lunes, 21 de diciembre de 2015

Esteban señala a Moisés como un tipo de Cristo

Lección Domingo 27 de Diciembre de 2015

Hechos 7:17 al 29
Texto hebreos 11:24 - 25

Introducción
 
      Hasta aquí, Esteban ha demostrado elocuentemente que él no ha blasfemado contra Dios ni ha deshonrado su nombre. Ahora se apresta a responder a los cargos de que ha blasfemado en contra de Moisés. Nótese que él dedica gran parte de su discurso a hablar de la vida, misión y enseñanza de Moisés.


Desarrollo
La preparación de Moisés 7:17–22

    La nueva fase en la historia del pueblo de Dios es el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho cuatrocientos años antes a Abraham. Esta promesa, por supuesto, está relacionada con la numerosa descendencia de Abraham y la herencia de Canaán (Gn. 15:5, 7). Dios permite que transcurran cuatro siglos durante los cuales la familia de Jacob creció y llegó a formar una nación. Estudiosos aún discuten sobre la población estimada; una posibilidad es que el total haya sido de aproximadamente un millón y medio de personas. Dios fija el tiempo para el crecimiento de la nación y su eventual éxodo de Egipto.

   El tiempo entre la muerte de José y la aparición de aquel faraón que no conocía a José se calcula en unos doscientos años. José alcanzó la edad de 110 años (Gn. 50:26), y cuando Moisés tenía 80 años, guió a los israelitas fuera de Egipto y los libró del reinado del faraón. El faraón que ya no tuvo consideración por José ni se preocupó por sus descendientes perteneció a la dinastía decimoctava. Se llamaba Tutmosis I. Fue extremadamente cruel y dictó el decreto para destruir a todos los niños varones nacidos en las familias hebreas (Ex. 1:22). 

   Moisés revela que este faraón puso a los israelitas bajo el régimen de trabajos forzados en la construcción de las ciudades de Pitón y Ramesés.  Esteban dice que Faraón se aprovechó del pueblo judío, porque los trabajos forzados causaron la muerte de incontables esclavos judíos. Faraón quería controlar el crecimiento de la población, pero Dios frustró sus propósitos al dar a los israelitas un fenomenal crecimiento numérico. Los egipcios fueron crueles con los esclavos no sólo por obligarles a hacer cualquier tipo de trabajo, sino por ordenar a las comadronas que mataran a todos los niños hombres que nacieran dentro del pueblo de Israel. Pero a pesar de todo eso, los hebreos continuaron aumentando en número. Como una última medida, Faraón ordenó que todos los niños israelitas varones fueran ahogados en el Nilo (Ex. 1:22).

  Caben aquí dos observaciones. Primero, la destrucción de los niños varones en Egipto tiene su paralelo con la muerte de los niños en Belén cuando nació Jesús (Mt. 2:16). Las vidas de Moisés y de Jesús fueron salvadas, y Moisés sirve como un tipo de Cristo. Segundo, a través de la continua crueldad de Faraón contra los israelitas, Dios los preparó para su libertad y el éxodo y les dio el deseo de viajar hasta la Tierra Prometida.

   En aquellos días tan críticos nació Moisés, a la familia de un levita (Ex. 2:1–2). La familia incluía a dos hermanos mayores: María y Aarón. El Antiguo Testamento tanto como el escritor de los Hebreos afirman que Moisés era guapo (Ex. 2:2; Heb. 11:23). La traducción literal, “[Moisés] era un niño hermoso a Dios”, quizás sea un modismo semítico que signifique “sumamente atractivo”.   Los padres de Moisés aceptaron a este hermoso niño como un regalo de Dios y por lo tanto, no pensaron en abandonarlo. Durante tres meses lo protegieron y ocultaron de la vista y oídos de los soldados de Faraón. Pero llegó el tiempo en que había que tomar una decisión. 

   Luego instruyeron a Miriam a que se quedara cuidando a Moisés. Es interesante que el nombre Moisés suene como una palabra en hebreo que significa “rescatado [de las aguas]”.

      La hija de Faraón vino al río a darse un baño. Cuando sus asistentes vieron al niño, lo sacaron del agua y lo trajeron a la princesa. Ella lo adoptó como su hijo y lo llevó al palacio real (Ex. 2:10). 

    Moisés llegó a ser parte de la familia de Faraón cuando la princesa lo adoptó. Aunque el Antiguo Testamento no dice nada sobre la preparación que Moisés recibió en la corte real, Esteban sigue la tradición y dice que Moisés recibió una educación “en toda la sabiduría de los egipcios”. En los antiguos tiempos, Egipto fue un gran centro de estudio, conocimiento y sabiduría. Moisés probablemente estudió filosofía, matemáticas, literatura y retórica. Estas disciplinas lo hacían apto para desempeñar un papel de liderazgo.

   Esteban es breve y va al grano. Sólo dice que Moisés, “era poderoso en palabras y hechos”. Por supuesto, como líder de los israelitas, Moisés repetidamente demuestra su habilidad para hablar bien en la presencia de Faraón o de dirigirse al pueblo de Israel. Su auto evaluación de que era tardo para hablar (Ex. 4:10) debe ser entendida como una excusa para ser relevado de la tarea que Dios estaba poniendo encima. El Antiguo Testamento revela que no fue Aarón sino Moisés quien habló elocuentemente y realizó numerosos milagros. Sin duda que Moisés fue poderoso en palabras y obras.


La partida de Moisés  7:23–29

       El escritor de hebreos explica que Moisés no quiso ser conocido como hijo de la hija de Faraón, pero echó su suerte con el pueblo de Dios, que era brutalmente maltratado por el faraón. Moisés se identificó con los descendientes de Abraham, el pueblo del pacto con Dios. A pesar de su educación en el palacio de Faraón, él era un israelita de corazón. Por eso, a los cuarenta años, decidió visitar a sus compatriotas. Cuando decidió identificarse con sus esclavizados y oprimidos compatriotas, no sólo declaró ser descendiente físico de Abraham, sino que también declaró ser su descendiente espiritual por su fe en Dios (c.f. Heb. 11:26). El texto griego dice literalmente, “subió en su corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel”. Es decir que era Dios quien estaba actuando en su corazón, de manera que decidió echar su suerte con los israelitas. Y así, la palabra visitar en este versículo significa más que una reunión social; implica ayudar a alguien en necesidad. 

