martes, 30 de septiembre de 2014

La entrada triunfal de Jesús

LECCIÓN DOMINGO 05 DE OCTUBRE DE 2014

JUAN 12: 12 al 19
ZACARIAS 9:9

INTRODUCCIÓN

   Al comienzo del texto bajo estudio en esta lección, hallamos a Jerusalén agitada por el entusiasmo que despierta la fiesta de la pascua y a las multitudes ilusionadas con la llegada de Jesús. ¿Cómo vendría? ¿Qué haría? ¿Era este el momento cuando anunciaría que él era el tan largamente esperado Mesías y se convertiría en Rey de Israel? Todo mundo hablaba acerca de Jesús.


DESARROLLO

     La Pascua, Pentecostés y Tabernáculos eran las tres fiestas de guardar de los judíos. Para la Pascua venían a Jerusalén judíos de todo el mundo. Dondequiera que viviera un judío, su ambición era celebrar una Pascua en Jerusalén. Hasta el día de hoy y a lo largo de todas las edades, cuando los judíos celebran la Pascua en su lugar de residencia, dicen: < ¡Este año aquí; pero el que viene, en Jerusalén!»

     Por entonces, Jerusalén y todos los pueblos de alrededor estaban abarrotados de peregrinos. En cierta ocasión se hizo un censo de los corderos que se mataron para la fiesta de la Pascua, y se alcanzó la cifra de 256.000. Tenían que ser un mínimo de diez personas por cordero; así que, si los números eran correctos, tiene que haber habido unas 2,700.000 personas en Jerusalén y alrededores aquel año. De modo que, aunque la cifra fuera exagerada, sigue siendo verdad que la población de Jerusalén se multiplicaba en esas fechas.

      Se habían divulgado noticias y rumores de que Jesús, el que había resucitado a Lázaro, estaba de camino hacia Jerusalén. Había dos multitudes: la que acompañaba a Jesús desde Betania, y la que salió a su encuentro de Jerusalén; y deben de haber fluido juntas como una doble marea de la mar. Jesús llegaba cabalgando en un borriquillo. Cuando la gente le encontraba, le recibía como a un conquistador. Y la vista de la tumultuosa bienvenida sumió a las autoridades en las profundidades de la desesperación; porque parecía que nada de lo que ellos hicieran podía detener la avalancha de los seguidores de Jesús. Este incidente evangélico es tan importante que debemos hacer todo lo posible para comprender qué fue exactamente lo que sucedió.

(i) Algunos de la multitud no eran más que espectadores. ¡Ahí iba uno que, según se decía, había resucitado a un muerto! Y muchos habían salido, sencillamente, a ver a una figura sensacional. Siempre es posible atraer gente por un tiempo con sensacionalismo y una publicidad astuta; pero no suele durar. Muchos de los que aquel día consideraban a Jesús sensacional, aquella misma semana pedirían su muerte.

(ii) Muchos de la multitud vitoreaban a Jesús como a un conquistador. En el fondo, esa era la atmósfera dominante de toda la escena. La saludaban con las palabras: «¡Hosanna! ¡Benito el que viene en el nombre del Señor, que es el Rey de Israel!» La palabra Hosanna quiere decir en hebreo ¡Salva ahora!; y el grito de la gente era casi precisamente el equivalente de: «¡Dios salve al Rey!»

     Las palabras con las que dieron la bienvenida a Jesús son iluminadoras. Son una cita del Salmo 118:25- 26.  Ese salmo tenía muchas referencias que no podían por menos de estar presentes en la mente de la mayoría.

    Era el último salmo del grupo conocido como Hallel (113- 118). La palabra hallel quiere decir ¡Loado sea Dios!, y estos son salmos de alabanza.

