Lección Escuela Dominical Domingo 15 de marzo de 2015
Juan 18:19 al 24
Juan 7:16-17
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
Volviendo ahora a la primera fase del juicio
ante los judíos, a la cual asignamos el nombre de Audiencia preliminar
ante Anás,
no debe eludir nuestra atención el hecho que Juan pasa a propósito del relato
de la negación al del juicio, y luego de nuevo al de la negación. Lo hace para
mostrar que Jesús sufrió intensamente en conexión con ambos.
Sufrió al ser
negado. Sufrió también al ser juzgado, como si fuera un criminal. Entre
los dos (negación y juicio) había este contraste: ¡en tanto que Pedro negó, Jesús confesó
la
verdad! Para él que es absolutamente sin pecado, el verse sometido a un juicio
realizado por hombres pecadores fue en sí mismo una profunda humillación. Ser
juzgado por tales
hombres,
bajo tales
circunstancias
hizo que la humillación fuera infinitamente peor. El avaricioso, mañoso, vengativo Anás (véase
sobre 18:13), el brusco, astuto, hipócrita Caifás (ver en 11:49, 50), el hábil,
supersticioso, egoísta Pilato (véase sobre 18:29); y el inmoral, ambicioso,
superficial Herodes Antipas; ¡éstos fueron sus jueces!
En realidad, todo el juicio fue una farsa.
Fue un falso juicio. No hubo intención alguna dar a Jesús una audiencia
adecuada, para que se pudiera descubrir, en estrecha conformidad con las leyes
de la evidencia, si las acusaciones contra él eran o no justas. En los anales
de la jurisprudencia no ha habido nunca una parodia de justicia más escandalosa
que ésta. Además, a fin de llegar a esta conclusión no es para nada necesario
hacer un estudio minucioso de todos los puntos técnicos respecto a la ley judía
de ese tiempo. Varios autores han puesto de relieve que el juicio de Jesús fue
ilegal por varias razones técnicas, tales como las siguientes:
1... No
se permitía juzgar a nadie con riesgo de la vida durante la noche. Sin embargo,
Jesús fue juzgado y condenado entre las horas 1–3 de la madrugada del viernes.
2... El
arresto de Jesús se realizó como resultado de un soborno, a saber, el dinero
recibido por Judas,
3... Se
le pidió a Jesús que se acusara a sí mismo,
4... En
casos de castigo capital, la ley judía no permitía que la sentencia se
pronunciara sino hasta el día siguiente de haber sido encontrado culpable el
acusado.
Pero para cualquier persona imparcial resulta
evidente de inmediato que todos estos puntos técnicos no son sino otros tantos
detalles. El punto principal no es sino éste: se había decidido
mucho antes que Jesús debería morir (véase sobre 11:49, 50). Y
el motivo detrás de esta decisión era la envidia. Los líderes judíos
simplemente no podían soportarlo que ellos comenzaban a perder su influencia
sobre el pueblo y que Jesús de Nazaret los hubiera acusado y desenmascarado
públicamente.
Estaban
llenos de furia porque el nuevo profeta había puesto al descubierto sus motivos
ocultos, y había llamado antro de ladrones el patio del templo en el
cual ellos obtenían gran parte de sus beneficios. Superficialmente, los dignos
sumos sacerdotes, ancianos y escribas podrían fingir una aparente indiferencia
en su conducta; por dentro estaban irritados hasta la venganza, agitados hasta
la violencia. ¡Estaban sedientos de sangre!
Por ello, esto no es un juicio sino una trama,
y toda la trama es de ellos. Ellos la han ideado, y ellos
procuran
que se lleve a cabo. Los oficiales de ellos toman
parte en el arresto de Jesús. ¡Ellos mismos estuvieron presentes! Ellos
buscan
los testigos—¡claro que falsos testigos!—contra Jesús, para poder ellos
llevarlo
a la muerte (Mt. 26:59). Todos ellos lo condenan como merecedor de
la muerte (Mr. 14:67). “Ellos (por medio de sus secuaces) llevaron a Jesús
atado” (Mr. 15:1). Ellos lo entregan a Pilato (Jn. 18:28). Ante
Pilato ellos
agitan
al pueblo para que libere a Barrabás a fin de que Jesús pueda ser destruido
(Mt. 27:20). Ellos
intimidan
a Pilato, hasta que éste les entrega a Jesús para que lo crucifiquen (Jn.
