martes, 12 de agosto de 2014

Uno con el Padre


Lección Domingo 17 de Agosto de 2014

JUAN 10:31 AL 42
JUAN 5:36

INTRODUCCIÓN
      La afirmación de Jesús, en el sentido de que él y el Padre eran uno, fue más de lo que los judíos podían soportar.

Ellos comenzaron a tomar piedras (10.31), pues, ¡estaban lo suficientemente furiosos como para apedrearlo allí mismo en el templo! Convencidos de que las palabras de Jesús constituían una blasfemia, ellos se creían justificados en lo que hacían. A pesar de las piedras que sus acusadores tenían en sus manos, Jesús continuó proclamando la verdad de sus afirmaciones en el sentido de ser el Hijo de Dios.

DESARROLLO
     (vv31 al 38)Otra vez trataron de apoderarse de Él por la violencia, pero Él se les escapó de las manos. Para los judíos, la afirmación de Jesús de que Él y el Padre eran una misma cosa era blasfemia. Era invadir una persona humana el lugar que sólo correspondía a Dios. La ley judía establecía la pena de lapidación por el pecado de blasfemia. « El que blasfemare el nombre del Señor, ha de ser muerto; toda la congregación le apedreará» (Levítico 24:16). Así es que empezaron a prepararse para apedrear a Jesús. El texto original quiere decir que se pusieron a recoger piedras para lanzárselas.

Jesús arrostró su hostilidad con tres razones:

(1) Les dijo que había estado haciendo obras maravillosas todo el tiempo: sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos y consolando a los afligidos; obras tan llenas de benevolencia, poder y belleza que no podían venir sino de Dios.
¿Por cuál de todas ellas le querían apedrear? Y ellos respondieron que no era por nada de lo que había hecho, sino por lo que pretendía ser.

(2) Pretendía ser el Hijo de Dios. Para resistir su ataque, Jesús usó dos razonamientos. El primero era típicamente judío, por lo que nos cuesta entenderlo. Jesús citó el Salmo 82:6, que es una advertencia a los jueces injustos para que abandonen los malos procedimientos y defiendan a los pobres y a los inocentes. La exhortación acaba: «Yo digo: Sois dioses, hijos del Altísimo todos vosotros.» El juez es un delegado de Dios para ser un dios para el pueblo. Esta idea se descubre claramente en algunas de las disposiciones del Éxodo 21:1- 6. Dice que el siervo hebreo es libre al séptimo año, a menos que quiera seguir como siervo el resto de su vida. La versión Reina-Valera pone en el versículo 6: «Entonces su amo le llevará ante los jueces.»  Pero, en hebreo, la palabra que se traduce por jueces es realmente elóhim, que quiere decir Dios o dioses. La misma forma de expresión se usa en Éxodo 22:9, 28. Hasta la Escritura llamaba dioses a las personas especialmente comisionadas por Dios para ciertas tareas. Entonces Jesús dice: « Si la Sagrada Escritura puede hablar así acerca de ciertos hombres, ¿por qué no puedo hablar Yo así acerca de Mí?»

Jesús afirmaba dos cosas acerca de sí mismo:

(a) Que Dios le había consagrado para una tarea especial.
     La palabra para consagrar es haguiazein, el verbo correspondiente al adjetivo haguios, que quiere decir Santo. (Reina-Valera, santificar). Esta palabra contiene la idea de que la persona, lugar o cosa a los que se aplica, son diferentes de los demás, precisamente porque Dios los ha apartado para un uso o propósito distinto y, por tanto, le pertenecen de una manera especial. Así, por ejemplo, el sábado es santo (Éxodo 20:11), el altar es santo (Levítico 16:19), los sacerdotes son santos (2 Crónicas 26:18), el profeta es santo (Jeremías 1:5). Cuando Jesús dijo que Dios le había consagrado, le había hecho santo, quería decir que le había apartado de los
demás seres humanos, porque Le había asignado una tarea especial, y Él lo sabía.