  “Pero él pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios les daría libertad por mano suya”. Moisés era de la opinión de que Dios lo había escogido a él para liberar a los israelitas y que éstos lo reconocerían como su líder. El era una persona madura que había recibido una excelente educación en la cultura egipcia. Tenía una genuina fe en el Dios de Israel, quien había prometido liberar a su pueblo de la esclavitud cuatrocientos años después de haber dado a Abraham la promesa que heredaría la Tierra Prometida (Gn. 15:13). Los israelitas guardaban este conocimiento, quizás a través de la tradición oral, y esperaban pacientemente por la libertad. Sin embargo, aun cuando Moisés haya estado al tanto de esta profecía divina, sus compatriotas no lo aceptaban como su libertador. Esteban dice, “ellos no comprendían”.

     Prestemos atención a las siguientes tres observaciones:

a. Tipo. El paralelo entre Moisés y Cristo es llamativo. Moisés, el líder de Israel, fue destinado a liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Jesús fue enviado por Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud del pecado y de la muerte. Moisés, hebreo, vino como tal ante su propio pueblo, pero encontró el rechazo tajante, lo que hizo que huyera a Madián. Jesús nació en Belén, pero cuando se presentó a enseñar a su propio pueblo, no solamente fue rechazado sino que además lo mataron (c.f. Jn. 1:11). Moisés fue exaltado por Dios, quien lo comisionó en el desierto para guiar a los israelitas fuera de Egipto, tierra de cautividad, a la libertad en la Tierra Prometida. Dios también exaltó a Jesús, levantándole de la muerte.
    Jesús libera a su pueblo de la esclavitud del pecado y la muerte espiritual concediéndoles la libertad y el reino de los cielos.
     La diferencia en este paralelismo es que Moisés vino a Israel como un siervo en el nombre de Dios, en cambio, en Jesús Dios mismo viene a su pueblo y lo salva.
  Esteban explica que Moisés es un tipo y precursor de Cristo (v. 37) y cita una profecía dada a Moisés. Se le dijo a Moisés que Dios levantaría a un profeta como él de entre sus hermanos (Dt. 18:15, 18). Y Jesús cumplió esta profecía.

b. Rechazo. Esteban muestra claramente que los israelitas rechazaron a Moisés como su libertador, y así él señala un tema que es relevante a Israel. El tema del rechazo aparece no sólo en el discurso de Esteban (vv. 27, 35, 39), sino que también existe a lo largo de toda la historia de Israel. El pueblo judío se destaca por rechazar la gracia de Dios. En sus palabras, Esteban busca recordar a su audiencia de esta característica negativa que ha obstruido las relaciones de Israel con Dios.


c. Honor a Moisés. En esta parte de su discurso, Esteban no deja dudas de que siente un gran respeto por Moisés. Por lo tanto, las acusaciones de sus oponentes, que dicen que él ha blasfemado el nombre de Moisés, son absolutamente sin fundamento.

sábado, 19 de diciembre de 2015

El rechazo de José: Un tipo de Cristo

Lección Domingo 20 de Diciembre de 2015

Hechos 7:9 al 16
Texto Génesis 50:20

Introducción 

   Por una extraña actitud de los hijos de Israel, Dios nuevamente tiene que actuar en una nación extraña así como lo había hecho antes con Abraham en Ur (7:2). Es de admirar las veces que en nuestro relato Esteban menciona la nación del exilio, como para que comprendieran el cumplimiento de la profecía, la atención de Dios a sus promesas aun por medio de los malos procederes de los patriarcas.

    Es en Egipto donde habrían de morar como extraños por alrededor de cuatrocientos años, y no por voluntad de ellos sino a causa del celo que mostraron por el trato desigual que Jacob daba a su undécimo hijo José.

Desarrollo 
    El cuadro de la vida patriarcal no es halagador, y lo que ocurrió es invalorable para nuestras enseñanzas. Jacob no fue un hijo modelo, ni tampoco un padre ejemplar. Habiendo aprendido el favoritismo en la casa paterna, lo practicó descuidadamente en la suya. Mostró preferencias irritantes por José, el hijo mayor de Raquel—la mujer de su corazón. Esta fue la raíz de la “envidia” de los otros hijos, que se acrecentó a causa de los sueños de José que causaron molestias al mismo Jacob (Gn. 37:10–11).

    El dato de que “Dios estaba con él” (v. 9) revela la razón del triunfo en todas sus experiencias y el desarrollo de los propósitos divinos a través de las injusticias. Por haber sido fiel, Dios le otorgó una sabiduría singular especialmente para adivinar o interpretar sueños y ganar el favor del monarca egipcio (comp. Gn. 37:11; 45:4; 39:2, 3, 21).

    Además de proveer para José, Dios también quería vincular a su familia con sus planes, salvándolos del hambre durante los años de improducción (v. 11). De modo obligatorio se abrió el camino a Egipto. 

    Esteban menciona las tres visitas que los hermanos de José realizaron, la primera para negociar el grano (v. 12), la segunda cuando José se hizo conocer a sus hermanos (v. 13) y la tercera cuando llevaron a su padre Jacob con ellos, juntamente con el resto de la parentela, “setenta y cinco personas” (v. 14). 

    Este es el número que aparece en la Septuaginta (la traducción griega del AT que usaba Esteban) de Gn. 46:27; Ex. 1:5 y Dt. 10:22, donde posiblemente está incluida parte de la familia de José nacida en Egipto. 

