Estudio para esta Semana (Domingo 13 de julio)
JUAN 9: 24 AL 34
ISAÍAS 29:19
INTRODUCCIÓN
Los fariseos eran dirigentes religiosos, educados, pero al mismo tiempo ignorantes en cuanto a las cosas de Dios. Estos “sabios” carecían de una relación personal con el Creador.
El pobre ciego no contaba con cultura religiosa pero había tenido una experiencia personal con Dios. Cuando un cristiano testifica de su fe, tal vez algunos quieran argumentar intelectualmente y ese cristiano especialmente si es un nuevo creyente no cuente con palabras adecuadas para brindar una explicación. Lo mejor es responder como lo hizo el ciego: Yo no sé esto ni sé aquello, pero una cosa sí sé: yo era un esclavo, un ciego, un pecador, y ahora soy libre y feliz en Jesucristo. No sé nada más, y realmente poco me importa.
DESARROLLO
Cada frase que decía el hombre nacido ciego, suscitaba una tirantez cada vez mayor. Los fariseos habían rechazado por completo la creencia de que Jesús fuera profeta de Dios. Algunos, incluso, dudaban de que aquel hombre fuera el mismo que solía sentarse a mendigar. Por lo tanto, llamaron a los padres de éste y los interrogaron. Les preguntaron:
“¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?”
Los padres del hombre estaban aterrorizados. A ellos no les gustaba quedar en evidencia ni atraer la atención hacia sí mismos, y la situación entera les asustaba. Incluso, habían oído decir que si alguien decía algo positivo acerca de Jesús, era expulsado de la sinagoga (9.22). Como estaban temerosos de que perderían a sus amigos, a sus familiares, y su modo de ganarse la vida, este padre y esta madre (los cuales hacía tiempo había abandonado a su hijo a una vida de mendicidad) una vez más lo abandonaron en medio del conflicto.
Esto fue lo que dijeron: “… edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo” (9.21). Aquel podía haber sido el día más feliz de sus vidas, pues al hijo de ellos se le había concedido el don de la vista. Sin embargo, fue un día de terror y de vergüenza.
Nuevamente, los investigadores se volvieron al hombre y le pidieron que explicara cómo era posible que él ahora viera. “Da gloria a Dios”, le exigieron. Esta expresión no tenía nada que ver con la adoración o alabanza a Dios. Más bien, era la manera como los judíos quería dar a entender: “¡Di la verdad!”. Era la manera como se le podía hablar a un criminal que todavía no había confesado algún crimen, el cual todo el mundo estaba seguro de que él había cometido. Las palabras de ellos eran una señal de una frustración cada vez mayor, y del enojo e impaciencia de ellos para con el hombre que había nacido ciego.
Como ya lo hemos visto anteriormente, cuando el hombre les respondió a los que le cuestionaban, él lo hizo con certeza y mostrándose calmo y lleno de seguridad. Esto fue lo que les dijo: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo sido yo ciego, ahora veo” (9.25). Había muchos aspectos del debate religioso, en el cual este hombre no hubiera podido estar tan bien parado. Al verse amenazado, se atuvo a los hechos: “… una cosa sé,… habiendo sido ciego, ahora veo”.
(9.26–34) Como estaban frustrados por el obstinado empeño del hombre que había nacido ciego, los fariseos comenzaron todo el interrogatorio nuevamente (9.26). Como le hacían la misma pregunta una y otra vez, el hombre comenzó a ponerle algo de sarcasmo a la situación. Les preguntó a los líderes judíos si ellos le estaban haciendo preguntas nuevamente, debido a algún interés que ellos tuvieran en Jesús, y a que querían convertirse en discípulos de éste (9.27). Como era de adivinar, se pusieron furiosos. Luego, cuando tenía la última oportunidad de hablarles, les señaló cuán ilógico era su razonamiento a algunos de los más brillantes y mejor instruidos pensadores de todo Israel. Sostuvo que nadie había visto un milagro tan grandioso, como la sanidad de un hombre que había nacido ciego. No había duda de que este milagro tenía que venir de Dios; sin embargo los fariseos, que se creían tan cercanos a Dios, no tenían idea de dónde era Jesús ni de lo que éste había hecho. La audaz conclusión a la que el hombre llegó, fue que si Jesús no era de Dios, él no hubiera hecho una cosa así. En esencia, esto fue lo que dijo: “Él viene de Dios” (9.33). Después de haber sido avergonzados por el hombre nacido ciego, los fariseos explotaron en furia y dieron comienzo a un bombardeo verbal.
¿Cómo se atrevía aquel hombre a darles instrucciones a ellos? Él ignoraba la ley y no era alguien en quien se podía confiar que pensara responsablemente. Además, declararon ellos, él había nacido completamente en sus pecados. Cuando ellos terminaron su diatriba verbal, “le expulsaron” (9.34). Aparentemente, le hicieron lo que sus padres habían temido que le hicieran a ellos: lo echaron de la sinagoga.
CONCLUSIÓN
La experiencia del hombre nacido ciego nos recuerda que la fe en Jesús puede algunas veces complicar nuestras vidas. ¿De dónde será que habremos sacado la idea de que Jesús siempre hace la vida más simple? La luz no puede coexistir con las tinieblas sin que haya incomodidad. La fe no siempre hace que las familias tengan más paz; en ciertos momentos pueden suscitarse más conflictos. La fe no siempre hace más tranquilos los matrimonios; en ciertos momentos ella es la fuente más grande de conflictos. La fe no siempre facilita las cosas en el trabajo; en ciertos momentos hará que alguna persona sea despedida. Jesús dijo lo siguiente una vez:
¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra?
Os digo: No, sino disensión. Porque de
aquí en adelante, cinco en una familia estarán
divididos, tres contra dos, y dos contra tres.
Estará dividido el padre contra el hijo, y el hijo
contra el padre; la madre contra la hija, y la hija
contra la madre; la suegra contra su nuera, y la
nuera contra su suegra (Lucas 12.51–53).
No hay comentarios:
Publicar un comentario