martes, 19 de mayo de 2015

JESÚS Y LA IGLESIA

LECCIÓN, DOMINGO 24 DE MAYO DE 2015
JUAN 20:19 AL 23
MATEO 18:18

DESARROLLO 

    Es muy probable que los discípulos siguieran juntos en el aposento alto donde habían celebrado la Pascua con Jesús; pero lo que los mantenía unidos era el miedo. Conocían la actitud envenenada de los judíos que habían tramado la muerte de Jesús, y temían que a ellos también les llegara el turno; así es que estaban juntos, pero atemorizados, escuchando los pasos en la escalera y las llamadas a la puerta, no fuera que fueran los emisarios del sanedrín que llegaban a arrestarlos a ellos.


DESARROLLO 

                 1. SU APARICIÓN SOBRENATURAL (19–20)

a. Eventos sobrenaturales (19a). Los discípulos estaban escondidos y atemorizados por miedo a la persecución. Notemos que dice que las puertas (en plural) estaban cerradas, o sea que había al menos dos, posiblemente la puerta de calle y luego la del aposento alto. Estando éstas bien cerradas por temor a los líderes judíos, aparece Jesús y se pone en medio de los discípulos. ¡Qué sorpresa se habrán llevado estos hombres, quienes estaban allí reunidos por temor de los judíos! María Magdalena había manifestado que el cuerpo del Señor había desaparecido. Dos de ellos, Pedro y Juan, se atrevieron a dejar el aposento alto, fueron corriendo al sepulcro y volvieron afirmando que verdaderamente el cuerpo del Señor no estaba en la tumba. María Magdalena luego declara que lo había visto y había hablado con él. Entonces el mismo Señor Jesús, de manera sobrenatural, se presenta ante sus amigos en el aposento alto.
    Fue una aparición milagrosa del Cristo resucitado. (No “aparición” en el sentido de que no era real puesto que sí lo fue.) Cristo se plantó en medio de ellos con su propio cuerpo, evidenciando así que estaba vivo y resucitado. Les dejó ver que tenía un cuerpo en cierta manera igual porque reconocieron su rostro, su voz, su mirada, pero a la vez distinto pues se trataba de un cuerpo resucitado.
    La Biblia enseña que cuando resucitemos nuestro cuerpo será similar al cuerpo resucitado del Señor Jesús (1 Co. 15). Así como Jesús pudo atravesar paredes y puertas, cuando resucitemos tendremos esa capacidad y sin embargo, será un cuerpo que podremos reconocer.
   Lucas relata que Jesús comió pescado asado y un panal de miel (24:42–43). Da gusto ver cómo Dios nos permite un vistazo de lo que será el futuro.
b. Palabras especiales (19b). Jesús calma el temor de sus amigos presentándose ante ellos y diciéndoles: “Paz a vosotros”. En hebreo es una sola palabra repetida: SHALOM, SHALOM, y es un saludo típico que quiere decir: PAZ, PAZ. Fueron palabras muy apropiadas para los pobres discípulos atemorizados.
c. Evidencias incontrovertibles (20a). Aunque ellos no pidieron evidencias, de inmediato Jesús les mostró las manos y el costado. El Señor seguramente sabía que, siendo humanos, quizás tendrían sus dudas.
   Allí estaban las evidencias palpables: las heridas de los clavos que habían traspasado sus manos, y la cicatriz del costado abierto por la lanza romana. Jesús no era una aparición sino que tenía un cuerpo resucitado.
d. Efecto innegable (20b). El efecto en los discípulos fue regocijo y una emoción que seguramente debió de haber sido explosiva. Este es el deseo de Dios para nosotros en el siglo XX. Quien cree que Jesucristo ha resucitado, tendrá paz con Dios y gozo en el corazón (ver 16:20–22).
                        
