LECCIÓN DOMINGO 14 DE DICIEMBRE DE 2014
JUAN 14:15 AL 26
HECHOS 2:3-4
INTRODUCCIÓN
La palabra obediencia por lo general
produce disgusto. Evitamos predicar y hasta pensar demasiado en ella. Estamos
habituados a pensar que uno aprende la obediencia en la escuela, donde parece
estar conectada a cosas desagradables: hacer las tareas, llegar siempre a
horario cada mañana. En las cosas agradables no tenemos que obedecer pues las
hacemos naturalmente. No basta con soñar, ni siquiera con hacer grandes
oraciones. También es necesario obedecer los grandes mandamientos de
Jesucristo, pues sin esto, en un sentido, Dios no contesta las oraciones. La
obediencia hace que la vida sea más simple. Si obedecemos con el poder interno
del Espíritu Santo, hay ciertas cosas que no tenemos que decidir; ya están
decididas por Dios, y eso simplifica la vida.
La obediencia a los mandatos de Jesucristo
trae aparejada la bendición de Dios porque él se goza cuando sus hijos obedecen
su Palabra sin objeciones ni condicionamientos. La obediencia es señal de nuestro
amor por Jesucristo. Cuando amamos a Jesús lo demostramos por la obediencia—no
por la facilidad de palabra, por bonitos sermones, por los rezos o las
oraciones. Jesucristo señala que debemos demostrar nuestro amor por él
obedeciéndole. Pero para obedecer los mandamientos de Cristo, necesitamos el
poder interno de Dios; no podemos hacerlo solos (Fil. 4:13).
DESARROLLO
EL ESPÍRITU SANTO COMO AYUDADOR (16–17)
¡Cuán
glorioso y completo es el plan redentor de Dios! El Señor morando en su pueblo
es una asombrosa y gloriosa realidad. Habiendo mencionado el mandato con
respecto a guardar sus mandamientos, Jesucristo señala que vendría un ayudador
para asistirnos en esa obediencia. Considerando que los mandamientos de Cristo
no son sencillos ni los podemos cumplir por nosotros mismos, ¿de dónde podemos
obtener poder para obedecerlos? El poder está en el Espíritu Santo, el divino
ayudador. Cuando en nuestra traducción dice consolador, en el original griego
la palabra es PARAKLETON, que significa consolador, auxiliador, ayudador,
consejero, intercesor, aquel que nos da fuerzas. Sería algo así como un abogado
defensor (1 Jn. 2:1) que nos ayuda en un momento de crisis legal. El Espíritu
Santo tiene plena capacidad para ayudar al cristiano en cualquier necesidad.
Dice la Escritura “otro” consolador. “Otro”
en el original significa “otro del mismo tipo”, es decir un reemplazante. El
Padre envió al Espíritu Santo con un ministerio semejante al de Cristo, pero a
fin de que morase para siempre en el corazón del creyente puesto que Jesús
regresaría al Padre.
Este
ayudador, el “parakleton”, estaría con los cristianos para ayudarlos a obedecer
los mandamientos de Cristo. Junto con el mandato a la obediencia (15) está la
promesa de la presencia del Espíritu Santo.
1. Viene del Padre (16a). Es también Dios
manifestado como espíritu. De manera que Jesucristo declara que está enviando a
nuestras vidas nada menos que el poder de Dios.
2. Es una persona (16b). El Espíritu Santo no es
simplemente una fuerza etérea sino una persona divina, y como tal nos postramos
ante él, lo respetamos, lo honramos, lo amamos, lo glorificamos. Es una persona
santa que ha venido a morar en nuestras vidas.
3. Se caracteriza por la verdad (17a). Se lo
llama “el Espíritu de verdad.” Cuando estemos confundidos con respecto a alguna
verdad de la Biblia, recordemos que del Espíritu Santo mismo procedió la
inspiración de la Escritura, y él nos irá revelando las verdades bíblicas a
medida que estudiemos. Es el mejor profesor.
4. No está en todos los hombres (17a). El
Espíritu de Dios no mora en todas las personas porque el mundo no puede
recibirlo. Sólo quien ha confiado en Cristo tiene en su ser al Espíritu Santo
de Dios (Ro. 8:9b).
