LECCIÓN DOMINGO 05 DE OCTUBRE DE 2014
JUAN 12: 12
al 19
ZACARIAS 9:9
INTRODUCCIÓN
Al comienzo del texto bajo estudio en esta
lección, hallamos a Jerusalén agitada por el entusiasmo que despierta la fiesta
de la pascua y a las multitudes ilusionadas con la llegada de Jesús. ¿Cómo
vendría? ¿Qué haría? ¿Era este el momento cuando anunciaría que él era el tan
largamente esperado Mesías y se convertiría en Rey de Israel? Todo mundo
hablaba acerca de Jesús.
DESARROLLO

Por entonces, Jerusalén y todos los pueblos de
alrededor estaban abarrotados de peregrinos. En cierta ocasión se hizo un censo
de los corderos que se mataron para la fiesta de la Pascua, y se alcanzó la
cifra de 256.000.
Tenían que ser un mínimo de diez personas por cordero; así que, si los números
eran correctos, tiene que haber habido unas 2,700.000 personas en Jerusalén y
alrededores aquel año. De modo que, aunque la cifra fuera exagerada, sigue
siendo verdad que la población de Jerusalén se multiplicaba en esas fechas.
Se habían divulgado noticias y rumores de que
Jesús, el que había resucitado a Lázaro, estaba de camino hacia Jerusalén.
Había dos multitudes: la que acompañaba a Jesús desde Betania, y la que salió a
su encuentro de Jerusalén; y deben de haber fluido juntas como una doble marea
de la mar. Jesús llegaba cabalgando en un borriquillo. Cuando la gente le
encontraba, le recibía como a un conquistador. Y la vista de la tumultuosa
bienvenida sumió a las autoridades en las profundidades de la desesperación;
porque parecía que nada de lo que ellos hicieran podía detener la avalancha de
los seguidores de Jesús. Este incidente evangélico es tan importante que debemos
hacer todo lo posible para comprender qué fue exactamente lo que sucedió.
(i) Algunos de la
multitud no eran más que espectadores. ¡Ahí
iba uno que, según se decía, había resucitado a un muerto! Y muchos habían
salido, sencillamente, a ver a una figura sensacional. Siempre es posible
atraer gente por un tiempo con sensacionalismo y una publicidad astuta; pero no
suele durar. Muchos de los que aquel día consideraban a Jesús sensacional,
aquella misma semana pedirían su muerte.
(ii)
Muchos de la multitud vitoreaban a Jesús como a un conquistador. En el fondo, esa era la atmósfera dominante de toda la
escena. La saludaban con las palabras: «¡Hosanna!
¡Benito el que viene en el nombre del Señor, que es el Rey de Israel!» La
palabra Hosanna quiere decir en hebreo ¡Salva
ahora!; y el grito de la gente era casi precisamente el equivalente de: «¡Dios salve al Rey!»
Las palabras con las que dieron la
bienvenida a Jesús son iluminadoras. Son una cita del Salmo 118:25- 26. Ese salmo tenía muchas referencias que no
podían por menos de estar presentes en la mente de la mayoría.
Era el último salmo del grupo conocido como
Hallel (113- 118). La palabra hallel quiere decir ¡Loado sea Dios!, y estos son
salmos de alabanza.
Formaban
parte de las primeras cosas que se aprendían de memoria los chicos judíos. Se
cantaban a menudo en los cultos de alabanza y acción de gracias del templo; y
eran parte del ritual de la Pascua. Además, este salmo en particular estaba
íntimamente relacionado con el ritual de la fiesta de los Tabernáculos, en el
que los adoradores llevaban manojos de palmera, arrayán y sauce que se llamaban
lulab. Iban todos los días al templo con ellos. Todos los días de la fiesta
daban la vuelta al altar mayor de los holocaustos, una vuelta los seis primeros
días y siete el último; y, conforme iban marchando, cantaban triunfalmente
versículos de este salmo, y especialmente estos mismos. Este era, sin duda, el salmo de las grandes
ocasiones, y la gente lo sabía muy bien. Además, éste era el salmo del
conquistador por excelencia. Para dar un ejemplo: estos mismos versículos los
cantó y gritó la población de Jerusalén al dar la bienvenida a Simón Macabeo
cuando volvió de conquistar Acra, rescatándola de cien años de dominio sirio.