                        2. SU COMISIÓN A LOS DISCÍPULOS (21–23).

  Seguidamente Jesús comisiona a sus amigos y con energía y autoridad los envía en una gran misión.
a. El envío (21). Jesús repite a los discípulos: “Paz a vosotros”, pues seguramente aún estaban alarmados. Ven al Señor resucitado, pero en su mente él todavía estaba muerto. “Paz a vosotros”, dice, y seguidamente les ofrece un enorme consuelo, comisionándolos con la misma tarea con que el Padre lo había enviado a él. Es asombroso que seamos enviados a nuestros vecinos, amigos, seres queridos y a todo el mundo con la misma autoridad y misión con que el Padre envió a Jesucristo.
b. La energía (22). Cuando el Señor les habla de su tarea, es posible que los discípulos respondieran: “Pero Señor, somos cobardes. ¿No ves que estamos en este aposento con las puertas cerradas porque tenemos temor?   Ahora nos envías al mundo, Señor, pero no tenemos fuerza ni energía”. Luego de decir: “Yo os envío…”, Jesús sopló y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. No cabe duda que, cuando Juan se expresaba así, estaba recordando la antigua historia de la creación de Adán. Allí leíamos: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en una persona viva» (Génesis 2:7). Es la misma alegoría que vio Ezequiel en el valle de los huesos secos y muertos, cuando oyó a Dios decirle al viento -espíritu: « ¡Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que vivan!» (Ezequiel 37:9). La venida del Espíritu Santo es como el despertar de la vida donde reinaba la muerte.
   Nuestra objeción al mandato del Señor quizás también sea que somos cobardes o no sabemos qué decir, pero debemos recordar que hay poder en el Espíritu Santo de Dios. El Señor nos ha enviado a evangelizar a todo el mundo y para ello nos ha dado la energía más poderosa: el Espíritu Santo de Dios. Es el Espíritu por cuyo poder Cristo resucitó de los muertos; el mismo Espíritu Santo que mora en nosotros. Esta energía divina es el sello y la promesa de Dios.
c. La autoridad (23). He aquí una frase que produce temor por sus implicaciones, pero es la poderosa autoridad que Jesucristo nos ha dado. En un tiempo fuimos pecadores rebeldes; ahora gozamos de una gran autoridad que no podemos tomar a la ligera. Seríamos necios si pretendiéramos usar esta autoridad en forma carnal, pero podemos ejercerla tal como el Señor la ha dado. Cuando, por ejemplo, un alma ha sido guiada a Cristo y con sinceridad ha entregado su corazón a él, uno tiene derecho de decirle: “Sus pecados han sido perdonados por Dios”. No es que uno tenga autoridad personal para perdonar pecados sino que por los méritos de Cristo en la cruz uno declara el perdón para el inconverso arrepentido. Por otra parte, también tenemos la autoridad de declarar juicio de Dios sobre aquellos que rechazan a Jesucristo (2 Co. 5:15–16).
    Esta autoridad no puede tomarse livianamente ya que está repetida tres veces en el Nuevo Testamento (Mt. 16:19; 18:18). Que Dios nos dé gracia, autoridad y sabiduría para ejercerla en su nombre.

CONCLUSIÓN 

   Jesús les dijo que, como Dios le había enviado a Él, así ahora Él los enviaba a ellos. Aquí tenemos lo que llamamos « La Constitución de la Iglesia.» Quiere decir tres cosas.
(a) Quiere decir que Jesucristo cuenta con la Iglesia, que es exactamente lo que Pablo quería decir cuando llamaba a la Iglesia « El Cuerpo de Cristo» (Efesios 1:23; 1 Corintios 12:12). Jesús había traído un mensaje para toda la humanidad, y ahora se volvía con su Padre. Su mensaje no podría alcanzar a toda la humanidad a menos que la Iglesia se encargara de transmitirlo. La Iglesia tenía que ser una boca que hablara de Jesús, unos pies que fueran a cumplir sus recados y unas manos para hacer su obra. Por tanto, lo primero que quiere decir esto es que Jesús depende de su Iglesia.

(b) Quiere decir que la Iglesia necesita a Jesús. El que ha de ser enviado necesita a alguien que le envíe; necesita un mensaje que llevar; necesita un poder y una autoridad que respalden ese mensaje; necesita alguien a quien poder dirigirse cuando tenga dudas o dificultades. Sin Jesús, la Iglesia no tiene mensaje; sin Él, no tiene poder; sin Él, no tiene a nadie a quien apelar cuando se encuentra en dificultades; sin Él no tiene a nadie que le ilumine el entendimiento, ni que le fortalezca los brazos, ni que le anime el corazón. Esto quiere decir que la Iglesia depende de Jesús.


(c) Y aún queda otra cosa. Jesús envía a la Iglesia de una manera paralela a como Dios envió a Jesús. Pero no podemos leer la historia del Cuarto Evangelio sin darnos cuenta de que la relación entre Jesús y Dios dependía continuamente de la perfecta obediencia y el perfecto amor de Jesús. Jesús podía ser el perfecto Mensajero de Dios porque ofrecía a Dios la obediencia perfecta y el perfecto amor. De ahí se sigue que la Iglesia es apta como mensajera e instrumento de Cristo sólo cuando Le ama y obedece de una manera perfecta. La Iglesia no se dirige al mundo para propagar su propio mensaje, sino el mensaje de Cristo. No sigue políticas hechas por hombres, sino la voluntad de Cristo. La Iglesia fracasa cuando trata de resolver algún problema dependiendo de su propia sabiduría y fuerza, prescindiendo de la voluntad y dirección de Cristo.

jueves, 14 de mayo de 2015

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Lección, Domingo 17 de Mayo de 2015

JUAN 20:11 AL 18
1 DE PEDRO 1:3
INTRODUCCIÓN 


En este relato observamos por un lado el tremendo dolor de María, y por otro su dulce amor por el Señor Jesucristo. Dolor y amor se entremezclaban en su alma, y ambos nos revelan su más profundo sentir.


