miércoles, 18 de marzo de 2015

Negación de Pedro y Jesús ante Pilato

Lección Domingo 22 de Marzo de 2015

JUAN 18:25 AL 32
MATEO 26:33-34

INTRODUCCIÓN

   En tanto que juzgaban a Jesús ante Caifás (véase sobre 18:19), y él se proclamaba a sí mismo Hijo de Dios, afirmación que los que la oyeron llamaban blasfemia, y en tanto que, como consecuencia de ello, Jesús se veía sometido a ofensas e injurias, su sufrimiento se vio agravado por la perversa conducta de Pedro. Esta fue la tercera situación en relación con la cual Pedro negó a su Señor. La primera se relata en 18:15–18. Juan no dice nada respecto a la segunda.

Según Mateo, Marcos y Lucas, una vez que el descarriado discípulo había sido entrampado en su primera negación, trató de salir del edificio. Llegó hasta el pórtico. Aquí las dos porteras—la que terminaba su servicio y la que había venido a sustituirla—dijeron a los que estaban por allá, “También este estaba con Jesús el Nazareno. Es uno de ellos”. Por lo menos uno de los hombres que estaban por allí quiso agregar algo, y dirigiéndose directamente a Pedro, le dijo, “Tú eres uno de ellos”. Esta vez Simón ya estaba fuera de sí de ira. Hizo algo que no había hecho en la primera negación. Con juramento (Mt. 26:72) lo negó, diciendo con decisión, “no conozco al hombre”.

DESARROLLO

   Cuando Juan reasume el relato, pedro se encuentra de nuevo en el patio, de pie, calentándose, como antes (durante la primera negación; véase sobre 18:18). Parece que su intento de huir del palacio no había tenido éxito. Durante la hora que había transcurrido desde la segunda negación la sospecha que se había suscitado en torno a él probablemente había ido creciendo. Para este entonces todo el mundo había oído hablar de ello. Por esto “ellos” le dijeron. Pero ¿quiénes son ellos? evidentemente los siervos y los alguaciles, los hombres que estaban junto al fuego con pedro (cf. 18:18, 25; mt. 26:73; mr. 14:70b).

   Así pues, le dijeron, “¿seguramente tú no eres de sus discípulos, verdad?” algunos se mostraron incluso más osados, y afirmaron con firmeza, “ciertamente, tú también eres uno de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Eres galileo” (mt. 26:73; mr. 14:70b).

  Algunos hablaban a pedro (cf. el relato de mateo y de marcos); otros hablaban acerca de él (cf. el relato de Lucas). ¡Esto era suficiente como para afectar a cualquiera, sobre todo a una persona tan emotiva como Simón!

   Él lo negó, y dijo: no lo soy. “hombre, no sé lo que dices”, dijo pedro a uno de ellos (lc. 22:60). Ahí estaba echando sobre sí una maldición tras otra. Según el relato del escritor del cuarto evangelio, esta fue la segunda negación. Véase, sin embargo, sobre 18:15. Cómo debe haber entristecido esto al maestro, mucho más incluso que la conducta hipócrita de Caifás y los golpes que recibió de los guardas.

   La tercera negación (según parece contarlas Juan) fue consecuencia de la segunda. Las dos van juntas, y pertenecen a la misma situación, a saber, el momento después de que simón había regresado del pórtico y se encontraba de nuevo con los guardas y siervos, calentándose. El incidente específico referido ahora se encuentra sólo en el evangelio de Juan. Debe tenerse presente que el discípulo amado conocía al sumo sacerdote, y al parecer también a su servidor, cuyo nombre conocía (Malco), y a la portera (o porteras). Véase sobre 18:10, 15, 16. Por ello, no es sorprendente que también conociera a cierta persona que era pariente de Malco. Esa persona había estado en el huerto durante el arresto. Había visto lo que pedro lo había hecho a Malco. Por lo menos, estaba casi seguro de que era pedro. Casi, pero no totalmente seguro. Por esto le dijo a pedro, “¿no te vi yo en el huerto con él (o sea, con Jesús)?” la pregunta se plantea de tal manera que se espera una respuesta afirmativa.

Se podría también traducir, “yo te vi en el huerto con él, ¿no es verdad?”

