LECCIÓN ESCUELA DOMINICAL DOMINGO 03 DE NOVIEMBRE
JUAN 3: 31 – 36
JUAN 17: 3
INTRODUCCION:
En
la lección anterior, Juan expresa su satisfacción por el auge que experimenta
el prestigio de Cristo. Y lo hace por medio de un símil bello y elegante, al
comparar a Jesús con el novio de unas bodas. (V 29).
Entre los judíos, el padrino no era solamente un phílos numphíou = amigo del esposo, sino un numphagógos = el encargado de conducir al esposo a la cámara
nupcial y quedarse a la puerta para escuchar el grito jubiloso del esposo al
percatarse que le habían presentado una novia virgen. Así pues, para Juan, el
colmo de su gozo era ver que las gentes le dejaban a él y se iban tras Jesús,
pues eso demostraba que Juan ofrecía a
Cristo una novia virgen, en el sentido de que él no se había atribuido a sí
mismo el papel ni la gloria de salvador del pueblo de Dios, privilegio que
competía exclusivamente al Mesías.
Si cada uno de nosotros imitásemos este ejemplo del bautista, no se
hallarían facciones ni partidos en las iglesias de Dios. (Leer 1 Corintios 1:
13-17).
DESARROLLO:
Ahora,
en esta sección viene un razonamiento
para mostrar porque es menester que Cristo sobresalga sobre todos.
Primero, por la distintiva dignidad de la persona de Cristo. (V 31).-
Jesús es el Verbo de Dios y habla desde arriba, porque nos declara lo que ha
visto en el seno del padre, (1: 18). Juan es el eco, la voz que habla en el
desierto, desde abajo. Está incluso sujeto a defectos como las dudas y
perplejidades acerca de la identidad del Mesías. (Mateo 11: 2-3), en cambio
Jesús, nunca fue vencido por la duda ni la tentación. Por lo tanto, solo el que
viene de arriba estaba cualificado para mostrarnos la voluntad del cielo y el
camino a al cielo. Siempre que hablemos del Señor Jesús, hemos de decir; EL
ESTA POR ENCIMA DE TODOS. ¡Aleluya!
Segundo, por la singular excelencia y seguridad se Su doctrina. Juan, por
ser de la tierra, hablaba cosas terrenales. Los profetas eran meros hombres; de
si mismos no podían hablar sino de la tierra. Los pensamientos y palabras de
Cristo, superaban a los de los profetas, tanto como sobrepasa el cielo a la
tierra.
En esta sección se nos recomienda la doctrina de Cristo:
1.
Como infaliblemente segura y cierta; y así hay
que recibirla. V 32. Cristo nos descubre de Dios, lo que ha visto y nos revela
de la mente del Padre lo que El ha oído directamente, (Juan 15:15). El mensaje
de Cristo, conforme lo tenemos en el evangelio, no es una opinión, sino una
revelación de la mente Divina. El predicar de Cristo, se le llama aquí,
testificar, para dar a entender:
a) Su evidencia contundente, no era un informe de oídas, sino como un
informe de primera mano, dado ante un tribunal.
b) el afán amoroso que tenía de darlo a conocer.
2. De
la certeza evidente de la doctrina de Cristo, toma Juan ocasión para lamentarse
de la obstinada incredulidad de la mayoría de los hombres, esto lo dice, no solo
en tono de asombro, sino también de pena, V 32.
3.
También se nos recomienda la doctrina de Cristo
como divina.- V 34. Es Jesús quien es señalado como el enviado del padre. Por eso,
Él, mejor que ningún otro, habla las
palabras de Dios.
Tercero, por el poder y la
autoridad singulares de que fue investido. V 35.- los profetas eran fieles
siervos de Dios pero Jesús es el Hijo. Este amor del Padre al Hijo, no solo no
disminuyó en el estado de humillación del Hijo de Dios, sino que podemos decir,
que, de alguna manera, se aumentó, sino en calidad, si en extensión por cobijar
en el mismo amor a la naturaleza humana del Hijo de Dios, le amó todavía mas
por su entera obediencia.
Cuarto, por ser objeto directo
de aquella fe, que nos es demandada como condición indispensable para alcanzar
la salvación. V 36.- En este versículo se halla el resumen y compendio de
todo este asunto del presente capítulo y por tanto, del evangelio que debe ser
predicado a toda criatura, así el método
de recibir se ajusta perfectamente al método de dar. Podemos repetir, al
parodiar a Hamlet: CREER O NO CREER: ESA ES LA CUESTION.
CONCLUSION:
La
frase final del v. 36 se inicia con una conjunción adversativa muy fuerte,
estableciendo un agudo contraste con el que tiene vida eterna. El que se rebela
contra el Hijo de Dios sufrirá dos consecuencias de incalculables dimensiones:
se privará de la vida abundante y eterna, y tendrá una existencia miserable
bajo la ira de Dios. La expresión ira de Dios no aparece otra vez en los
Evangelios, pero, como alguien observa, es un complemento necesario del amor de
Dios. Si Dios ama a los que creen en su Hijo, también debe haber ira para los
que desobedecen (ver Mat. 3:7; Luc. 3:7; Rom. 1:18; 9:22; 12:19; 1 Jn. 3:14). Permanece
es otro verbo del tiempo presente y connota continuidad. Como el que cree en el
Hijo tiene vida eterna que permanece, así el que desobedece vive bajo la ira de
Dios que permanece.
Los términos tales como “pecado”, “ira de Dios”,
“condenación” e “infierno” chocan con los conceptos modernos de un Dios de
amor, incapaz de enojarse y, mucho menos, de condenar a una persona, por más
vil que sea, a un castigo eterno. Algunos teólogos y predicadores sencillamente
hacen caso omiso de tales términos, otros procuran suavizarlos. Es cierto que
algunos han pervertido estos conceptos con descripciones crudas de un Dios
vengativo, lo cual rechazamos, pero son términos bíblicos y si los rechazamos, mutilamos
la Biblia, distorsionamos el evangelio y creamos a un dios amoral.
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