LECCIÓN ESCUELA DOMINICAL DOMINGO 01 DE MARZO DE 2015
JUAN 18:1-11
HECHOS 3:18
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
Debe considerarse como posible (cf. Lc.
21:37; 22:39) que Jesús y sus discípulos hubieran pasado en Getsemaní la noche
del martes y la noche del miércoles. ¿Había quizá ahí una gruta o una casita,
algún
lugar
para dormir, y era el propietario del huerto seguidor de Jesús? Getsemaní era,
en todo caso, un lugar acostumbrado de reuniones para el Maestro y sus
discípulos. Era un lugar tranquilo de oración y probablemente de enseñanza.
¡Y Judas lo sabía! Había estado ahí con
Jesús. Era, por tanto, relativamente fácil para él conducir a un grupo de
soldados y a un pelotón de guardas del templo al lugar donde podrían encontrar
a Jesús. En este mismo momento Judas estaba en camino. El evangelista lo
describe en vivos colores: Judas lo estaba entregando. Véase
versículo 3. No solo Judas conocía el lugar, sino que Jesús sabía que Judas lo
conocía. Sin
embargo, Jesús fue allá. Al buen pastor no lo van a
“atrapar”. No, va a “entregar su vida” como sacrificio voluntario. A petición
del Sanedrín (cf. Mt. 27:62–66) se había movilizado una compañía, probablemente
de la torre de Antonio. Esta fortaleza estaba situada en el extremo noroeste del
área del templo. En este castillo el gobernador romano mantenía a un cierto
número de soldados. Durante las festividades judías, cuando los patriotas
judíos acudían en gran cantidad a Jerusalén y su entusiasmo era elevado, la
guarnición se aumentaba, a fin de estar listos para cualquier emergencia. No se
conoce el número exacto de soldados en este destacamento.
Aunque una compañía ordinariamente consistía en 600 hombres (la décima parte de
una legión). Parece muy probable que se había obtenido de
Pilato,
el gobernador, permiso para utilizarlo (cf. Mt. 27:62). Mt. 27:18, 19 prueba
claramente que Pilato conocía el “caso” de Jesús antes de que el acusado fuera
de hecho conducido ante él.
Nada se le ocultaba a la mente de Jesús. En
cuanto a este conocimiento de Jesús véase sobre 1:42, 47, 48; 2:24, 25; 5:6;
6:64; 13:1, 3; 21:17. La agonía del Getsemaní (la oración de que le fuera
retirada la copa, el sudor de sangre, etc.) había pasado. Ahora no queda nada
sino decisión tranquila, majestad sublime. Por eso Jesús salió. ¿De
dónde? No se da la respuesta; por ello no se tiene certeza. Unos dicen “de la
puerta del huerto”; “de la gruta”; o “de la casa”. Para otros (y nos inclinamos
a estar de acuerdo con ellos) el significado es “de entre los árboles del
huerto”; es decir, salió de la oscuridad relativa a la luz, a campo abierto,
adelantándose hasta que estuvo frente al grupo. Mientras hacía esto Judas realizó
ese acto que ha hecho que todas las generaciones posteriores retrocedan de
horror a la simple mención de su nombre. Abrazando a Jesús, lo besó varias
veces, mientras decía, “¡Salud, Rabí! Véase Mt. 26:49. Esta era la señal pre
acordada. ¡Qué malvado, qué diabólico! ¡Para la peor acción que jamás se haya
cometido Judas escogió la noche más sagrada (la de la Pascua), el lugar más
sagrado (el santuario de las devociones del Maestro), y el símbolo más sagrado,
un beso! Y también ¡qué tremendamente ridículo! ¡Como si Jesús no se hubiera
identificado a sí mismo! Después
de acabar con Judas, Jesús preguntó al grupo (en especial a sus líderes): “¿A
quién buscáis?” Estaba a plena vista de todos. Daba su vida como rescate a
cambio de muchos. El dueño de vientos y mareas estaba también en control total de la situación presente.
