jueves, 27 de marzo de 2014

JESUS Y SUS HERMANOS

LECCION ESC. DOM. DOMINGO 30 DE MARZO

JUAN 7: 1-9
JUAN 15: 18-19

INTRODUCCION:
                               Si el cap. 5 presenta la relación del Hijo con el Padre y el cap. 6 su relación con los verdaderos discípulos, uno de los temas dominantes del cap. 7 es el del Espíritu Santo. Los eventos relatados en el cap. 6 tuvieron lugar en Galilea durante los días de la fiesta de la Pascua (ver 6:4), pero los del cap. 7 en Jerusalén, unos seis meses y medio después, en relación con la fiesta de los Tabernáculos.
La fiesta de los Tabernáculos sirve de trasfondo para las enseñanzas de los caps. 7 al 9. Esta fiesta era muy popular y alegre, siendo una de las tres anuales cuando todo varón adulto tenía la obligación de hacer acto de presencia en Jerusalén (Éxo. 23:14–17; Deut. 16:13–17). Se realizaba en el mes de octubre en relación con dos eventos históricos: cuando recogían las cosechas, siendo llamada también “la fiesta de la cosecha” (ver Deut. 16:16); y conmemorando la experiencia en el desierto durante el éxodo, cuando vivían en cabañas de paja (Lev. 23:39–43). Por esta razón se llamaba comúnmente la fiesta de los Tabernáculos o de las Cabañas. Uno de los ritos celebrados durante esta fiesta era la libación de agua, lo cual sirve de trasfondo para la enseñanza sobre la venida del Espíritu Santo.
DESARROLLO:
                        Uno pensaría que las señales de Jesús, más sus enseñanzas y su vida intachable, hubiesen convencido a muchos de que él era el Mesías esperado. Pero todo esto no sirvió para contrarrestar las expectativas mesiánicas equivocadas y los celos de los líderes religiosos. En los caps. 7 y 8 notamos los argumentos que los enemigos de Jesús usaban para rechazarlo y, últimamente, condenarlo.
Los líderes religiosos en Jerusalén no se habrían olvidado de la confrontación con Jesús meses atrás cuando entró en el templo y echó fuera a los vendedores y su mercadería, los cuales tenían la autorización de la jerarquía (2:13–17). Resentidos por el desafío de su autoridad, por las enseñanzas que no armonizaban con la interpretación “oficial” de la ley, pero más por su reclamo de ser el Hijo de Dios, habían acordado eliminarlo.
 Ahora Jesús se queda en Galilea, ya que no busca la muerte, ni debe hallarla antes de la hora destinada por su Padre. Sus hermanos lo desafían para que vaya a Jerusalén a celebrar allá la fiesta de los Tabernáculos. Aunque los hermanos de Jesús aún no creían en Él (solamente después de la resurrección lo harán), ellos desean que Jesús sea famoso, porque Jerusalén es la ciudad adecuada para mostrar sus obras a los ojos del "mundo"; es decir, a una gran multitud. Jesús responde que para Él la hora aún no ha llegado. De modo que debe esperar y evitar demasiada conmoción desde el principio de la fiesta, ya que esto sería muy peligroso para su integridad; porque los líderes del pueblo están planificando su muerte. Su sacrificio es un acto voluntario (cap. 10,17-18), y, por ser así, no quiere morir en una situación de insurgencia popular. Ellos pueden asistir a la fiesta sin ningún obstáculo, pues para ellos no existe peligro aparente. Jesús, además les explica que por el hecho de no encontrarse junto a Él estarán más seguros, de modo que no tienen motivos para temer a la gente. Pero Jesús sí, ya que Él castiga al mundo sacando a luz sus pecados, especialmente el pecado de la incredulidad ante su persona divina.
Los hermanos de Jesús creían que obraba milagros, pero no llegaron a confiar en él como el Mesías, el Salvador del mundo. De todos modos sus hermanos eran incrédulos (v. 5), llegando a confiar en Jesús hasta después de su resurrección. Inclusive, un hermano llegó a ser líder en la iglesia en Jerusalén (Gál. 1:19; ver Hech. 1:14; 1 Cor. 9: 5 ).
Entonces Jesús les dijo: Para mí el tiempo adecuado aún no ha llegado, mas para vosotros cualquier hora es favorable. Respondiendo a la exhortación-mandato de sus hermanos, Jesús se refiere a su tiempo (kairos), indicando que no había llegado (v. 6). Tenía en mente, no el tiempo para ir a Jerusalén, sino un tiempo  especial para manifestarse, un tiempo de crisis, la crucifixión.
Jesús sigue dirigiéndose a sus hermanos con una revelación sorprendente. El mundo en Juan normalmente se refiere a la humanidad incrédula. Ellos estaban tan identificados con el mundo que no habría motivo de conflicto, mucho menos el menosprecio (15:19). No sólo el mundo no los aborrecía, sino que era algo moralmente imposible. El tiempo estaba siempre presto para que ellos se manifestasen al mundo (v. 6) y recibiesen su aplauso de aprobación. No habían tomado una posición pública y contraria a las creencias y conducta de la religión oficial. Todo lo contrario con Jesús; él daba testimonio en contra de sus creencias y prácticas religiosas.