    Formaban parte de las primeras cosas que se aprendían de memoria los chicos judíos. Se cantaban a menudo en los cultos de alabanza y acción de gracias del templo; y eran parte del ritual de la Pascua. Además, este salmo en particular estaba íntimamente relacionado con el ritual de la fiesta de los Tabernáculos, en el que los adoradores llevaban manojos de palmera, arrayán y sauce que se llamaban lulab. Iban todos los días al templo con ellos. Todos los días de la fiesta daban la vuelta al altar mayor de los holocaustos, una vuelta los seis primeros días y siete el último; y, conforme iban marchando, cantaban triunfalmente versículos de este salmo, y especialmente estos mismos.  Este era, sin duda, el salmo de las grandes ocasiones, y la gente lo sabía muy bien. Además, éste era el salmo del conquistador por excelencia. Para dar un ejemplo: estos mismos versículos los cantó y gritó la población de Jerusalén al dar la bienvenida a Simón Macabeo cuando volvió de conquistar Acra, rescatándola de cien años de dominio sirio. Sin duda, cuando la multitud cantaba ese salmo, estaba dando la bienvenida a Jesús como el Libertador Ungido por Dios, el Mesías esperado. Y no hay duda de que le recibían como conquistador. Para ellos sería una cuestión de tiempo el que sonaran las trompetas llamando a las armas, y la nación de Israel se lanzaba a la tan esperada victoria sobre Roma y el mundo entero.

     En una situación semejante está claro que Jesús no se podía dirigir a la multitud. No habría podido alcanzar con su voz a una audiencia tan extensa y enfervorizada; así es que hizo algo que todo el mundo podía ver: entró en Jerusalén montado en un borriquillo.
   Aquello tenía dos significados.

(a) Primero: era presentarse claramente como el Mesías. Fue una representación dramática de las palabras del profeta Zacarías. Juan no da la referencia porque citaría de memoria. Zacarías había dicho: « ¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! ¡Mira a tu Rey que viene a ti, triunfante y victorioso, humilde y cabalgando en un asno, en un borriquillo hijo de asna!» (Zacarías 9:9). Al cumplir así la profecía, Jesús se presentaba como el Mesías sin dejar lugar a ninguna clase de dudas.

(b) Pero, segundo: se presentaba como un Mesías de una cierta clase. No debemos malentender esta escena. Entre nosotros, el asno es un animal pobre y despreciado, pero en este se le consideraba noble. El juez Jair tenía treinta hijos que cabalgaban en asnos (Jueces 10:4). Ajitófel, también usaba la misma montura (2 Samuel 17:23). Mefiboset, el príncipe heredero hijo de Saúl, vino a ver a David montado en un asno (2 Samuel 19:26). El sentido es que un rey se presentaba montado a caballo cuando iba en son de guerra, pero en un asno cuando iba en son de paz. La acción de Jesús era una señal de que Él no era la figura bélica que muchos soñaban, sino el Príncipe de Paz. Nadie lo comprendió así entonces, ni siquiera sus discípulos, que deberían haber tenido más discernimiento. Todos tenían la mente llena de una clase de histeria multitudinaria.

     Aquí estaba el que había de venir; pero ellos esperaban al Mesías de sus sueños de grandeza y de sus fantasías nacionalistas; no esperaban al Mesías que Dios les había enviado. Jesús trazó un cuadro dramático de lo que Él Pretendía ser; pero nadie entendió su simbolismo.

     Entre bastidores estaban las autoridades judías. Se sentían fracasados y desesperados: nada de lo que pudieran hacer parecía bastar para detener el impacto de Jesús. «¡Todo el mundo se va tras El!» En este dicho de las autoridades tenemos otro ejemplo de la ironía dramática en la que Juan es un maestro. No hay otro autor en el Nuevo Testamento que pueda decir más con menos palabras. Fue porque Dios amó tanto al mundo por lo que Jesús vino al mundo; y aquí, sin darse cuenta del alcance de sus palabras, sus enemigos están diciendo que el mundo entero se va tras Él.


