martes, 7 de abril de 2015

La agonía de Cristo

Escuela Dominical Domingo 05 de abril

JUAN 19: 1 AL 16
1° DE PEDRO 2:22-23

INTRODUCCIÓN

  El comienzo de un nuevo capítulo no siempre indica un cambio de tema, sino el intento de dividir el Evangelio en secciones manejables. Este capítulo continúa y concluye el tema del anterior como se ve en un adverbio temporal que significa “entonces” o “en ese tiempo”, y la conjunción continuativa que también se traduce “entonces”, con los cuales se inicia el capítulo. En estos versículos se registra el evento culminante del ministerio de Jesús, su condenación, crucifixión y muerte, dejando los dos últimos capítulos para relatar la resurrección y apariciones posteriores.
   En este capítulo veremos otros intentos de Pilato de librar a Jesús, declarándole inocente dos veces más, pero finalmente cediendo a la presión de los líderes judíos y entregándole para ser crucificado. Juan relata el azote de Jesús, pero no menciona específicamente el motivo que Pilato tuvo en hacerlo. Quizás fue con el fin de apelar a la simpatía humana de los judíos que, al ver a un hombre sangrando y sufriendo, quedarían satisfechos.

DESARROLLO
Sufrimiento y burla (1–3)
Consideremos las varias agonías que padeció Jesús antes de llegar a la cruz.
1. Primera agonía: azotes (1). Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Pilato decide azotar a Jesús. No viene al caso sí lo hizo él mismo o un soldado en su nombre. Lo terrible es que sucedió a pesar de que previamente Pilato había dicho: “No hallo en él ningún delito” (18:38). ¡Cómo cambia el corazón humano! Pilato se comportó vilmente, y este comportamiento se ha repetido en todo el mundo. ¿Acaso no hay hombres que por tener autoridad se propasan y la tuercen?
  Además es probable que Pilato pensara que los azotes satisfarían a los judíos, y que no habría necesidad de llegar a la crucifixión.
2. Segunda agonía: corona de espinas (2a). 2aY los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza.
Puesto que Jesús decía ser rey de los judíos, los soldados entretejieron una corona de espinas y la pusieron sobre su cabeza.1 Esas espinas de Medio Oriente son extremadamente duras y tienen una punta muy fina que penetra la piel con facilidad y produce un profundo dolor. La corona de espinas era una burla, pero en realidad era su honra más grande pues confirmaba la misión de Jesucristo al venir al mundo. Las espinas fueron maldición de Dios sobre la raza humana y sobre la creación (Gn. 3:18). Jesús coronado de espinas era símbolo de que él cargaba sobre sí la maldición de una raza rebelde, era símbolo de su amor y de su obra redentora y sustitutoria.
3. Tercera agonía: manto real (2b). y le vistieron con un manto de púrpura; Como un insulto, le vistieron con un manto de púrpura—el color usado por los reyes—pues se estaban burlando de él como rey. Este manto escarlata mencionado también en Mt. 27:28 era usado por oficiales militares y hombres de alta posición.
4. Cuarta agonía: burlas (3a). y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos!
Podemos imaginar el tono burlón y sarcástico cuando exclamaban: “¡Salve, Rey de los judíos!” Mateo y Marcos agregan que los soldados se arrodillaban ante él y lo escupían. El Señor Jesús no contesta ni una palabra, tal como lo había predicho el profeta Isaías (53:7). Siendo Dios, podría haber llamado a diez legiones de ángeles para aniquilar a sus burladores al instante, pero permaneció en silencio pues había venido para sufrir en nuestro lugar, y así lo hizo.
5. Quinta agonía: bofetadas (3b). y le daban de bofetadas. ¡Qué vergüenza pasarán cuando se enfrenten con aquel al que abofetearon y se den cuenta de que en verdad es el Rey de reyes y Señor de señores! Pero no sólo los soldados romanos abofetearon a Jesús; todos nosotros lo hacemos cada vez que nos avergonzamos de él.
   Jesucristo permanecía en silencio frente a la humanidad, pero hoy está sentado a la diestra de Dios. Jesús está delante de cada uno de nosotros, y la humanidad está dividida en dos grupos: los que se han rendido a Jesucristo y aquellos que luchan contra él atacándolo, burlándose, resistiéndolo.
Inocencia y juicio (4–8) Estamos frente a un juicio falso perpetrado en contra de la persona más inocente que jamás se haya presentado ante un tribunal.
