martes, 23 de septiembre de 2014

¿Cómo decirle a Dios “Te amo”?

Lección Domingo 28 de Septiembre de 2014

JUAN 12: 1 AL 11
SALMO 95: 6 Y 7

INTRODUCCIÓN

     Los eventos del relato de esta lección, empezaron seis días antes de la fiesta judía de la Pascua. Así que, estos eventos sucedieron durante la última semana de la vida de Jesús. Los cuatro evangelios nos dicen que al final, Jesús había dejado Galilea por última vez, y se había dirigido hacia el sur, a Jerusalén. Para entonces, él ya había pasado por Jericó, donde había encontrado a Zaqueo (Lucas 19.1–10). Todos sabían que este viaje sería peligroso (11.8), y Jesús estaba consciente de que iba a Jerusalén a morir. Jesús llegó a Betania, ciudad natal de María, Marta y Lázaro. En esta ocasión él asistía a una cena dada en su honor. Imagine la lista de invitados a esta cena. Incluía a “Lázaro el muerto” y a “Simón el leproso”. Tal vez un “Santiago el ciego” o un “Josué el manco” también asistieran. Es probable que todos los que estaban en la cena tuvieran algún relato que contar acerca de cómo Jesús había transformado sus vidas. Marta, la hermana, muy trabajadora, de Lázaro, servía a los invitados.

COMENTARIO

     En algún momento durante la cena, María vino a Jesús. La recordamos como la más emotiva de las hermanas de Lázaro, y la que se había postrado a los pies de Jesús, y la que lloró cuando Jesús regresó a Betania después de la muerte de su hermano.

     Para ella, Jesús era un buen amigo, un asombroso maestro, y un maravilloso sanador —el hombre que había convertido su más profundo dolor en su más grande gozo. Sus sentimientos hacia él no podían ser expresados en palabras aquella noche.

    Él era tan grande, tan santo, tan cercano —¡e iba a Jerusalén a morir! Con todos esos pensamientos en su corazón, María ungió al Salvador. Esto es lo que Juan escribió, “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (12.3). El nardo era un aceite perfumado caro, importado del norte de la India. Es probable que viniera sellado en un frasco hecho de alabastro, un mármol casi claro. Para poder abrir el perfume el cuello del frasco tenía que ser quebrado, de allí que tuviera que ser usado en su totalidad. Juan nos dice que el frasco contenía doce onzas de nardo (medio litro), el cual María derramó sobre los pies de Jesús. Normalmente se hubiera usado para ungir la cabeza de varios invitados para una ocasión especial. En cambio, María lo derramó todo sobre los pies de Jesús y enjugó éstos con sus cabellos. Fue un hermoso regalo de parte de alguien que desesperadamente deseaba decirle “Te amo” a Jesús. Varias características del regalo de María lo hacían especial.

Primero, era extravagante. Judas objetó tal acción, señalando que el perfume podía ser vendido por el equivalente del salario de un año de un trabajador común (12.4–5). A pesar de que las cantidades monetarias son difíciles de interpretar de una época a otra, o de una cultura a otra, todos podemos entender el significado del salario de un año. Un regalo tan generoso como éste no tenía sentido para alguien de corazón tan frío como el de Judas.

Segundo, el regalo de María fue entregado sin pensar en ella. A veces, cuando damos regalos, pensamos más en nosotros que en la persona a la que le damos el regalo. Nos preguntamos: “¿Será suficiente?”; “¿Les gustará?”; “¿Qué pensarán de mí?”. Sin embargo, pareciera que ninguna de estas preguntas estuvo en la mente de María. A ella le interesaba sólo Jesús y el mostrarle qué tan grande era su amor por “el Maestro”. El dejar su cabello suelto era indicación de lo poco que María pensaba en sí misma. Las mujeres judías de esa época no solían hacer tal cosa, pero la actitud de María parece haber sido la del que dice: “¿A quién le importa? Jesús es todo lo que importa”.

Tercero, el regalo de María estaba envuelto en humildad. No fue la cabeza de Jesús la que ungió, sino sus pies. No fue una toalla la que usó para enjugarlos, sino su cabello. El orgullo no era importante para María. Todo lo que importaba era expresarle amor a Jesús.

Finalmente, el regalo de María fue realmente su corazón, no simplemente las doce onzas de nardo. A veces damos flores, anillos, ropa o dinero a alguien que amamos. En cada caso el objeto que damos simboliza algo más grande aún que el regalo mismo; representa el amor que estamos tratando de expresar. Así fue con el perfume de María. El perfume era una forma aromática de decirle a Jesús y a todos los demás que ella amaba a su amigo especial de Nazaret.

   Después de que María hubo ungido a Jesús y él hubo salido de la comida, Jesús se dirigió hacia Jerusalén. Él sabía que hacia dónde iba y lo que estaba haciendo. Se daba cuenta de que este era su último viaje y de que los líderes judíos se habían propuesto matarlo. Su muerte no iba a ser una casualidad. Anteriormente había dicho:

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita,
sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo
poder para ponerla, y tengo poder para volverla
a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre
(Juan 10.17–18).

   Jesús salió de Betania por su propia voluntad, ¡para darle al mundo el regalo más grande que jamás hayamos recibido! En pocos días, Jesús moriría en la cruz por los pecados del mundo.  
   Aunque María le dio a Jesús un maravilloso regalo, ¡éste se queda corto en comparación con la enormidad del regalo que es dar la vida de uno en la cruz!

CONCLUSIÓN

    Después de su muerte, el cuerpo de Jesús fue puesto en una tumba, de la cual resucitó tres días después. Pablo resumió la importancia de estos eventos cuando escribió que Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4.25).    Son muchas las maneras como Dios nos dice: “Te amo”, —pero nos lo dice especialmente mediante la muerte, sepultura y resurrección de Jesús.

El evangelio de Juan había hecho anteriormente esta relación, cuando Juan informó que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (3.16).

    ¿Ama usted a Dios? Si así es, ¿cómo se lo está expresando en este momento? Puede que usted tenga necesidad de expresar su amor mediante el volverse de sus pecados y ser bautizado en Cristo                 (Hechos 2.38). Puede que usted tenga necesidad de expresarle su amor mediante el volver a la fe que una vez eligió, pero de la cual se ha alejado. Puede que usted tenga necesidad de expresarle su amor mediante el simple decirle “Te amo” a Dios. María es la que nos guía en el camino de expresarle nuestro amor a Dios. ¿Le dirá usted “Te amo” al Señor hoy?


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