Lección Domingo 28 de Septiembre de 2014
SALMO 95: 6 Y 7
INTRODUCCIÓN

COMENTARIO
En algún momento durante la cena, María
vino a Jesús. La recordamos como la más emotiva de las hermanas de Lázaro, y la
que se había postrado a los pies de Jesús, y la que lloró cuando Jesús regresó
a Betania después de la muerte de su hermano.
Para
ella, Jesús era un buen amigo, un asombroso maestro, y un maravilloso sanador
—el hombre que había convertido su más profundo dolor en su más grande gozo.
Sus sentimientos hacia él no podían ser expresados en palabras aquella noche.
Él era tan grande, tan santo, tan cercano
—¡e iba a Jerusalén a morir! Con todos esos pensamientos en su corazón, María
ungió al Salvador. Esto es lo que Juan escribió, “Entonces María tomó una libra
de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los
enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (12.3). El
nardo era un aceite perfumado caro, importado del norte de la India. Es
probable que viniera sellado en un frasco hecho de alabastro, un mármol casi
claro. Para poder abrir el perfume el cuello del frasco tenía que ser quebrado,
de allí que tuviera que ser usado en su totalidad. Juan nos dice que el frasco
contenía doce onzas de nardo (medio litro), el cual María derramó sobre los
pies de Jesús. Normalmente se hubiera usado para ungir la cabeza de varios
invitados para una ocasión especial. En cambio, María lo derramó todo sobre los
pies de Jesús y enjugó éstos con sus cabellos. Fue un hermoso regalo de parte de
alguien que desesperadamente deseaba decirle “Te amo” a Jesús. Varias
características del regalo de María lo hacían especial.
Primero, era extravagante. Judas objetó tal
acción, señalando que el perfume podía ser vendido por el equivalente del
salario de un año de un trabajador común (12.4–5). A pesar de que las
cantidades monetarias son difíciles de interpretar de una época a otra, o de
una cultura a otra, todos podemos entender el significado del salario de un
año. Un regalo tan generoso como éste no tenía sentido para alguien de corazón
tan frío como el de Judas.
Segundo, el regalo de María fue
entregado sin pensar en ella. A veces, cuando damos regalos, pensamos más
en nosotros que en la persona a la que le damos el regalo. Nos preguntamos:
“¿Será suficiente?”; “¿Les gustará?”; “¿Qué pensarán de mí?”. Sin embargo,
pareciera que ninguna de estas preguntas estuvo en la mente de María. A ella le
interesaba sólo Jesús y el mostrarle qué tan grande era su amor por “el
Maestro”. El dejar su cabello suelto era indicación de lo poco que María
pensaba en sí misma. Las mujeres judías de esa época no solían hacer tal cosa,
pero la actitud de María parece haber sido la del que dice: “¿A quién le importa?
Jesús es todo lo que importa”.
Tercero, el regalo de María estaba envuelto en humildad.
No fue la cabeza de Jesús la que ungió, sino sus pies. No fue una toalla la que
usó para enjugarlos, sino su cabello. El orgullo no era importante para María.
Todo lo que importaba era expresarle amor a Jesús.
Finalmente, el regalo de María fue realmente su corazón,
no simplemente las doce onzas de nardo. A veces damos flores, anillos, ropa
o dinero a alguien que amamos. En cada caso el objeto que damos simboliza algo
más grande aún que el regalo mismo; representa el amor que estamos tratando de
expresar. Así fue con el perfume de María. El perfume era una forma aromática de
decirle a Jesús y a todos los demás que ella amaba a su amigo especial de
Nazaret.
Después
de que María hubo ungido a Jesús y él hubo salido de la comida, Jesús se
dirigió hacia Jerusalén. Él sabía que hacia dónde iba y lo que estaba haciendo.
Se daba cuenta de que este era su último viaje y de que los líderes judíos se
habían propuesto matarlo. Su muerte no iba a ser una casualidad. Anteriormente
había dicho:
Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida,
para volverla a tomar. Nadie me la quita,
sino
que yo de mí mismo la pongo. Tengo
poder
para ponerla, y tengo poder para volverla
a
tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre
(Juan
10.17–18).
Jesús salió de Betania por su propia
voluntad, ¡para darle al mundo el regalo más grande que jamás hayamos recibido!
En pocos días, Jesús moriría en la cruz por los pecados del mundo.
Aunque María le dio a Jesús un maravilloso
regalo, ¡éste se queda corto en comparación con la enormidad del regalo que es
dar la vida de uno en la cruz!
CONCLUSIÓN
Después de su muerte, el cuerpo de Jesús
fue puesto en una tumba, de la cual resucitó tres días después. Pablo resumió
la importancia de estos eventos cuando escribió que Jesús “fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos
4.25). Son muchas las maneras como
Dios nos dice: “Te amo”, —pero nos lo dice especialmente mediante la muerte,
sepultura y resurrección de Jesús.
El
evangelio de Juan había hecho anteriormente esta relación, cuando Juan informó
que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (3.16).
¿Ama usted a Dios? Si así es, ¿cómo se lo
está expresando en este momento? Puede que usted tenga necesidad de expresar su
amor mediante el volverse de sus pecados y ser bautizado en Cristo (Hechos 2.38). Puede que usted
tenga necesidad de expresarle su amor mediante el volver a la fe que una vez
eligió, pero de la cual se ha alejado. Puede que usted tenga necesidad de
expresarle su amor mediante el simple decirle “Te amo” a Dios. María es la que
nos guía en el camino de expresarle nuestro amor a Dios. ¿Le dirá usted “Te
amo” al Señor hoy?
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