JESUCRISTO APARECE A MARIA MAGDALENA (20:11–12)



1. El dolor natural por la muerte (11). María Magdalena había sido la primera en llegar al sepulcro aquella mañana, y había ido a contar a los apóstoles que el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba. Quizás por su curiosidad de mujer, tal vez por el dolor o tal vez incitada ante las preguntas de los apóstoles, regresó más tarde al sepulcro. Se acercó a la tumba, volvió a dirigir su mirada a la tumba vacía y comprendió que los hechos eran innegables. Lloraba y vigilaba porque sentía un profundo dolor y no conocía a fondo el poder de Dios.
   Ella lloraba como lloramos la mayoría de nosotros cuando muere un ser querido. La separación es dolorosa. En el caso de María Magdalena era casi desesperación, ya que ni ella ni los discípulos se aferraban a la promesa de que el Señor resucitaría. María sufría la agonía de la soledad. Jesús la había liberado de siete demonios (Lc. 8:2 y sig.), le había devuelto su dignidad, y ella anhelaba y necesitaba su presencia.

2. El dolor que sobrepasa al asombro (12).
Al inclinarse nuevamente para mirar dentro de la tumba cavada en la roca, vio a dos ángeles con vestiduras blancas, uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús. Sin embargo, esta visión sobrenatural sólo produce indiferencia en ella—tan grande era su dolor, o tanto más importante que cualquier otra cosa. En circunstancias normales se hubiera aterrado, pero en esta ocasión habla con ellos como si fueran dos seres humanos.

3. El dolor que enceguece (14). Su tremendo dolor por lo que ella consideraba no sólo la muerte sino también la desaparición del cuerpo de Jesús, impidió que lo reconociera. El dolor a veces ciega nuestros ojos, impide que veamos las cosas buenas de la vida, y no reparamos en el hecho de que el Señor está presente, que nunca nos abandona (Mt. 28:20b;
Heb. 13:5). Sin embargo, cuando estamos pasando por un gran dolor debemos recordar que él está con nosotros y vive en nosotros.
María no reconoció al Señor resucitado. Era muy de mañana y estaban a media luz. Sus sollozos eran violentos, típicos de los respetuosos entierros de la época, y su llanto la había descontrolado y le había impedido funcionar normalmente. Además estaba de espaldas a Jesús (Juan nos dice que ella se volvió), y sólo fue una mirada relámpago.

EL AMOR DE MARÍA POR EL SEÑOR (13–18)

 El profundo amor de María por el Señor es digno de imitar. No debemos permitirnos una actitud de dar por sentado nuestra relación con el Señor. Debemos cultivar nuestro amor por Cristo, cantarle himnos, decirle que lo amamos, hablar con él. Por el gran perdón que había recibido, María amaba mucho, pero además había desarrollado esa actitud.

1. Diálogo con los ángeles (13) El encuentro con las criaturas celestiales parece no asombrarla. Estaba inundada por su dolor, y éste hacía desaparecer toda otra preocupación o interés por lo que ocurría alrededor.
  Los ángeles le preguntan por qué llora. El verbo utilizado no sólo habla de lágrimas sino de sollozos audibles y casi descontrolados.
Nuevamente María hace referencia a “mi Señor”. Estaba buscando a un Jesús muerto. Luego de contar a los ángeles lo que ocurría, se volvió, es decir salió de la tumba.

2. Diálogo con Jesús (14–17) Dios escoge revelar la resurrección a una mujer que había sido endemoniada y luego transformada en forma radical. Esto nos recuerda la gracia de Dios y su manera de operar, en contraste a cómo hubiéramos actuado nosotros—quienes hubiéramos pensado que Jesús habría aparecido primero a Pedro, a Jacobo, a Juan o a otro de los grandes. Pero el Señor se le aparece primeramente a una mujer (Mr. 16:9) que en su pueblo debió de haber sido despreciada y tenida en menos. Los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is. 55:8), y a él le agrada revelarse a los sencillos (Lc. 10:21).
   Por otra parte, era aún de madrugada, y ella, una mujer prudente, apenas le dirige la palabra a quien creía que era el jardinero.
   El diálogo con Jesús es un hecho real, una experiencia verídica, un hecho histórico. En segundo lugar, el diálogo también puede interpretarse en forma figurada como un mensaje a nuestra generación.  San Crisóstomo, uno de los padres de la iglesia, dice: “Los ángeles quizás hicieron un gesto o un movimiento al ver a Jesús, y por ello, tal vez, María Magdalena dio una rápida media vuelta.” Pero él le habla y ella aparentemente sigue con su mirada en la tumba, dándole la espalda.

