LECCIÓN DOMINGO 22 DE FEBRERO DE 2015
JUAN 17:20 AL 26
ROMANOS 12:5
INTRODUCCIÓN
En
esta sección, la oración de Jesús ha ido extendiéndose gradualmente hasta
abarcar todos los límites de la Tierra. Empezó pidiendo por Sí mismo al
encontrarse frente a la Cruz. Pasó luego a pedir por Sus discípulos, y por el
poder protector de Dios para ellos. Ahora Su oración remonta el vuelo para
contemplar el futuro y los países distantes, y ora por todos los que en tierras
y edades todavía lejanas llegarán a conocer y aceptar el Evangelio.
DESARROLLO

Primero en aquel momento sus seguidores
eran pocos; pero, aun con la Cruz cerrándole aparentemente el paso, su confianza
permanecía inalterable, y estaba pidiendo por los que llegarían a creer en su
nombre. Este pasaje debería sernos especialmente precioso, porque en él vemos a
Jesús orando por nosotros. La segunda:
vemos la confianza que tenía en sus hombres. Sabía que no habían llegado a
entenderle del todo; sabía que al cabo de muy poco tiempo iban a abandonarle
cuando más los necesitara. Sin embargo Jesús veía en esos mismos hombres, con
una confianza total, a los que iban a extender Su nombre por todo el mundo. Jesús
no perdió nunca ni la fe en Dios ni la confianza en sus hombres.
¿Cuál fue su oración por lo que llegaría a
ser la Iglesia? Que todos sus miembros fueran una sola cosa, como lo eran El y
el Padre. ¿Qué era esa unidad por la que Jesús pedía? No era una unidad de
administración u organización; no era, en ningún sentido, una unidad
eclesiástica. Era una unidad de relación personal. Ya hemos visto que la unión
entre Jesús y Dios era la del amor y la obediencia. Era la unidad del amor la
que Jesús pedía al Padre, una unidad en la que las personas se amaran porque le
amaban a Él, una unidad basada totalmente en una relación de corazón a corazón.
Los cristianos no van a organizar sus
iglesias nunca de la misma manera en todas partes. Nunca darán culto a Dios
exactamente de la misma forma. Ni siquiera llegarán a creer exactamente las
mismas cosas y de la misma manera. Pero la unidad cristiana trasciende todas
esas diferencias y une a las personas en amor. La causa de la unidad cristiana
en el momento presente, como, por supuesto, a lo largo de toda la historia
sufre y peligra porque los seres humanos aman sus propias organizaciones
eclesiásticas, sus credos y sus rituales, más que a sus hermanos. Si nos
amáramos realmente los unos a los otros y a Cristo no habría iglesias que
excluyeran a nadie que fuera discípulo de Cristo. El amor que Dios planta en el
corazón de las personas es lo único que puede demoler las barreras que se han
erigido entre unos y otros y entre sus respectivas iglesias.
Además, según lo vio y lo pidió Jesús, había
de ser precisamente esa unidad la que convenciera al mundo de la verdad del
Evangelio y del lugar de Cristo. Es más fácil y natural para los humanos el
estar divididos que el estar unidos. Es más humano para las personas el disgregarse
que el congregarse. La unidad verdadera entre todos los cristianos sería «un
hecho tan sobrenatural que revelaría una intervención sobrenatural.» Y lo trágico
es que ese frente unido es lo que la Iglesia no le ha presentado nunca al
mundo. Ante la desunión de los cristianos, el mundo no puede ver el valor
supremo de la fe cristiana. Es nuestra obligación personal el demostrar esa
unidad del amor con los semejantes que es la respuesta a la oración de Cristo.
Vv.22-26 En
primer lugar, Jesús dijo que les había dado a sus discípulos la gloria
que el Padre le había dado a Él.
Debemos comprender bien lo que quería
decir. ¿Cuál era la gloria de Jesús? Él mismo hablaba de ella de tres formas.
(a) La Cruz era su
gloria. Jesús no hablaba nunca de ser crucificado, sino de ser glorificado.