CONCLUSIÓN


     No podemos dar por terminado nuestro estudio de este pasaje sin hacer referencia al detalle más sencillo y más conmovedor de todos. Rara vez, si alguna, se ha producido en toda la Historia de la humanidad un despliegue tan magnífico de valentía consciente como la de Jesús en la entrada Triunfal. Debemos tener presente que Jesús era ya un fuera de la ley, y que las autoridades estaban decididas a acabar con Él. La prudencia más elemental habría bastado para aconsejarle que se diera la vuelta y se refugiara en Galilea o en el desierto. Si tuviera que entrar en Jerusalén de todas formas, la precaución más elemental le habría exigido hacerlo de incógnito y buscándose escondites bien seguros. Pero Jesús entró en Jerusalén de tal manera que todas las miradas se enfocaron en su persona. Fue una acción del valor más superlativo, porque desafiaba a todo lo que la humanidad le pudiera hacer; y fue la acción del amor más superlativo, porque fue la última apelación del amor antes del final.

martes, 23 de septiembre de 2014

¿Cómo decirle a Dios “Te amo”?

Lección Domingo 28 de Septiembre de 2014

JUAN 12: 1 AL 11
SALMO 95: 6 Y 7

INTRODUCCIÓN

     Los eventos del relato de esta lección, empezaron seis días antes de la fiesta judía de la Pascua. Así que, estos eventos sucedieron durante la última semana de la vida de Jesús. Los cuatro evangelios nos dicen que al final, Jesús había dejado Galilea por última vez, y se había dirigido hacia el sur, a Jerusalén. Para entonces, él ya había pasado por Jericó, donde había encontrado a Zaqueo (Lucas 19.1–10). Todos sabían que este viaje sería peligroso (11.8), y Jesús estaba consciente de que iba a Jerusalén a morir. Jesús llegó a Betania, ciudad natal de María, Marta y Lázaro. En esta ocasión él asistía a una cena dada en su honor. Imagine la lista de invitados a esta cena. Incluía a “Lázaro el muerto” y a “Simón el leproso”. Tal vez un “Santiago el ciego” o un “Josué el manco” también asistieran. Es probable que todos los que estaban en la cena tuvieran algún relato que contar acerca de cómo Jesús había transformado sus vidas. Marta, la hermana, muy trabajadora, de Lázaro, servía a los invitados.

COMENTARIO

     En algún momento durante la cena, María vino a Jesús. La recordamos como la más emotiva de las hermanas de Lázaro, y la que se había postrado a los pies de Jesús, y la que lloró cuando Jesús regresó a Betania después de la muerte de su hermano.

     Para ella, Jesús era un buen amigo, un asombroso maestro, y un maravilloso sanador —el hombre que había convertido su más profundo dolor en su más grande gozo. Sus sentimientos hacia él no podían ser expresados en palabras aquella noche.

    Él era tan grande, tan santo, tan cercano —¡e iba a Jerusalén a morir! Con todos esos pensamientos en su corazón, María ungió al Salvador. Esto es lo que Juan escribió, “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (12.3). El nardo era un aceite perfumado caro, importado del norte de la India. Es probable que viniera sellado en un frasco hecho de alabastro, un mármol casi claro. Para poder abrir el perfume el cuello del frasco tenía que ser quebrado, de allí que tuviera que ser usado en su totalidad. Juan nos dice que el frasco contenía doce onzas de nardo (medio litro), el cual María derramó sobre los pies de Jesús. Normalmente se hubiera usado para ungir la cabeza de varios invitados para una ocasión especial. En cambio, María lo derramó todo sobre los pies de Jesús y enjugó éstos con sus cabellos. Fue un hermoso regalo de parte de alguien que desesperadamente deseaba decirle “Te amo” a Jesús. Varias características del regalo de María lo hacían especial.

Primero, era extravagante. Judas objetó tal acción, señalando que el perfume podía ser vendido por el equivalente del salario de un año de un trabajador común (12.4–5). A pesar de que las cantidades monetarias son difíciles de interpretar de una época a otra, o de una cultura a otra, todos podemos entender el significado del salario de un año. Un regalo tan generoso como éste no tenía sentido para alguien de corazón tan frío como el de Judas.