Sin duda, cuando la multitud cantaba ese salmo, estaba dando la bienvenida a
Jesús como el Libertador Ungido por Dios, el Mesías esperado. Y no hay duda de
que le recibían como conquistador. Para ellos sería una cuestión de tiempo el
que sonaran las trompetas llamando a las armas, y la nación de Israel se
lanzaba a la tan esperada victoria sobre Roma y el mundo entero.
En una situación semejante está claro que
Jesús no se podía dirigir a la multitud. No habría podido alcanzar con su voz a
una audiencia tan extensa y enfervorizada; así es que hizo algo que todo el
mundo podía ver: entró en Jerusalén montado en un borriquillo.
Aquello tenía dos significados.
(a) Primero: era
presentarse claramente como el Mesías. Fue
una representación dramática de las palabras del profeta Zacarías. Juan no da
la referencia porque citaría de memoria. Zacarías había dicho: « ¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces
de júbilo, hija de Jerusalén! ¡Mira a tu Rey que viene a ti, triunfante y
victorioso, humilde y cabalgando en un asno, en un borriquillo hijo de asna!»
(Zacarías 9:9). Al cumplir así la profecía, Jesús se presentaba como el
Mesías sin dejar lugar a ninguna clase de dudas.
(b) Pero, segundo: se presentaba como un
Mesías de una cierta clase. No debemos malentender esta escena. Entre nosotros,
el asno es un animal pobre y despreciado, pero en este se le consideraba noble.
El juez Jair tenía treinta hijos que cabalgaban en asnos (Jueces 10:4).
Ajitófel, también usaba la misma montura (2 Samuel 17:23). Mefiboset, el
príncipe heredero hijo de Saúl, vino a ver a David montado en un asno (2 Samuel
19:26). El sentido es que un rey se presentaba montado a caballo cuando iba en
son de guerra, pero en un asno cuando iba en son de paz. La acción de Jesús era
una señal de que Él no era la figura bélica que muchos soñaban, sino el
Príncipe de Paz. Nadie lo comprendió así entonces, ni siquiera sus discípulos,
que deberían haber tenido más discernimiento. Todos tenían la mente llena de
una clase de histeria multitudinaria.
Aquí
estaba el que había de venir; pero ellos esperaban al Mesías de sus sueños de
grandeza y de sus fantasías nacionalistas; no esperaban al Mesías que Dios les
había enviado. Jesús trazó un cuadro dramático de lo que Él Pretendía ser; pero
nadie entendió su simbolismo.
Entre
bastidores estaban las autoridades judías. Se sentían fracasados y
desesperados: nada de lo que pudieran hacer parecía bastar para detener el
impacto de Jesús. «¡Todo el mundo se va
tras El!» En este dicho de las autoridades tenemos otro ejemplo de la
ironía dramática en la que Juan es un maestro. No hay otro autor en el Nuevo
Testamento que pueda decir más con menos palabras. Fue porque Dios amó tanto al
mundo por lo que Jesús vino al mundo; y aquí, sin darse cuenta del alcance de
sus palabras, sus enemigos están diciendo que el mundo entero se va tras Él.
CONCLUSIÓN
No podemos dar
por terminado nuestro estudio de este pasaje sin hacer referencia al detalle
más sencillo y más conmovedor de todos. Rara vez, si alguna, se ha producido en
toda la Historia de la humanidad un despliegue tan magnífico de valentía
consciente como la de Jesús en la entrada Triunfal. Debemos tener presente que
Jesús era ya un fuera de la ley, y que las autoridades estaban decididas a acabar
con Él. La prudencia más elemental habría bastado para aconsejarle que se diera
la vuelta y se refugiara en Galilea o en el desierto. Si tuviera que entrar en
Jerusalén de todas formas, la precaución más elemental le habría exigido
hacerlo de incógnito y buscándose escondites bien seguros. Pero Jesús entró en
Jerusalén de tal manera que todas las miradas se enfocaron en su persona. Fue
una acción del valor más superlativo, porque desafiaba a todo lo que la
humanidad le pudiera hacer; y fue la acción del amor más superlativo, porque
fue la última apelación del amor antes del final.