    La muerte de Jacob (v. 15) está mencionada en Gn. 49:33 y la de sus hijos en Ex. 1:6. Jacob y sus hijos no volvieron más a su tierra, pero sus huesos fueron sepultados en la tierra prometida. Jacob fue sepultado en Hebrón en la cueva de Macuela que Abraham compró a los hijos de Het (Gn. 23:16; 49:29–30). 

    José en cambio fue sepultado en Siquem en la tierra que Jacob compró a los hijos de Hamor (Gn. 33:18–20) (Jos. 24:32). Seguramente, la compra de la tierra en Siquem por Jacob había sido hecha en nombre de Abraham que aún vivía cuando llegó a ese lugar.

      La clave de la vida de José se encuentra en sus palabras a sus hermanos, que se encuentran en Génesis 50:20. En aquel momento sus hermanos se temían que, después de la muerte de Jacob, José se vengaría de ellos por lo que habían hecho con él, pero la respuesta de José fue:

«Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien.» José fue un hombre para quien lo que parecía un desastre se convirtió en una victoria.    Vendido en Egipto como esclavo, metido injustamente en la cárcel, olvidado por el hombre al que había ayudado... al fin llegó a ser el primer ministro de Egipto. 

   Esteban resume las cualidades de José en dos palabras: gracia y sabiduría.

(i) Gracia es una palabra preciosa
      En un principio quiere decir simplemente agradable por su aspecto o cualidades, lo que indicamos con la palabra encanto. José poseía esa cualidad que es característica de todo hombre realmente bueno. Habría sido normal que se convirtiera en un tipo amargado; pero cumplió cada día con su deber como se le presentaba, sirviendo con la misma lealtad como esclavo o como primer ministro.

(ii) La palabra sabiduría es todavía más difícil de definir
       Quiere decir mucho más que inteligencia. La vida de José nos da la clave para su sentido: en esencia, la sabiduría consiste en ver las cosas como Dios las ve.
   Una vez más nos encontramos con el contraste. Los judíos estaban perdidos en la contemplación de su pasado, y prisioneros en el laberinto de su ley; pero José recibía con agrado cualquier tarea nueva, aunque fuera de rebote, y adoptaba el punto de vista de Dios en la vida.


Conclusión

  José tiene una semejanza maravillosa a Cristo en muchas maneras: 

(1) su padre lo amaba (Gn 37.3; Mt 3.17); 
(2) sus hermanos lo aborrecían (Gn 37.4–8; Jn 15.25); 
(3) sus hermanos lo envidiaban (Gn 37.11; Mc 15.10); 
(4) lo vendieron por el precio de un esclavo (Gn 37.28; Mt 26.15); 
(5) lo humillaron como sirviente (Gn 39.1ss; Flp 2.5); 
(6) lo acusaron falsamente (Gn 39.16–18; Mt 26.59, 60); 
(7) lo exaltaron y honraron (Gn 41.14ss; Flp 2.9–10); 
(8) sus hermanos no lo reconocieron la primera vez (Gn 42.8; Hch 3.17); 
(9) se reveló a sí mismo la segunda vez (Gn 45.1ss; Hch 7.13; Zac 12.10); 
(10) aunque rechazado por sus hermanos, tomó una esposa gentil (Gn 41.45; Hch 15.6–18).

    El argumento de Esteban aquí es que los judíos habían tratado a Cristo de la manera que los patriarcas trataron a José, pero no enfocó esta acusación sino hasta el final. Así como José sufrió para salvar a su pueblo, Cristo sufrió para salvar a Israel y a toda la humanidad; sin embargo, los judíos no lo recibieron.


martes, 8 de septiembre de 2015

El Espíritu Santo obra milagros para testificar el evangelio de Jesús

Lección Domingo 13 de septiembre de 2015

HECHOS 3: 11 al 16
MARCOS 16:17 Y 18

INTRODUCCIÓN

     Mientras el paralítico sanado se aferraba a los apóstoles quizás por temor o inseguridad, la concurrencia se agolpaba más y más para investigar el suceso. El pórtico (que quizás para completar el pensamiento deberíamos decir que consistía de una doble fila de columnas de mármol con techo de cedro) era muy conocido por Pedro, especialmente por la asistencia a las fiestas (Jn. 10:23).

DESARROLLO

     No podemos desconocer que la memoria de Pedro se incentivó al ver reunida en ese lugar semejante cantidad de gente. Es una multitud reparada para oír la explicación, no tanto de la sanidad, sino de la persona en cuyo nombre Pedro la realizó.
       La primera parte del discurso tiene tres objetivos principales.
(1) Procura ubicar a sus oyentes. Aunque muchos habían oído que el milagro se había producido en el “nombre de Jesús de Nazaret”, estaban confundidos. Pedro les pregunta a qué se debe el asombro y por qué se muestran confundidos sobre el origen del suceso. El apóstol siente que antes de ofrecer su explicación el auditorio tiene que estar preparado para oír.
(2) Corrige la suposición generalizada sobre el origen del milagro. Algunos suponen que se trata de un poder mágico nacido como recompensa a la piedad de aquellos hombres de oración. Pero la hipótesis es una deshonra para Dios. Pedro quiere corregirla dejando a la concurrencia aún más desconcertada.
(3) Se asegura de que el camino para oír la verdad está libre de prejuicios. Si las suposiciones no hubieran sido eliminadas, no hubieran comprendido bien el sentido del verdadero milagro, y la verdad se hubiera mezclado con el error. Pedro obliga a su auditorio a creer una sola versión de lo ocurrido y no dos o más.
a.  Anuncia al verdadero autor del milagro Dios es la fuente de los milagros. La creación visible e invisible es la evidencia. Cuando Pedro menciona al Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, además de hacerles recordar las promesas recibidas (Gn. 26:24; 28:13) también les señala que la redención o éxodo de Egipto fue a causa de ellos (Ex. 3:6, 15, 16; 6:3; 32:13), y que la restauración del cautiverio de Babilonia se debía a la misma causa. Dios había demostrado su fidelidad con la nación a pesar de la idolatría en la que habían caído (2 R. 13:23; 1 Cr. 29:18; 2 Cr. 30:6). Tal como solían cantar, “Dios es misericordioso” (Sal. 136). Él es quien en cumplimiento a su palabra (Is. 7:14; Mi. 5:2) envió a su Hijo Jesús, cuya encarnación es el más grande de los milagros de todos los tiempos (Gá. 4:4).

