jueves, 13 de marzo de 2014

SATISFACCION ESPIRITUAL

LECCION ESC. DOM. DOMINGO  09 DE MARZO 
JUAN 6: 36-47

JUAN 4: 34

 
INTRODUCCION:

                               El hombre alcanza vida eterna por medio de la fe; es decir, por medio de la unión íntima con Cristo, asimilándolo espiritualmente del mismo modo que el pan se asimila físicamente. Cuando Jesús prosigue diciendo: el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás, se refiere naturalmente, al hambre y la sed espirituales. Obsérvese también que el creer en Jesús se define aquí como el acto de venir a él; es decir, venir como quien nada tiene (excepto pecado) y lo necesita todo; mirando hacia él como las plantas miran hacia el sol.

 

DESARROLLO:

                       

                         Quien venga a Jesús con corazón creyente, nunca tendrá hambre ni sed. El significado es que la persona en cuestión recibirá completa y perdurable satisfacción espiritual, y perfecta paz en su alma.

Pero los judíos no aceptaron a Jesús con fe viva. Según el versículo 30 lo que pidieron era ver una señal, y dijeron que si su petición se cumplía, entonces creerían en él. Pero Jesús les dice: Mas ya os he dicho, que aunque (me) habéis visto, sin embargo, no creéis.

El Señor, por lo tanto, inculpa claramente a estos incrédulos como personas que son totalmente responsables de sus acciones. ¿Significa esto, entonces, que la persona que acepta a Jesús con un corazón de fe, se puede atribuir el mérito de tan excelente obra? En modo alguno: la salvación es siempre por gracia, y la fe es siempre la obra de Dios en el corazón del pecador. Por ello, inmediatamente a continuación de una afirmación en que se subraya la responsabilidad humana (v. 36), tenemos otra en que se acentúa la predestinación divina (v. 37): Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echaré fuera.

Nadie puede salvarse a menos que venga a Jesús; y nadie viene excepto si le es dado (cf. especialmente 6:44). Pero “todo lo que” le es dado, sin duda vendrá. La expresión “todo lo que” (véase también 6:39; 7:2, 24; 1 Jn. 5:4) considera a los elegidos como una unidad; todos son un solo pueblo. La frase “y al que a mí viene, no le echaré fuera”, subraya una vez más la responsabilidad humana; como si dijera, “Que nadie dude, diciendo, ‘Quizá no he sido dado al Hijo por el Padre’. A todo el que viene se le acoge calurosamente”

El versículo 37 también enseña:

 a. que en la realización del plan de redención, de modo que se otorgue la salvación a las personas elegidas y a toda la raza elegida, hay una armonía completa y una cooperación total entre el Padre y el Hijo: el Hijo acoge a aquellos que el Padre le da; y

b. que la obra de la redención no se puede frustrar debido a la incredulidad de los judíos, que se menciona en el versículo anterior: hay una raza elegida; sin duda que se salvará un remanente.

La razón de que sea tan seguro que el Hijo no echará fuera a aquellos que el Padre le dé, se formula en el versículo 38: Porque he descendido del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió. Desde luego que esto no puede significar que las dos voluntades puedan alguna vez chocar; se enseña expresamente lo contrario en 4:34; 5:19; y 17:4. Sí significa, sin embargo, que los judíos incrédulos que habían puesto en tela de juicio la autoridad de Jesús deben entender que cuantas veces se oponen a su voluntad también se oponen a la voluntad del Padre.

39, 40. Se define esa voluntad en los versículos finales de este párrafo: Y ésta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo que él me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día postrero.

En estos y en muchos otros pasajes la Biblia enseña algo que no se puede cambiar, un llamamiento que no se puede revocar, una herencia que no se puede contaminar, un fundamento que no se puede mover; un sello que no se puede quebrar, y una vida que no puede perecer.

En el versículo 40 se da otra definición de la voluntad del Padre (la cual es al mismo tiempo razón del hecho de resucitar a los creyentes en el último día). Todo el que con ojos de fe ve en Jesús al Hijo de Dios, y quien, en consecuencia, cree en él, tiene vida eterna. Jesús mismo lo resucitará en el último día.

CONCLUSION:

                        A lo que los judíos se oponían con más denuedo era a la afirmación de Jesús respecto a sí mismo (cf. el pasaje paralelo en 5:17, 18). Por esto, leemos, porque habia dicho: Yo (mismo) soy el pan que descendió del cielo. El mismo, y no el alardeado maná de sus antepasados, era el verdadero pan, que sostenía la vida y la impartía. (Estos “gloriosos” antepasados, de paso, no siempre habían apreciado tanto a ese maná; cf. Nm. 11:6, “Y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”. Es muy fácil idealizar el pasado). A Jesús se le da el nombre de pan “que descendió del cielo”.

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