viernes, 7 de noviembre de 2014

JESÚS LAVA LOS PIES DE SUS DISCÍPULOS

LECCIÓN DOMINGO 09 DE NOVIEMBRE DE 2014

JUAN 13: 1 al 15
FILIPENSES 2:3 y 4


INTRODUCCIÓN

   El capítulo 13 comienza una nueva sección dentro del evangelio de Juan.   Los capítulos del trece al diecisiete son comúnmente llamados los
discursos de despedida” de Jesús. En contraste con la enseñanza en público, que era el enfoque central de su anterior ministerio, esta sección describe conversaciones en privado, íntimas, sostenidas entre Jesús y los doce apóstoles. Una diferencia que se muestra en esta sección es que la palabra “amor” aparece más frecuentemente que en las secciones anteriores. Los capítulos del uno al doce contienen sólo seis referencias al amor, mientras que los capítulos del trece al diecisiete ¡mencionan el amor treinta y una veces! Dos de estas ocurrencias se dan en el primer versículo del capítulo trece.

DESARROLLO

    Si hemos de llegar a entender por qué Jesús les lavó los pies a los discípulos, o por qué él murió en la cruz, debemos comenzar por entender su amor: “… sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (13.1). Para que las acciones de Jesús puedan ser entendidas, debemos primero apreciar el corazón del cual manaron tales acciones.
     El corazón de Jesús estaba lleno de amor cuando les lavó los pies a los discípulos. No estaba lleno de enojo, ni de desilusión, ni de frustración, ni de disgusto; estaba lleno de amor. Si queremos servir como Jesús sirvió, es importante que nosotros también comencemos a hacerlo con amor. Muchos que insisten en que debemos servir como Jesús sirvió, no están dispuestos a comenzar como Jesús comenzó, con un corazón lleno de amor.
    Más adelante en este mismo capítulo, Jesús describió cómo el amor es el valor central del reino de Dios;
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis
unos a otros; como yo os he amado, que también
os améis unos a otros. En esto conocerán todos
que sois mis discípulos, si tuviereis amor los
unos con los otros (13.34–35).
   El servicio, si ha de ser servicio cristiano genuino, debe comenzar con el amor. No hay límite a lo que el amor puede impulsarnos a hacer. Si servimos movidos por la culpa, o el orgullo, nuestro servicio se quedará corto en comparación con lo puede ser si servimos movidos por corazones amorosos. Un hombre que estuvo como paciente en un hospital cristiano misionero observaba cómo las mujeres trabajaban arduamente todo el día, haciendo los trabajos más difíciles y más sucios que podía haber visto. Un día le comentó a una enfermera: “¡Yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares!”. La enfermera cristiana hizo una pausa en su trabajo, le sonrió al hombre y le dijo: “¡Yo tampoco!”. El amor nos mueve a entregarnos nosotros mismos en el servicio como ninguna otra cosa puede hacerlo. 
   “Servir”, “siervo”, “servicio” —son palabras que le suenan al mundo como términos “débiles”. Sugieren tareas que sólo llevan a cabo los analfabetos, los pobres, los débiles. El servicio, comúnmente se cree, es para los que no pueden subir por encima de ese nivel. Uno sirve sólo porque se ve obligado a hacerlo. Jesús, no obstante, le dio un significado contrario a todo eso. La noche que les lavó los pies a los discípulos, él no era débil, ni inferior, ni fue en modo alguno intimidado por los doce. Esto es lo que Juan escribió:
… sabiendo Jesús que el Padre le había dado
todas las cosas en las manos, y que había salido
de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se
quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó (13.3–4).

    Lo que Jesús hizo, lo hizo estando en una posición de confianza y poder. El servicio, demostró él, no se arraiga en la debilidad, sino que se fundamenta en la fortaleza. Cuando un cristiano entiende verdaderamente cuán amado y apreciado él es ante los ojos de Dios, entonces tiene confianza para servir. Jesús modeló lo anterior cuando les lavó los pies a los discípulos.
    Los dos discípulos que más destacan en el capítulo 13 son Judas (vv. 2, 18–30) y Pedro (vv. 31– 38). A los dos hombres les lavó los pies Jesús, y los dos le causaron gran desilusión menos de dos horas después: Judas lo traicionó y Pedro lo negó. Esta “pequeñez” es en realidad una maravillosa verdad liberadora acerca de la naturaleza del servicio. El modo como los demás respondan a nuestro servicio no es lo que convierte a éste en algo bueno. Debemos servir, y dejar que sea Dios el que juzgue los resultados.
Cuando Jesús se acercó a Pedro y comenzó a lavarle los pies a éste, Pedro se opuso, diciendo: “Señor, ¿tú me lavas los pies?”. Jesús le dijo a Pedro que él estaba haciendo algo que Pedro no podía entender en ese momento, pero que eventualmente lo entendería. Pedro continuó oponiéndose e insistió en que Jesús jamás le lavaría los pies. Debió haberle causado estupor a Pedro el que Jesús le dijera: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (13.8). Aunque él no entendía por qué esto era importante para Jesús, sí entendió que era importante. Pedro, el impulsivo de siempre, entonces ¡le pidió a Jesús que le bañara todo su cuerpo!
    Las palabras que Jesús le dijo a Pedro revelan cuán destructiva puede ser la autosuficiencia espiritual en nuestra relación con Dios. Siempre y cuando sigamos creyendo que hemos ganado nuestra salvación, no seremos llenos de gratitud ni de humildad hacia Dios. En consecuencia, no tendremos deseo ni motivación para servirles a los demás. ¡En tal caso nos estaríamos haciendo nosotros mismos nuestro propio dios! Por otro lado, cuando nos damos cuenta de que hemos sido salvos solamente por la maravillosa gracia de Dios, entonces llegaremos a ser agradecidos, humildes, y estaremos dispuestos a seguir el ejemplo de nuestro Salvador.
   Después de que Jesús hubo terminado de lavarles los pies a sus abochornados discípulos, él tomó su lugar a la mesa. Es probable que un incómodo silencio siguiera cuando los doce esperaban que Jesús dijera algo. Por fin, les preguntó: “¿Sabéis lo que os he hecho?” (13.12). Las palabras que dijo después no sólo abordaron la situación que tuvo lugar durante la cena, sino que también nos hablan a nosotros hoy día. ¡Jesús sirvió! Él es nuestro maestro. Por lo tanto, ¡debemos servirles a los demás si hemos de ser como él!

CONCLUSIÓN

   Cuando Jesús hubo terminado de lavarles los pies a los discípulos, él se quitó la toalla, pero continuó sirviendo. Al día siguiente tomó una recia cruz romana y voluntariamente murió por nosotros. Tanto la toalla como la cruz son símbolos apropiados de la vida de Jesús. Ambos son símbolos de sacrificio, ambos nos recuerdan de que lo sucio puede limpiarse, ambos fueron utilizados por Jesús para mostrarnos su amor por nosotros, y ambos nos invitan a imitar el ejemplo de Jesús, nuestro Señor. ¿Tomará usted su toalla y su cruz (Marcos 8.43) y seguirá a Jesús hoy día?

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