b. Aclara el propósito de Dios
    La dificultad existente en el pueblo hebreo no radicaba en la fidelidad de Dios o en el cumplimiento de sus promesas, sino en la relación para ellos extraña entre él y Jesús de Nazaret. Así que Pedro da un giro a su explicación diciendo que el mismo Dios (7:32) relacionado con Abraham es quien “ha glorificado a su Hijo Jesús” (ver Is. 52:13).
    Al ser así, lo que el judaísmo trataba de prolongar no tenía razón alguna. Los hebreos sabían que Dios había glorificado a Moisés (Ex. 24:16; 2 Co. 3:7, 8) y había dado por terminada la era patriarcal. Pero no podían (o no querían) comprender cómo la ley también había llegado a la culminación. Sin embargo, al haber glorificado a Jesús (7:55; Lc. 24:26; Jn. 17:22, 24) Dios mismo trajo la dispensación de la ley a su legítima finalización. Al rechazar a Jesucristo habían descartado la profecía más importante dicha por Moisés: “Vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (v. 22).
    La convicción de que Jesús es el Mesías le permite a Pedro abrir la puerta para puntualizar la fatalidad de lo que habían protagonizado en el pasado inmediato. Utiliza cuatro verbos claves y muy duros contra la actitud de ellos. Además, describe al Señor con los títulos mesiánicos que ellos bien conocían.
(i) “Vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato”. Como ya lo había dicho en Pentecostés, Pedro atribuyó al pueblo hebreo en general la culpa por la muerte de Jesús (v. 13). “Negar”, tal como él mismo lo había hecho delante de los sirvientes del sumo sacerdote, es afirmar lo contrario o “rechazar” lo que Cristo había afirmado y probado ser (Mt. 20:19; 26:2; 27:22–23). Lo hicieron por cuenta propia porque Pilato había decidido soltarle.
(ii) “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida” (v. 14). La negación y entrega se ve agravada por la persona a quien rechazaron. El “Santo” es uno de los títulos más venerados en la expectativa mesiánica hebrea (comp. Sal. 16:10; 71:22; Is. 10:20; 47:4; 48:17; Mr. 1:24) que juntamente con el “Justo” vitalizaron las esperanzas de la nación (Lv. 19:36). Ellos conocían las Escrituras de los profetas que hablaban del que había de venir, pero cuando vino prefirieron un homicida y a Jesús lo hicieron ejecutar (4:27, 30; Lc. 23:18, 19).
(iii) “Matasteis al Autor de la vida” (v. 15). En el momento de elegir, no advirtieron la diferencia entre un supresor de la vida y el autor de ella. Por tener una conciencia desviada y sin libertad de análisis, se unieron a la masa de fastidiados con los conflictos planteados por los sacerdotes. No comprendiendo la obstinación religiosa prefirieron dar un corte, sin advertir que cortaban con el Autor de la vida, para escoger su propia muerte, para ellos y sus descendientes (comp. Jn. 1:4; 5:26).
   Dios revirtió el rechazo y lo utilizó para mostrar su soberanía. Resucitó al Señor Jesús en la manera en que lo hemos estudiado, y constituyó a los apóstoles en testigos (v. 15) (comp. 1:8).
c. Atribuye el milagro al Señor Jesús El v. 16 es la clave para comprender este y otros milagros. Los apóstoles que vieron la resurrección del Señor Jesús conocen también el efecto del Espíritu. Tienen que creer en lo que poseían y en las palabras del Señor. Necesitan fe para utilizar tanto poder y no atribuirse para sí los resultados. Es por la fe en el nombre de Jesús (comp. Hch. 14:9–10) que este hombre está sano. Pedro se esfuerza en ponerlos a ellos por testigos de todo lo ocurrido tal como lo vieron y oyeron, agregando: “en presencia de todos vosotros”.

CONCLUSIÓN


    Los primeros predicadores siempre insistían en el poder del Señor Resucitado. Nunca se presentaban a sí mismos como la fuente, sino sólo como canales del poder. Eran conscientes de sus limitaciones; pero también de que no había límites a lo que el Señor Resucitado podía hacer con y por medio de ellos. Ahí radica el secreto de la vida cristiana. Mientras el cristiano no piensa más que en lo que él puede hacer y ser, no cosecha más que fracaso y temor; pero cuando piensa en « no yo, sino Cristo en mí», tiene paz y poder.

martes, 18 de agosto de 2015

Las primicias del Reino. La obra del Espíritu Santo

LECCIÓN DOMINGO 23 DE AGOSTO DE 2015

HECHOS 2: 37 AL 41
LUCAS 24: 46 Y 47


INTRODUCCIÓN

   Los oyentes sienten las palabras como flechas que perforan sus corazones. Es el remordimiento por el pecado cometido. Ven con claridad lo ocurrido y lo que les corresponde por la afrenta a Dios y no saber qué camino tomar (comp. Zac. 12:10) para escapar de las consecuencias. Por primera vez la predicación es una saeta afilada por el Espíritu que produce en los oyentes lo mismo que la lanza romana en el costado del Señor Jesús (Jn. 19:34) (comp. He. 4:12; Lc. 2:35).

DESARROLLO 

   Los presentes aceptan el desafío y deciden acudir a los predicadores (Lc. 3:10; Hch. 9:6; 16:30). Están desorientados y buscan directivas definidas. La respuesta es también similar a la de Juan el Bautista (Mt. 3:2) y la del Señor Jesús. Pero los resultados fueron diferentes. En los casos anteriores continuaron siendo israelitas, pero ahora pasan a ser el cuerpo de Cristo, la iglesia. ¿Por qué? Porque anduvieron un camino distinto, comenzaron igual, pero después de la resurrección y ascensión de Cristo el propósito de Dios era otro.