1. Ningún delito (4, 6b). Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo afuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él …   Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. Nuevamente Pilato declara la inocencia de Jesús y lo lleva ante la multitud exaltada. Tal vez creyó que la vista del hombre castigado y vestido de esa manera sería capaz de frenar las intenciones criminales que tenían. Sin embargo, cuando la multitud pide a gritos la muerte de Jesús, la ley romana lo declara inocente y lo libera de culpa y cargo (6b). “Yo no hallo en él delito alguno” fue la repetida expresión de Pilato.
2. He aquí el hombre (5). Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Observemos la frase que, aunque partió de labios paganos e incrédulos, expresó sin saberlo verdades divinas: “He aquí el hombre”. Un cuadro trágico. Allí está nuestro Salvador con la vergüenza de una corona de espinas (símbolo de nuestros pecados y la maldición de Dios) que fue puesta sobre él para que no recayese
sobre nosotros, y el manto de púrpura, siendo burlado así ante los hombres.
Pilato lo llama “el hombre” (11:49–52), sin saber que estaba diciendo la verdad pues Jesús en verdad era “el hombre”, el Hijo del Hombre, que iba a morir como hombre en lugar de los hombres.
3. Crucifícale (6a). Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! “¡Crucifícale!” fue la repetida demanda a gritos de los principales religiosos y los alguaciles. No querían ser pacificados por el gobernador sino que deseaban deshacerse del Señor Jesucristo cuanto antes. Pilato les responde que lo crucifiquen ellos, sabiendo perfectamente que no podían ejecutar la pena capital. Y aunque hubiesen podido hacerlo, la crucifixión no era una forma de ejecución permitida por la ley judía. Nosotros también y de distintas maneras damos a entender que estamos de acuerdo con crucificar a Jesucristo. Podría darse el caso, por ejemplo, de que cuando un ateo, un escéptico o cualquier otro se mofa de todo lo que Cristo es, callamos o asentimos. Quizás no digamos: “¡Crucifíquenle!”, pero tomamos una actitud cobarde por no ponernos de pie y decir: “¡Señores, yo soy amigo de Jesús! Jesucristo es mi Señor. Ustedes quieren crucificarlo, y yo les pido que entonces me crucifiquen a mí también”.
4. Mal uso de la ley de Dios (7). Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.
   Los judíos usan incorrectamente la ley de Dios porque se olvidan de la promesa del Mesías. Alegan que debe morir por haberse declarado Hijo de Dios (Lv. 24:16), pero ésa fue una mala interpretación de la ley. Jesucristo no se hizo a sí mismo Hijo de Dios sino que era el Hijo de Dios. Las autoridades religiosas judías habían comprendido el mensaje de Jesucristo, pero como para ellos él sólo era un hombre que pretendía ser Dios, piden su muerte.
    Llamarse rey de los judíos era una ofensa capital contra la ley romana (sedición). Llamarse Hijo de Dios era una ofensa capital contra la ley judía (blasfemia). El gobernador de Judea no sólo era responsable de hacer cumplir la ley romana en esa provincia, sino que además debía hacer respetar—y cuando fuera necesario hacer cumplir—la ley religiosa judía. Si Pilato no quería crucificar a Jesús por sedición, los líderes judíos pensaron que tal vez acordara la ejecución por blasfemia.
5. Cobardía de Pilato (8). Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo.
Hay temor supersticioso en Pilato, tal vez aumentado por el mensaje de su esposa (Mt. 27:19) en cuanto a los sueños qué había tenido por causa “de este justo”. Los judíos vuelven a señalar que Jesús había declarado ser Hijo de Dios, algo que para griegos y romanos no constituía blasfemia.  Si resultaba ser verdad, la persona tenía alguna cualidad divina. Tal vez ésa fue la impresión que recibió Pilato al confrontar a Jesús.
   El gobernador se atemorizó por ser cobarde, pero también por miedo de no ser justo. El Espíritu de Dios produce ese temor, y también la convicción de pecado.

Conclusión




  Notemos que la conciencia legal de Pilato lo instaba a soltar a Jesús. Esa conciencia no lo dejaba en paz, pero finalmente su cobardía (al querer congraciarse con el pueblo) lo lleva a ser parte de una farsa vil. El temor y la confusión de Pilato eran resultado de su injusticia y su arrogancia. Los judíos lanzan una sutil amenaza política (12b). En el caso de Pilato, la ambición política cegó su juicio y cometió una gran injusticia. Este hombre es un cuadro de quienes se dejan atropellar por las palabras o la presión psicológica de amigos, vecinos y parientes. La injusticia se paga con la justicia de Dios. Por supuesto que no todos los políticos son de esta manera. A pesar de las presiones del gobierno, quienes están en eminencia pueden caminar con Dios, y ser hombres de integridad y transparencia.

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