Segundo, el regalo de María fue entregado sin pensar en ella. A veces, cuando damos regalos, pensamos más en nosotros que en la persona a la que le damos el regalo. Nos preguntamos: “¿Será suficiente?”; “¿Les gustará?”; “¿Qué pensarán de mí?”. Sin embargo, pareciera que ninguna de estas preguntas estuvo en la mente de María. A ella le interesaba sólo Jesús y el mostrarle qué tan grande era su amor por “el Maestro”. El dejar su cabello suelto era indicación de lo poco que María pensaba en sí misma. Las mujeres judías de esa época no solían hacer tal cosa, pero la actitud de María parece haber sido la del que dice: “¿A quién le importa? Jesús es todo lo que importa”.

Tercero, el regalo de María estaba envuelto en humildad. No fue la cabeza de Jesús la que ungió, sino sus pies. No fue una toalla la que usó para enjugarlos, sino su cabello. El orgullo no era importante para María. Todo lo que importaba era expresarle amor a Jesús.

Finalmente, el regalo de María fue realmente su corazón, no simplemente las doce onzas de nardo. A veces damos flores, anillos, ropa o dinero a alguien que amamos. En cada caso el objeto que damos simboliza algo más grande aún que el regalo mismo; representa el amor que estamos tratando de expresar. Así fue con el perfume de María. El perfume era una forma aromática de decirle a Jesús y a todos los demás que ella amaba a su amigo especial de Nazaret.

   Después de que María hubo ungido a Jesús y él hubo salido de la comida, Jesús se dirigió hacia Jerusalén. Él sabía que hacia dónde iba y lo que estaba haciendo. Se daba cuenta de que este era su último viaje y de que los líderes judíos se habían propuesto matarlo. Su muerte no iba a ser una casualidad. Anteriormente había dicho:

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita,
sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo
poder para ponerla, y tengo poder para volverla
a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre
(Juan 10.17–18).

   Jesús salió de Betania por su propia voluntad, ¡para darle al mundo el regalo más grande que jamás hayamos recibido! En pocos días, Jesús moriría en la cruz por los pecados del mundo.  
   Aunque María le dio a Jesús un maravilloso regalo, ¡éste se queda corto en comparación con la enormidad del regalo que es dar la vida de uno en la cruz!

CONCLUSIÓN

    Después de su muerte, el cuerpo de Jesús fue puesto en una tumba, de la cual resucitó tres días después. Pablo resumió la importancia de estos eventos cuando escribió que Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4.25).    Son muchas las maneras como Dios nos dice: “Te amo”, —pero nos lo dice especialmente mediante la muerte, sepultura y resurrección de Jesús.

El evangelio de Juan había hecho anteriormente esta relación, cuando Juan informó que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (3.16).

    ¿Ama usted a Dios? Si así es, ¿cómo se lo está expresando en este momento? Puede que usted tenga necesidad de expresar su amor mediante el volverse de sus pecados y ser bautizado en Cristo                 (Hechos 2.38). Puede que usted tenga necesidad de expresarle su amor mediante el volver a la fe que una vez eligió, pero de la cual se ha alejado. Puede que usted tenga necesidad de expresarle su amor mediante el simple decirle “Te amo” a Dios. María es la que nos guía en el camino de expresarle nuestro amor a Dios. ¿Le dirá usted “Te amo” al Señor hoy?


jueves, 18 de septiembre de 2014

JESUS: La piedra angular


LECCIÓN DOMINGO 21 DE SEPTIEMBRE DE 2014

JUAN 11:45 AL 57
HECHOS 4:11

INTRODUCCIÓN

     Jesucristo tiene autoridad para resucitar muertos. Anteriormente había declarado su poder (5:21, 28), y en esta instancia lo demuestra.

