pobre, pues una mujer de posición no saldría así a
sacar agua. Porque los judíos no se tratan con los samaritanos, pero había
excepciones, pues para comprar comida los discípulos tuvieron que tener un
trato con ellos. La referencia sería a tratos sociales o aun comerciales, excepto
en caso de extrema necesidad. La iniciativa
del antagonismo entre los dos pueblos partía de los judíos que se consideraban
superiores a los samaritanos en todo sentido y, sin embargo, aquí hay un judío
quien toma la iniciativa para el trato con la mujer samaritana.
DESARROLLO:
¿Qué
quiso decir Jesús con «agua viva»? En el Antiguo Testamento muchos versículos
se refieren a la sed de Dios como sed de agua (Salmo 42.1; Isaías 55.1;
Jeremías 2.13; Zacarías 13.1). A Dios se le llama manantial de la vida (Salmo
36.9) y manantial de aguas vivas (Jeremías 17.13). Al decir que podía dar agua
viva que saciaría para siempre la sed, Jesús declaraba ser el Mesías. Solo el
Mesías podría dar este regalo que satisface la necesidad del alma.
Muchas cosas espirituales tienen su paralelo en las físicas. Así como
nuestro cuerpo padece de hambre y sed, también nuestras almas. Pero nuestras
almas necesitan agua y alimento espirituales. La mujer confundió las dos
clases de agua porque es muy posible que nadie le hubiera hablado antes del
hambre y la sed espirituales. No privamos a nuestros cuerpos de comida y agua
cuando los requieren. ¿Por qué lo hacemos con nuestras almas? La Palabra
viviente, Jesucristo, y la Palabra escrita, la Biblia, pueden satisfacer el
hambre y la sed del alma.
¿Ha tenido verdadera sed en alguna ocasión? No hay nada que pueda
saciar la sed como el agua. A todos nos hace falta agua para vivir, y sabemos
que sin el agua no podríamos vivir por mucho tiempo. Jesús nos ofrece el agua
de vida, el agua que satisface la sed del alma. Él es el único que puede
hacerlo.
Obsérvese el contraste que Jesús presenta aquí:
El agua del pozo de Jacob: El agua viva que Jesús
concede:
(1) no puede evitar que se tenga sed otra vez… y
otra vez… y otra vez.
(2) queda fuera del alma, y no es capaz de llenar
sus necesidades.
(3) es de cantidad limitada, disminuye, desaparece
al beberla.
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1) hace perder la sed para siempre; es decir, da
satisfacción duradera. Una vez creyente, siempre nacido de nuevo. Véase 6:35;
Is. 49:10; Ap. 7:16, 17; 21:6; 22:1, 17
(2) entra en el alma y permanece dentro, como fuente
de frescura y satisfacción espiritual.
(3) es un manantial perpetuo. Aquí en la tierra
sostiene a la persona espiritualmente con vistas a la vida eterna en los
cielos (“para vida eterna”).
|
Como en el caso de su conversación con Nicodemo, al principio esta
mujer no comprendía lo que Jesús trataba de enseñarle. Ella miraba las manos
vacías de Jesús y no lograba entender cómo podía éste ofrecerle agua viva, como
la que brotaba del manantial. Desde luego, Jesús le proveería para una sed más
profunda, la de su alma. Sed de vida satisfecha únicamente por Dios. Él podría
hacer brotar fuente de agua para vida eterna en su corazón. Jesús restaura la
comunión con Dios, la cual durará para siempre. Pero todavía la mujer no sabe
cómo tomar lo que Jesús le dice. Esta oferta es insólita: ¡Agua de vida sin
tener sed jamás! ¡Eso es mucho! Sin pensarlo dos veces, le dice: "Señor,
dame esa agua". Estaba fascinada por lo que este judío le decía, pero aún
así, no estaba tomando en serio sus palabras.
CONCLUSION:
El
corazón de la mujer se rebeló contra el descubrimiento de su estado pecaminoso
e intentó cambiar de tema. Parece que al principio la mujer lleva el control de
la conversación y el Señor permite esta desviación. Pero sin darse cuenta, la
mujer va siendo conducida a la meta que el mismo Señor ha establecido.
¿Es esta mujer, en su intento de rehuir el verdadero problema, un
símbolo del pecador en su estado natural? ¿Es la forma en que Cristo se dirige
a ella un ejemplo que debemos seguir al tratar con los perdidos?
Esta sección nos muestra una serie progresiva de sorpresas. Jesús
revela poco a poco quién es él: y en perfecta armonía con esta revelación gradual,
la confesión de la mujer también avanza, de modo que en este forastero ve
primero a un judío, luego a un profeta, y por último al Cristo.
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