CONCLUSION:

                               Jesús no hizo nada fuera del `horario' establecido por su Padre. No fue a la fiesta para promoverse a sí mismo, buscando su propia gloria, como sus hermanos le recomendaban. Él espera la hora que el Padre ha determinado para que lleve la culpa del mundo y luego reciba honra y gloria a través de la resurrección y ascensión. Igual nosotros, no podemos anticiparnos a la gloria eterna; debemos pasar por muchos sufrimientos antes de entrar en el reino de Dios.

jueves, 20 de marzo de 2014

PALABRAS DE ESPIRITU Y VIDA

LECCION ESC. DOM. DOMINGO  23 DE MARZO

JUAN 6: 60-71
HECHOS 4: 12

INTRODUCCION:
                               Hasta ahora el discurso de Jesús se dirigía principalmente a los líderes judíos indiferentes y a veces hostiles. Ahora Jesús trata con algunos de los simpatizantes no comprometidos.
Entonces muchos de sus discípulos, habiéndolo oído, dijeron: Los que oyeron a Jesús pronunciar el discurso acerca del Pan de Vida forman tres grupos, según el escritor: “los judíos” (líderes hostiles y sus seguidores), “los discípulos”, y “los doce”. Los dos últimos grupos en realidad coinciden; o se pueden representar por medio de círculos concéntricos, el mayor de los cuales representa a los “discípulos” (6:66), y el menor a “los doce” (6:67). Se ha dicho cuál fue la reacción de los judíos: hicieron preguntas que procedieron de su corazón incrédulo, de su autocomplacencia, de su gloriarse en la tradición (6:28, 30, 31); murmuraron y despreciaron (6:41, 42); incluso disputaron entre sí (6:52).
La sección que nos ocupa (6:60–71) describe la reacción de los discípulos. Se trata del grupo de seguidores más o menos regulares del Señor, como lo indica claramente 6:66. Probablemente había decenas, si no centenares, en Galilea.
DESARROLLO:
                               Una vez concluido el sermón, parece que a estos discípulos no les agradó. Dijeron, Difícil es este mensaje; ¿quién puede escucharlo? Por la respuesta de Jesús (6:61–65) y por la propia reacción final de los discípulos (6:66) se ve con claridad que no quisieron simplemente decir que el sermón fue difícil de entender, sino que era difícil de aceptar.
A estos discípulos de Jesús les ofendieron evidentemente sus palabras. Decir que se sentían disgustados es probablemente correcto. Sus corazones estaban en rebeldía. Así es como se puede entender la pregunta del Señor que sigue a continuación.
Cuando Jesús supo en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza?
Jesús, por consiguiente, pregunta si con su sermón estos oyentes se han sentido de hecho conducidos o llevados al pecado. Pero lo que produjo esa reacción desfavorable no fue lo duro del sermón sino la dureza de sus propios corazones. ¿A qué se oponían en las palabras de Cristo? Sin duda que la respuesta es: les desagradó todo el sermón. El Señor había destacado que no era el maná acerca del que tanto habían oído hablar, sino él mismo el verdadero pan que había descendido del cielo; que en su condición de verdadero pan ofrecía su carne; y que para tener vida eterna (o sea, para ser salvo) había que comer su carne y beber su sangre. Esto les resultó demasiado a esas personas. Si sólo hubieran estado dispuestos a aceptar las pruebas de los testigos respecto a Jesús (véase 5:30–47), habrían preguntado, “¿Es posible que estas palabras tengan un significado más profundo?” Pero de hecho ellos consideraban los dichos del Señor como carentes de espíritu y vida.
