LECCION ESC. DOM. DOMINGO 09 DE MARZO
JUAN 6: 36-47
JUAN 4: 34
INTRODUCCION:
El hombre alcanza vida eterna por medio de la fe; es decir,
por medio de la unión íntima con Cristo, asimilándolo espiritualmente del mismo
modo que el pan se asimila físicamente. Cuando Jesús prosigue diciendo: el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed
jamás, se refiere naturalmente, al hambre y la
sed espirituales. Obsérvese también que el creer en Jesús se define aquí como
el acto de venir a él; es decir, venir como quien nada tiene (excepto pecado) y
lo necesita todo; mirando hacia él como las plantas miran hacia el sol.
DESARROLLO:
Quien venga a Jesús con corazón creyente, nunca tendrá hambre ni sed. El
significado es que la persona en cuestión recibirá completa y perdurable
satisfacción espiritual, y perfecta paz en su alma.
Pero los judíos no aceptaron a Jesús con fe viva. Según el versículo
30 lo que pidieron era ver
una señal, y dijeron que si su petición se
cumplía, entonces creerían en él. Pero Jesús les dice: Mas ya os he dicho, que aunque (me) habéis visto, sin
embargo, no creéis.
El Señor, por lo tanto, inculpa claramente a estos incrédulos
como personas que son totalmente responsables de sus acciones. ¿Significa esto,
entonces, que la persona que acepta a Jesús con un corazón de fe, se puede
atribuir el mérito de tan excelente obra? En modo alguno: la salvación es
siempre por gracia, y la fe es siempre la obra de Dios en el corazón del
pecador. Por ello, inmediatamente a continuación de una afirmación en que se
subraya la responsabilidad humana (v. 36), tenemos otra en que se acentúa la
predestinación divina (v. 37): Todo
lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que
a mí viene, no le echaré fuera.
Nadie puede salvarse a menos que venga a Jesús; y nadie viene
excepto si le es dado (cf. especialmente 6:44). Pero “todo lo que” le es dado,
sin duda vendrá. La expresión “todo lo que” (véase también 6:39; 7:2, 24; 1 Jn.
5:4) considera a los elegidos como una unidad; todos son un solo pueblo. La frase “y al que a mí viene, no le echaré
fuera”, subraya una vez más la responsabilidad humana; como si dijera, “Que
nadie dude, diciendo, ‘Quizá no he sido dado al Hijo por el Padre’. A todo el
que viene se le acoge calurosamente”
El versículo 37 también enseña:
a. que en la realización del plan de redención, de modo que se
otorgue la salvación a las personas elegidas y a toda la raza elegida, hay una
armonía completa y una cooperación total entre el Padre y el Hijo: el Hijo
acoge a aquellos que el Padre le da; y
b. que la obra de la redención no se puede frustrar debido a la
incredulidad de los judíos, que se menciona en el versículo anterior: hay una
raza elegida; sin duda que se salvará un remanente.
La razón de que sea tan seguro que el Hijo no echará fuera a
aquellos que el Padre le dé, se formula en el versículo 38: Porque he descendido del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la
voluntad del que me envió. Desde luego que
esto no puede significar que las dos voluntades puedan alguna vez chocar; se
enseña expresamente lo contrario en 4:34; 5:19; y 17:4. Sí significa, sin
embargo, que los judíos incrédulos que habían puesto en tela de juicio la
autoridad de Jesús deben entender que cuantas veces se oponen a su voluntad
también se oponen a la voluntad del Padre.
39, 40. Se
define esa voluntad en los versículos finales de este párrafo: Y ésta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo
que él me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero.
Porque esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree
en él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día postrero.
En estos y en muchos otros pasajes la Biblia enseña algo que
no se puede cambiar, un llamamiento que no se puede revocar, una herencia que
no se puede contaminar, un fundamento que no se puede mover; un sello que no se
puede quebrar, y una vida que no puede perecer.
En el versículo 40 se da otra definición de la voluntad del
Padre (la cual es al mismo tiempo razón del hecho de resucitar a los creyentes
en el último día). Todo el que con ojos de fe ve
en Jesús al Hijo de Dios, y quien, en consecuencia,
cree en él, tiene vida eterna.
Jesús mismo lo resucitará en el último
día.
CONCLUSION:
A
lo que los judíos se oponían con más denuedo era a la afirmación de Jesús
respecto a sí mismo (cf. el pasaje paralelo en 5:17, 18). Por esto, leemos, porque habia dicho: Yo
(mismo) soy el pan que descendió del
cielo. El mismo, y no el alardeado maná de sus antepasados, era el verdadero
pan, que sostenía la vida y la
impartía. (Estos “gloriosos” antepasados, de
paso, no siempre habían apreciado tanto a ese maná; cf. Nm. 11:6, “Y ahora
nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”. Es muy fácil
idealizar el pasado). A Jesús se le da el nombre de pan “que descendió del
cielo”.
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