sábado, 5 de abril de 2014

LA REACCIÓN DE LA MULTITUD

LECCION ESC. DOM. DOMINGO  06 DE ABRIL 2014
JUAN 7: 10-18

JUAN 12: 49-50

 
INTRODUCCION:

                               Jesús vino con el regalo más grande ofrecido jamás, ¿por qué entonces a menudo actuaba en secreto? Los líderes religiosos lo odiaban y muchos rechazaban su regalo de salvación no importaba lo que dijera o hiciera. Cuanto más enseñaba y obraba Jesús en público, más problemas causaban dichos líderes a Jesús y a sus seguidores. De modo que era necesario que Jesús enseñase y obrase con la mayor discreción posible. Hoy en día nosotros contamos con el privilegio de enseñar, predicar y adorar públicamente enfrentándonos  a muy poca persecución. Deberíamos estar agradecidos y aprovechar al máximo nuestras oportunidades de proclamar el evangelio.

DESARROLLO:

                               Algunos días después de irse sus hermanos con la multitud, Jesús fue a la fiesta, pero no abiertamente (ver 10:24), o en forma literal “manifiestamente”. Juan emplea el mismo término que los hermanos usaron (v. 4), es decir, él no fue como ellos querían, sino de acuerdo con su propio programa. Si hubiera ido con las multitudes, corría el riesgo de otro intento de forzarlo a ser el rey o, habiendo llegado a Jerusalén rodeado por una multitud aclamándolo, hubiera sido apresado por las autoridades religiosas, tal como sucedió en la Pascua siguiente.

Y los judíos, que eran principalmente o exclusivamente los líderes religiosos de Jerusalén enemigos de Jesús, lo habían esperado antes. Y le buscaban… en la fiesta, y decían una y otra vez: ¿Dónde está aquél? Sus intenciones, en vista de 5:18 y 7:25, no pueden haber sido amistosas. Sin embargo 9:22 y 11:49–53 están todavía por venir.

Y había gran murmullo acerca de él entre la multitud. Entre las muchedumbres que habían ido llegando a la ciudad desde todas partes la opinión estaba claramente dividida, al igual que lo estaba en Galilea (nótese 6:6: muchos, no todos, lo habían abandonado), aunque estas multitudes, que venían no solo de Galilea sino de todas las otras partes de la Tierra Santa y de todos los países de la Diáspora, estaban quizá igualmente divididas en sus sentimientos. Unos decían: Es un hombre bueno, trata de hacer el bien, es moralmente justo, no un impostor. Pero otros, sin embargo, diferían totalmente, y decían: No, al contrario, engaña al pueblo. Cf. Lc. 23:2, 5. Veían en Jesús a un simple demagogo, a alguien que había que rehuir, a un falso profeta, a alguien que estaba interesado en atraerse a la multitud o masa, congraciándose con ellos con fines egoístas.

El temor de los judíos, es decir, de los líderes de los judíos, algunos de los cuales serían miembros del Sanedrín, se debía a la decisión de eliminar ya a Jesús por el desafío de su autoridad.

A  partir de esta sección vv 14 ss,  y en medio de la fiesta, encontramos una discusión en la que toman parte tres grupos: los judíos (vv. 14–21); unos habitantes de Jerusalén (vv. 25–31); y los enviados del Sanedrín (vv. 32–36). Además, Juan incluye el discurso de Jesús en el último día de la fiesta (vv. 37, 38).

Los pequeños detalles en el relato, por ejemplo, pasado la mitad de la fiesta, dan evidencia de un testigo presente en cada ocasión. Los discípulos que acompañaron a Jesús a Jerusalén sabrían exactamente cuándo viajó y cuándo llegó. Aunque subió secretamente, al llegar no demoró en aprovechar la ocasión para seguir su enseñanza sobre el reino que vino a establecer. Aparentemente, es la primera vez que se ubica en el templo para enseñar, pues se limitó a realizar la limpieza en la ocasión anterior (2:13–17). Nótese el cambio en el tiempo de los verbos subió y enseñaba, el segundo de los cuales indica acción extendida.

Con el v. 15 se inicia la sección del trato con los judíos (vv. 14–24). El verbo se asombraban, en el tiempo imperfecto, se refiere a la reacción de los judíos ante todas las cosas que estaba diciendo.

Hubo dos motivos de asombro:

1.       La presencia y enseñanza en un lugar tan público como el templo, a plena vista de la jerarquía judía; y

2.       el conocimiento cabal de la ley que él mostró en su discurso.

El asombro de la gente se debía más a su manera de enseñar que al contenido de su discurso. “Por la manera en que él ahora estaba enseñando, Jesús se mostró como un maestro de lenguaje, interpretación y, quizás, de la tradición rabínica… Fue la forma de su enseñanza, y no su sustancia, lo que atrajo su atención y despertó su asombro”. Plummer concuerda al decir que la sustancia de su doctrina no produjo ninguna emoción en ellos, pero estaban asombrados de su conocimiento sin haber estudiado, es decir, sin haberlo obtenido en las escuelas rabínicas y bajo los maestros conocidos.

Jesús nunca había recibido instrucción en escuelas rabínicas. En términos modernos, se podría decir que no tenía ningún título de alguna institución reconocida. Por tanto, ¡todo lo que dijera debía estar equivocado!

Se daba a entender que Jesús simplemente expresaba sus opiniones personales acerca de asuntos religiosos; y, por tanto, había que negarse a seguir escuchándolo.

En su respuesta Jesús muestra que los críticos no habían pensado en la posibilidad de que el contenido de su enseñanza pudiera proceder de otra fuente, muy superior a cualquier seminario judío. Tal como lo veían los críticos, había sólo dos posibilidades: o Jesús había estado en una escuela rabínica como estudiante regular; o bien, simplemente emite sus propias ideas. Y como sabían que la primera de estas alternativas estaba definitivamente excluida, la segunda debía ser verdadera. Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. Ningún hombre le había enseñado, ni era autodidacta, sino que Dios mismo lo había instruido; ésa fue su respuesta.  No sólo había recibido el contenido de su enseñanza del Padre en los cielos, sino que también había recibido el mandato divino de transmitirlo a los hombres. Que sus enemigos tomen nota de este hecho; a saber, que al repudiarlo a él y a su mensaje, repudian a Dios mismo.

CONCLUSION:

                               El Salvador del mundo es a la vez el Maestro que redarguye al mundo. No todos creen en Jesús, y esto por diferentes motivos:

a. Algunos no quieren aceptarlo cuando Él les habla de sus pecados, y es por eso que le aborrecen (comp. v.7). A nadie le gusta escuchar la verdad acerca de sí mismo. Es por esta razón que necesitamos la gracia de Dios para ser sinceros, predicando la Palabra sin temor alguno. Es fácil caer en el error de no confrontar a la gente con su pecado de incredulidad, y de esta manera evitar ser rechazados. Pero esto no es lo que el Señor quiere.

b. Otros dudan de su origen. El hombre Jesús, quien además es de Galilea (según la opinión común en aquellos días), no puede venir de Dios. Estas objeciones proceden de un corazón que no está obedeciendo a Dios ni está buscando su gloria. Sólo los que reconocen a Jesús como el Enviado de Dios, pueden conocerse a sí mismos y darse cuenta de que necesitan del sacrificio de Jesús para cubrir sus pecados.