Probablemente se dijo en el lenguaje exacto de la orden oficial que el grupo
había recibido de las autoridades. “Jesús, el hombre de Nazaret” debía ser el
objeto de la búsqueda. Jesús les dijo: Yo soy. ¡Eran innecesarios todos
los besos que dio Judas! Aquí en el versículo 4 vemos a Jesús como al gran
Profeta, dándose a conocer a sí mismo. En el versículo 6 lo vemos como el Rey
de reyes. En los versículos 7 y 8, como el Sumo sacerdote compasivo, que
amorosamente cuida de los suyos. Cuando les dijo: Yo soy,
retrocedieron, y cayeron a tierra. ¡Qué espectáculo se presenta ahora! De
repente, ante la palabra de Jesús (“Yo soy”), los supuestos aprehensores
pierden el equilibrio. Retroceden y caen al suelo. Lo inesperado de la conducta
de Cristo (el hecho de que por voluntad propia les saliera al paso), la forma
en que había tomado toda la situación en sus manos, la majestad de su voz y la
mirada de sus ojos, todo esto puede haber ayudado a producir el efecto que se
describe aquí.
v 7-8 La conducta más vil de ellos fue seguida de la pregunta digna
de él: “volvió a preguntarles”. Interroga a estos soldados derribados.
La pregunta fue la misma de antes. Y también lo fue la respuesta. Pero ahora
Jesús pone de relieve el propósito de su interrogación. Habiéndolos obligado
dos veces a repetir sus órdenes, él, por el sonido de la voz de
ellos,
y por el contenido de sus respuestas, les ha hecho ver que Jesús nazareno y sólo
él,
debe ser detenido. “si me buscáis a mí— como, desde luego, lo hacéis—entonces
dejad que estos hombres (los discípulos) se vayan” (o: se
retiren).
El sumo sacerdote protege amorosamente a los suyos.
Entonces Pedro, habiendo sacado
su
espada, cayó sobre el siervo del sumo sacerdote, y—probablemente debido a que
el siervo saltó rápidamente hacia un lado—le cortó la oreja. Tanto
Juan como Lucas nos informan que fue la oreja derecha. El nombre del siervo era
Malco.
Lucas menciona el hecho de que Jesús tocó la oreja
del siervo y la curó (Lc. 22:51). Jesús reprende fuertemente a su voluntarioso
discípulo, y le dice que envaine la espada (cf. Jer. 47:6). Las razones de esta
orden se pueden sintetizar así:
(1) La que se da aquí, “la copa que el Padre me ha dado, ¿no la
he de beber?” Ha terminado la lucha en Getsemaní. Jesús ya no pide que la copa del
sufrimiento más amargo y la muerte eterna en la cruz pasen de él
(cf. Mt. 26:39). Está totalmente decidido a beberla. Es la copa que el
Padre le
ha dado. En consecuencia no debe ahuyentarse al enemigo por medio de la espada.
El buen pastor debe ofrecerse voluntariamente y la acción de Simón contradice
esta determinación.
(2) Jesús debe poder decir a Pilato: “Mi
reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores
pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de
aquí” (18:36).
(3) Si hubiera sido el deseo de Jesús defenderse, tenía otros
medios
a su disposición, por ejemplo, más
de doce legiones de ángeles (Mt. 26:53). La acción precipitada y violenta de
Pedro era totalmente innecesaria.
(4) “Todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt.
26:52).
Antes de
entregarse a este grupo, Jesús aprovecha la oportunidad para poner de relieve el
carácter cobarde de este vil asalto, lejos del público, y en medio de la noche.
También pone de relieve que su entrega es “según el plan”. Fue para que se
cumplieran las Escrituras (Mt. 26:55, 56). En consecuencia, su entrega no fue,
en realidad, rendición. ¡Fue victoria!
En lo que maniatan y llevan a Jesús, los
discípulos se dispersan. Fue atrapado uno de los seguidores del Maestro—no
uno
de los doce—alguien que rápidamente se había cubierto con una sábana. Sin
embargo, dejó la sábana en manos de su perseguidor, y huyó desnudo.