a. De espaldas a Jesús (14). Cuando Jesús le habló ella estaba de espaldas a él. Simplemente se da  para salir de la tumba, ve a Jesús de reojo y sigue dándole la espalda porque su mirada estaba en la tumba vacía.
   En sentido figurativo, si una persona vive siempre dándole la espalda a Jesús, no lo reconocerá. Muchos que se dicen cristianos no reconocen la voz de Dios en un mensaje porque le dan las espaldas al Señor y están encubriendo un pecado que debieran confesar.
Darle la espalda a Jesús es también la actitud del mundo que vive desesperado, llorando, sin esperanzas.

b. ¿A quién buscas? (15a). Jesucristo personaliza la conversación. Ella estaba pensando en un cuerpo inerte, muerto, y Jesús en su pregunta se refería a una persona viviente. Nuestra generación está buscando con desesperación algo con que satisfacer sus ansiedades, pero no sabe con exactitud qué busca.

c. ¿Dónde lo has puesto? (15b). A pesar de las preguntas directas de Jesús, María sigue con su obsesión por encontrar el cuerpo de su Señor, y le responde creyendo que este hortelano debía entender a qué se estaba refiriendo ella: “Si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto …” En el impulso de su amor, María Magdalena no se detuvo a pensar si ella sería capaz de cargar un cuerpo muerto. O tal vez su amor le hacía creer que era fuerte. Del mismo modo que María, nuestra generación no cree en el poder de Jesús para resucitar, y lo busca en lugares equivocados: libros de historia, religiones, esfuerzos personales.

d. Llamado de Jesús (16). Cuando Jesús la llama por su nombre, ella nuevamente se da vuelta—estavez para ponerse frente a él—, mira a Jesucristo en el rostro y reconoce su voz. Le responde: “¡Maestro!”
El Señor Jesús dijo una sola palabra, y María también utiliza sólo una: “Raboni”, que quiere decirMaestro. La forma aramea que utiliza María era, seguramente, más honorífica que Rabí.

e. Exhortación (17). Seguidamente el Señor la exhorta: “No me toques.” En realidad no es una ordenque le prohibía tocarlo sino que la instaba a dejar de hacer lo que estaba haciendo: “María, deja de seguir aferrándote a mí.” En el original griego la idea de HAPTO es aferrarse en forma prolongada, ya que María al parecer se arrojó a sus pies y no quería soltarle. Es como si Jesús estuviera diciendo: “Deja de aferrarte egoístamente a mis pies. Pronto subo a mi Padre y deseo ver a mis discípulos. De manera que ve y diles que vengan porque quiero verlos antes de regresar al cielo”.1 Mateo 28:9 relata que las mujeres abrazaron los pies de Jesús, y no por ello él les dijo que dejaran de hacerlo. En ningún momento el Señor deseaba impedir que María le tocase. Sus palabras no encierran reproche sino una comisión.
  
El Señor da a María un mensaje para sus discípulos, a quien llaman sus “hermanos”. Anteriormente los había llamado “amigos” (15:14–15), y ahora la relación se hacía aún más profunda (He. 2:11–12)

3. Diálogo con los discípulos (18). Obedeciendo la orden del Señor, María corre en busca de los discípulos para contarles que había visto a Jesucristo. El evangelista Marcos añade que los discípulos, quienes estaban tristes y llorando (16:10–11), no le creyeron cuando les dijo que Jesús vivía. Es difícil imaginar la emoción que sentiríamos si el Señor mismo se nos presentara. ¿Cómo habrá sido estar allí esa mañana cuando el Señor Jesús apareció resucitado de entre los muertos?

