viernes, 6 de diciembre de 2013

LOS CREYENTES DE SAMARIA

LECCION ESCUELA DOMINICAL DOMINGO 08 DE DICIEMBRE
JUAN 4: 39–45
ROMANOS 10:17 

INTRODUCCION:
                               Cuando, en aquel momento providencial, los discípulos regresaron de Sicar, después de haber comprado las provisiones, se sorprendieron enormemente al ver al Señor hablando con una mujer. Así, silenciosamente y sin ostentación, Jesús da a estos hombres una lección sobre la emancipación espiritual verdadera de la mujer. Sin cambiar ninguna ordenanza de la creación referente al lugar adecuado de la mujer, el Señor indica claramente que ante Dios el alma de una mujer no es menos preciosa que la de un hombre.
DESARROLLO:
                               Cuando llegaron los discípulos, y Jesús hubo llegado a la cúspide de su autorrevelación, la mujer marcha corriendo a la ciudad para anunciar a sus vecinos las grandes nuevas. Al irse deja deliberadamente el cántaro en el pozo para que Jesús calme su sed. ¿Acaso no le había dicho claramente el Señor que la verdadera adoración es esencialmente de naturaleza espiritual, y que es igual para toda persona, sea judío o samaritano? ¿Por qué, entonces, iba un judío a vacilar en beber de un recipiente samaritano?
Al llegar a Sicar la mujer cuenta los acontecimientos y despierta la curiosidad de sus vecinos diciéndoles: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Cristo?”
En ausencia de la mujer los discípulos, reunidos junto al pozo con su Maestro, llegan a comprender que la necesidad que el Señor pudiera tener de comida material se ve sobrepasada por la intensa satisfacción [p 190] que experimentó al sacar a esta mujer de las tinieblas a la luz, cumpliendo así la voluntad del que desde los cielos lo había enviado. Al acercarse los samaritanos, Jesús exhorta a sus discípulos a que consideren a este grupo como una cosecha espiritual. La simiente se había sembrado hacía tan sólo unos momentos—primero Jesús en el corazón de la mujer, y luego ella en los corazones de su pueblo—, y ahora el momento de la cosecha ya había llegado. ¡Cuán diferente era en el campo natural donde aún faltaban cuatro meses para la siega! ¡Y qué maravilloso que los discípulos, considerados como segadores, tuvieran el privilegio de recoger lo que no habían sembrado!
Al aceptar a Jesús por la fe, los samaritanos forman un sorprendente y agradable contraste con la mayoría de los judíos. Si se considera todo el relato (4:1–42) en conjunto, se puede apreciar un claro progreso en la fe; de manera que primero se mira a Jesús como judío, luego como profeta, después como Mesías, y finalmente como Salvador del mundo.
La omnisciencia que el Señor revela lo distingue como lo que realmente es, el Cristo, el Hijo de Dios. Por ello, una vez más, el escritor del cuarto Evangelio consigue su propósito (20:30).
Jesús no evangelizó la provincia de Samaria. De acuerdo con la voluntad de su Padre celestial (4:4) se quedó allí dos días solamente y limitó su obra a un pequeño pueblo. Por consiguiente no hay nada en este relato que contradiga a la orden dada a los discípulos en Mt. 10:5. Y aquella orden, téngase en cuenta, era de carácter completamente temporal. Quedó derogada y sustituida por la gran comisión (Mt. 28:18–20). Tiempo más tarde se desarrollaría una fructífera labor tanto en la ciudad como en la provincia de Samaria (Hch. 8).            
41. Y creyeron muchos más por su palabra. La actitud de los samaritanos que acudieron al pozo contrasta profundamente con la de otros aldeanos samaritanos que más tarde se negaron a recibirle porque iba camino a Jerusalén (Lc. 9:51–56). No obstante, no hemos de suponer que la fe de toda esta gente que salió de Sicar para ver a Jesús era fe salvadora. En muchos probablemente se quedó al nivel de 2:23. En otros, podemos creer con seguridad, se elevó al nivel más alto una vez que hubieron oído la palabra de Jesús. Además, el número de los que creyeron en él a causa de su palabra fue mucho mayor que el número de los que creyeron como resultado del testimonio de esta mujer.        
42. Y le decían a la mujer. Todos aquellos creyentes se dirigen a la mujer con estas palabras: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo. Obsérvese:
(1) El dicho de la mujer se contrasta aquí (4:42) con la palabra de Cristo. Sin embargo, en 4:39, al testimonio de la mujer se le llama palabra de ella.

(2) Lo que estos samaritanos dicen supone un principio que tiene validez para todas las edades: el contacto personal con Cristo es necesario para hacer completa la fe.

(3) Los samaritanos llamaron a Jesús “el Salvador del mundo”. El Señor había dicho a la mujer samaritana que la salvación viene de los judíos (4:22). Durante su breve estancia con ellos hizo resaltar, sin embargo, que esta salvación era para el mundo. Este mundo se compone de los elegidos de cada nación: tanto del campo de los paganos (en el presente contexto, del campo de los samaritanos) como del de los judíos.

CONCLUSION:
                               La fe en Jesús nace del encuentro personal con Él. Por muy importante que sea nuestro testificar de Cristo, nada puede reemplazar el encuentro espiritual con Él. La gente necesita a personas que le conduzcan a Él. Pero también es cierto, que sólo el poder de la Palabra y del Espíritu puede efectuar el conocimiento vivo de Cristo.

Jesús, como Salvador del mundo, en base a y por medio de su infinito sacrificio, quita la culpa del pecado, la corrupción y el castigo, y derrama sobre los corazones y las vidas de los que así favorece todos los frutos de la obra del Espíritu Santo.

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