(b) Que Dios le había comisionado y enviado al mundo. La palabra que se usa es la que se usaría para enviar un mensajero o un embajador o un ejército. Jesús no pensaba simplemente que había venido al mundo, sino que había sido enviado al mundo. Su venida había sido una acción de Dios; y Él había venido para hacer la tarea que Dios le había encargado.
   Así es que Jesús quería decir: En el pasado, la Escritura podía llamar dioses a los jueces, porque eran comisionados por Dios para traer su verdad y justicia al mundo. Ahora, Yo he sido separado para una tarea especial, y he sido comisionado por Dios para venir al mundo. ¿Cómo podéis objetar a que me llame Hijo de Dios? No digo nada más que lo que dice la escritura.  Este es uno de esos razonamientos bíblicos cuya fuerza nos resulta difícil de captar, pero que sería absoluta mente irrefutable para los rabinos judíos.

(3) Jesús prosiguió proponiendo la prueba del fuego. < No os pido les dijo realmente  que aceptéis mi palabra. Os pido que aceptéis mis obras.» Se pueden discutir las palabras, pero no las obras. Jesús es el Maestro perfecto porque no basa su autoridad en lo que dice, sino en lo que hace. Lo que proponía a los judíos era que basaran su veredicto sobre Él, no en lo que decía, sino en lo que hacía; y esa es la prueba del fuego que sus seguidores deben estar dispuestos a aceptar y proponer. La pena es que sean tan pocos los que la resistan, y aún menos los que la propongan.
(vv39) Los oponentes de Jesús trataron de prenderle, pero él se les escapó y terminó siendo el “ganador” de otra disputa con los líderes judíos. Jesús continuó demostrando que él pondría su vida en el momento que él lo decidiera, no cuando sus oponentes pensaban que podían arrebatársela (10.17–18). No se nos dice cómo fue que Jesús lo logró, pero de alguna manera él “se escapó de sus manos” (10.39).

(vv40 al 42) A Jesús se le iba acabando el tiempo; pero Él conocía su hora. No desafiaba el peligro ni se jugaba la vida temerariamente; ni evitaba cobardemente el peligro para conservar la vida. Pero anhelaba la tranquilidad antes del combate definitivo. Siempre se preparaba para enfrentarse con los hombres encontrándose antes a solas con Dios. Para eso se retiró al otro lado del Jordán. No era una evasión. Estaba sólo preparándose para la contienda final.  El lugar al que se dirigió es sumamente significativo. Se fue al lugar en que Juan había bautizado a los que venían a él y recibían su mensaje, donde Jesús mismo había sido bautizado. Allí había sido donde había escuchado la voz de Dios, que le aseguraba que había hecho la debida decisión y escogido el camino correcto. Es absolutamente recomendable y loable el volver de cuando en cuando al punto en el que se han experimentado las realidades más significativas y se han hecho las decisiones más definitivas de la vida.

    Jesús, antes de llegar al final de Su misión terrenal, volvió al lugar que había sido su punto de partida. Pero también allí, al otro lado del Jordán, los judíos vinieron a Él, y también ellos se acordaron de Juan. Recordaban que les había hablado con palabras de profeta, pero no había hecho ninguna obra maravillosa. Se dieron cuenta de que había una gran diferencia entre Juan y Jesús. A la proclama poderosa de Juan, Jesús había añadido la manifestación del poder de Dios. Juan había diagnosticado correctamente la situación, pero Jesús había aportado el poder para remediarla. Aquellos judíos habían reconocido que Juan era un profeta; ahora se daban cuenta de que todo lo que Juan había anunciado acerca de Jesús se había confirmado; y, en consecuencia, muchos de ellos creyeron.

CONCLUSIÓN
    La totalidad del episodio anterior tuvo lugar durante la fiesta de dedicación. Es irónico que, precisamente cuando Jesús se hizo presente para celebrar el que Dios liberara a su pueblo, ese mismo pueblo lo tratara de inicuo blasfemador. Los líderes judíos lo consideraban un hombre peligroso y un vil hereje. No se daban cuenta de que Jesús pronto iría a la cruz para proporcionarles verdadera liberación. No se daban cuenta de que él pronto derramaría su propia sangre —no la sangre de animales— para la purificación de su pueblo. No apreciaban el hecho de que era al Cordero de Dios sin pecado y sin mancha, al cual trataban de matar ese día. ¡Hoy día podemos considerar esos mismos hechos desde la perspectiva en que nos encontramos, y sabemos que ellos constituyen la
esencia del evangelio!

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