    El arrepentimiento es el punto inicial en el proceso de la regeneración. Dios no pone parches o remiendos sobre las vidas viejas sino que cambia la persona. Arrepentirse es cambiar la mente como paso previo para vivir de otra manera (8:22; 17:30; 20:21). Es reaccionar contra el pasado y renunciar a todas sus exigencias, rechazando definitivamente las demandas de Satanás. El arrepentimiento verdadero trae paz y abre la puerta para seguir adelante con otras decisiones. En el caso que estudiamos los apóstoles les indicaron: “bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo”. Para los judíos esta señal externa del arrepentimiento les resultaba fácil de entender y daba continuidad a la proclama de Juan el Bautista, relacionada específicamente con el nombre del Señor Jesús y el don del Espíritu Santo (18:25; 19:3).

    Bautizarse en el “nombre de Jesús” no es una fórmula como pasó a ser después para algunas sectas. Es como decirles: “Sométanse bajo el Cristo que rechazaron”. Es someterse a su autoridad, reconocer sus demandas y enrolarse en su servicio. Es decir, utilizando el mismo método con que los hebreos aceptaban a los prosélitos, Pedro les enseña que deben someterse al Señor Jesús (comp. He. 6:1–2).

    Bautizan en “su nombre” porque están bajo la autoridad del Señor Jesús que los ha comisionado (Mt. 28:19; Hch. 15:17). Indica que el tema de “toda potestad” (autoridad) afecta a todos los creyentes sin discriminación (v. 44).

  Habiendo ellos obedecido y demostrado que realmente habían cambiado, Dios tiene dos regalos: el perdón de pecados y el don del Espíritu Santo.

a. El perdón de los pecados 

    Este perdón es amplio e incluye todo su pasado, incluido el rechazo al Señor Jesús. Perdonar en calidad de “remitir” o “enviar lejos” es la forma más utilizada en el NT para indicar el propósito divino de eliminar la culpa del culpable y enviarla “a lo invisible” (Lc. 5:20; 7:47; 1 Jn. 1:9) (comp. Lv. 4:20, 26; 5:10, 13; Nm. 15:25).
   El perdón no es una acción de parte de Dios que merecemos o nos corresponde tener, sino que es una gracia suya hacia nosotros. En consecuencia, debemos recibirlo con gratitud y aceptarlo con [p 92] gozo porque es el mejor beneficio que podamos recibir de manos suyas.
   También tenemos la obligación de administrarlo (Mt. 6:12; Lc. 6:37). La disposición de perdonar a otros es el indicio de que nos hemos arrepentido y perdonado a nosotros mismos. Nace como una vertiente de gracia que surge de corazones que conocieron la integridad.
    Aquellos hermanos sintieron que algo había ocurrido en sus corazones y que la enseñanza tantas veces repetida por el Señor (Mt. 18:23–35) se había transformado en una realidad para ellos (5:31; 13:38). Estaban perdonados.

b. El don del Espíritu Santo
    Aquí está la gran diferencia entre el perdón hasta ese momento y a partir de Pentecostés. Ahora la “promesa” está inmediatamente detrás. Recibir el Espíritu Santo es recibir a Dios mismo en el interior. El los bautiza, los habita, los regenera y los transforma en familia (Ef. 2:19). El don expresa esencialmente algo obsequiado con libertad, buena voluntad y generosidad. Así es la salvación (2 Co. 9:15) y también el Espíritu Santo
(10:45; 11:17). Son regalos que no tienen precio, no se los puede pagar ni revender porque son obsequios particulares de Dios para nosotros.
    La Escritura confirma que “todo don perfecto” (Stg. 1:17) viene de Dios como un acto espontáneo de su gracia. Como veremos más adelante charisma (que también significa don) se utiliza más especialmente para los dones espirituales que debemos administrar a otros (1 P. 4:10–11).

c. El alcance de la promesa
    La multitud se enteró de que la “promesa” (el don del Espíritu) no era sólo para los apóstoles o los ciento veinte inicialmente reunidos, sino para todos. En ese todos estaban incluidas más personas que las que Pedro mismo imaginaba. Dios había decidido bendecir al mundo con el mensaje del evangelio. El v. 39 es muy explícito porque dice que la “promesa” (que es también el don, o el bautismo en el Espíritu Santo) (1:4–5; 2:33) es para todos los presentes y “para todos los que están lejos”, refiriéndose en principio a los judíos en la dispersión (1 P. 1:1–2) y en segundo lugar según el propósito de Dios—a los gentiles. Cada persona llamada por medio del evangelio (Ro. 8:28–29) recibe ambos dones, vinculados con los propósitos de la salvación.
    De modo que la promesa no es únicamente para los distantes en tiempo sino también en lugar. Pedro tiene en cuenta dos pasajes del AT (Is. 57:19; Jl. 2:32).

d. La conclusión del discurso
  Pedro continuó confirmando su argumento con “muchas otras palabras”. Lucas no explica cuáles fueron los temas abordados en estas muchas palabras. Es su metodología en este escrito (8:25; 10:42; 18:5; 20:21, 23, 24) pero es muy probable que Pedro haya tenido que insistir sobre el modo de librarse del pasado que estaba entrañablemente unido a ellos.
    Dice que “testificaba”, es decir ponía razones para acreditar lo que afirmaba mostrando posiblemente ejemplos o destacando lo sucedido con ellos mismos. Además los “exhortaba” llamándolos a un compromiso formal con la vida espiritual que propone el reino de Dios (11:23; 14:22; 15:32). La frase “sed salvos de esta perversa generación” (v. 40; ver Fil. 2:15) (comp. Dt. 32:5), demuestra en pocas palabras todo el contenido de lo que Pedro enseñaba. Él quiso resumir en pocas palabras la posición cristiana con respecto al mundo que había rechazado a Cristo (Mt. 16:4; 17:7) por cuya causa estaban bajo el juicio de Dios (comp. Mt. 23:36).
   Les presenta una sola puerta de escape: la recepción del evangelio. Pedro es uno de los predicadores que acentúa la liberación de los salvos del juicio venidero—que los apóstoles creían que estaba muy próximo (3:19).