5. Mora con y en nosotros (17b). ¿Cuál es la distinción? En
Hechos 2 leemos que el Espíritu Santo en Pentecostés cayó sobre los discípulos
de Cristo, entrando en ellos. Cuando dice “con vosotros” se refiere a antes de
Pentecostés. En la etapa del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo moraba “con”
la gente, venía a ciertas personas a fin de capacitarlas para una tarea
especial, y luego salía de ellas (1 S. 10:6, 10; 11:6; 16:14). Por eso David
rogaba que Dios no le quitara su Santo Espíritu (Sal. 51:11). En el día de
Pentecostés el Espíritu Santo dejó de estar simplemente con ellos, y entró a
vivir en ellos, es decir dentro de ellos, y la presencia del Espíritu Santo en
nosotros es para siempre.
EL ESPÍRITU SANTO COMO CONSOLADOR
(18–24)
Otro buen título para este pasaje sería: “No
somos huérfanos abandonados”. La palabra “huérfanos” en el griego es un término
muy fuerte que podría traducirse como “huérfanos abandonados”. Una cosa es ser
huérfano, y otra distinta es estar abandonado. El autor de estas líneas es
huérfano de padre desde los diez años de edad, pero jamás se ha sentido abandonado.
1. El Espíritu Santo y Cristo en nuestro ser (18–20). Cuando
viene el Espíritu Santo a nuestra vida, también Cristo viene a nuestro ser. Por
eso no somos huérfanos abandonados. Nuestros padres podrán dejarnos, nuestros
amigos abandonarnos, nuestro patrón despedirnos, nuestra escuela perseguirnos,
pero Dios jamás nos abandonará (He. 13:5).
¿Cuál
es el resultado de tener al Espíritu Santo y a Cristo en nuestra vida?
a. Vemos a Cristo (19a). Ahora lo vemos con los ojos
de la fe y un día lo veremos cara a cara. Cuando estemos en su presencia, el
mundo no lo verá más.
b. Vivimos por siempre (19b) pues Cristo es la vida de
Dios en el alma del hombre.
c. Estamos unidos a Dios (20) y esta unión se vuelve
materia de conocimiento personal.
2. Obediencia por amor (21–24). Obedecemos los mandatos de
Jesús por puro amor (21). La obediencia puede producir soledad, pero tenemos un
divino Consolador por acompañante quien no permitirá que nos sintamos abandonados.
¿Cuál es el resultado de tal obediencia?
a. El amor del Padre y del Hijo se hacen reales para nosotros
(21b).
b. Nos transformamos en moradas de Dios (23). La pregunta del
discípulo Judas (22) y Juan deja bien en claro que no se trataba de Judas Iscariote—es
una nueva ilustración de la falta de comprensión de Felipe en el versículo 8.
Judas no entendía cómo y por qué el Señor se manifestaría a los suyos y no al
mundo. Seguramente su interpretación de las palabras de Jesús fue que los
condenados nunca oirían la voz del Señor.
“Manifestar”
aquí se refiere a revelarse al mundo en persona, morando en ellos. No quiere
decir que el Señor Jesús no hable ni comunique su mensaje al mundo, sino que no
mora en el mundo en sí. Toda esta enseñanza proviene de Dios Padre (24).
CONCLUSIÓN
El
Espíritu de Dios, en su función de intérprete, nos recuerda y enseña todo lo
que debemos saber (26). Nos enseñará todas las cosas. Todas las cosas que
necesitamos saber para la vida y la doctrina. Todo aquello que Jesucristo
enseñó a sus discípulos y era necesario mantener por escrito hasta el final de
la historia, está registrado en la Biblia pues el Espíritu Santo inspiró a los
autores de la Escritura.
Y este maestro no sólo enseña sino que,
además, recuerda. Cuando estamos en algún aprieto o circunstancia difícil, él
nos recuerda pasajes de la Biblia y promesas de Dios. Por ejemplo, promesas de
su compañía y ayuda en momentos de crisis; pasajes acordes a una pregunta
difícil sobre doctrina. Pero no puede recordarnos cosas que no sabíamos, razón
por la cual debemos estudiar la Biblia y conocerla a fondo.