Lázaro salió de la tumba vivo, venciendo a la muerte por medio de un acto todopoderoso y sobrenatural. La muerte es un terrible enemigo, pero un enemigo que ha sido vencido (He. 3:14).

    Lázaro sale de la tumba, y a pesar de haber resucitado continúa con las limitaciones físicas de un ser normal. Esto demuestra que no se había convertido en un ser sobrenatural ni puramente espiritual. Cuando sale de la tumba deben desatarlo de sus mortajas. Lázaro evidentemente no tenía un cuerpo incorruptible y eterno como el que recibiremos en nuestra resurrección, pero salió de la tumba vivo.

    Jesucristo realizó esta señal en Betania para demostrar su poder y su amor, y para que la gente crea. El relato finaliza señalando que muchos de los judíos, habiendo sido testigos del milagro, creyeron en él.

Sin embargo, esta creciente popularidad de Jesús acarrearía nuevas muestras de disgusto y posteriormente un complot para matarlo.


DESARROLLO

      Las autoridades judías se nos retratan aquí gráficamente. El maravilloso suceso de Betania los obligó a intervenir; era imposible seguir dejando actuar a Jesús, porque todo el pueblo acabaría por seguirle. Así es que se reunió el sanedrín para resolver aquella situación.   En el sanedrín estaban tanto los fariseos como los saduceos. Los fariseos no eran un partido político; su único interés era vivir de acuerdo con la ley en todos sus detalles, y no les importaba quién los gobernaba, con tal de que les permitiera seguir su obediencia meticulosa a la ley. Por otra parte estaban los saduceos, que eran intensamente políticos. Eran el partido aristocrático y rico; y eran el partido colaboracionista: con tal que se les permitiera retener sus riquezas, comodidades y posición de autoridad, estaban dispuestos a colaborar con Roma.

    Todos los principales sacerdotes eran saduceos. Y está claro que eran ellos los que dominaban el sanedrín. Es decir: que fueron los saduceos los que lo dijeron todo. Juan nos los retrata con unas pocas pinceladas magistrales.

   Primero, eran declaradamente descorteses.  «El comportamiento de los saduceos entre sí era bastante rudo, y su relación con sus iguales era tan áspera como con los extranjeros.» «Vosotros no tenéis ni idea», dijo Caifás (versículo 49). «Sois estúpidos y tenéis la cabeza vacía.» Aquí tenemos la arrogancia innata y avasalladora de los saduceos en acción; este era exactamente su carácter. Su arrogancia despectiva está en contraste implícito con los acentos de amor de Jesús.

   Segundo, la única cosa que interesaba realmente a los saduceos era retener su poder y prestigio político y social. Lo que temían era que Jesús consiguiera muchos seguidores y provocara un conflicto con el gobierno.

    Los romanos eran tolerantes en muchas cosas; pero, con un imperio tan extenso que gobernar, no podían permitir desórdenes civiles, que siempre sofocaban con mano firme y cruel. Si Jesús fuera el causante de un desorden civil, Roma se echaría encima con todo su poder, y no cabía la menor duda de que los saduceos perderían su posición de autoridad. Nunca se les ocurrió preguntarse si Jesús tendría o no razón. Su única pregunta era: «¿Qué efecto puede tener en nuestra posición y comodidad y autoridad?» Juzgaban las cosas, no a la luz de principios éticos, sino a la de sus propios intereses.

     Entonces el sumo sacerdote Caifás dijo aquellas palabras de doble filo: « Si tuvierais dos dedos de frente –les dijo-, llegaríais a la conclusión de que es mucho mejor que muera un Hombre por la nación antes que toda la nación perezca.» Los judíos creían que, cuando el sumo sacerdote buscaba el consejo de Dios para la nación, Dios hablaba por medio de él. El sumo sacerdote había de ser el canal de la palabra de Dios al líder o a la nación. Eso era Caifás en aquel día.  Lo que Caifás quería decir era que era mejor que muriera Jesús que hubiera problemas con los romanos. Era verdad que Jesús había de morir para salvar a la nación -pero no en el sentido que decía Caifás. Era verdad de una manera mucho más maravillosa. Dios puede hablar por los medios menos imaginables. Algunas veces puede mandar su mensaje por medio de alguien que ni siquiera sabe lo que está diciendo. Puede usar hasta las palabras de un hombre malo. Jesús había de morir por la nación de Israel, y también por todo el pueblo de Dios esparcido por todo el mundo.