Conclusión


    Entre la multitud de aquel día se generó un clamor que sorprendió a centenares de observadores. Nada menos que “alrededor de tres mil” personas obedecieron la palabra dada. No hubo secretos; todos ven los cambios y asisten a los bautismos a la usanza hebrea (Mt. 3:11, 16). Aunque la ceremonia no tenía el mismo significado que en el sacerdocio levítico, para todos era como “dar vuelta la hoja” en sus vidas a fin de iniciar una etapa totalmente diferente.

viernes, 24 de julio de 2015

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA PRIMITIVA

LECCIÓN DOMINGO 26 DE JULIO DE 2015

HECHOS 2: 1 AL 4
JOEL 2: 28 Y 29

INTRODUCCIÓN 

    Lucas inicia esta sección del material volviendo al tema del Espíritu Santo que ya había mencionado en su primer escrito (Lc. 3:21–22; 4:1, 14, 18). Ahora muestra su actividad en muchos, y no sólo en algunos. Lucas observa que la venida del Espíritu es la promesa (2:33), el don (2:38), el bautismo (1:5), el poder (1:8) y la plenitud (4:31) en muchas personas.
     Un poco de historia nos puede ayudar a conocer las causas por las cuales Dios eligió ese día. Él había ordenado al pueblo de Israel que celebrara ciertos acontecimientos con mucha prolijidad, especialmente cuando se trataba de dar valor a la libertad conseguida y los medios para conseguirla.
   Pentecostés marcaba la finalización de la cosecha que comenzaba con el primer corte del grano (Dt. 16:9–10) y el ofrecimiento de la gavilla mecida (Lv. 23:11). Por esta razón recibió también otros nombres como “fiesta de la cosecha” (Ex. 23:16) o “de las primicias” (Nm. 28:26), que en sí muestran el gozo del pueblo por ver el resultado de la bendición de Dios y que los estimulaba a ofrendar jubilosamente. Dios la denominó “santa convocación”, porque todos venían a presentarse a él, libres del dominio de otro dios (Lv. 23:21). Era tiempo de gran gozo (Dt. 16:15) por lo recibido y la oportunidad de disfrutar la presencia de Dios (Jer. 5:24).
   El pueblo del pacto podía evaluar los propósitos divinos y recibir ánimo para el futuro (Dt. 16:12).

Podríamos resumir la fiesta, entonces, de la siguiente manera:
a. Se celebraba cincuenta días después que la hoz hubiera cortado el grano. El recuerdo de la obra de Cristo.
b. Recordaba que el israelita había sido esclavo en Egipto. Cristo había dado la verdadera libertad (Jn. 8:32).
c. Anunciaba el comienzo de la cosecha. Los anuncios de lo que sucedería con la venida del Espíritu (Ex. 23:16).
d. No debían sujetarse a otro señor (Lv. 23:11). Donde está el Espíritu allí hay libertad (comp. 2 Co. 3:12).
    En la pascua se mecía la primera gavilla (Lv. 23:10), trigo que únicamente puede fructificar. En Pentecostés están ya los panes. Cristo es el grano de trigo que fue cortado, nosotros somos los “panes” (uno hebreo y otro griego) que al final nos transformamos en un “solo pan” (1 Co. 10:17), el cuerpo de Cristo.
    La historia cuenta que debido a los problemas para viajar (comp. 27:9) y al momento del año en que sucedió, Pentecostés se convirtió en la fiesta que atraía mayor número de personas. Fue para Pentecostés que Pablo visitó Jerusalén más de una vez (18:21; 20:16) durante sus labores en Grecia y Asia.


LA NARRACIÓN DEL SUCESO

   Después de la elección de Matías la expectativa se acrecentó. Pero no de cualquier modo sino en sólida comunión: “todos unánimes juntos”. Se cumplió el tiempo desde la Pascua y tal como ya lo señalamos los festejos que la ley indicaba estaban a punto de iniciarse.

a. El modo en que ocurrió (2:1–4)  La presencia tiene cumplimiento. El verbo “llegar” es symplêroô que significa en el vocabulario de Lucas “un tiempo de conclusión o maduración”. Así como Cristo había venido en el cumplimiento del tiempo (Gá. 4:4), ahora con el Espíritu también ocurría lo mismo.
    Pero notemos que el momento sorprendió a todos unánimes juntos. Habían aprendido las bases de la comunión por medio de una preparación lenta y eficaz. Todos rodeando al Señor, oyéndole y viéndole ir. Habían encontrado un buen fundamento para estar juntos y esperar unánimemente. La preparación había sido lenta, pero necesaria para esperar el avivamiento. Como humanos que somos, nos cuesta creer que la comunión con Cristo y unos con otros es previa a la manifestación de Dios.  
   Aunque no sabemos con seguridad si la experiencia ocurrió en el “aposento alto” (1:13) o en algunos de los recintos del templo (Lc. 24:53), el énfasis está en que ocurrió el día de Pentecostés. Por lo que explicamos más arriba, la fiesta celebraba la terminación de las cosechas y se realizaba cincuenta días después de la Pascua.
    Por otro lado, está la versión de que los rabinos enseñaban que cincuenta días después de la salida de Egipto los israelitas recibieron la ley en el monte Sinaí. De modo que para aquellos hermanos tenía por lo menos dos recuerdos importantes: (1) la dádiva de la ley; (2) la verificación de las cosechas.
  Al tratar de buscar un significado para nosotros, podríamos decir que con la dádiva de la “promesa” estaba a punto de iniciarse una nueva cosecha de pueblo para Dios. “De repente” vino el Espíritu produciendo un fenómeno triple que pudieron ver, oír y hablar.
Todos se vieron incluidos en la nueva experiencia:
1. Vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, que nos recuerda la petición de Ezequiel sobre los huesos secos (Ez. 37:9). El estruendo “como viento” muestra la soberanía y magnificencia de Dios (comp. Jn. 3:8).
 2. Se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Nuevamente nos hallamos frente a una experiencia muy particular. Los que estaban sentados sintieron algo como fuego pero que no era tal, y poseía efectos purificadores, penetrantes, iluminadores y santificantes. El fuego del calor despertaba en ellos una nueva relación con el Señor.
3. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas [idiomas de algún origen], según el Espíritu les daba que hablasen. Como símbolo de la universalidad del evangelio, las lenguas muestran que Dios previó alcanzar el mundo con su mensaje de poder.   Necesitaban la plenitud de Dios para ser testigos de Jesucristo.
   Para concluir esta introducción diremos que el Espíritu como viento recio simboliza el poder prometido (1:8); la apariencia de fuego, la santidad purificadora; y la manifestación de otras lenguas, la universalidad del evangelio.