¿Pues qué, si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?
¿Qué diríais entonces? ¿Acaso la ascensión del Hijo del hombre no probaría que había realmente descendido del cielo?
Jesús prosigue, El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Jesús quiso decir: “Mi carne como tal no os puede beneficiar; dejad de pensar que yo os pedía que comierais literalmente mi cuerpo o que literalmente bebiereis mi sangre. Lo que otorga y sostiene la vida, la vida eterna, es mi espíritu, mi persona, en el acto de dar mi cuerpo para que sea destruido y mi sangre para que sea derramada”.
Jesús dice, Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Estas palabras están llenas de su propio espíritu y vida. No son letra muerta. Por el contrario, no sólo son ricas en metáforas, como declaró expresamente Jesús (16:25), sino que cuando se aceptan por fe, en su sentido profundo y espiritual, se convierten en instrumentos de salvación para los suyos. El Señor continúa: Pero hay algunos de vosotros que no creen. La incredulidad era la raíz del letargo intelectual; y esto, a su vez, era la causa del no alcanzar a comprender las palabras de Cristo y de darles una equivocada  interpretación literal. Ahora bien, esta incredulidad, aunque inexcusable, era de esperarse, porque la fe es don de Dios, y no se da a todos los hombres
Como consecuencia, pues, el discurso de Jesús acerca del Pan de Vida, pero sobre todo como resultado de la acusación de Cristo de que “Hay algunos de vosotros que no creen”, muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y ya no andaban con él. Volvieron a lo que habían dejado atrás, no sólo sus quehaceres cotidianos sino también su antigua forma de pensar y vivir, con la intención de no volver a Jesús. Con ello demostraron que no eran dignos del reino de Dios (Lc. 6:62). Este fue el verdadero punto crítico. Ahora no sólo las masas lo abandonaban, sino, incluso, muchos (posiblemente la mayoría, cf. v. 66, 67) de sus discípulos, es decir, de aquellos que habían estado asociados con él en forma mucho más estrecha y regular.
Jesús ahora quiere que esta deserción de muchos de sus seguidores regulares resulte para el círculo más íntimo ocasión para probarse a sí mismos, una oportunidad para confesar su fe. Dijo entonces Jesús a los doce ¿Seguramente vosotros no queréis iros también, verdad? La forma de la pregunta, tal como se encuentra en el original, muestra que se espera una respuesta negativa. ¿Desean  realmente seguir siendo seguidores suyos? ¿Deciden esto conscientemente después de haber escuchado el discurso acerca del Pan de Vida? ¿Se han decidido definitivamente a permanecer con Jesús, prescindiendo del hecho de que lo hayan abandonado las grandes masas, incluyendo muchos de sus seguidores regulares?
Simón Pedro es quien responde. ¡Y en forma espléndida! Utiliza el plural, con lo que muestra que era el portavoz de todos, aunque en realidad no de Judas. Pedro le respondió por medio de una pregunta: Señor ¿a quién iremos? El hombre está hecho de tal forma que debe acudir a alguien. No puede vivir aislado. Lo que Pedro quiere decir es evidentemente esto: “No hay otra persona a quien podemos ir; no hay otra persona que satisfaga el anhelo del corazón”. Prosigue: Tú tienes palabras de vida eterna. Se refiere claramente a lo que Jesús mismo ha dicho (6:63). Pedro sabe que las palabras de Jesús son más que simples sonidos o manifestaciones vacuas. Son vitales y dinámicas, llenas de espíritu y vida, medios para la salvación, medios de gracia.
CONCLUSION:

