viernes, 12 de diciembre de 2014

LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO

LECCIÓN DOMINGO 14 DE DICIEMBRE DE 2014

JUAN 14:15 AL 26
HECHOS 2:3-4


INTRODUCCIÓN

    La palabra obediencia por lo general produce disgusto. Evitamos predicar y hasta pensar demasiado en ella. Estamos habituados a pensar que uno aprende la obediencia en la escuela, donde parece estar conectada a cosas desagradables: hacer las tareas, llegar siempre a horario cada mañana. En las cosas agradables no tenemos que obedecer pues las hacemos naturalmente. No basta con soñar, ni siquiera con hacer grandes oraciones. También es necesario obedecer los grandes mandamientos de Jesucristo, pues sin esto, en un sentido, Dios no contesta las oraciones. La obediencia hace que la vida sea más simple. Si obedecemos con el poder interno del Espíritu Santo, hay ciertas cosas que no tenemos que decidir; ya están decididas por Dios, y eso simplifica la vida.
    La obediencia a los mandatos de Jesucristo trae aparejada la bendición de Dios porque él se goza cuando sus hijos obedecen su Palabra sin objeciones ni condicionamientos. La obediencia es señal de nuestro amor por Jesucristo. Cuando amamos a Jesús lo demostramos por la obediencia—no por la facilidad de palabra, por bonitos sermones, por los rezos o las oraciones. Jesucristo señala que debemos demostrar nuestro amor por él obedeciéndole. Pero para obedecer los mandamientos de Cristo, necesitamos el poder interno de Dios; no podemos hacerlo solos (Fil. 4:13).


DESARROLLO
EL ESPÍRITU SANTO COMO AYUDADOR (16–17)
¡Cuán glorioso y completo es el plan redentor de Dios! El Señor morando en su pueblo es una asombrosa y gloriosa realidad. Habiendo mencionado el mandato con respecto a guardar sus mandamientos, Jesucristo señala que vendría un ayudador para asistirnos en esa obediencia. Considerando que los mandamientos de Cristo no son sencillos ni los podemos cumplir por nosotros mismos, ¿de dónde podemos obtener poder para obedecerlos? El poder está en el Espíritu Santo, el divino ayudador. Cuando en nuestra traducción dice consolador, en el original griego la palabra es PARAKLETON, que significa consolador, auxiliador, ayudador, consejero, intercesor, aquel que nos da fuerzas. Sería algo así como un abogado defensor (1 Jn. 2:1) que nos ayuda en un momento de crisis legal. El Espíritu Santo tiene plena capacidad para ayudar al cristiano en cualquier necesidad.
   Dice la Escritura “otro” consolador. “Otro” en el original significa “otro del mismo tipo”, es decir un reemplazante. El Padre envió al Espíritu Santo con un ministerio semejante al de Cristo, pero a fin de que morase para siempre en el corazón del creyente puesto que Jesús regresaría al Padre.
Este ayudador, el “parakleton”, estaría con los cristianos para ayudarlos a obedecer los mandamientos de Cristo. Junto con el mandato a la obediencia (15) está la promesa de la presencia del Espíritu Santo.
1. Viene del Padre (16a). Es también Dios manifestado como espíritu. De manera que Jesucristo declara que está enviando a nuestras vidas nada menos que el poder de Dios.
2. Es una persona (16b). El Espíritu Santo no es simplemente una fuerza etérea sino una persona divina, y como tal nos postramos ante él, lo respetamos, lo honramos, lo amamos, lo glorificamos. Es una persona santa que ha venido a morar en nuestras vidas.
3. Se caracteriza por la verdad (17a). Se lo llama “el Espíritu de verdad.” Cuando estemos confundidos con respecto a alguna verdad de la Biblia, recordemos que del Espíritu Santo mismo procedió la inspiración de la Escritura, y él nos irá revelando las verdades bíblicas a medida que estudiemos. Es el mejor profesor.
4. No está en todos los hombres (17a). El Espíritu de Dios no mora en todas las personas porque el mundo no puede recibirlo. Sólo quien ha confiado en Cristo tiene en su ser al Espíritu Santo de Dios (Ro. 8:9b).
5. Mora con y en nosotros (17b). ¿Cuál es la distinción? En Hechos 2 leemos que el Espíritu Santo en Pentecostés cayó sobre los discípulos de Cristo, entrando en ellos. Cuando dice “con vosotros” se refiere a antes de Pentecostés. En la etapa del Antiguo Testamento, el Espíritu Santo moraba “con” la gente, venía a ciertas personas a fin de capacitarlas para una tarea especial, y luego salía de ellas (1 S. 10:6, 10; 11:6; 16:14). Por eso David rogaba que Dios no le quitara su Santo Espíritu (Sal. 51:11). En el día de Pentecostés el Espíritu Santo dejó de estar simplemente con ellos, y entró a vivir en ellos, es decir dentro de ellos, y la presencia del Espíritu Santo en nosotros es para siempre.