CONCLUSIÓN 

   La Obra del Espíritu en Hechos a partir de Pentecostés, el Espíritu Santo es la realidad dominante en la vida de la Iglesia Primitiva.
(i) El Espíritu Santo es la fuente de toda dirección. Es el Espíritu el Que mueve a Felipe a ponerse en contacto con el eunuco etíope (Hechos 8:29); el Que prepara a Pedro para recibir a los emisarios de Cornelio (10:19); el
que manda a Pedro que vaya con ellos sin dudar (11:12); el Que inspira a Agabo para que anuncie el hambre que se avecina (11:28); el Que ordena que aparten a Bernabé y a Saulo para que lleven el Evangelio a los gentiles (13:2, 4); el Que guía a las decisiones del concilio de Jerusalén (15:28); el Que guía a Pablo a través de las provincias romanas de Asia, Misia y Bitinia, a Troas, y de allí a Europa (16:6), y el Que le dice a Pablo lo que le espera en Jerusalén (20:23). Jamás se tomó ninguna decisión ni se dio ningún paso que fueran importantes en la Iglesia Primitiva sin la dirección del Espíritu Santo. La Iglesia Primitiva era una comunidad guiada por el Espíritu Santo.
(ii) Todos los líderes de la Iglesia eran hombres llenos del Espíritu. Los Siete eran hombres llenos del Espíritu (Hechos 6:3); Esteban y Bernabé estaban llenos del Espíritu (7:55; 11:24). Pablo les dice a los ancianos de Éfeso que había sido el Espíritu Santo el Que los había puesto como supervisores en la Iglesia de Dios (20:28). Todos los miembros de la Iglesia Primitiva vivían en el Espíritu, Que era la nueva atmósfera que respiraban.
(iii) El Espíritu era la fuente del valor y del poder de día en día. Los discípulos habían de recibir poder cuando viniera el Espíritu Santo (Hechos 1:8); el poder y la elocuencia de Pedro ante el Sanedrín eran el resultado de la obra del Espíritu (4:31); la victoria de Pablo sobre Elimas en Chipre es obra del Espíritu (13:9). El valor de los cristianos para enfrentarse con situaciones peligrosas; el poder para resolver más que adecuadamente sus problemas; la elocuencia necesaria; el gozo que no dependía de las circunstancias todo es obra del Espíritu Santo.

(iv) Por último, en Hechos 5:32 leemos algo muy sugestivo: se dice que es el Espíritu que Dios ha dado a los que le obedecen.» Aquí encontramos la gran verdad de que la medida del Espíritu que puede poseer una persona depende de la clase de persona que sea. Quiere decir que el que sinceramente trate de hacer la voluntad de Dios experimentará más y más la dirección y el poder del Espíritu; que el vivir la vida cristiana lleva consigo su propio poder.

jueves, 25 de junio de 2015

El tiempo de la Iglesia

LECCIÓN DOMINGO 28 DE JUNIO DE 2015

HECHOS 1: 1 AL 5
LUCAS 24:49


EL OBJETIVO DE HECHOS

   Si en el “primer tratado” (el evangelio) Lucas se abocó a mostrarle a Teófilo lo que Jesús comenzó “a hacer y a enseñar”, en este segundo se propone describirle lo que hizo después de su ascensión.
   
Se destacan tres temas principales:

  (1) El cumplimiento de la promesa (Lc. 24:49; Hch. 1:5), que ocurrió en Pentecostés (2:1) y les permitió explicar las maravillas de Dios “en otras lenguas”. Desde ese momento el Espíritu Santo estuvo por todas partes guiando, fortaleciendo, impidiendo o respaldando con señales y prodigios el testimonio valiente de los predicadores. El Espíritu formó el cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13) y ubicó a los miembros en su lugar para que pudieran recibir constantemente el suministro de Dios (Ef. 4:16). Lucas muestra con pruebas abundantes la significación de la presencia de Dios por medio del Espíritu Santo.

   (2) El modo de defender el evangelio implantado. Especialmente desde el capítulo 3 en adelante, los religiosos quisieron intimidar a los líderes (Pedro y Juan) pensando que pronto todo ese proceso religioso quedaría desbaratado.
   Pero como esa estrategia no dio resultado en Jerusalén, ensayaron otras antes de proceder drásticamente como en el caso de Esteban. Podemos mencionar como ejemplos el fraude de Ananías y Safira (cap. 5) y la murmuración étnica entre las hermanas (cap. 6).
    Quedaba aún una traba grande para la expansión. Era la reverencia y visita diaria que debían hacer al templo (5:42). Los apóstoles mismos trataron de unir la extensión del evangelio con “la hora de la oración” (3:1), limitando, en principio, el propósito de Dios al pueblo israelita de Jerusalén. Si esto hubiera seguido así, el mensaje nunca hubiera salido de la capital de Israel. Pero esta costumbre también cesó después del valiente discurso de Esteban. Tal como lo hemos de ver más adelante, este mártir se propuso demostrar la omnipresencia de Dios, el valor de los documentos históricos para mostrarlo operando en todo el mundo conocido, y la traba que un edificio significaba para la expansión del conocimiento suyo por medio del evangelio (7:47– 48).
   Ya hemos señalado cómo el Imperio Romano defendió a Pablo en sus muchas peripecias, porque Dios preparó las cosas así. El mensaje salió por todas partes y llegó a la corte de Nerón (Fil. 4:22).   

