Lección Escuela Dominical Domingo 18 de Enero
Juan
16:1 al 15
Hechos
2:36 y 37
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
Por un lado el Padre nos
ha dado un amor sin igual, haciendo posible que seamos hijos de Dios (1 Jn.
3:1–4). Esa es parte de la salvación total y gloriosa (Fil. 1:6). Sin embargo,
en medio de esa consolación de conocer al Padre Dios, está la persecución por
causa de su nombre.
1. Riesgo de tropezar
(1). Ante la persecución
muchos se vuelven atrás. En otra ocasión Jesucristo había preguntado a los
discípulos si ellos también deseaban
irse. Para el Señor la persecución de sus escogidos no sería sorpresa, pero no
quería que tomara desprevenidos a los discípulos y los hiciera tropezar en su
fe.
2. Rechazo religioso
(2a). Para los judíos la sinagoga no era simplemente un lugar para
adorar a Dios sino que además era parte integral de la vida de un judío, el
centro de la vida social y el lugar en que se recibía instrucción. Ser
expulsado de la sinagoga era quedar aislado de la mayoría de las actividades.
Es por ello que la expulsión era un temor constante, y si tenía lugar era un
castigo atroz. Casi era comparable a la misma muerte.
3. Resultado de no
conocer al Padre (3). La completa ignorancia
del amor de Dios provoca que la
gente se comporte como emisaria de Satanás. En incontables casos la persecución
no tiene lugar como un pseudo servicio a Dios sino sencillamente por saña.
Jesucristo anteriormente había predicho el odio del mundo. Aquí en forma
específica señala que ese odio puede llegar a la muerte. Si habían tratado de
matar a Jesús (al no reconocerlo como enviado de Dios), sus seguidores
correrían la misma suerte ya que el discípulo no tiene más privilegios que su
señor (13:16).
5. Prevenidos y
preparados (4).
Antes no había sido
necesario mencionar estas verdades a los discípulos pues el Señor Jesús estaba
con ellos físicamente. Pero la partida del Maestro transformaría la situación y
ellos debían estar preparados para enfrentar lo que vendría.
El consuelo en la
persecución es doble. Por un lado, conocemos al Padre, sabemos que somos sus
hijos y que cuando el Señor regrese seremos transformados a su semejanza (1 Jn.
3:2). Por otro lado, la presencia del
Consolador sería continua, no temporal (14:16b).
1. La partida era
dolorosa (5–6).
El anuncio del regreso de
Cristo al cielo entristeció a los discípulos, quienes no habían comprendido que
era una ventaja para ellos pues recibirían al Espíritu Santo, quien estaría con
ellos para siempre.
2. La ausencia física
era necesaria (7a, b).
Era esencial que el Señor
Jesús se fuera porque de otra manera el Consolador no vendría. Sabemos que en
la persecución somos consolados en nuestro corazón por el Espíritu Santo de la
promesa.
3. La promesa era segura
(7c).
El Señor aseguró que
enviaría al Espíritu Santo de Dios, quien está entre nosotros y en nosotros.
Cuando una persona se convierte a la fe del Señor Jesucristo, experimenta la
venida del Espíritu Santo. El apóstol Pablo declaraba que “habiendo oído la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef. 1:13). El apóstol
continúa diciendo que el Espíritu Santo es el arras de nuestra herencia, el
adelanto, el primer pago que recibimos desde el momento que creímos.
Algunos experimentan la
venida del Espíritu Santo con mucho
conocimiento, otros con poco, pero la experiencia en sus vidas es real. El
Espíritu Santo produce en el creyente la seguridad del perdón de pecados (Ro.
8:16) y una profunda paz.
(8-11) A pesar de la persecución, la salvación que tenemos en Cristo es
total porque conocemos al Padre, tenemos al Espíritu Santo, y porque el Cristo
resucitado nos da un gozo que no depende de circunstancias ya que puede haber
paz en medio de la persecución.
Por lo general la obra del Espíritu Santo se da en los creyentes.
En este caso su obra es para con el mundo.
El Señor nos dice que la labor del Espíritu Santo para con el mundo es
convencerlo de pecado, justicia y juicio.