EL ESPÍRITU SANTO COMO CONSOLADOR (18–24)

  Otro buen título para este pasaje sería: “No somos huérfanos abandonados”. La palabra “huérfanos” en el griego es un término muy fuerte que podría traducirse como “huérfanos abandonados”. Una cosa es ser huérfano, y otra distinta es estar abandonado. El autor de estas líneas es huérfano de padre desde los diez años de edad, pero jamás se ha sentido abandonado.
1. El Espíritu Santo y Cristo en nuestro ser (18–20). Cuando viene el Espíritu Santo a nuestra vida, también Cristo viene a nuestro ser. Por eso no somos huérfanos abandonados. Nuestros padres podrán dejarnos, nuestros amigos abandonarnos, nuestro patrón despedirnos, nuestra escuela perseguirnos, pero Dios jamás nos abandonará (He. 13:5).
¿Cuál es el resultado de tener al Espíritu Santo y a Cristo en nuestra vida?
a. Vemos a Cristo (19a). Ahora lo vemos con los ojos de la fe y un día lo veremos cara a cara. Cuando estemos en su presencia, el mundo no lo verá más.
b. Vivimos por siempre (19b) pues Cristo es la vida de Dios en el alma del hombre.
c. Estamos unidos a Dios (20) y esta unión se vuelve materia de conocimiento personal.
2. Obediencia por amor (21–24). Obedecemos los mandatos de Jesús por puro amor (21). La obediencia puede producir soledad, pero tenemos un divino Consolador por acompañante quien no permitirá que nos sintamos abandonados. ¿Cuál es el resultado de tal obediencia?
a. El amor del Padre y del Hijo se hacen reales para nosotros (21b).
b. Nos transformamos en moradas de Dios (23). La pregunta del discípulo Judas (22) y Juan deja bien en claro que no se trataba de Judas Iscariote—es una nueva ilustración de la falta de comprensión de Felipe en el versículo 8. Judas no entendía cómo y por qué el Señor se manifestaría a los suyos y no al mundo. Seguramente su interpretación de las palabras de Jesús fue que los condenados nunca oirían la voz del Señor.
“Manifestar” aquí se refiere a revelarse al mundo en persona, morando en ellos. No quiere decir que el Señor Jesús no hable ni comunique su mensaje al mundo, sino que no mora en el mundo en sí. Toda esta enseñanza proviene de Dios Padre (24).


CONCLUSIÓN

    El Espíritu de Dios, en su función de intérprete, nos recuerda y enseña todo lo que debemos saber (26). Nos enseñará todas las cosas. Todas las cosas que necesitamos saber para la vida y la doctrina. Todo aquello que Jesucristo enseñó a sus discípulos y era necesario mantener por escrito hasta el final de la historia, está registrado en la Biblia pues el Espíritu Santo inspiró a los autores de la Escritura.

   Y este maestro no sólo enseña sino que, además, recuerda. Cuando estamos en algún aprieto o circunstancia difícil, él nos recuerda pasajes de la Biblia y promesas de Dios. Por ejemplo, promesas de su compañía y ayuda en momentos de crisis; pasajes acordes a una pregunta difícil sobre doctrina. Pero no puede recordarnos cosas que no sabíamos, razón por la cual debemos estudiar la Biblia y conocerla a fondo.

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