sábado, 9 de mayo de 2015

La Resurrección de Cristo

Lección Escuela Dominical, Domingo 10 de mayo de 2015

JUAN 20: 1 al 10
HECHOS 2:24


INTRODUCCIÓN
  
    En la vida hay días alegres, magníficos, llenos de sol, y los hay lúgubres, invernales y tristes, días que uno quisiera olvidar. Este pasaje nos habla de uno de los gloriosos días de sol, simbólicamente hablando, el día en que Jesús resucitó.
    La resurrección es el testimonio concluyente de la autoridad de Jesucristo, el Hijo de Dios. Todo lo que nuestro Salvador dijo e hizo no tendría valor si no hubiera resucitado de los muertos (1 Co. 15:17). Sin resurrección, la cruz de Cristo sería una tragedia.
     El día en que el Señor Jesús resucitó se convirtió, por así decirlo, en el día internacional de la liberación del hombre. La resurrección se convirtió en el tema central del mensaje que predicaban los apóstoles. (En el libro de los Hechos hay más de veinte referencias a este glorioso hecho.)
    El milagro de la resurrección es más que un hecho histórico para los cristianos, ya que además tiene implicaciones prácticas:
1) El poder del Cristo resucitado nos salva y nos redime. Tenemos vida eterna pues Jesucristo vive.
2) El Cristo resucitado nos da poder para vivir una vida victoriosa sobre el pecado, la culpa, la muerte y Satanás.
3) La resurrección de Cristo nos da esperanza (1 Co. 6:14).


DESARROLLO

   Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana (Mat. 28:1; Mar. 16:1, 2; Luc. 24:1). Recuérdese que el día de reposo terminaba y el primer día comenzaba al ponerse el sol. Por eso, no importa si todavía estaba oscuro cuando Jesús se levantó. Por eso dice Mat. 28:1, "Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana..."
          Los Adventistas del Séptimo Día afirman que Jesús resucitó en el día de reposo, pero obsérvese el relato de Lucas 24:
(1) 24:1, "El primer día de la semana, muy de mañana... ";
(2) 24:13, "Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea...";
(3) 24:19-21, "ellos le dijeron... le crucificaron... hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido". La conclusión innegable es que ese primer día de la semana fue el tercer día después de la crucifixión de Jesús, el día indicado por Jesús para su resurrección.
          Al tercer día. Jesús había dicho que resucitaría "al tercer día" (Mat. 16:21; Luc. 9:22) y Pedro dijo, "A éste levantó Dios al tercer día" (Hech. 10:40). Pablo dijo lo mismo (1 Cor. 15:4).
          En tres días. Los judíos dijeron, "Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo" (Mat. 26:61); lo que dijo en realidad fue "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (2:19).
          Después de tres días. "Y comenzó a enseñarles que le era necesario... ser muerto, y resucitar después de tres días" (Mar. 8:31).
          El supuesto problema resuelto: los judíos dijeron a Pilato que "aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure al sepulcro hasta el tercer día... " (Mat. 27:63, 64). ¿Por qué no dijeron que se aseguraran al sepulcro hasta el cuarto día (o sea, hasta terminar las setenta y dos horas)? Porque todos entendían que al decir "después de tres días" o "en tres días" o "al tercer día" decían la misma cosa, pues para los judíos cualquier parte de un día era un día y una noche.
     -- y vio quitada la piedra del sepulcro. -- "Decían (las mujeres) entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande" (Mar. 16:2, 3; Luc. 24:2). Mateo 28:2 explica lo que pasó: "Hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella".
          El ángel "dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor" (Mat. 28:5, 6). Así pues, el sepulcro estaba vacío. De miedo del ángel "los guardas temblaron y se quedaron como muertos... unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido" (Mat. 28:4, 11). Contaron la sencilla verdad: un ángel descendió, removió la piedra, y se sentó sobre ella.
 V. 2  María Magdalena no esperaba la resurrección de Jesús y, por eso, pensaba que se habían llevado del sepulcro al Señor, pues ¡el sepulcro estaba vacío! Este sepulcro vacío era una declaración divina de que todo lo que Jesús decía de sí mismo y todo lo que el Padre había dicho de Él era cierto. Todo fue confirmado.
        Es muy importante observar que los apóstoles no esperaban la resurrección de Jesús (Luc. 24:11, 37-39; Mar. 16:14). Les costó trabajo reconocer que en realidad Jesús había resucitado, pero se convencieron por medio de los sentidos físicos (la vista, el oído y el tacto, Luc. 24:39; 1 Jn. 1:1-3) y aun comieron con El (Hech. 10:41). Después de todas estas "pruebas indubitables" (Hech. 1:3), comenzaron a predicar la resurrección de Jesús, no en algún lugar lejano de donde ocurrió, sino allí mismo en Jerusalén, y convirtieron a miles de judíos, incluyendo a algunos sacerdotes (Hech. 6:7). Pablo dijo que de los quinientos hermanos que vieron a Jesús después de su resurrección "muchos viven aún" (1 Cor. 15:6); es decir, si alguien quisiera averiguar el asunto, todavía más de 250 personas estarían disponibles para testificar.
          Los apóstoles podían describir todo aspecto de la sepultura y resurrección de Jesús: (1) hablan de los que confirmaron que Jesús estaba muerto; (2) dicen precisamente dónde Jesús estaba sepultado; (3) explican que fue sepultado en un sepulcro nuevo, pues algunos sepulcros se usaban más de una vez; (4) dicen exactamente cuándo Jesús murió y cuándo resucitó; (5) nombran a varios de los testigos de la resurrección; (6) aun explican que los soldados reportaron el asunto a los judíos y que, habiendo recibido dinero, contaron una mentira para explicar el sepulcro vacío.
          Los apóstoles eran testigos competentes, no sólo por lo que vieron, oyeron y experimentaron, sino también por ser hombres honrados. En cualquier juicio la competencia del testimonio depende del carácter de los testigos. El carácter de los apóstoles era intachable. Nadie puede acusarles de ser hombres mentirosos. Por lo tanto, los que rechazan el testimonio de los apóstoles están obligados a explicar por qué lo rechazan.
¿Qué pasó con el cuerpo de Jesús?

