viernes, 22 de agosto de 2014

Estudio Domingo 24 de Agosto

JUAN 11: 1 AL 16
MARCOS 5:39

INTRODUCCIÓN
        Una de las cosas más preciosas del mundo es tener una casa y un hogar al que uno puede ir en cualquier momento, y encontrar descanso y comprensión  paz y amor. Eso era doblemente cierto en el caso de Jesús, porque Él no tenía un hogar suyo propio; no tenía donde reclinar la cabeza (Lucas 9:58). En el hogar de Betania encontró algo de todo eso. Había allí tres personas que le amaban; y allí podía encontrar descanso de las tensiones de la vida.
      El mayor regalo que se puede hacer es dar comprensión y paz. El tener alguien al que uno puede acudir en cualquier momento sabiendo que no se reirá de nuestros sueños ni malentenderá nuestras confidencias es lo más maravilloso del mundo. Es una posibilidad para todos nosotros el tener un hogar así. No hace falta mucho dinero, ni requiere una hospitalidad exquisita. Sólo se necesita un corazón comprensivo. Nadie puede tener nada mejor que ofrecer a sus semejantes que el don del reposo para unos pies cansados, como ha dicho alguien; y eso era lo que Jesús encontraba en la casa de Betania en la que vivían Marta y María y Lázaro.
DESARROLLO
      (vv 1-5) Cuando Jesús llegó a Samaria sabía que, le pasara lo que le pasara a Lázaro, Él tenía poder para resolverlo. Pero, en un principio, se limitó a decir que aquella enfermedad se había presentado para la gloria de Dios y suya. Ahora bien: eso era cierto en dos sentidos, y Jesús lo sabía.
1..La curación permitiría sin duda a la gente ver la gloria de Dios en acción.
2..Pero había algo más. Una y otra vez en el Cuarto Evangelio, Jesús habla de su gloria en relación con la Cruz. Juan nos dice en 7:39 que el Espíritu no había venido todavía porque Jesús todavía no había sido glorificado, es decir, porque aún no había muerto en la Cruz. Cuando acudieron a Él los griegos, Jesús dijo: < Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado» (Juan 12:23). Y era de la Cruz de lo que estaba hablando, porque inmediatamente dijo que el grano de trigo tiene que caer en la tierra y morir para llevar fruto. En Juan 12:16, Juan dice que los discípulos se acordaron de estas cosas después que Jesús fue glorificado, es decir, después de su muerte y resurrección. Está claro en el Cuarto Evangelio que Jesús veía la Cruz como su suprema gloria y como su camino a la gloria. Así que, cuando dijo que la curación de Lázaro le glorificaría, estaba dando muestras de que sabía perfectamente bien que el ir a Betania y devolverle la salud, y la vida, a Lázaro, era dar un paso que le conduciría a la Cruz. Y así fue. Con los ojos abiertos Jesús aceptó la Cruz para ayudar a su amigo. Sabía el precio, y estaba dispuesto a pagarlo.
    (vv 6-10) Puede que encontremos extraño que Jesús se quedara otros dos días enteros donde estaba después de recibir la noticia de la enfermedad de Lázaro. Los comentaristas han sugerido diversas razones para explicar este retraso.
1...Se ha sugerido que Jesús esperó para que, cuando llegara a Betania, Lázaro ya estuviera muerto sin lugar a duda.
2...Se ha sugerido que Jesús esperó porque el retraso haría mucho más impresionante el milagro que se proponía realizar. La maravilla de resucitar a un hombre que llevaba cuatro días muerto sería mucho mayor.     La verdadera razón por la que Juan nos cuenta la historia de esta manera es que él nos presenta siempre a Jesús tomando la iniciativa por su cuenta, no por imposición de nadie ni de las circunstancias.
       Cuando convirtió el agua en vino en Caná de Galilea (Juan 2:1- 11), Juan nos presenta a María acudiendo a Jesús y contándole el problema; y la primera respuesta de Jesús fue: < No te preocupes por eso. Déjame resolverlo a mi manera.» Entra en acción, no porque le convencen u obligan otros, sino siempre por propia iniciativa. Cuando Juan nos relata que los hermanos de Jesús trataron de desafiarle para que fuera a Jerusalén (Juan 7:1- 10), nos presenta a Jesús, primero, rehusando ir a Jerusalén; y luego, yendo cuando Él lo decidió por Sí. Juan se propone siempre hacernos ver que Jesús hacía las cosas, no obligado por nada, sino porque lo decidía por sí mismo y en su momento. Eso es lo que vemos aquí también. Es una advertencia para nosotros. Muchas veces quisiéramos que Jesús interviniera de cierta manera y cuando nosotros decimos; hemos de aprender a dejarle intervenir como y cuando Él decida.
    Por último, cuando Jesús anunció la vuelta a Judea, sus discípulos se sorprendieron y espantaron. Se acordaban de que, la última vez que había estado allí, los judíos habían estado buscando la manera de matarle.
    El volver a Judea entonces les parecía, como se puede comprender, la manera más segura de cometer suicidio. Entonces Jesús dijo algo que encierra una gran verdad de valor permanente: «¿No tiene el día doce  horas?»
    Esta pregunta implica tres grandes verdades.
(i) Un día no puede terminar antes de tiempo. Tiene doce horas que transcurren no importa lo que suceda. La duración del día es fija, y nada lo acortará o alargará. En la economía de Dios del tiempo, cada persona tiene
su día, corto o largo.
(ii) Si el día tiene doce horas, hay tiempo suficiente para lo que una persona tiene que hacer, sin andarse con prisas.

(iii) Pero, aunque haya doce horas en el día, hay sólo doce horas. No se pueden prolongar; y, por tanto, no hay que perder el tiempo. Hay bastante tiempo, pero no demasiado. Hay que «redimir el tiempo» (Efesios 4:16)

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