                                La incredulidad se enfada con Jesús; la fe se goza en su enseñanza. Mucha gente abandona a Jesús. Sin embargo, el primer interés de Jesús no es la cantidad, sino la calidad de los que le siguen. Los suyos tienen la oportunidad de irse, pero no quieren; reconocen (por la obra del Padre en ellos) que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna que darles. Conocer realmente a Jesús no es fruto de nuestro esfuerzo, sino la obra de Dios Padre en nuestros corazones. Nuestro Señor confronta a la multitud que le sigue con palabras que demandan fe. Seguir a Jesús no es un asunto superficial, la gente debe saber que seguirle es un compromiso total. Pero muchos volvieron atrás, sin embargo, algunos, sus discípulos, confesaron que sólo en Jesús se hallaba la vida eterna. Por difícil que nos parezca comprender, pero esta decisión de fidelidad a Jesús muestra que los discípulos fueron tocados por Dios para obedecer a Jesús y venir ante Él.

jueves, 13 de marzo de 2014

JESUCRISTO, NUESTRO ALIMENTO

LECCION ESC. DOM. DOMINGO 16 DE MARZO
JUAN 6: 48-59

LUCAS 22: 19-20

 

INTRODUCCION:

                               Se agrega, en esta sección,  un nuevo pensamiento. Hasta ahora Jesús ha venido subrayando el hecho de que él mismo, y no el maná, es el verdadero pan del cielo. Ahora agrega otra definición del término pan, mostrando en qué sentido es él el pan: Y el pan que yo daré por la vida del mundo es mi carne.

Lo que Jesús quiere decir aquí es que va a darse a sí mismo—véase 6:57—en sacrificio vicario por el pecado; que entregará su naturaleza humana (alma y cuerpo) a la muerte eterna en la cruz. El Padre dio al Hijo; el Hijo se da a sí mismo (Jn 10:18; Gá. 2:20; Ef. 5:2).

 

DESARROLLO:

                        El tiempo futuro—“daré”—indica con claridad que el Señor piensa en un acto concreto; a saber, su sacrificio expiatorio en la cruz, el cual, a su vez, representa y culmina su humillación durante toda su permanencia en la tierra. Esto, y sólo esto, quiere decir cuando se llama a sí mismo carne. El significado no puede ser que Jesús sea para nosotros el pan de vida en un sentido doble: a. totalmente aparte de su muerte como sacrificio; y b. en su muerte como sacrificio. Por el contrario, las palabras son muy claras: “Y el pan que os daré es mi carne”. Creer en Cristo significa aceptar (apropiarse y asimilar) a Cristo como El Crucificado.

Este pan se da “por la vida del mundo”. Su propósito es, en consecuencia, que el mundo pueda recibir vida eterna.

Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?

La incredulidad nunca comprende los misterios de la salvación. Además, está siempre dispuesta a la burla, y a decir, “Esto o aquello es totalmente imposible”.

53–57. En su respuesta Jesús no trata de mitigar sus afirmaciones anteriores. Las fortalece, de forma que lo que al principio parecía imposible, ahora parece absurdo. En lugar de hablar simplemente acerca de la necesidad de comer su carne, ahora habla de la necesidad de comer su carne y beber su sangre. A los judíos les resultaba muy repulsivo el beber sangre; cf. Gn. 9:4; Lv. 3:17; 17:10, 12, 14. Sin embargo, si hubieran conocido a fondo las Escrituras, también habrían reconocido el simbolismo que Jesús utilizó. Habrían sabido que la sangre, vista como sede de vida, representa al alma y no posee valor intrínseco para la salvación aparte del alma. El lenguaje de Lv. 17:11 es muy claro a este respecto:

“Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”. Es evidente, por tanto, que cuando Jesús habla acerca del comer su carne y beber su sangre, no puede referirse a ningún comer y beber físico. Debe querer decir: “El que acepta, se apropia y asimila mi sacrificio vicario como el único fundamento de su salvación, permanece en mí y yo en él”. Así como se ofrecen y aceptan comida y bebida, así también el sacrificio de Cristo es ofrecido a los creyentes y aceptados por ellos. Así como el cuerpo los asimila a aquellos, así también el alma asimila este sacrificio. Así como aquellos nutren y sostienen la vida física, así también éste nutre y sostiene la vida espiritual. Aquí tenemos la doctrina del derramamiento voluntario de la sangre de Cristo como rescate para la salvación de los creyentes. La misma doctrina o se enseña explícitamente o está implícito en pasajes como los siguientes:

1:29, 36; Mt. 20:28; Mr. 10:45; Lc. 22:20; Hch. 20:28; Ro. 3:25; 5:9; 1 Co. 10:16.

LEER Vv 53-59

Este pasaje se puede parafrasear de la siguiente manera: Así pues Jesús les dijo, de cierto os aseguro que, a no ser que con una fe viva aceptéis, os apropiéis y asimiléis al Cristo, confiando en su sacrificio (cuerpo destrozado y sangre derramada) como único fundamento de vuestra salvación, no poseéis la vida eterna (el amor de Dios derramado en el corazón, salvación plena y gratuita). Por otra parte, el que acepta mi sacrificio con corazón creyente, y lo asimila espiritualmente, tiene vida eterna para el alma, y resucitaré su cuerpo gloriosamente en el último día, el gran día del juicio. Porque mi sacrificio (cuerpo destrozado y sangre derramada) es el verdadero alimento y bebida espirituales. El que asimila espiritualmente esta comida permanece en la unión más íntima y vital conmigo.

Así como el Padre, el Eterno, me comisionó, y es para mí la fuente de vida, así también el que me asimile espiritualmente, ése encontrara en mí la fuente de vida para sí mismo. Este es el pan verdadero, la fuente genuina de vida y alimento espiritual, el que no tiene su origen en esta esfera terrenal sino que procede del cielo. Y este pan es mucho mejor que la simple sombra y símbolo—a saber, el maná del desierto—que comieron vuestros padres, pero que no los mantenía vivos en ningún sentido, ni siquiera físicamente, porque murieron.

El que me asimila espiritualmente como el pan verdadero de vida, vivirá para siempre (primero, con respecto al alma, luego también con respecto al cuerpo, que en el último día será gloriosamente resucitado).

 

CONCLUSION:

                        El hombre sólo se une a Dios por medio de la fe en el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Las palabras de Jesús resultaron ser bastante enigmáticas para personas que sólo esperaban señales visibles del mesianismo de Jesús. Él les invita a comer su "carne y a beber su sangre", pero tal invitación no ha de ser vista en forma literal, sino espiritual; estas palabras nos hablan de la relación que debe existir entre la gente y Jesús. Nos hacemos partícipes de Jesús cuando aceptamos profundamente su muerte por nosotros en el Calvario. Quien no se "alimenta" de Jesucristo no puede tener vida eterna.

SATISFACCION ESPIRITUAL

LECCION ESC. DOM. DOMINGO  09 DE MARZO 
JUAN 6: 36-47

JUAN 4: 34

 
INTRODUCCION:

                               El hombre alcanza vida eterna por medio de la fe; es decir, por medio de la unión íntima con Cristo, asimilándolo espiritualmente del mismo modo que el pan se asimila físicamente. Cuando Jesús prosigue diciendo: el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás, se refiere naturalmente, al hambre y la sed espirituales. Obsérvese también que el creer en Jesús se define aquí como el acto de venir a él; es decir, venir como quien nada tiene (excepto pecado) y lo necesita todo; mirando hacia él como las plantas miran hacia el sol.