          Los soldados aceptaron dinero para mentir acerca del sepulcro vacío. Habiendo recibido dinero de los judíos, dijeron que "Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos" (Mat. 28:13). Esto nos hace preguntar ¿cómo sabían los soldados lo que pasaba cuando estaban dormidos?
          Se debe recalcar que los discípulos no se encargaban del cuerpo de Jesús. No tuvieron nada que ver con la sepultura de Jesús; el asunto estuvo completamente fuera de su control. José de Arimatea y Nicodema sepultaron a Jesús, y luego los enemigos de Cristo se encargaron del sepulcro (Mat. 27:62-66). Este punto es muy significativo y no debe olvidarse. Aparte de eso, recuérdese también que los discípulos habían huido cuando Jesús fue crucificado y no esperaban la resurrección. Estaban esparcidos y confusos. María Magdalena no se regocijaba al ver el sepulcro vacío, sino que estaba afligida. Los dos discípulos en el camino a Emaús no esperaban la resurrección (Luc. 24:21). Tomás no la esperaba (20:24, 25).
          ¿Con qué propósito hubieran venido los discípulos arriesgando sus vidas para robar el cuerpo de Jesús? ¿Qué hubieran hecho con él? El sepulcro vacío no se puede explicar de esa manera, porque no es nada lógico. No tiene sentido y, en realidad, nadie lo cree. Cuando los apóstoles comenzaron a predicar el evangelio allí mismo en Jerusalén, los judíos nunca les acusaron de haber robado el cuerpo de Jesús. Les acusaron de varias cosas y prohibieron que predicaran en el nombre de Jesús (Hech. 4, 5), pero nunca les acusaron de haber robado el cuerpo de Jesús del sepulcro.
          Los discípulos de Jesús tenían sus debilidades, pero no eran ladrones y no eran mentirosos. Es muy injusto acusarles de robar el cuerpo de Cristo y luego dedicar su vida a predicar una mentira, por la cual serían perseguidos aun hasta la muerte.
          Tampoco los judíos removieron el cuerpo de Jesús del sepulcro. En primer lugar, estaban resueltos a guardar su cuerpo allí mismo en el sepulcro. "Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia" (Mat. 27:62-66). Por su parte los judíos querían que Jesús estuviera permanentemente en ese sepulcro. No tenían razón alguna para removerlo de allí.
          Entonces ¿qué pasó con el cuerpo de Jesús? La única respuesta lógica es que resucitó. ¡He aquí el testimonio irrefutable del sepulcro vacío!

CONCLUSIÓN  
 La importancia de la resurrección de Jesús

          1. La resurrección de Cristo fue el tema central de la predicación de los apóstoles (Hech. 2:24, 31, 32; 3:15, 26; 4:2, 10; 5:30; 10:40; 13:30; 17:3, 31, 32; 23:6; 24:15, 21; 26:8, 23).
          2. Con respecto a la Deidad de Cristo: "Fue declarado Hijo de Dios con poder... por la resurrección de entre los muertos" (Rom. 1:4); es decir, durante más de tres años Jesús decía que Él era el Hijo de Dios y con muchas señales lo confirmaba (20:30, 31). La resurrección era una de las señales más importantes.
          3. Con respecto a nuestra justificación: "El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4:25); es decir, Cristo murió para salvarnos de los pecados, pero si no hubiera resucitado de entre los muertos, su muerte no nos habría salvado.
          4. Con respecto a la predicación del evangelio: "Os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado... Que Cristo murió por nuestros pecados... fue sepultado, y que resucitó al tercer día" (1 Cor. 15:1-4).