     (vv 54-57) Jesús no jugaba con el peligro innecesariamente. Estaba dispuesto a entregar su vida, pero no a malgastarla temerariamente antes de terminar su obra. Así es que se retiró a un pueblo que se llamaba Efraín, que estaba cerca de Belén, en el país montañoso al Norte de Jerusalén.

  Para entonces ya empezaba Jerusalén a llenarse de gente. Antes de participar en ninguna fiesta, los judíos tenían que purificarse ritualmente; y la impureza se podía contraer al tocar un número considerable de cosas y personas. Muchos de los judíos, por tanto, se adelantaban para llegar a la ciudad a tiempo para hacer las ofrendas necesarias y realizar las abluciones para estar seguros de que estaban ritualmente limpios. La ley decía: «Todos los varones tienen que purificarse antes de la fiesta.»

      Estas purificaciones se llevaban a cabo en el templo. Requerían tiempo; y, mientras esperaban, los judíos se reunían en grupitos expectantes. Sabían lo que pasaba. Sabían de la contienda de voluntades entre Jesús y las autoridades; y la gente siempre está interesada en el que se enfrenta valientemente con riesgos imprevisibles. Se preguntaban si aparecería en la fiesta; y concluyeron que no le sería posible. Este Carpintero galileo no podía arrostrar todo el poder de la jerarquía eclesiástica y política judía.

Pero habían infravalorado a Jesús. Cuando llegara su hora para aparecer, no habría poder en la Tierra que se lo impidiera. Martín Lutero fue uno de esos que no hacen caso de las advertencias de las almas timoratas que tratan de impedir que sean lo que consideran demasiado lanzado. Él seguía el camino que consideraba correcto «pese a todos los cardenales, papas, reyes y emperadores, con todos los demonios y el infierno.» Cuando le citaron para que se presentara a la dieta de Worms para retractarse de sus ataques a los abusos de la Iglesia Católica Romana, le advirtieron insistentemente del peligro. Su respuesta fue: «Iré aunque haya tantos demonios en Worms como tejas en sus tejados.» Cuando se le dijo que el duque Jorge le metería preso, contestó: « ¡Iré aunque lluevan duques Jorge!» No era que Lutero fuera un temerario -porque a menudo le temblaban la voz y las rodillas cuando hacía esas declaraciones-pero tenía un valor que conquistaba el miedo.

   El cristiano no teme a las consecuencias de hacer lo que debe, sino a las de no hacerlo. Por los últimos versículos del capítulo sacamos la impresión de que, para este tiempo, Jesús ya estaba catalogado como un fuera de la ley. Puede que las autoridades judías hubieran ofrecido una recompensa por la información que condujera a su detención, y que eso fuera lo que buscaba, y obtuvo, Judas. A pesar de todo, Jesús fue a Jerusalén. Y no furtivamente, por las callejuelas escondidas; sino abiertamente, y de tal manera que atrajo la atención de todo el mundo. Se podrá decir lo que se quiera de Jesús; pero hay que inclinarse de admiración ante su valor, que desafiaba a la muerte. En aquellos últimos días de Su vida se comportó como el más valeroso fuera-de-la-ley de todos los tiempos.


CONCLUSIÓN

Síntesis del Capítulo 11

El Hijo de Dios resucita a Lázaro de Betania.

El Sanedrín planea su muerte.

I.               El informe (11:1–16).
II.             La llegada (11:17–37).
III.           El milagro (11:38–44).
IV.            Las consecuencias (11:45–57).