Lección Domingo 22 de Marzo de 2015
JUAN 18:25
AL 32
MATEO
26:33-34
INTRODUCCIÓN

Según
Mateo, Marcos y Lucas, una vez que el descarriado discípulo había sido entrampado
en su primera negación, trató de salir del edificio. Llegó hasta el pórtico.
Aquí las dos porteras—la que terminaba su servicio y la que había venido a
sustituirla—dijeron a los que estaban por allá, “También este estaba con Jesús
el Nazareno. Es uno de ellos”. Por lo menos uno de los hombres que estaban por
allí quiso agregar algo, y dirigiéndose directamente a Pedro, le dijo, “Tú eres
uno de ellos”. Esta vez Simón ya estaba fuera de sí de ira. Hizo algo que no
había hecho en la primera negación. Con juramento (Mt.
26:72) lo negó, diciendo con decisión, “no conozco al hombre”.
DESARROLLO
Cuando Juan reasume el relato, pedro se
encuentra de nuevo en el patio, de pie, calentándose, como antes (durante la
primera negación; véase sobre 18:18). Parece que su intento de huir del palacio
no había tenido éxito. Durante la hora que había transcurrido desde la segunda
negación la sospecha que se había suscitado en torno a él probablemente había
ido creciendo. Para este entonces todo el mundo había oído hablar de ello. Por
esto “ellos” le dijeron. Pero ¿quiénes son ellos?
evidentemente los siervos y los alguaciles, los hombres que estaban junto al
fuego con pedro (cf. 18:18, 25; mt. 26:73; mr. 14:70b).
Así pues, le dijeron, “¿seguramente tú no
eres de sus discípulos, verdad?” algunos se mostraron incluso más osados, y
afirmaron con firmeza, “ciertamente, tú también eres uno de ellos, porque aun
tu manera de hablar te descubre. Eres galileo” (mt. 26:73; mr. 14:70b).
Algunos hablaban a pedro
(cf. el relato de mateo y de marcos); otros hablaban acerca
de
él (cf. el relato de Lucas). ¡Esto era suficiente como para afectar a
cualquiera, sobre todo a una persona tan emotiva como Simón!
Él lo negó, y dijo: no lo soy.
“hombre, no sé lo que dices”, dijo pedro a uno de ellos (lc. 22:60). Ahí estaba
echando sobre sí una maldición tras otra. Según el relato del escritor del
cuarto evangelio, esta fue la segunda negación. Véase, sin embargo, sobre
18:15. Cómo debe haber entristecido esto al maestro, mucho más incluso que la
conducta hipócrita de Caifás y los golpes que recibió de los guardas.
La tercera negación (según parece contarlas Juan) fue consecuencia de la segunda. Las dos van juntas, y pertenecen a la
misma situación, a saber, el momento después de que simón había regresado del
pórtico y se encontraba de nuevo con los guardas y siervos, calentándose. El
incidente específico referido ahora se encuentra sólo en el evangelio de Juan. Debe
tenerse presente que el discípulo amado conocía al sumo sacerdote, y al parecer
también a su servidor, cuyo nombre conocía (Malco), y a la portera (o
porteras). Véase sobre 18:10, 15, 16. Por ello, no es sorprendente que también
conociera a cierta persona que era pariente de Malco. Esa persona había estado
en el huerto durante el arresto. Había visto lo que pedro lo había hecho a Malco.
Por lo menos, estaba casi seguro de que era pedro. Casi, pero
no totalmente seguro. Por esto le dijo a pedro, “¿no te vi yo en el huerto con
él (o sea, con Jesús)?” la pregunta se plantea de tal manera que se espera una
respuesta afirmativa.
Se podría también traducir, “yo te vi en el
huerto con él, ¿no es verdad?”
Pedro
volvió a negarlo. En este mismo instante cantó un gallo. Cierto que ya había
cantado el gallo antes una vez, a saber, después de la primera negación (mr.
