Domingo 10 de Agosto de 2014
JUAN 10:22 AL 30
2° TIMOTEO 2:19
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
(vv.22 al 28) Detrás de esa pregunta había
dos actitudes mentales. Había algunos que genuinamente querían saberlo, y
esperaban anhelantes la respuesta. Pero había otros que, sin duda, usaban
aquella pregunta como una trampa. Querían inducir engañosamente a Jesús a que
hiciera una declaración que se pudiera tergiversar, ya fuera para convertirla
en un delito de blasfemia aceptable para sus tribunales, o en una acusación de
insurrección de la que se encargaría el gobernador romano.
La respuesta de Jesús fue que ya les había
dicho quién era. Es verdad que no lo había dicho con todas sus letras; porque,
según nos cuenta la historia Juan, Jesús había presentado sus credenciales en
privado. A la Samaritana se le había revelado como el Mesías (Juan 4:26), y al
que había nacido ciego, como el Hijo del Hombre (Juan 9:37). Pero hay algunas
declaraciones que no hay por qué hacer de palabra, especialmente a una
audiencia cualificada para percibirlas. Había dos cosas acerca de Jesús que le
colocaban más allá de toda duda, las expresara con palabras o no. (v.25)La primera eran sus obras. Había
sido la visión de la edad de oro que había tenido Isaías: «Entonces los ojos de
los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se destaparán. Entonces el
cojo saltará como un ciervo, y cantará de gozo la lengua del mudo» (Isaías
35:5- 6).
Cada uno de los milagros de Jesús era una
prueba de que había venido el esperado Mesías. (v.27)La segunda eran Sus palabras. Moisés había anunciado que Dios
levantaría a un Profeta al que el pueblo tendría que oír (Deuteronomio 18:15).
El mismo acento de autoridad con que hablaba Jesús, la manera regia en que
abrogó la antigua ley y puso en su lugar sus enseñanzas, eran una prueba
fehaciente de que Dios hablaba por medio de Él.
Las palabras y las obras de Jesús eran una
demostración de que Él era el Ungido de Dios. Pero la inmensa mayoría de los
judíos no habían aceptado esas pruebas. Como hemos visto, las ovejas de Palestina
conocían la llamada especial de su propio pastor, y la obedecían; esos no eran
del rebaño de Jesús. En el cuarto evangelio subyace la doctrina de la
predestinación. Las cosas suceden siempre como Dios las había programado. Juan
está diciendo realmente que aquellos judíos estaban predestinados para no
seguir a Jesús. De una manera o de otra todo el Nuevo Testamento mantiene en
equilibrio dos ideas aparentemente opuestas: el hecho de que todo sucede
conforme al propósito de Dios y, al mismo tiempo, que la libertad humana es
responsable. Esos judíos se habían hecho a sí mismos tales que estaban
predestinados para no aceptar a Jesús; y sin embargo, según Juan, eso no los
hace en nada menos condenables.
(vv.28)
Pero, aunque la mayoría no aceptaron a Jesús, algunos sí; y a ellos Jesús les
prometió tres cosas.
(i)
Les prometió la vida eterna. Les prometió que, si le aceptaban como Maestro y Señor, si
llegaban a ser de su rebaño, toda la pequeñez de la vida terrenal se pasaría, y
conocerían la gloria y la magnificencia de la vida de Dios.
(ii)
Les prometió una vida que no tendría fin. La muerte no sería el fin, sino un
nuevo principio; conocerían la gloria de una vida indestructible.
(iii)
Les prometió una vida segura. Nada los podría arrebatar de su mano. Eso no quería decir
que no experimentarían la aflicción, el sufrimiento y la muerte; sino que, en
los más dolorosos momentos y en las horas más oscuras se darían cuenta de que
los brazos eternos estarían sosteniéndolos y rodeándolos. Aun en un mundo que se
precipita al desastre experimentarían la serenidad de Dios.
(vv.29
y 30) Ahora
llegamos a la suprema afirmación: « Yo y el Padre somos uno solo,» dijo Jesús.
¿Qué quería decir? ¿Es un misterio absoluto, o podemos entender por lo menos un
poquito de ello? ¿Tiene uno que ser un teólogo o un filósofo para captar aunque
sólo sea un fragmento del sentido de esta tremenda afirmación?
Si vamos a la misma Biblia en busca de
interpretación, encontramos que es, de hecho, tan sencillo que la mente más
sencilla lo puede comprender. Vayamos
al capítulo 17 del evangelio de Juan, que nos transcribe la oración de Jesús por sus
seguidores antes de ir a su muerte: «Padre Santo, mantenlos en tu nombre a los
que me has dado, para que sean una sola cosa, como lo somos nosotros» (Juan
17.11). Jesús concebía la unidad de los cristianos unos con otros como la misma
que había entre Él y Dios. En el mismo pasaje de Juan 17: 20-22. Jesús está
diciendo sencillamente y con una claridad que nadie puede dejar de comprender
que la finalidad de la vida cristiana es que los cristianos sean una sola cosa
como Él y el Padre son una sola cosa.
¿Cuál es la unidad que debe existir entre
cristiano y cristiano? Su secreto es el amor (Juan 13:34). Los cristianos son
una sola cosa porque se aman; de la misma manera que Jesús es una sola cosa con
Dios porque le ama.
Pero podemos ir más adelante. ¿Cuál es la
única prueba del amor? Vayamos otra vez a las palabras de Jesús en Juan 15:10.
Juan 14:23-24. Juan 14:15. Juan 14:21.
El vínculo de la unidad es el amor, y la
prueba del amor es la obediencia. Los cristianos son una sola cosa unos con
otros cuando se mantienen unidos por el amor y obedecen las palabras de Cristo.
Jesús era una sola cosa con Dios porque le amaba y obedecía como ningún otro.
Su unidad con Dios fue la unidad del perfecto amor manifestado en la obediencia
perfecta.
Cuando Jesús dijo: « Yo y el Padre somos
una sola cosa,» no se estaba moviendo en el mundo de la filosofía y de las
abstracciones, sino en el de las relaciones personales. Nadie puede entender de
veras lo que quiere decir una frase como «una unidad de esencia»; pero
cualquiera puede entender lo que es la unidad de corazón. La unidad de Jesús
con Dios venía del perfecto amor y la perfecta obediencia. Jesús era una sola
cosa con Dios porque le amaba y obedecía perfectamente; y vino a este mundo
para hacernos lo que Él es.
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