LECCIÓN DOMINGO 09 DE NOVIEMBRE DE 2014
JUAN 13: 1 al 15
FILIPENSES 2:3 y 4
INTRODUCCIÓN

“discursos de despedida” de Jesús. En
contraste con la enseñanza en público, que era el enfoque central de su
anterior ministerio, esta sección describe conversaciones en privado, íntimas,
sostenidas entre Jesús y los doce apóstoles. Una diferencia que se muestra en
esta sección es que la palabra “amor” aparece más frecuentemente que en las
secciones anteriores. Los capítulos del uno al doce contienen sólo seis
referencias al amor, mientras que los capítulos del trece al diecisiete
¡mencionan el amor treinta y una veces! Dos de estas ocurrencias se dan en el
primer versículo del capítulo trece.
DESARROLLO
Si hemos de llegar a entender por qué Jesús les lavó los pies a
los discípulos, o por qué él murió en la cruz, debemos comenzar por entender su
amor: “… sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo
al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el fin” (13.1). Para que las acciones de Jesús puedan ser entendidas, debemos
primero apreciar el corazón del cual manaron tales acciones.
El corazón de Jesús estaba lleno de amor
cuando les lavó los pies a los discípulos. No estaba lleno de enojo, ni de
desilusión, ni de frustración, ni de disgusto; estaba lleno de amor. Si
queremos servir como Jesús sirvió, es importante que nosotros también
comencemos a hacerlo con amor. Muchos que insisten en que debemos servir como
Jesús sirvió, no están dispuestos a comenzar como Jesús comenzó, con un corazón
lleno de amor.
Más
adelante en este mismo capítulo, Jesús describió cómo el amor es el valor
central del reino de Dios;
Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis
unos a
otros; como yo os he amado, que también
os améis
unos a otros. En esto conocerán todos
que sois
mis discípulos, si tuviereis amor los
unos con
los otros (13.34–35).
El servicio, si ha de ser servicio cristiano genuino, debe comenzar con
el amor. No hay límite a lo que el amor puede impulsarnos a hacer. Si servimos
movidos por la culpa, o el orgullo, nuestro servicio se quedará corto en
comparación con lo puede ser si servimos movidos por corazones amorosos. Un
hombre que estuvo como paciente en un hospital cristiano misionero observaba
cómo las mujeres trabajaban arduamente todo el día, haciendo los trabajos más
difíciles y más sucios que podía haber visto. Un día le comentó a una
enfermera: “¡Yo no haría su trabajo ni por un millón de dólares!”. La enfermera
cristiana hizo una pausa en su trabajo, le sonrió al hombre y le dijo: “¡Yo
tampoco!”. El amor nos mueve a entregarnos nosotros mismos en el servicio como
ninguna otra cosa puede hacerlo.
“Servir”,
“siervo”, “servicio” —son palabras que le suenan al mundo como términos
“débiles”. Sugieren tareas que sólo llevan a cabo los analfabetos, los pobres,
los débiles. El servicio, comúnmente se cree, es para los que no pueden subir
por encima de ese nivel. Uno sirve sólo porque se ve obligado a hacerlo. Jesús,
no obstante, le dio un significado contrario a todo eso. La noche que les lavó
los pies a los discípulos, él no era débil, ni inferior, ni fue en modo alguno
intimidado por los doce. Esto es lo que Juan escribió:
…
sabiendo Jesús que el Padre le había dado
todas las
cosas en las manos, y que había salido
de Dios,
y a Dios iba, se levantó de la cena, y se
quitó su
manto, y tomando una toalla, se la ciñó (13.3–4).
Lo que Jesús hizo, lo hizo estando en una
posición de confianza y poder. El servicio, demostró él, no se arraiga en la
debilidad, sino que se fundamenta en la fortaleza. Cuando un cristiano entiende
verdaderamente cuán amado y apreciado él es ante los ojos de Dios, entonces
tiene confianza para servir. Jesús modeló lo anterior cuando les lavó los pies
a los discípulos.
Los dos discípulos que más destacan en el capítulo 13 son Judas
(vv. 2, 18–30) y Pedro (vv. 31– 38). A los dos hombres les lavó los pies Jesús,
y los dos le causaron gran desilusión menos de dos horas después: Judas lo
traicionó y Pedro lo negó. Esta “pequeñez” es en realidad una maravillosa verdad
liberadora acerca de la naturaleza del servicio. El modo como los demás
respondan a nuestro servicio no es lo que convierte a éste en algo bueno.
Debemos servir, y dejar que sea Dios el que juzgue los resultados.
Cuando Jesús se acercó a Pedro y comenzó a
lavarle los pies a éste, Pedro se opuso, diciendo: “Señor, ¿tú me lavas los
pies?”. Jesús le dijo a Pedro que él estaba haciendo algo que Pedro no podía
entender en ese momento, pero que eventualmente lo entendería. Pedro continuó
oponiéndose e insistió en que Jesús jamás le lavaría los pies. Debió haberle
causado estupor a Pedro el que Jesús le dijera: “Si no te lavare, no tendrás
parte conmigo” (13.8). Aunque él no entendía por qué esto era importante para
Jesús, sí entendió que era importante. Pedro, el impulsivo de siempre, entonces
¡le pidió a Jesús que le bañara todo su cuerpo!
Las
palabras que Jesús le dijo a Pedro revelan cuán destructiva puede ser la
autosuficiencia espiritual en nuestra relación con Dios. Siempre y cuando
sigamos creyendo que hemos ganado nuestra salvación, no seremos llenos de
gratitud ni de humildad hacia Dios. En consecuencia, no tendremos deseo ni
motivación para servirles a los demás. ¡En tal caso nos estaríamos haciendo
nosotros mismos nuestro propio dios! Por otro lado, cuando nos damos cuenta de
que hemos sido salvos solamente por la maravillosa gracia de Dios, entonces
llegaremos a ser agradecidos, humildes, y estaremos dispuestos a seguir el
ejemplo de nuestro Salvador.
Después de que Jesús hubo terminado de lavarles los pies a sus
abochornados discípulos, él tomó su lugar a la mesa. Es probable que un
incómodo silencio siguiera cuando los doce esperaban que Jesús dijera algo. Por
fin, les preguntó: “¿Sabéis lo que os he hecho?” (13.12). Las palabras que dijo
después no sólo abordaron la situación que tuvo lugar durante la cena, sino que
también nos hablan a nosotros hoy día. ¡Jesús sirvió! Él es nuestro maestro.
Por lo tanto, ¡debemos servirles a los demás si hemos de ser como él!
CONCLUSIÓN
Cuando Jesús hubo terminado de lavarles los pies a los discípulos, él se
quitó la toalla, pero continuó sirviendo. Al día siguiente tomó una recia cruz
romana y voluntariamente murió por nosotros. Tanto la toalla como la cruz son
símbolos apropiados de la vida de Jesús. Ambos son símbolos de sacrificio,
ambos nos recuerdan de que lo sucio puede limpiarse, ambos fueron utilizados
por Jesús para mostrarnos su amor por nosotros, y ambos nos invitan a imitar el
ejemplo de Jesús, nuestro Señor. ¿Tomará usted su toalla y su cruz (Marcos
8.43) y seguirá a Jesús hoy día?
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