          5. Si Cristo no resucitó: (1) vana es nuestra predicación; (2) vana es nuestra fe; (3) los apóstoles eran falsos testigos; (4) aún estamos en los pecados; (5) los que durmieron en Cristo perecieron; y (6) "si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres" (1 Cor. 15:12-19).

lunes, 4 de mayo de 2015

Jesús es sepultado

Lección Escuela Dominical, Domingo 03 de Mayo de 2015

JUAN 19: 38 AL 42
ISAÍAS 53:9

INTRODUCCIÓN

   Los romanos normalmente dejaban los cuerpos de los crucificados en la cruz y que los buitres vinieran a comérselos. Era necesario pedir una dispensa especial para sacar el cuerpo y Marcos dice que José “entró osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús” (15:43). Este acto demandó mucha valentía y, en cierto sentido, fue su declaración pública de fe en Jesús. No sabemos las consecuencias personales que el acto habrá significado para él, pero por lo menos sus compañeros del Sanedrín seguramente se habrán enterado de lo que hizo. Además de una posible represalia del Sanedrín, él habría quedado inhabilitado para participar en la Pascua, porque el hecho de tocar un cuerpo muerto lo convertía en inmundo. Se entiende que José no cargó el cuerpo él solo, sino que la expresión él fue y llevó su cuerpo significa más bien que él dirigió un grupo de hombres que realizaron la tarea. Posiblemente Nicodemo estaba en ese grupo.

DESARROLLO

    Uniremos los versículos 38,39 y 40 porque José y Nicodemo actuaron de acuerdo. Deben haberse puesto de acuerdo de antemano en cuanto a qué haría cada uno. En consecuencia, llegaron totalmente preparados. Por otros Evangelios resulta claro que estuvieron presentes algunas mujeres. Véase, por ejemplo, Lc. 23:55. Después de haberse cumplido todo y de haber determinado que Jesús estaba muerto de verdad, José de Arimatea se presentó en la escena. Era hombre rico (Mt. 27:57), devoto (Mr. 15:43) y miembro del Sanedrín (Lc. 23:51), y que no había consentido (¿quizá por su ausencia durante la votación?) en la trama para condenar y crucificar a Jesús (Lc. 23:51).
      
   Había sido discípulo de Jesús sólo en forma secreta. Se había llenado de un temor pecaminoso; pensando, quizá, que si hacía algo por Jesús, los otros miembros del Sanedrín lo separarían del consejo, y no sólo de su consejo sino incluso de la sinagoga. Véase sobre 7:13; 9:22; y 20:19. Pero ahora, como fruto de la muerte expiatoria de Cristo y de su amor por él, este hombre de repente se ha vuelto muy valiente. Acude a Pilato para pedir el cuerpo de Jesús. Mr. 15:43 pone de relieve la valentía de este acto. La valentía se manifiesta sobre todo en que actuó a pesar del hecho de que sabía que sus colegas del Sanedrín se enterarían de ello.
      
    Pilato, habiéndose asegurado de que Jesús había muerto de verdad (Mr. 15:44), le concedió la petición. Así, pues, José regresó al Calvario y, con la ayuda de otros, bajó el cuerpo de la cruz. No se ha revelado cómo lo hicieron.  Lo que sí sabemos es que José contó con la cooperación voluntaria de Nicodemo. En cuanto a Nicodemo véase también sobre 3:1–21 y en 7:50–52. En tanto que José proveyó los lienzos y su propio sepulcro nuevo (Mt. 27:60), Nicodemo proveyó las especias aromáticas.

    Trajo una mezcla de mirra y áloes. La mirra probablemente se extraía de un pequeño árbol de madera olorosa, a saber, el balsamodendron de Arabia; los áloes de un árbol grande, el agalocha, cuya madera contiene resina y proporciona perfume en polvo. Nicodemo había traído una mezcla de los dos, en cantidad no menor a las cien libras, que equivalían a unos treinta y dos kilogramos nuestros, contribución en nada insignificante.
Vv 41, 42. El cuerpo de Jesús fue llevado a un sepulcro. Como este sepulcro ocupa un lugar destacado en el relato de la resurrección, debe prestársele atención más que pasajera.

  Enumerados los puntos informativos que la Escritura (y en cierta medida la arqueología) suministra respecto a este sepulcro.