19:12, 16). Incluso cuando Jesús cuelga en la cruz, ellos se ríen
de él, diciendo, “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mr. 15:31).
En consecuencia,
esto no es en realidad un juicio.
¡Es un homicidio! Vv20-21 Jesús
realizaba su ministerio a la luz de todos, pues quería revelar el amor de Dios
a todo el mundo. Se piensa que su respuesta se debe al hecho de que legalmente
no interrogaban al acusado, sino a los testigos. Se ha afirmado que legalmente
el hombre se consideraba absolutamente inocente y más, ni acusado, hasta que la
evidencia de los testigos hubiera sido presentada y confirmada. En efecto,
Jesús estaba recordándole al sumo sacerdote que no tenía derecho de
interrogarle hasta la presentación de la evidencia con testigos y ésta confirmada.
Se piensan que el sumo sacerdote pensaba atrapar a Jesús en una confesión, o
que este interrogatorio era un examen no oficial.
La explicación dada en el versículo anterior
de la legalidad del procedimiento armoniza con la respuesta (v.21). Jesús
invita al sumo sacerdote a traer sus testigos y presentar la evidencia de lo
que él sospechaba. Nótese que Jesús no contesta la pregunta en cuanto a sus
discípulos. Desea protegerlos hasta donde fuera posible. En la interrogación,
Jesús atrae toda la atención sobre sí mismo.
Mientras
Jesús, como prisionero, estaba de pie con las manos atadas ante Anás, un
miserable secuaz, parte de la guardia del templo (véase sobre 18:3), trató de
aprovechar la situación para su propio mezquino provecho. ¡El hombre quizá
había estado pensando en una promoción! Así pues, le dio un golpe en el rostro
a Jesús (cf. Mi. 5:1). Al hacerlo dijo en tono de censura burlona, “¿Así
respondes al sumo sacerdote?” Si Jesús hubiera sido un hombre ordinario, y si
hubiera sido reo de un crimen, no habría merecido tal trato.
Después de todo, incluso la persona culpable
tiene sus derechos. Según la ley judía no tenía obligación de dar testimonio
contra sí mismo. Aquí, sin embargo, no se trata de un hombre ordinario, sino
del Hijo de Dios, del verdadero Sumo Sacerdote. Y no era culpable,
sino completamente inocente. Era más que simplemente inocente; era santo. El
secuaz había tenido suficiente oportunidad para descubrirlo. Por ello, su
acción fue totalmente despreciable. Era la clase de hombre que, en una
controversia, quiere “estar del lado del más fuerte”.
CONCLUSIÓN
La verdad ofende aun a los de alta
posición como Anás. El mundo está tan acostumbrado a mentir cuando se halla
bajo presión, que el sumo sacerdote se sintió ofendido cuando el Señor
respondió cortés pero verazmente. Anás había pedido a Jesús que dijera la
verdad, pero cuando el Señor así lo hace se ofende y no quiere oír. Y ante la
verdad Anás se lavó las manos (como luego lo haría Pilato), y lo envió a
Caifás.
Jesús
sabía que la verdad que predicaba y personificaba era la verdad de las
verdades. Es por ello que no había motivo para echarse atrás, avergonzarse,
humillarse o pedir disculpas.
Los cristianos sabemos que el evangelio de
Jesucristo es la verdad y no tenemos por qué avergonzarnos de la sana doctrina
que creemos. Confesemos la buena confesión como lo hizo Jesús. En estos días
modernos debemos tomar la misma posición de Jesús: confesar a Cristo y su
doctrina. Dios nos libre de negar nuestra amistad con Jesús (como hizo Pedro).
Sigamos el ejemplo del Maestro.
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