Pedro volvió a negarlo. En este mismo instante cantó un gallo. Cierto que ya había cantado el gallo antes una vez, a saber, después de la primera negación (mr. 14:68). Entonces, sin embargo, no había llamado la atención. Esta vez, sin embargo, era diferente, porque en este mismo instante pedro notó que alguien lo miraba a los ojos (lc. 22:61). Esa mirada, tan llena de dolor y sin embargo tan llena de amor, despertó la memoria de pedro. De repente recordó las palabras que Jesús había pronunciado al predecir las tres negaciones (véase sobre 13:38). Salió y lloró como se esperaría que pedro llorara, amarga e intensamente (lc. 22:62). Lleno de profundo sentimiento es también la forma en que lo dice marcos: “y pensando en esto, lloraba” (mr. 14:72).

   Entonces llevaron a Jesús de casa de Caifás  a la residencia del gobernador. Jesús debe haber sido mantenido prisionero desde las tres de la mañana hasta el alba. Entonces, a esa hora tan temprana (véase Mr. 15:1) se convocó al Sanedrín. La intención era pasar de inmediato a Jesús a Pilato, antes de que las multitudes de Jerusalén se dieran cuenta de lo que sucedía. Además, ¡todo debía concluir antes del sábado! La sesión del alba—¡bastaron unos pocos minutos!—probablemente se celebró para dar avisos de legalidad al procedimiento corrupto que había distinguido a la sesión de la noche. Véase sobre 18:19. Resulta razonable que una vez que se hubo pronunciado oficialmente el veredicto del Sanedrín, Jesús tuviera que ser conducido a Poncio Pilato, gobernador romano. El Sanedrín tenía el derecho de decretar la muerte, pero no tenía el derecho de ejecutar tal decreto. Para ejecutarlo, los romanos debían tomar la decisión.

     Jesús, pues, fue llevado ante este gobernador. Este, probablemente informado por los soldados de guardia que una delegación del Sanedrín había traído a un prisionero, y que esa delegación se negaba a entrar en el pretorio, salió a su encuentro. De pie en una galería o porche en la calzada frente a su residencia (véase sobre 19:13), pidió a los dirigentes judíos que hicieran su alegato. “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”, dijo. La pregunta era, desde luego, totalmente apropiada. La respuesta, sin embargo, fue descarada. Contestaron, “Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado”. Era una sugerencia abierta. Quería decir, “Gobernador, si sabes lo que te conviene, deja de hacer preguntas. Sabes muy bien que en casi todos los asuntos nosotros somos el tribunal supremo en Israel. Deberías confirmar nuestra decisión y hacer lo que te pedimos que hagas”. Pilato todavía no sabía que los líderes judíos estaban dispuestos a dar muerte a Jesús. Pensando que lo que ellos querían era infligir un castigo menor, no acierta a comprender por qué deberían molestarlo con este detenido. Y si ni siquiera están dispuestos a presentar una acusación legal, entonces no quiere saber nada del caso. Por ello, cuando ahora exclama, “Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley”, no quiere dar a entender que el detenido ni siquiera hubiera sido juzgado. No, lo que quiere decir es: “Haceros cargo del caso vosotros mismos”. El verbo que se utiliza en el original tiene muchos matices de significado (véase sobre 3:17), y puede muy bien indicar (como parece ser el caso aquí), sentenciar, juzgar, condenar.

CONCLUSIÓN

     Nos encontramos aquí con Poncio Pilato, símbolo de la gente que dice: “Quiero lavarme las manos.” Él se asemeja a millones de personas sinceras en apariencia pero que en realidad encubren hipocresía o indolencia. Pilato era un hombre escapadizo, como quienes oyen la verdad pero quieren escabullirse, como quien entiende la verdad pero no quiere confrontar lo que implica conocerla.


     Vemos aquí acomodo político. Pilato simboliza a quienes saben lo que es justo y verdadero pero prefieren lavarse las manos a fin de quedar bien con todos. Poncio Pilato era el típico individuo con falsa sinceridad, con una sonrisa en el rostro pero con corazón turbio y falso. Obviamente sabía todo lo referido a Jesús y sus enseñanzas, pero no obstante se lava las manos, desentendiéndose de la situación. Tenía la autoridad humana para liberar a Jesús pero no lo hizo pues era un hipócrita irresponsable. Además su aparente obstinación y violencia sólo encubrían su debilidad.

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