viernes, 29 de noviembre de 2013

EL TESTIMONIO DE LA SAMARITANA

LECCION ESCUELA DOMINICAL  01 DE DICIEMBRE

JUAN 4: 27-38
SALMO 40: 8
INTRODUCCION:
                               Síntesis de 4:1–26
Para evitar una crisis prematura Jesús salió de Judea y fue a Galilea. Tenía que pasar por Samaria. Cuando llegó a Sicar, en dicha provincia, se sentó, cansado y sediento junto al pozo o fuente de Jacob. Allí entabló conservación con una mujer samaritana que llevaba una vida inmoral. Le pidió de beber, le habló del agua viva que él podía darle, le dijo que esta agua viva no sólo le apagaría la sed sino que se la suprimiría, le reveló los secretos de su vida de pecado, le mostró el carácter de la verdadera adoración, y, por último, se le reveló como Mesías.
El corazón de la mujer se rebeló contra el descubrimiento de su estado pecaminoso e intentó cambiar de tema. Parece que al principio la mujer lleva el control de la conversación y el Señor permite esta desviación. Pero sin darse cuenta, la mujer va siendo conducida a la meta que el mismo Señor ha establecido.
¿Es esta mujer, en su intento de rehuir el verdadero problema, un símbolo del pecador en su estado natural? ¿Es la forma en que Cristo se dirige a ella un ejemplo que debemos seguir al tratar con los perdidos?
Esta sección nos muestra una serie progresiva de sorpresas. Jesús revela poco a poco quién es él: y en perfecta armonía con esta revelación gradual, la confesión de la mujer también avanza, de modo que en este forastero ve primero a un judío, luego a un profeta, y por último al Cristo.
DESARROLLO:
                               4:27 En ese momento vinieron sus discípulos. Obsérvese: ¡En ese momento! Los discípulos habían terminado sus asuntos en Sicar y regresaron por supuesto al pozo. Jesús acaba de hacer su gran declaración alcanzando el punto culminante de una forma natural y sin violencia. Pero la providencia divina es tal, que en aquel preciso momento llegaron los discípulos—no antes, para no interrumpir la conversación con la mujer, y no después, para que los discípulos no dejaran de presenciar este gran acontecimiento (la condescencia del Señor con esta mujer samaritana), con todas sus consecuencias misioneras. Esto es una manifestación e ilustración gloriosa de la operación de la providencia de Dios para la extensión de su reino.
Los discípulos llegaron y se maravillaron de qué hablaba con una mujer. ¿Acaso no era un rabí? ¿Cómo podía, pues, ignorar aquella regla rabínica que decía: “Nadie hable con una mujer en la calle, no, ni siquiera con su propia mujer”. Los discípulos estaban recibiendo una lección sobre la verdadera emancipación de la mujer. Aunque les extrañaba muchísimo lo que veían y oían, su reverencia hacia el Maestro era tan grande que ninguno dijo: ¿Qué deseas (de ella)? La contestación, de haberse dado, hubiera sido: Que me dé agua. Ni tampoco le preguntaron: ¿Por qué hablas con ella? Pues la respuesta hubiera sido: Para darle agua viva.
Entonces la mujer dejó su cántaro, y regresó a la ciudad…Las maravillosas nuevas que la mujer acababa de recibir (y que tenía que decir a otros), y la llegada de los discípulos, determinaron que ella regresara a la ciudad. El cántaro lo dejó en el pozo. Con frecuencia se interpreta esto como si quisiera decir que, nerviosa por extraños sucesos que habían ocurrido, se olvidó del cántaro al marchar precipitadamente a dar las noticias a todos.
La invitación que hace la mujer nos hace recordar las palabras de Jesús (1:39) y de Felipe (1:46). No solamente extendió la invitación con una exclamación imperativa, sino que dio el motivo para despertar su interés y moverlos a responder. Literalmente ella dice que “me dijo todas cuantas cosas que hice”. Es una exageración, pero lo que él había dicho era suficiente para que ella estuviera segura de que no quedaba nada en su vida oculto a sus penetrantes ojos.
El autor interrumpe el resultado del testimonio de la mujer para registrar la conversación entre los discípulos y Jesús, en el ínterin entre la salida de la mujer y la llegada de los hombres de la ciudad. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles dos lecciones:
1.       Cuáles eran sus prioridades y
2.       Cuál la misión urgente que les esperaba.
La conversación con la mujer samaritana le había dado tanta satisfacción interior como si hubiera comido un banquete suculento. Jesús había hablado a la mujer acerca de “agua viva” que salta en el interior del hombre, satisfaciendo su sed espiritual; ahora habla a sus discípulos acerca de una nutrición espiritual (v. 32) que satisface el hambre interior.
Los discípulos, así como otros (ver 2:20; 3:4; 4:11, 15), entendieron mal la respuesta de Jesús, limitados ellos a conceptos literales y materiales. La mujer no entendió lo de “agua viva” y los discípulos no entendieron lo de la “comida”. Informes como este, que dejan mal parados a los discípulos, aumentan nuestra confianza en la autenticidad de las Escrituras.
Jesús les dijo: Mi comida—la que me da satisfacción y en la que se deleita mi alma—es hacer la voluntad del que me envió—es decir, del Padre (5:36) (véase también           3:34)     y terminar su obra; esto es, conducir esta obra a su meta predestinada; cumplirla y concluirla. La noche de la última Cena, pocas horas antes de morir en la cruz, Jesús usando el participio del mismo verbo, dijo: “Yo te he glorificado en la tierra, habiendo terminado (τελειώσας) la obra que me diste que hiciese” (17:4). La naturaleza de esta obra se indica en 17:4, 6. El verbo que se usa en 19:28, 30, cuando Jesús inclinó la cabeza y entregó el espíritu diciendo: “Consumado es”, (τετέλεσται) se deriva de la misma raíz.
CONCLUSION
                                Inmediatamente, después de que Jesús se auto-revela a la samaritana, llegaron sus discípulos; sin que ella siquiera tuviera tiempo para reflexionar. Mas el Espíritu Santo penetró tan profundamente en su alma, que ella creyó. El primer fruto de su fe, fue que al momento ella se  transformó en una evangelista en su ciudad y empezó a predicar diciendo que había un hombre que le había mostrado toda la verdad de su vida, sin omitir un solo detalle. Lo dice sin avergonzarse, pues ha encontrado a aquel Mesías que había perdonado sus pecados. La gente estaba estupefacta: ¡Qué cambió tan grande y repentino había sufrido esa mujer! Al momento la gente le siguió para ver a Cristo.

Nuestra salvación depende de la disponibilidad de Jesús para cumplir la voluntad del Padre. Jesús nunca buscó el bienestar de sí mismo; buscó el bienestar de la gente. Así cumplió la misión que el Padre le había encomendado. Estemos también dispuestos a sembrar la semilla del evangelio, ya que la cosecha es de Dios.

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