Por tanto, en primero y principal lugar, la gloria del cristiano es la cruz que
le corresponde llevar. Es un honor sufrir por Jesucristo. No debemos considerar
nuestra cruz como nuestro castigo, sino como nuestra gloria. Cuanto más dura
era la tarea que se le asignaba a un caballero andante, mayor consideraba su
gloria. Cuanto más dura sea la tarea que se le imponga a un estudiante, o a un
artesano, o a un cirujano, tanto mayor honor le corresponde.
En efecto, lo que se quiere decir es que,
cuando el ser cristiano supone difíciles renuncias o privaciones, y aun
esfuerzos y sacrificios, debemos considerarlo como una gloria que Dios nos
otorga.
(b) La perfecta obediencia de Jesús a la voluntad de Dios
era Su gloria. Nosotros encontramos la nuestra, no en hacer lo que nos
gusta a nosotros, sino lo que Dios quiere de nosotros. Cuando tratamos de hacer
lo que nos gusta como muchos de nosotros hemos hecho no cosechamos más que
dolor y desastre, para nosotros y para otros. La verdadera gloria de la vida la
encontramos en hacer la voluntad de Dios. Cuanto mayor la obediencia, mayor la
gloria.
(c) La gloria de Jesús consiste en el hecho de que, al
considerar su vida, se reconoce su relación única y exclusiva con Dios. Es
indudable que nadie podría vivir como Él si no estuviera en una relación extraordinariamente
íntima con Dios. Como con Cristo, nuestra gloria consiste en que se vea en
nuestra vida el reflejo de Dios.
En
segundo lugar, Jesús dijo que era su deseo que sus discípulos vieran su
gloria en los lugares celestiales. El cristiano va a compartir todas las experiencias
de Cristo. Si comparte su Cruz, también compartirá su gloria. Palabra fiel es esta: Si morimos con Él,
también viviremos con Él; si resistimos, también reinaremos con Él» (2 Timoteo
2:11-12). Aquí y ahora vemos borrosamente, como en un espejo, la gloria del
Señor; pero un día le veremos cara a cara (1 Corintios 13:12; 2 Corintios 3:
18). El gozo que experimentamos aquí y ahora es sólo un adelanto del que
disfrutaremos entonces allá. La promesa de Cristo es que si compartimos su
gloria y sus sufrimientos en la Tierra, compartiremos su gloria y su triunfo
cuando haya terminado nuestra vida presente ¿Qué mayor promesa podría habérsenos
hecho?
Después
de esta oración de Jesús pasamos inmediatamente a la traición, el juicio y la
Cruz. Ya no hablaría más con sus discípulos antes de padecer. Es maravilloso y
precioso recordar que, inmediatamente antes de aquellas terribles horas, sus
últimas palabras no fueron de desesperación, sino de gloria.
CONCLUSIÓN
En la conclusión de la oración de Jesús, él,
una vez más, se refirió al nombre del Padre (17.25). Declaró el hecho de que el
mundo no había conocido al Padre, pero que él sí lo había conocido. Luego,
siguió diciendo que, a causa de su ministerio, los discípulos habían llegado a
conocer que el Padre había enviado al Hijo (14.26). Tal como Jesús le había
dicho anteriormente a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14.9).
Luego, justo antes de la oración que hemos estado estudiando, los discípulos le
habían dicho a Jesús: “Creemos que has salido de Dios” (16.30).
Así, el conocimiento del Padre, había sido
dado por Jesús a los discípulos. La última petición que Jesús hizo fue que el
amor del Padre hacia el Hijo pudiera también ser dado por Jesús a los
discípulos. La extensión del evangelio del Padre al Hijo, de éste a los
discípulos, y, finalmente, de éstos a todo el mundo, es algo por lo que Jesús
oró la noche antes de ser crucificado. Fue una preocupación que le embargó en
gran manera su corazón, y no hay duda de que ¡sigue allí en su corazón hoy día!
El Hijo conocía el gozo de ser “uno” con el
Padre, y él desea que todo el mundo conozca el gozo de ser “uno” con el Padre y
con el Hijo.
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