Si vamos a la palabra original traducida
“convencerá”, hallaremos que conlleva la idea de iluminar. La labor del
Espíritu Santo es tomar la verdad de Dios (la luz de Dios) y los pecados del
hombre (tinieblas), y ponerlos uno al lado del otro en la conciencia de la
persona. Cuando esa luz de Dios se encuentra con las tinieblas del pecador,
éstas se espantan y la conciencia se ilumina. El Espíritu Santo ilumina al
pecador y a menudo hay arrepentimiento, lágrimas, dolor y fe en el Señor Jesús.
En otros casos, a pesar de la labor del Espíritu Santo, los pecadores rechazan
la luz de Dios y se entregan de lleno al pecado, hasta desembocar en la eterna
condenación.
1. De pecado (9).
El Espíritu Santo
convence al mundo de pecado. Jesucristo menciona sólo uno: la incredulidad, el
hecho de no creer en el Señor Jesús. Este es el más grande de los pecados. Si
la persona no cree en Cristo, no cree lo que él dice en cuanto al pecado, no cree
que en Cristo uno puede ser salvo, no cree que su muerte trae salvación, esa
persona ya está condenada (3:36). La convicción de que uno es incrédulo y
pecador la produce el Espíritu Santo.
¿Qué es lo que hace que una persona empiece a llorar de repente por
algún mal cometido? ¿Por qué un hombre o una mujer sorpresivamente empiezan a
buscar a Dios por todos los medios? ¿Qué es lo que hace que en una reunión
evangelística y ante la invitación del predicador, centenares de personas
confiesen públicamente que son pecadores y desean recibir a Cristo?
La respuesta a cada pregunta es la obra del Espíritu Santo.
2. De justicia (10).
Para la mente judía, la
justicia era un término relativo. Los fariseos creían que la medida de justicia
era simplemente comparativa: “No soy perfecto pero soy mejor que ” Sin embargo,
Jesús vivió en absoluta pureza, sin
pecado, cumpliendo la ley de manera total. Y su resurrección de entre los
muertos y posterior regreso al Padre eran prueba de su justicia, ya que sólo en
absoluta perfección de justicia alguien puede sentarse a la diestra de Dios.
Jesús había implantado una nueva medida, un nuevo modelo de justicia: él mismo.
Y su justicia, evidente a los demás, desenmascararía a los fariseos y a todos
los religiosos. La justicia de ellos sólo sería como trapos de inmundicia (Is.
64:6) en comparación con la justicia de Cristo.
3. De juicio (11).
El juicio era seguro en
base al pecado y a la falta de justicia en la gente del mundo. En la cruz
Jesucristo no sólo venció a la muerte sino que también juzgó al mundo y al
príncipe de este mundo (12:31–32).
El Señor Jesús introdujo
una nueva medida y razón para el juicio. Tal medida es resultado de su propia
justicia.
Satanás ya ha sido juzgado, y el Espíritu Santo por su obra
interna de iluminación y convicción señala que la condenación de Satanás es
justa.
Al testificar de Cristo,
recordemos que cuando comunicamos el mensaje del evangelio debemos hacerlo en
la confianza de que el Espíritu Santo está en acción y hará la obra en el que
oye.
El Espíritu Santo se
ocupa de golpear la conciencia, de despertarla, de alarmarla y movilizarla. La
persona tiene que responder a ese llamado de Dios, pero la obra es divina. Hace
tiempo el jefe de estado de un país admitió: “No veo ninguna esperanza para mi
país aparte del mensaje del evangelio. Mi nación necesita un toque espiritual y
un avivamiento moral … Si no cambiamos nuestros hogares, si no hay
quebrantamiento y si no se une la familia, nada ni nadie podrá salvar a mi
país.” El presidente tenía razón, y sólo el Espíritu Santo de Dios pudo hacer
esa obra de convicción en el corazón de ese hombre.
CONCLUSIÓN
El Espíritu Santo no sólo convence al mundo de
pecado, sino que enseña y guía a toda verdad. Este es su ministerio catedrático
para con el creyente (Jn. 14:26). La enseñanza y el aprendizaje son procesos
graduales (12). Hay cosas que nadie puede aprender de un solo golpe pues no
tenemos esa capacidad intelectual. No hay forma rápida y fácil de aprender la
Biblia. En verdad implica arduo trabajo, y sin embargo, también es cierto que
cuanto más conocimiento adquirimos, tanto más fácil será ir adquiriendo
conocimiento adicional.
Con el Espíritu Santo
como maestro, siempre tenemos por delante más para aprender, indagar y
profundizar.
Ahora bien, nosotros hacemos el estudio, pero él es quien nos
lleva a la verdad (13).
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