    (3) Mostrar cómo se produce la extensión del evangelio. Las palabras “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en  todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:47), señalan cuál era el propósito de Dios, pero no indican cómo iniciar el trabajo y menos aún cómo se desarrollaría.   A causa de la persecución en los días de Esteban el evangelio salió por todas partes, pero por la manera en que Lucas retoma la explicación de la extensión en 11:19, advertimos que su interés está en el mundo gentil y en dirección a la capital del Imperio.
   La elección de Saulo y Bernabé por el Espíritu, la predicación en Galacia, el llamado macedónico y la predicación en Europa, son todos episodios ligados uno al otro para que el evangelio se anunciara en el corazón del imperio. Pablo alcanza ese objetivo cuando estando preso puede testificar en Cesárea y posteriormente en la cárcel. Trata de que todos sepan el valor de sus cadenas, y cómo por ese medio tan extraño el evangelio resuena ante las autoridades judiciales (Fil. 1:13) de lo cual el escritor sabe bien porque es testigo ocular.
    Es quizás una de las causas por las que Lucas termina su escrito con Pablo en la cárcel. Habiendo llegado el evangelio a Roma, su carta a Teófilo está también llegando a su fin. No sabemos el alcance del ministerio del apóstol en esa ciudad donde “permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin  impedimentos” (28:30–31). Pablo logró instalar un centro evangelistico en Roma y operar con la custodia del Imperio. Lucas, repetimos entonces, da por cumplido su propósito.


DESARROLLO 

EL COMIENZO DE LA NUEVA COMUNIDAD

    Ya hemos mencionado que Lucas habla de dos libros, haciendo del segundo la continuación del primero.
    Tuvo a su disposición mucha información para certificar la veracidad de sus afirmaciones. Además, por lo menos tres personas—según nosotros podemos observar—podían serle de mucha ayuda: Marcos, Pedro y Pablo. Éstas son claves, sobre todo en los trayectos de los viajes de Pablo. Además, había muchas otras fuentes de información que estaban disponibles, algunas conocidas y otras ni siquiera insinuadas en el libro, pero que conocían la historia desde sus comienzos (21:16).
     Al leer cuidadosamente lo que Lucas quiere explicar a Teófilo nos encontramos de inmediato con las dos etapas del ministerio de Cristo. En el primer tratado habló acerca de lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Ahora, le seguirá mostrando lo que realizó como Cristo ascendido y glorificado. 
   Miremos el cuadro que sigue.


ESCRITOS DE LUCAS

   El cuadro señala la continuidad del ministerio del Señor Jesucristo tal como lo muestran los dos libros, dándole a la ascensión una posición trascendente.     En el Evangelio está el principio y fin de su trabajo en Palestina.
En Hechos describe el comienzo y desarrollo de la obra mundial.
Vv2    El texto dice que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo. Es decir que los apóstoles recibieron instrucciones muy expresas sobre el futuro que comenzarían a vivir. Al leer nuevamente sobre la relación entre Jesús y ellos, nos damos cuenta de la importancia de ser apóstol.

a. Los apóstoles habían sido escogidos por él  Al relatar la elección de los doce, Lucas dice que Jesús había pasado “la noche” orando a Dios. A la mañana “llamó a sus discípulos [seguidores], y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:12–13). La multitud estaba animada por tener un profeta hacedor de milagros, pero él tenía los ojos puestos en ese puñado de hombres a quienes enviaría a discipular las naciones.
  Necesitaba sacarlos y prepararlos para que miraran a las gentes y aprendieran a identificarse con sus necesidades. Lucas dice que después de nominados, Jesús descendió con ellos del monte y “se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente”. Al escribir Hechos, Lucas utiliza por segunda vez el verbo eklego̅ (separar, seleccionar, elegir) cuando los hermanos eligen a dos personas para ocupar el espacio dejado por Judas. Oraron diciendo: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido” (1:24). La tercera vez que utiliza esta palabra es en el incidente de la conversión de Saulo y la resistencia de Ananías a asistirlo. El Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre” (9:15). De modo singular, Lucas describe una característica básica del propósito del Señor, que sus apóstoles fueran todos llamados al ministerio por él o por su expreso deseo, evitando interferencia extraña en el mensaje.

b. Los doce habían recibido una revelación especial Marcos dice que el Señor “llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Mr. 3:13). La doble intención que señala el escritor fue que tuvieran un mensaje basado en una relación con Jesús y no simplemente con datos pasajeros o una información tradicional.   
   Desde un comienzo Jesús quiso preparar testigos y no solamente comunicadores. Lucas dice que su escrito es para documentar cosas que eran “ciertísimas” entre ellos. Los predicadores del evangelio son embajadores y no sólo informantes. Los discípulos no componían la masa de seguidores desvinculados de la realidad, sino que eran un grupo selecto a quienes él les daría la oportunidad de conocerlo íntimamente para que posteriormente fueran sus testigos.

c. Les dio un mandato distinto (v. 4) Antes de morir les había dicho: “que os améis unos a otros” (Jn. 13:34; 15:12). Ahora los mandamientos o instrucciones se extienden a otros campos. El v. 4 dice que “estando juntos” (posiblemente en una de las habituales comidas) les mandó que no se ausentaran de Jerusalén, es decir que no pusieran en actividad su propio programa de extensión del reino de Dios, sino el que estaba establecido (comp. Lc. 24:17). La primera fase del programa era esperar el cumplimiento de la promesa. Ésta era la venida del Espíritu Santo (Lc. 24:49), del cual muchas cosas les había explicado la noche en que fue entregado (Jn. 14:26;

15:26; 16:7–13). Como es el Espíritu de verdad, necesitaban ser guiados por él para caminar el camino de la verdad.