Lección Domingo 25 de Enero de 2015
16: 16-24
JUAN 20:20
INTRODUCCIÓN

Lo que Jesús dice en este pasaje acerca del
“un poco” nos recuerda a 7:33; 12:35; 13:33; y sobre todo 14:19: “Todavía un
poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo,
vosotros también viviréis”.
DESARROLLO
Las palabras: “Todavía un poco, y no me
veréis,” indican que Jesús iba a morir y a estar sepultado. “De nuevo un poco,
y me veréis,” se refiere a que Jesús resucitaría. La frase termina con una
afirmación categórica: “Porque yo voy al Padre,” que aconteció. Esos tres días
que su cuerpo estuvo en la tumba, Cristo fue a donde estaba su Padre. Se fue
para estar con él un tiempo breve, y luego resucitó.
Es interesante notar que, a pesar de que los
discípulos estaban perplejos por las palabras del Maestro, no le piden
aclaración a él directamente sino que comienzan a preguntarse unos a otros
(17–18).
El Señor, conociendo sus corazones, quiere
aclararles las cosas. Su partida del mundo traía tristeza a los discípulos y
alegría al mundo en general. Sin embargo, aunque su partida sería real, no
sería permanente (20). Y para ilustrarlo el Señor utiliza la figura de una
mujer que da a luz para señalar que, tal como sucede con ella, la tristeza y
dolor de los discípulos se tomaría en gozo (21).
El Señor Jesús prometió que nadie podría
quitarnos nuestro gozo (22b). Apropiémonos de esa promesa y vivamos con el gozo
permanente de la resurrección (20:20) y de la nueva vida en Cristo.
La segunda alegría del cristiano es la
oración. Vez tras vez oración y alegría
se nos presentan simultáneamente. Dios quiere vernos felices, y no hay emoción
comparable a recibir contestación a nuestras oraciones.
El Padre contesta las oraciones de sus
hijos. En el contexto de estos seis versículos, siete veces se menciona al
Padre celestial. Estando aquí en la tierra, nuestro Señor siempre daba el lugar
de honor
y preeminencia al Padre Dios. Cada vez que en el Nuevo Testamento se menciona
la oración, se indica que debemos pedir al Padre. Así lo hacía el Señor.
La oración debía ser hecha al Padre en el
nombre del Señor Jesucristo (23), invocando los méritos de su sacrificio.
Podemos orar directamente al Padre con la gozosa certidumbre de que Dios
contestará en virtud de la victoria de Jesús en la cruz (He. 10:19–22).
El versículo 24 es clave en este pasaje.
Tenemos la misma autoridad que tenía Jesús para entrar a hablar con nuestro
Padre. En realidad está diciendo: “Hablen con el Padre celestial en mi nombre
de la misma manera que hablo yo.” Tenemos libertad para entrar en su santuario.
Si nuestra conciencia y corazón están limpios, si hemos confesado tropiezos,
fallas, pecados y debilidades, tenemos autoridad para entrar al trono de Dios
en oración (He. 4:16). Hay en la oración un gozo indescriptible y completo, el
gozo más completo que pueda conocerse en la tierra.
Dios se goza al hablar con sus hijos. Y de
la misma manera que a nosotros nos gusta hablar con los nuestros, Dios siempre
tiene tiempo para sus hijos.
CONCLUSIÓN
Es Jesús el Que hace posible esa nueva
relación con Dios. Existe en Su nombre. Todo es gracias a Él: que nuestro gozo
es indestructible y perfecto, que nuestro conocimiento es completo, que el
camino al corazón de Dios está abierto. Todo lo que tenemos nos ha venido por
medio de Jesucristo. Sólo en Su nombre podemos pedir, y recibimos, nos podemos
acercar, y somos bienvenidos.
EL GOZO DE LA RESURRECCIÓN
Todas las iglesias de una ciudad
centroamericana se habían unido para el esfuerzo de evangelización durante una
Semana Santa. El énfasis de toda la campaña fue la resurrección de Cristo. Una
periodista de uno de los diarios locales de más circulación señaló: “El mensaje
que estamos oyendo es que Cristo está vivo. Nosotros estábamos adorando a un
Cristo muerto, sin darnos cuenta de que en realidad está vivo.” Esta periodista
había comprendido la enseñanza bíblica y decidió compartirla con los lectores
en la página editorial.
Cristo vive y vive para siempre. La
resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra alegría y el secreto de la
felicidad cristiana. La
tumba
de Mahoma aún contiene sus restos, y allí van los mahometanos.
Lo
mismo sucede con la tumba de Buda y los budistas. Los cristianos, sin embargo,
no tenemos una tumba que venerar pues la tumba de Jesús está vacía. Tenemos y
servimos a un Cristo viviente que todo lo puede, que derrotó a Satanás y a la
muerte (y nosotros venceremos a la muerte en el día de nuestra resurrección).
Pasaremos por problemas y persecuciones,
pero al margen de lo que
acontezca,
los cristianos somos victoriosos y felices porque nadie puede quitarnos el gozo
del Cristo resucitado. Él está vivo para siempre.