jueves, 13 de marzo de 2014

JESUCRISTO, NUESTRO ALIMENTO

LECCION ESC. DOM. DOMINGO 16 DE MARZO
JUAN 6: 48-59

LUCAS 22: 19-20

 

INTRODUCCION:

                               Se agrega, en esta sección,  un nuevo pensamiento. Hasta ahora Jesús ha venido subrayando el hecho de que él mismo, y no el maná, es el verdadero pan del cielo. Ahora agrega otra definición del término pan, mostrando en qué sentido es él el pan: Y el pan que yo daré por la vida del mundo es mi carne.

Lo que Jesús quiere decir aquí es que va a darse a sí mismo—véase 6:57—en sacrificio vicario por el pecado; que entregará su naturaleza humana (alma y cuerpo) a la muerte eterna en la cruz. El Padre dio al Hijo; el Hijo se da a sí mismo (Jn 10:18; Gá. 2:20; Ef. 5:2).

 

DESARROLLO:

                        El tiempo futuro—“daré”—indica con claridad que el Señor piensa en un acto concreto; a saber, su sacrificio expiatorio en la cruz, el cual, a su vez, representa y culmina su humillación durante toda su permanencia en la tierra. Esto, y sólo esto, quiere decir cuando se llama a sí mismo carne. El significado no puede ser que Jesús sea para nosotros el pan de vida en un sentido doble: a. totalmente aparte de su muerte como sacrificio; y b. en su muerte como sacrificio. Por el contrario, las palabras son muy claras: “Y el pan que os daré es mi carne”. Creer en Cristo significa aceptar (apropiarse y asimilar) a Cristo como El Crucificado.

Este pan se da “por la vida del mundo”. Su propósito es, en consecuencia, que el mundo pueda recibir vida eterna.

Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?

La incredulidad nunca comprende los misterios de la salvación. Además, está siempre dispuesta a la burla, y a decir, “Esto o aquello es totalmente imposible”.

53–57. En su respuesta Jesús no trata de mitigar sus afirmaciones anteriores. Las fortalece, de forma que lo que al principio parecía imposible, ahora parece absurdo. En lugar de hablar simplemente acerca de la necesidad de comer su carne, ahora habla de la necesidad de comer su carne y beber su sangre. A los judíos les resultaba muy repulsivo el beber sangre; cf. Gn. 9:4; Lv. 3:17; 17:10, 12, 14. Sin embargo, si hubieran conocido a fondo las Escrituras, también habrían reconocido el simbolismo que Jesús utilizó. Habrían sabido que la sangre, vista como sede de vida, representa al alma y no posee valor intrínseco para la salvación aparte del alma. El lenguaje de Lv. 17:11 es muy claro a este respecto:

“Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”. Es evidente, por tanto, que cuando Jesús habla acerca del comer su carne y beber su sangre, no puede referirse a ningún comer y beber físico. Debe querer decir: “El que acepta, se apropia y asimila mi sacrificio vicario como el único fundamento de su salvación, permanece en mí y yo en él”. Así como se ofrecen y aceptan comida y bebida, así también el sacrificio de Cristo es ofrecido a los creyentes y aceptados por ellos. Así como el cuerpo los asimila a aquellos, así también el alma asimila este sacrificio. Así como aquellos nutren y sostienen la vida física, así también éste nutre y sostiene la vida espiritual. Aquí tenemos la doctrina del derramamiento voluntario de la sangre de Cristo como rescate para la salvación de los creyentes. La misma doctrina o se enseña explícitamente o está implícito en pasajes como los siguientes:

1:29, 36; Mt. 20:28; Mr. 10:45; Lc. 22:20; Hch. 20:28; Ro. 3:25; 5:9; 1 Co. 10:16.

LEER Vv 53-59

Este pasaje se puede parafrasear de la siguiente manera: Así pues Jesús les dijo, de cierto os aseguro que, a no ser que con una fe viva aceptéis, os apropiéis y asimiléis al Cristo, confiando en su sacrificio (cuerpo destrozado y sangre derramada) como único fundamento de vuestra salvación, no poseéis la vida eterna (el amor de Dios derramado en el corazón, salvación plena y gratuita). Por otra parte, el que acepta mi sacrificio con corazón creyente, y lo asimila espiritualmente, tiene vida eterna para el alma, y resucitaré su cuerpo gloriosamente en el último día, el gran día del juicio. Porque mi sacrificio (cuerpo destrozado y sangre derramada) es el verdadero alimento y bebida espirituales. El que asimila espiritualmente esta comida permanece en la unión más íntima y vital conmigo.

Así como el Padre, el Eterno, me comisionó, y es para mí la fuente de vida, así también el que me asimile espiritualmente, ése encontrara en mí la fuente de vida para sí mismo. Este es el pan verdadero, la fuente genuina de vida y alimento espiritual, el que no tiene su origen en esta esfera terrenal sino que procede del cielo. Y este pan es mucho mejor que la simple sombra y símbolo—a saber, el maná del desierto—que comieron vuestros padres, pero que no los mantenía vivos en ningún sentido, ni siquiera físicamente, porque murieron.

El que me asimila espiritualmente como el pan verdadero de vida, vivirá para siempre (primero, con respecto al alma, luego también con respecto al cuerpo, que en el último día será gloriosamente resucitado).

 

CONCLUSION:

                        El hombre sólo se une a Dios por medio de la fe en el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Las palabras de Jesús resultaron ser bastante enigmáticas para personas que sólo esperaban señales visibles del mesianismo de Jesús. Él les invita a comer su "carne y a beber su sangre", pero tal invitación no ha de ser vista en forma literal, sino espiritual; estas palabras nos hablan de la relación que debe existir entre la gente y Jesús. Nos hacemos partícipes de Jesús cuando aceptamos profundamente su muerte por nosotros en el Calvario. Quien no se "alimenta" de Jesucristo no puede tener vida eterna.

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