jueves, 20 de marzo de 2014

PALABRAS DE ESPIRITU Y VIDA

LECCION ESC. DOM. DOMINGO  23 DE MARZO

JUAN 6: 60-71
HECHOS 4: 12

INTRODUCCION:
                               Hasta ahora el discurso de Jesús se dirigía principalmente a los líderes judíos indiferentes y a veces hostiles. Ahora Jesús trata con algunos de los simpatizantes no comprometidos.
Entonces muchos de sus discípulos, habiéndolo oído, dijeron: Los que oyeron a Jesús pronunciar el discurso acerca del Pan de Vida forman tres grupos, según el escritor: “los judíos” (líderes hostiles y sus seguidores), “los discípulos”, y “los doce”. Los dos últimos grupos en realidad coinciden; o se pueden representar por medio de círculos concéntricos, el mayor de los cuales representa a los “discípulos” (6:66), y el menor a “los doce” (6:67). Se ha dicho cuál fue la reacción de los judíos: hicieron preguntas que procedieron de su corazón incrédulo, de su autocomplacencia, de su gloriarse en la tradición (6:28, 30, 31); murmuraron y despreciaron (6:41, 42); incluso disputaron entre sí (6:52).
La sección que nos ocupa (6:60–71) describe la reacción de los discípulos. Se trata del grupo de seguidores más o menos regulares del Señor, como lo indica claramente 6:66. Probablemente había decenas, si no centenares, en Galilea.
DESARROLLO:
                               Una vez concluido el sermón, parece que a estos discípulos no les agradó. Dijeron, Difícil es este mensaje; ¿quién puede escucharlo? Por la respuesta de Jesús (6:61–65) y por la propia reacción final de los discípulos (6:66) se ve con claridad que no quisieron simplemente decir que el sermón fue difícil de entender, sino que era difícil de aceptar.
A estos discípulos de Jesús les ofendieron evidentemente sus palabras. Decir que se sentían disgustados es probablemente correcto. Sus corazones estaban en rebeldía. Así es como se puede entender la pregunta del Señor que sigue a continuación.
Cuando Jesús supo en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza?
Jesús, por consiguiente, pregunta si con su sermón estos oyentes se han sentido de hecho conducidos o llevados al pecado. Pero lo que produjo esa reacción desfavorable no fue lo duro del sermón sino la dureza de sus propios corazones. ¿A qué se oponían en las palabras de Cristo? Sin duda que la respuesta es: les desagradó todo el sermón. El Señor había destacado que no era el maná acerca del que tanto habían oído hablar, sino él mismo el verdadero pan que había descendido del cielo; que en su condición de verdadero pan ofrecía su carne; y que para tener vida eterna (o sea, para ser salvo) había que comer su carne y beber su sangre. Esto les resultó demasiado a esas personas. Si sólo hubieran estado dispuestos a aceptar las pruebas de los testigos respecto a Jesús (véase 5:30–47), habrían preguntado, “¿Es posible que estas palabras tengan un significado más profundo?” Pero de hecho ellos consideraban los dichos del Señor como carentes de espíritu y vida.
¿Pues qué, si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?
¿Qué diríais entonces? ¿Acaso la ascensión del Hijo del hombre no probaría que había realmente descendido del cielo?
Jesús prosigue, El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Jesús quiso decir: “Mi carne como tal no os puede beneficiar; dejad de pensar que yo os pedía que comierais literalmente mi cuerpo o que literalmente bebiereis mi sangre. Lo que otorga y sostiene la vida, la vida eterna, es mi espíritu, mi persona, en el acto de dar mi cuerpo para que sea destruido y mi sangre para que sea derramada”.
Jesús dice, Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Estas palabras están llenas de su propio espíritu y vida. No son letra muerta. Por el contrario, no sólo son ricas en metáforas, como declaró expresamente Jesús (16:25), sino que cuando se aceptan por fe, en su sentido profundo y espiritual, se convierten en instrumentos de salvación para los suyos. El Señor continúa: Pero hay algunos de vosotros que no creen. La incredulidad era la raíz del letargo intelectual; y esto, a su vez, era la causa del no alcanzar a comprender las palabras de Cristo y de darles una equivocada  interpretación literal. Ahora bien, esta incredulidad, aunque inexcusable, era de esperarse, porque la fe es don de Dios, y no se da a todos los hombres
Como consecuencia, pues, el discurso de Jesús acerca del Pan de Vida, pero sobre todo como resultado de la acusación de Cristo de que “Hay algunos de vosotros que no creen”, muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y ya no andaban con él. Volvieron a lo que habían dejado atrás, no sólo sus quehaceres cotidianos sino también su antigua forma de pensar y vivir, con la intención de no volver a Jesús. Con ello demostraron que no eran dignos del reino de Dios (Lc. 6:62). Este fue el verdadero punto crítico. Ahora no sólo las masas lo abandonaban, sino, incluso, muchos (posiblemente la mayoría, cf. v. 66, 67) de sus discípulos, es decir, de aquellos que habían estado asociados con él en forma mucho más estrecha y regular.
Jesús ahora quiere que esta deserción de muchos de sus seguidores regulares resulte para el círculo más íntimo ocasión para probarse a sí mismos, una oportunidad para confesar su fe. Dijo entonces Jesús a los doce ¿Seguramente vosotros no queréis iros también, verdad? La forma de la pregunta, tal como se encuentra en el original, muestra que se espera una respuesta negativa. ¿Desean  realmente seguir siendo seguidores suyos? ¿Deciden esto conscientemente después de haber escuchado el discurso acerca del Pan de Vida? ¿Se han decidido definitivamente a permanecer con Jesús, prescindiendo del hecho de que lo hayan abandonado las grandes masas, incluyendo muchos de sus seguidores regulares?
Simón Pedro es quien responde. ¡Y en forma espléndida! Utiliza el plural, con lo que muestra que era el portavoz de todos, aunque en realidad no de Judas. Pedro le respondió por medio de una pregunta: Señor ¿a quién iremos? El hombre está hecho de tal forma que debe acudir a alguien. No puede vivir aislado. Lo que Pedro quiere decir es evidentemente esto: “No hay otra persona a quien podemos ir; no hay otra persona que satisfaga el anhelo del corazón”. Prosigue: Tú tienes palabras de vida eterna. Se refiere claramente a lo que Jesús mismo ha dicho (6:63). Pedro sabe que las palabras de Jesús son más que simples sonidos o manifestaciones vacuas. Son vitales y dinámicas, llenas de espíritu y vida, medios para la salvación, medios de gracia.
CONCLUSION:

                                La incredulidad se enfada con Jesús; la fe se goza en su enseñanza. Mucha gente abandona a Jesús. Sin embargo, el primer interés de Jesús no es la cantidad, sino la calidad de los que le siguen. Los suyos tienen la oportunidad de irse, pero no quieren; reconocen (por la obra del Padre en ellos) que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna que darles. Conocer realmente a Jesús no es fruto de nuestro esfuerzo, sino la obra de Dios Padre en nuestros corazones. Nuestro Señor confronta a la multitud que le sigue con palabras que demandan fe. Seguir a Jesús no es un asunto superficial, la gente debe saber que seguirle es un compromiso total. Pero muchos volvieron atrás, sin embargo, algunos, sus discípulos, confesaron que sólo en Jesús se hallaba la vida eterna. Por difícil que nos parezca comprender, pero esta decisión de fidelidad a Jesús muestra que los discípulos fueron tocados por Dios para obedecer a Jesús y venir ante Él.

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