jueves, 1 de mayo de 2014

LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO

LECCION ESC. DOM. DIA 04 DE MAYO DE 2014


JUAN 7: 37-44
HECHOS 2: 3-4
INTRODUCCION:
                               De la mitad de la fiesta (7:14) el relato pasa ahora a su último día. Había siete días de festejos regulares que se caracterizaban, entre otras cosas, por vivir en tiendas, traer ofrendas en escala decreciente (en el primer día, además de otros sacrificios, trece toros castrados jóvenes; en el segundo día, doce; en el tercer día, once; etc.; véase Nm. 29:12–34), y llevar agua desde el pozo de Siloé. El octavo día era de descanso, de “solemne asamblea” o “santa reunión”.
DESARROLLO:
                               Las palabras de Jesús, «Venga a mí y beba», hacían alusión al tema de muchos pasajes bíblicos que hablan acerca de las bendiciones generadoras de vida del Mesías (Isaías 12.2, 3; 44.3, 4; 58.11). Al prometer dar el Espíritu Santo a todo el que creyese, Jesús declaraba ser el Mesías, ya que eso era algo que solo el Mesías podía hacer. Jesús usó la expresión agua viva en 4.10 para referirse a la vida eterna. Aquí utiliza la expresión para referirse al Espíritu Santo. Los dos van juntos: dondequiera que se acepte el Espíritu Santo, trae vida eterna. Jesús enseña más acerca del Espíritu Santo en los capítulos 14–16. El Espíritu Santo dio poder a los seguidores de Jesús en Pentecostés (Hechos 2) y desde entonces ha estado al alcance de todos los que aceptan a Jesús como Salvador.
Lo que es más importante recordar en relación con los eventos de este día—ya sea que se considere como el séptimo o como el octavo día de la fiesta—es el hecho de que el Señor, lejos de apartarse de las personas, muchas de las cuales lo habían rechazado de una forma u otra, hace su cariñosa invitación: “Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beba”. Se estaba cumpliendo la profecía de una manera notable. Unos cinco siglos y medio antes Hageo había apremiado al remanente que había regresado a que reiniciaran la obra de la reconstrucción del templo. Para animar a los que lamentaban el aspecto insignificante del nuevo edificio incluso en el mismo comienzo, el profeta sirvió de instrumento para comunicar el siguiente mensaje de Jehová, palabra llena de consuelo y aliento:
“De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos” (Hag. 2:6–9).
Este pasaje, que en sus implicaciones más profundas es una gloriosa profecía mesiánica, debe haberse pronunciado no lejos del lugar mismo en que Jesús se encontraba en estos momentos; es decir, más de cinco siglos después. El momento en que se transmitió también es muy notable. Hageo comunicó este mensaje de aliento “en el mes séptimo, a los veintiún días del mes”. Y cuando Jesús cumplió en cierta medida esta profecía y trató de persuadir a los sedientos a que vinieran a él para beber, fue también en el séptimo mes, en el vigésimo primer o vigésimo segundo día del mes.
Aunque no se puede demostrar con certeza matemática, debe considerarse como muy probable que la invitación que Jesús hizo (7:37) tuvo cierta relación con el sacar agua del estanque de Siloé. En todos los siete días de la fiesta un sacerdote llenaba una jarra de oro con agua de ese estanque. Acompañado de una solemne procesión, volvía al templo y, en medio del toque de trompetas y de gritos de las alegres multitudes, la derramaba en un embudo que terminaba en la base del altar de los sacrificios encendidos. El pueblo estaba jubiloso. Esta ceremonia no sólo les recordaba las bendiciones otorgadas a los antepasados en el desierto (el agua de la roca), sino que también apuntaba hacia la abundancia espiritual de la era mesiánica.
La voz de Jesús, fuerte y clara, “Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beba”, pudo haberse oído inmediatamente después de completarse el rito simbólico de derramamiento de agua y del canto de las conocidas palabras del Salmo 118, o también en un día en que, según muchos, no hubo ninguna ceremonia similar. Era como si deseara decir, “¿No se dan cuenta de que esa agua me señala, y que todos esos recordatorios de la vida de los antepasados en el desierto pierden su significado vital si no se me tiene en cuenta?
En una tierra donde el agua no está siempre al alcance de todos y el calor lo puede hacer sentir a uno muy incómodo, el agua es “lo más necesario” en el medio físico.165 Es en consecuencia, un símbolo adecuado de la salvación, de la vida eterna. Hablando en forma metafórica, en un sentido todos los hombres tienen sed; es decir, por naturaleza todos carecen del agua de vida. En otro sentido, sólo tienen sed los que han sido regenerados y han recibido el llamamiento interno. Como resultado de la acción de la gracia soberana de Dios en su corazón, sienten la necesidad del agua espiritual. Si bien, en consecuencia, la invitación hace al oyente responsable, sólo aquellos que el Padre ha dado a Jesús acudirán de hecho a beber. En las palabras “venga a mí y beba”, tenemos dos imperativos que deberían considerarse como aoristos presentes. Cuando alguien bebe de la Fuente, Cristo, nunca vuelve a tener sed (4:14; 6:35).
CONCLUSION:
                               La idea general del pasaje resulta, desde luego, perfectamente clara: no sólo reciben satisfacción duradera para sí mismos—vida eterna, salvación plena y gratuita—los que beben de la Fuente, Cristo, (la idea expresada en 4:14), sino que además, se comunica la vida a otros en forma abundante. El que recibe la bendición se convierte, por la gracia soberana de Dios, en canal de bendiciones abundantes para otros. La iglesia proclama el mensaje de salvación, y de esta manera son reunidos los elegidos de todo lugar y nación.
Esto, como se ve con claridad por todo el Nuevo Testamento—sobre todo por el libro de Hechos—se hizo realidad en un sentido especial en el momento del derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés y también después. En cuanto al significado de Espíritu, véase sobre 13:21. Cuando el Espíritu, como persona, hizo de la nueva Sion su morada central, la iglesia se volvió internacional. Por ello no nos sorprende leer: Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él. Es cierto que la tercera persona de la Trinidad existía desde toda la eternidad e hizo sentir su influencia mucho antes de Pentecostés (cf. 3:3, 5); pero aún no estaba presente el Espíritu, en el sentido ya indicado; y la razón era que Jesús no había sido aún glorificado. Así como los creyentes no pueden ser la mayor bendición que existe para el mundo hasta que el Espíritu Santo venga a ellos (Hch. 1:8), tampoco ese Espíritu podía venir hasta que Jesús fuera glorificado (véase sobre 16:7). El Antiguo Testamento relaciona el flujo de torrentes de bendición con la venida del Espíritu Santo. Es muy claro, sobre todo Is. 44:3.