(1) Su ubicación. El sepulcro estaba ubicado en la cercanía inmediata del Calvario: “En el lugar donde fue crucificado había un huerto”. Como no sabemos dónde estaba el Calvario, tampoco sabemos dónde estaba este sepulcro. Véase sobre 19:17. Algunos viajeros que han visto el “Sepulcro del Huerto”, en un lugar recluido bajo una colina con forma de cráneo humano, están convencidos de que este sepulcro, con su antecámara y la espaciosa cámara sepulcral, con sólo un lugar acabado para que descansara un cuerpo, es el que menciona el Evangelio.  Es probablemente imposible llegar a ninguna conclusión concreta respecto a la identidad del sepulcro en el que fue colocado el cuerpo de Jesús. ¿Y por qué habría que considerar que esto es lamentable?
      La amable providencia proveyó un sepulcro próximo. Era el día judío de la Preparación. Véase sobre 19:14, 31. En otras palabras, era viernes. Se acercaba la puesta del sol. En consecuencia, a fin de que todo pudiera concluirse antes del sábado, no se podía perder tiempo. No se podía enterrar el cuerpo de Jesús en un sepulcro alejado. El tiempo no lo permitiría.

(2) Su novedad. Este sepulcro era nuevo. Véase también sobre 13:34. Era nuevo en el sentido de que no se había usado antes. Nunca habían entrado en él el deterioro y la descomposición. Era un lugar adecuado para que descansara en él el cuerpo del Señor. Cf. Sal 16:10.

(3) Su propietario. Según Mt. 27:60 era el sepulcro del propio José. Y José era rico. En consecuencia, Is. 53:9 viene enseguida a la mente “Con los ricos fue en su muerte”.

(4) Su aspecto general. Este sepulcro no era una cueva natural. Había sido labrado de piedra sólida (Mr. 15:46). Después de depositar el cuerpo de Jesús, José (con la ayuda de otros, naturalmente) colocó una gran piedra frente a la entrada del sepulcro (Mt. 27:60). Esta piedra era muy pesada (o muy grande) (Mr. 16:4). La entrada al sepulcro era baja, como se deduce del hecho de que María tuvo que inclinarse para mirar en su interior (20:11). Lo mismo tuvo que hacer Pedro (20:5; Lc. 24:12). En ambos extremos del lugar en el que se colocaba el cuerpo se había dejado la roca lo suficientemente gruesa como para formar una especie de asiento (20:12). Es evidente que la sala de sepultura del sepulcro de José no contenía un nicho (kôk) en el cual se introdujo el cuerpo de Jesús por uno de los dos extremos. En Palestina hay muchos sepulcros de esta clase, pero éste no era uno de esos, porque en ese caso los ángeles no hubieran podido estar sentados a la cabecera y a los pies. Parecería que la cámara sepulcral del sepulcro de José tenía no un escaño o repisa, sino un declive—un lugar en el que se había excavado el piso un poco más hondo—en el cual pudo reposar el cuerpo de Jesús.


CONCLUSIÓN

   Tanto Nicodemo como José de Arimatea eran miembros del sanedrín, y eran también discípulos secretos de Jesús. O no estuvieron presentes en la reunión del sanedrín en la que juzgaron y condenaron a Jesús, o no intervinieron en ella, por lo que nosotros sabemos. ¡Qué diferente habría sido para Jesús el que, entre aquellas voces intimidadoras y condenatorias, hubiera salido alguna en su defensa! ¡Qué diferencia si hubiera visto lealtad en un rostro, entre tantos hostiles y envenenados! Pero José y Nicodemo estaban atemorizados.

   Todos dejamos muchas veces los tributos para cuando se ha muerto la persona. ¡Cuánto más grande habría sido la lealtad en vida que una tumba y un sudario dignos de un rey! Una florecilla en vida vale más que todas las coronas de flores después de muerta la persona; una palabra de afecto o de aprecio o de agradecimiento en vida vale más que todos los panegíricos (es un discurso que se pronuncia en honor o alabanza de alguien) del mundo cuando la vida ha terminado.

      La muerte de Jesús había hecho por José y Nicodemo lo que no había hecho toda su vida. En cuanto murió Jesús en la Cruz, José olvidó sus temores y fue a dar la cara ante el gobernador romano para pedirle su cuerpo. En cuanto murió Jesús en la Cruz, allí estaba Nicodemo para llevarle un tributo que todos podían ver. La cobardía, la vacilación, la prudente reserva se habían acabado. Los que habían tenido miedo cuando Jesús estaba vivo, se declararon por Él de una manera que todos podían ver tan pronto como murió. No hacía ni una hora que había muerto cuando empezó a cumplirse su profecía: «En cuanto a Mí, cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí a toda la humanidad» (Juan 12:32).


   Puede que la ausencia o el silencio de Nicodemo y José en el sanedrín causaran dolor a Jesús; pero seguro que cómo se desembarazaron de sus temores después de la Cruz Le alegró el corazón al comprobar que el poder de la Cruz había empezado a obrar maravillas y ya estaba atrayendo a las personas hacia Él. El poder de la Cruz ya entonces estaba transformando a los cobardes en héroes y a los vacilantes en personas que se decidían irrevocablemente por Cristo.