14:68). Entonces, sin embargo, no había llamado la atención. Esta vez, sin
embargo, era diferente, porque en este mismo instante pedro notó que alguien lo
miraba a los ojos (lc. 22:61). Esa mirada, tan llena de dolor y sin embargo tan
llena de amor, despertó la memoria de pedro. De repente recordó las palabras
que Jesús había pronunciado al predecir las tres negaciones (véase sobre
13:38). Salió y lloró como se esperaría que pedro llorara, amarga
e intensamente (lc. 22:62). Lleno de profundo sentimiento es también la forma
en que lo dice marcos: “y pensando en esto, lloraba” (mr. 14:72).
Entonces llevaron a Jesús de casa de Caifás a la residencia del gobernador. Jesús
debe haber sido mantenido prisionero desde las tres de la mañana hasta el alba.
Entonces, a esa hora tan temprana (véase Mr. 15:1) se convocó al Sanedrín. La
intención era pasar
de inmediato a
Jesús a Pilato, antes de que las multitudes de Jerusalén se dieran cuenta de lo
que sucedía. Además, ¡todo debía concluir antes del sábado! La
sesión del alba—¡bastaron unos pocos minutos!—probablemente se celebró para dar
avisos de legalidad al procedimiento corrupto que había distinguido a la sesión
de la noche. Véase sobre 18:19. Resulta razonable que una vez que se hubo
pronunciado oficialmente el veredicto del Sanedrín, Jesús tuviera que ser
conducido a Poncio Pilato, gobernador romano. El Sanedrín tenía el derecho de decretar
la
muerte, pero no tenía el derecho de ejecutar tal
decreto. Para ejecutarlo, los romanos debían tomar la decisión.
Jesús, pues, fue llevado ante este
gobernador. Este, probablemente informado por los soldados de guardia que una
delegación del Sanedrín había traído a un prisionero, y que esa delegación se
negaba a entrar en el pretorio, salió a su encuentro. De pie en una galería o
porche en la calzada frente a su residencia (véase sobre 19:13), pidió a los
dirigentes judíos que hicieran su alegato. “¿Qué acusación traéis contra este
hombre?”, dijo. La pregunta era, desde luego, totalmente apropiada. La
respuesta, sin embargo, fue descarada. Contestaron, “Si éste no fuera
malhechor, no te lo habríamos entregado”. Era una sugerencia abierta. Quería
decir, “Gobernador, si sabes lo que te conviene, deja de hacer preguntas. Sabes
muy bien que en casi todos los asuntos nosotros somos el tribunal supremo en
Israel. Deberías confirmar nuestra decisión y hacer lo que te pedimos que hagas”.
Pilato todavía no sabía que los líderes judíos estaban dispuestos a dar
muerte a
Jesús. Pensando que lo que ellos querían era infligir un castigo menor, no
acierta a comprender por qué deberían molestarlo con este detenido. Y si ni
siquiera están dispuestos a presentar una acusación legal, entonces no quiere
saber nada del caso. Por ello, cuando ahora exclama, “Tomadle vosotros, y
juzgadle según vuestra ley”, no quiere dar a entender que el detenido ni
siquiera hubiera sido juzgado. No, lo que quiere decir es: “Haceros cargo del
caso vosotros mismos”. El verbo que se utiliza en el original tiene muchos
matices de significado (véase sobre 3:17), y puede muy bien indicar (como
parece ser el caso aquí), sentenciar, juzgar, condenar.
CONCLUSIÓN
Nos
encontramos aquí con Poncio Pilato, símbolo de la gente que dice: “Quiero
lavarme las manos.” Él se asemeja a millones de personas sinceras en apariencia
pero que en realidad encubren hipocresía o indolencia. Pilato era un hombre
escapadizo, como quienes oyen la verdad pero quieren escabullirse, como quien
entiende la verdad pero no quiere confrontar lo que implica conocerla.
Vemos aquí acomodo político. Pilato simboliza
a quienes saben lo que es justo y verdadero pero prefieren lavarse las manos a
fin de quedar bien con todos. Poncio Pilato era el típico individuo con falsa
sinceridad, con una sonrisa en el rostro pero con corazón turbio y falso.
Obviamente sabía todo lo referido a Jesús y sus enseñanzas, pero no obstante se
lava las manos, desentendiéndose de la situación. Tenía la autoridad humana
para liberar a Jesús pero no lo hizo pues era un hipócrita irresponsable. Además
su aparente obstinación y violencia sólo encubrían su debilidad.