LECCIÓN DOMINGO 19 DE OCTUBRE DE 2014
JUAN 12: 27
AL 36
JUAN 3: 14 Y
15
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
vv27Ahora
está turbada mi alma;
Jesús conocía perfectamente las profecías
del Antiguo Testamento, y sabía cuán terrible sería el dolor de la cruz. El
salmista había descrito la agonía del Mesías (Sal. 22) y el profeta Isaías
(cap. 53) había anunciado que sobre Cristo estaba cargado el pecado del mundo.
La turbación del alma pura y santa del Señor Jesús es lo primero que advertimos
en el pasaje.
vv27¿y
qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Más para esto he llegado a esta hora.
28Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he
glorificado, y lo glorificaré otra vez.
Todo lo que Jesús debería soportar en su
agonía y muerte era la misma razón para su venida al mundo y para llegar a ese
punto en su vida. Jesús explicaba a la multitud que para eso se había hecho
hombre, había nacido de la virgen María y había esperado treinta años.
Seguidamente pide que el nombre del Padre sea glorificado en lo que el Hijo
debía atravesar, y una voz del cielo oída por la multitud declara: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra
vez.” ¡Qué momento escalofriante! Jesucristo fue a la cruz no tan sólo para
salvarnos a los pecadores sino, ante todo, para glorificar a Dios Padre. Por
eso aunque su alma estaba turbada siguió
su camino hacia el drama de la cruz. La cruz tenía un poder cautivante porque
glorificaba al Padre.
Para glorificar a Dios a menudo tenemos que
tomar medidas y decisiones que nos turban y molestan. Quizás la gente se burle,
los amigos nos desprecien y perdamos negocios por ser fieles al Señor Jesús.
Hay momentos en que obedecer a Dios turba nuestro corazón, pero si esa
obediencia glorifica a Dios, bien vale la pena sufrir. Así lo hizo el Señor
Jesús.
Jesucristo anuncia a sus discípulos y a la
multitud su obra en la cruz y explica el significado.
1. La cruz como obra divina y
sobrenatural (29–30). “No ha venido esta voz por causa mía,
sino por causa de vosotros.” La multitud acababa de oír la voz de Dios como un
trueno, y creían que había hablado un ángel. En otras palabras, Jesucristo les
dijo: “Escuchen esta voz que habla de la cruz, de una acción divina”. La cruz
no fue ideada por el hombre sino por Dios.
2. El gran propósito de la cruz (31). En
la cruz Jesucristo le asestó el golpe mortal a Satanás, quien al final de los
tiempos será echado al lago de fuego y azufre. Esta obra victoriosa de Cristo
en la cruz es un asunto de larga data, pues desde hacía siglos había una
batalla entre Dios y el diablo. La cruz fue necesaria para destruir a Satanás,
además de glorificar a Dios Padre y salvar nuestra alma.
3. La atracción de la cruz (32).
La
cruz es como un imán hacia el cual tanto judíos como gentiles son atraídos. La
cruz no tenía propósito exclusivista sino universal: “a todos atraeré” (ver
también 10:16 y 11:52). En realidad ésta fue la respuesta de Jesús a los
griegos (12:20–22).1 El
poder cautivante de Cristo en la cruz hace de ella algo hermoso y lleno de
significado. Cristo fue crucificado, levantado entre el cielo y la tierra,
escupido por los hombres, abofeteado, golpeado, coronado con espinas, mofado
por soldados romanos, desnudado vergonzosamente, levantado entre dos ladrones.
Dios estaba cargando sobre él el pecado de todos nosotros.
“Atraer” también indica que el hombre
natural no puede ir a Cristo de por sí “si el Padre no le trajere” (6:44).
Resistencia
al anuncio de la cruz (34)
Los discípulos, sorprendidos ante el anuncio
de la cruz, se resisten a que tenga lugar. La gente manifiesta que el Cristo no
debe morir pues esperaba que, de acuerdo a las profecías, permanecería para
siempre. No habían comprendido que la crucifixión era parte integral de la obra
del Mesías, que era el anuncio de un reino eterno. (Por otro lado, la obra de
la cruz es despreciada por quienes no se arrepienten ni quieren someterse a
Dios.)
El
pueblo tenía el concepto de que el Cristo nunca moriría, y en cierto sentido es
cierto. Cristo no muere como Dios, pero sí lo hace como Hijo del Hombre a fin
de glorificar a Dios, salvar a la raza humana, destruir a Satanás y atraer a la
gente hacia Dios.
“¿Quién
es este Hijo del Hombre?” se preguntaban, citando el título que el Señor usaba
de sí mismo.
1. Jesucristo es la luz (35 y 36).
Casi con desprecio los judíos habían
preguntado quién era ese Hijo del Hombre, y como respuesta Jesús se describe a
sí mismo como la luz, afirmación que confirma en el versículo 46. La raza
humana se divide en dos grupos: aquellos que viven felices andando en la luz
(con Dios y Jesucristo), y aquellos que viven amargados y temerosos andando en
las tinieblas y tropezando en el camino.
2. El tiempo es breve (35b).
Jesucristo además los exhorta a caminar
mientras tengan esa luz. En realidad les decía: “Muévanse ahora. El tiempo es
corto. Mientras oyen hablar de Cristo y tienen oportunidad de conocer más
acerca de él, caminen, respondan, obedezcan, anden en la luz. ¡Pero cuídense de
no ser sorprendidos por las tinieblas!”
Los que caminan en la oscuridad, siempre son
sorprendidos por los problemas de la vida. Cuando llegue la condenación, el
infierno eterno, las tinieblas de afuera sorprenderán a los incrédulos porque
no han querido creer en Jesucristo. Por otra parte, las tinieblas y el infierno
no nos sorprenderán a quienes andamos en la luz.
3. La confusión de los incrédulos (35c).
Los
que andan en tinieblas no saben a dónde van, andan desorientados, dando vueltas
sin sentido (1 Jn.2:11). Es frustrante encontrarse en medio del campo en la
noche cuando no hay luna, estrellas ni luz de ningún tipo. De esta manera están
quienes no caminan en la luz de Cristo (Pr. 4:19).
4. La importancia de creer (36a).
Jesucristo
advierte: “Entre tanto que tenéis luz, creed en la luz.” Aunque el hombre no
entienda todas sus enseñanzas ni todo lo que Dios es—nadie llega a entenderlo
completamente porque Dios es Dios y los hombres somos hombres—si ha oído hablar
de Jesucristo y del camino de salvación, debe creer en su corazón. Es creyendo
de esta manera que seremos hijos de la luz, es decir, hijos de Dios.
CONCLUSIÓN
La Historia nos demuestra que Jesús
tenía razón. Fue en el imán de la Cruz donde concentró todas sus esperanzas. Y
tenía razón, porque el amor vivirá para siempre después que se haya muerto el
poder. Los imperios basados en la fuerza de sus ejércitos se han desvanecido y
se desvanecerán, dejando una memoria que también se desvanece en un breve
tiempo. Pero el Imperio de Cristo, basado en el amor que se manifestó en la
Cruz, extiende más y más sus fronteras de día en día.