 

DESARROLLO:

                       

                         Quien venga a Jesús con corazón creyente, nunca tendrá hambre ni sed. El significado es que la persona en cuestión recibirá completa y perdurable satisfacción espiritual, y perfecta paz en su alma.

Pero los judíos no aceptaron a Jesús con fe viva. Según el versículo 30 lo que pidieron era ver una señal, y dijeron que si su petición se cumplía, entonces creerían en él. Pero Jesús les dice: Mas ya os he dicho, que aunque (me) habéis visto, sin embargo, no creéis.

El Señor, por lo tanto, inculpa claramente a estos incrédulos como personas que son totalmente responsables de sus acciones. ¿Significa esto, entonces, que la persona que acepta a Jesús con un corazón de fe, se puede atribuir el mérito de tan excelente obra? En modo alguno: la salvación es siempre por gracia, y la fe es siempre la obra de Dios en el corazón del pecador. Por ello, inmediatamente a continuación de una afirmación en que se subraya la responsabilidad humana (v. 36), tenemos otra en que se acentúa la predestinación divina (v. 37): Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echaré fuera.

Nadie puede salvarse a menos que venga a Jesús; y nadie viene excepto si le es dado (cf. especialmente 6:44). Pero “todo lo que” le es dado, sin duda vendrá. La expresión “todo lo que” (véase también 6:39; 7:2, 24; 1 Jn. 5:4) considera a los elegidos como una unidad; todos son un solo pueblo. La frase “y al que a mí viene, no le echaré fuera”, subraya una vez más la responsabilidad humana; como si dijera, “Que nadie dude, diciendo, ‘Quizá no he sido dado al Hijo por el Padre’. A todo el que viene se le acoge calurosamente”

El versículo 37 también enseña:

 a. que en la realización del plan de redención, de modo que se otorgue la salvación a las personas elegidas y a toda la raza elegida, hay una armonía completa y una cooperación total entre el Padre y el Hijo: el Hijo acoge a aquellos que el Padre le da; y

b. que la obra de la redención no se puede frustrar debido a la incredulidad de los judíos, que se menciona en el versículo anterior: hay una raza elegida; sin duda que se salvará un remanente.

La razón de que sea tan seguro que el Hijo no echará fuera a aquellos que el Padre le dé, se formula en el versículo 38: Porque he descendido del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió. Desde luego que esto no puede significar que las dos voluntades puedan alguna vez chocar; se enseña expresamente lo contrario en 4:34; 5:19; y 17:4. Sí significa, sin embargo, que los judíos incrédulos que habían puesto en tela de juicio la autoridad de Jesús deben entender que cuantas veces se oponen a su voluntad también se oponen a la voluntad del Padre.

39, 40. Se define esa voluntad en los versículos finales de este párrafo: Y ésta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo que él me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día postrero.

En estos y en muchos otros pasajes la Biblia enseña algo que no se puede cambiar, un llamamiento que no se puede revocar, una herencia que no se puede contaminar, un fundamento que no se puede mover; un sello que no se puede quebrar, y una vida que no puede perecer.

En el versículo 40 se da otra definición de la voluntad del Padre (la cual es al mismo tiempo razón del hecho de resucitar a los creyentes en el último día). Todo el que con ojos de fe ve en Jesús al Hijo de Dios, y quien, en consecuencia, cree en él, tiene vida eterna. Jesús mismo lo resucitará en el último día.

CONCLUSION:

                        A lo que los judíos se oponían con más denuedo era a la afirmación de Jesús respecto a sí mismo (cf. el pasaje paralelo en 5:17, 18). Por esto, leemos, porque habia dicho: Yo (mismo) soy el pan que descendió del cielo. El mismo, y no el alardeado maná de sus antepasados, era el verdadero pan, que sostenía la vida y la impartía. (Estos “gloriosos” antepasados, de paso, no siempre habían apreciado tanto a ese maná; cf. Nm. 11:6, “Y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”. Es muy fácil idealizar el pasado). A Jesús se le da el nombre de pan “que descendió del cielo”.