martes, 15 de julio de 2014

La revelación del Mesías


Lección Domingo 20 de julio de 2014

JUAN 9: 35 AL 41
MATEO 13: 15 Y 16


INTRODUCCIÓN
    
    Es muy posible que este hombre se diera cuenta de que no tenían interés personal en ser discípulos del Señor. No obstante, ante la insistencia casi absurda de una explicación, con sarcasmo les pregunta si acaso ellos también estaban interesados en seguir a Jesucristo.

   El ex-ciego recién había hallado su nueva fe y aún era inmaduro espiritualmente. Sin embargo, comienza a argumentar con vehemencia con estos enemigos religiosos del Señor Jesús. Los nuevos cristianos, en su afán de compartir a Cristo con los demás, se involucran a veces en discusiones que no conducen a mucho. Sin embargo, es un ejercicio saludable para su nueva fe. Este ciego se transformó en un león defendiendo al Señor.

    Notemos que los fariseos no pudieron discutir más con el ex-ciego. Además, tenían la mente cerrada a cualquier evidencia que pudiera presentar el hombre. No tenían interés alguno en alegrarse por su nuevo estado de sanidad sino que critican su estado anterior: “Nació del todo en pecado” (34) ¿Cuál fue el resultado? Abusaron de él, lo amenazaron e insultaron, y por fin lo expulsaron de en medio de ellos. Cuando testifiquemos de Jesucristo, no nos extrañemos de la oposición y las burlas.


DESARROLLO

     Jesús, el buen pastor (véase capítulo 10), se interesa no sólo por el cuerpo sino también por el alma de aquéllos a los cuales salva. De modo que, habiendo oído que habían expulsado a este hombre de la sinagoga, el Señor lo busca y encuentra. Una vez encontrado, Jesús le pregunta, “¿Crees en el Hijo del Hombre?” El contexto indica claramente que la expresión “creer en” en  el caso presente indica verdadera fe; en otras palabras, “¿Confías totalmente—para vida y muerte—en el Hijo del Hombre? ¿Confías en él, y te entregas totalmente a él respecto al presente y al futuro, tanto para tus necesidades materiales como para las espirituales?

   Antes de poder responder a la pregunta, el hombre siente la necesidad de saber quién podría ser este Hijo del Hombre—este Mesías. La razón es, desde luego, que en este versículo el ciego de nacimiento se dirige a alguien cuya identidad todavía no ha sido revelada con claridad, aunque puede haber sospechado que era Jesús. Literalmente la respuesta de Jesús es, “Tú lo has visto a él y aquél que habla contigo, él es”. En palabras que son casi idénticas a las que se encuentran en 4:26 Jesús se revela a sí mismo a este hombre como el verdadero Mesías, como el Hijo del Hombre.

(v.38) Consciente ahora en forma total del hecho de que aquel que le ha hablado es el mismo que lo curó, a saber, Jesús, en quien con sorpresa total pone su mirada (¡Qué privilegio es poder ver!); y reconociendo en Jesús al Mesías, al mismo Hijo del Hombre, quien es también Hijo de Dios y por consiguiente el objeto propio de adoración, el hombre cae de rodillas y rinde adoración religiosa a su Benefactor.

(v.39) Cuando Jesús ve a este hombre de rodillas en actitud de culto genuino, y compara esta condición humilde y confiada con la hostilidad y obstinación de los fariseos, ve que su venida a este mundo produce dos efectos diametralmente opuestos. Algunos lo reciben con gozo y son recompensados. Otros lo rechazan y son castigados. Esta recompensa y este castigo son su juicio (véase Juan 3:17) sobre aquéllos que entran en contacto con él. Por esta razón puede decir, “Para juicio yo vine a este mundo”. Véase sobre 3:19–21. Vino con el propósito de pronunciar su veredicto autoritario y llevarlo a efecto en estos dos grupos tan marcadamente contrastantes.

        El aspecto beneficioso  de este juicio se expresa en las palabras: “para que los que no ve, vean”; es decir, a fin de que los que carecen de la luz de la salvación (que están sin verdadero conocimiento de Dios, sin justicia, sin santidad, sin gozo), y que lamentan su condición, y, por la gracia preparatoria de Dios, sienten el anhelo de recibir la luz, puedan ser colocados en plena posesión de la misma. El que había nacido ciego y ahora podía ver tanto física como espiritualmente ilustra este punto. Sigue luego el aspecto disciplinario de este juicio: y los que ven, sean cegados; es decir, a fin de que aquéllos que dicen constantemente, “vemos” (9:41), pero que se engañan a sí mismos rechazando la luz, puedan al fin ser completamente separados de ella. Piénsese en los fariseos, quienes se endurecen cada vez más.

40, 41. ¿Se reunieron en torno a él algunos de los fariseos a fin de continuar la discusión? Así parece, porque leemos: Algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron con burla y desprecio arrogantes: ¿Ciertamente nosotros no somos también ciegos, verdad? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos no tendríais pecado; es decir, si no sólo estuvierais sin la luz (el verdadero conocimiento de Dios, la santidad, la justicia y el gozo) sino también conscientes de esta condición deplorable y anhelando vehementemente la salvación de Dios, de nada se los acusaría. Prosigue: Más ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece. En otras palabras, “Si no veis lo grande de vuestros pecados y miserias, no podéis gozar de verdadero consuelo”. Vuestro pecado permanece, porque habéis rechazado la salvación de Dios.


CONCLUSIÓN

      Antes de dar por terminado nuestro estudio de este capítulo maravilloso, haremos bien en leerlo otra vez. Si lo leemos con cuidado y atención, veremos el más precioso progreso en el conocimiento de aquel hombre que había estado ciego hasta que se encontró con Jesús.
       El relato se puede esquematizar como sigue:
I.    Un mendigo de Jerusalén es sanado de su ceguera congénita (9:1–7).
II.  Los vecinos lo interrogan (9:8–12).
III.Los líderes judíos lo interrogan y lo expulsan de la sinagoga (9:13–34).
IV.  Jesús lo encuentra, y, en su condición de Hijo del Hombre, se revela a él (9:35–38).
V.   Él es contrastado con los fariseos, voluntariamente enceguecidos, (9:39–41).
  
    Una de las cosas maravillosas que pasan con Jesús es que, a medida que le vamos conociendo más, nos parece más grande. El problema con muchas relaciones humanas es que a menudo, cuanto más conocemos a una persona, más fallos y debilidades le descubrimos. Pero con Jesús nos ocurre exactamente lo contrario: cuanto más le conocemos, más maravilloso nos parece; y eso será cierto, no sólo en el tiempo, sino en la eternidad.

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