lunes, 4 de mayo de 2015

Jesús es sepultado

Lección Escuela Dominical, Domingo 03 de Mayo de 2015

JUAN 19: 38 AL 42
ISAÍAS 53:9

INTRODUCCIÓN

   Los romanos normalmente dejaban los cuerpos de los crucificados en la cruz y que los buitres vinieran a comérselos. Era necesario pedir una dispensa especial para sacar el cuerpo y Marcos dice que José “entró osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús” (15:43). Este acto demandó mucha valentía y, en cierto sentido, fue su declaración pública de fe en Jesús. No sabemos las consecuencias personales que el acto habrá significado para él, pero por lo menos sus compañeros del Sanedrín seguramente se habrán enterado de lo que hizo. Además de una posible represalia del Sanedrín, él habría quedado inhabilitado para participar en la Pascua, porque el hecho de tocar un cuerpo muerto lo convertía en inmundo. Se entiende que José no cargó el cuerpo él solo, sino que la expresión él fue y llevó su cuerpo significa más bien que él dirigió un grupo de hombres que realizaron la tarea. Posiblemente Nicodemo estaba en ese grupo.

DESARROLLO

    Uniremos los versículos 38,39 y 40 porque José y Nicodemo actuaron de acuerdo. Deben haberse puesto de acuerdo de antemano en cuanto a qué haría cada uno. En consecuencia, llegaron totalmente preparados. Por otros Evangelios resulta claro que estuvieron presentes algunas mujeres. Véase, por ejemplo, Lc. 23:55. Después de haberse cumplido todo y de haber determinado que Jesús estaba muerto de verdad, José de Arimatea se presentó en la escena. Era hombre rico (Mt. 27:57), devoto (Mr. 15:43) y miembro del Sanedrín (Lc. 23:51), y que no había consentido (¿quizá por su ausencia durante la votación?) en la trama para condenar y crucificar a Jesús (Lc. 23:51).
      
   Había sido discípulo de Jesús sólo en forma secreta. Se había llenado de un temor pecaminoso; pensando, quizá, que si hacía algo por Jesús, los otros miembros del Sanedrín lo separarían del consejo, y no sólo de su consejo sino incluso de la sinagoga. Véase sobre 7:13; 9:22; y 20:19. Pero ahora, como fruto de la muerte expiatoria de Cristo y de su amor por él, este hombre de repente se ha vuelto muy valiente. Acude a Pilato para pedir el cuerpo de Jesús. Mr. 15:43 pone de relieve la valentía de este acto. La valentía se manifiesta sobre todo en que actuó a pesar del hecho de que sabía que sus colegas del Sanedrín se enterarían de ello.
      
    Pilato, habiéndose asegurado de que Jesús había muerto de verdad (Mr. 15:44), le concedió la petición. Así, pues, José regresó al Calvario y, con la ayuda de otros, bajó el cuerpo de la cruz. No se ha revelado cómo lo hicieron.  Lo que sí sabemos es que José contó con la cooperación voluntaria de Nicodemo. En cuanto a Nicodemo véase también sobre 3:1–21 y en 7:50–52. En tanto que José proveyó los lienzos y su propio sepulcro nuevo (Mt. 27:60), Nicodemo proveyó las especias aromáticas.

    Trajo una mezcla de mirra y áloes. La mirra probablemente se extraía de un pequeño árbol de madera olorosa, a saber, el balsamodendron de Arabia; los áloes de un árbol grande, el agalocha, cuya madera contiene resina y proporciona perfume en polvo. Nicodemo había traído una mezcla de los dos, en cantidad no menor a las cien libras, que equivalían a unos treinta y dos kilogramos nuestros, contribución en nada insignificante.
Vv 41, 42. El cuerpo de Jesús fue llevado a un sepulcro. Como este sepulcro ocupa un lugar destacado en el relato de la resurrección, debe prestársele atención más que pasajera.

  Enumerados los puntos informativos que la Escritura (y en cierta medida la arqueología) suministra respecto a este sepulcro.

(1) Su ubicación. El sepulcro estaba ubicado en la cercanía inmediata del Calvario: “En el lugar donde fue crucificado había un huerto”. Como no sabemos dónde estaba el Calvario, tampoco sabemos dónde estaba este sepulcro. Véase sobre 19:17. Algunos viajeros que han visto el “Sepulcro del Huerto”, en un lugar recluido bajo una colina con forma de cráneo humano, están convencidos de que este sepulcro, con su antecámara y la espaciosa cámara sepulcral, con sólo un lugar acabado para que descansara un cuerpo, es el que menciona el Evangelio.  Es probablemente imposible llegar a ninguna conclusión concreta respecto a la identidad del sepulcro en el que fue colocado el cuerpo de Jesús. ¿Y por qué habría que considerar que esto es lamentable?
      La amable providencia proveyó un sepulcro próximo. Era el día judío de la Preparación. Véase sobre 19:14, 31. En otras palabras, era viernes. Se acercaba la puesta del sol. En consecuencia, a fin de que todo pudiera concluirse antes del sábado, no se podía perder tiempo. No se podía enterrar el cuerpo de Jesús en un sepulcro alejado. El tiempo no lo permitiría.

(2) Su novedad. Este sepulcro era nuevo. Véase también sobre 13:34. Era nuevo en el sentido de que no se había usado antes. Nunca habían entrado en él el deterioro y la descomposición. Era un lugar adecuado para que descansara en él el cuerpo del Señor. Cf. Sal 16:10.

(3) Su propietario. Según Mt. 27:60 era el sepulcro del propio José. Y José era rico. En consecuencia, Is. 53:9 viene enseguida a la mente “Con los ricos fue en su muerte”.

(4) Su aspecto general. Este sepulcro no era una cueva natural. Había sido labrado de piedra sólida (Mr. 15:46). Después de depositar el cuerpo de Jesús, José (con la ayuda de otros, naturalmente) colocó una gran piedra frente a la entrada del sepulcro (Mt. 27:60). Esta piedra era muy pesada (o muy grande) (Mr. 16:4). La entrada al sepulcro era baja, como se deduce del hecho de que María tuvo que inclinarse para mirar en su interior (20:11). Lo mismo tuvo que hacer Pedro (20:5; Lc. 24:12). En ambos extremos del lugar en el que se colocaba el cuerpo se había dejado la roca lo suficientemente gruesa como para formar una especie de asiento (20:12). Es evidente que la sala de sepultura del sepulcro de José no contenía un nicho (kôk) en el cual se introdujo el cuerpo de Jesús por uno de los dos extremos. En Palestina hay muchos sepulcros de esta clase, pero éste no era uno de esos, porque en ese caso los ángeles no hubieran podido estar sentados a la cabecera y a los pies. Parecería que la cámara sepulcral del sepulcro de José tenía no un escaño o repisa, sino un declive—un lugar en el que se había excavado el piso un poco más hondo—en el cual pudo reposar el cuerpo de Jesús.


CONCLUSIÓN

   Tanto Nicodemo como José de Arimatea eran miembros del sanedrín, y eran también discípulos secretos de Jesús. O no estuvieron presentes en la reunión del sanedrín en la que juzgaron y condenaron a Jesús, o no intervinieron en ella, por lo que nosotros sabemos. ¡Qué diferente habría sido para Jesús el que, entre aquellas voces intimidadoras y condenatorias, hubiera salido alguna en su defensa! ¡Qué diferencia si hubiera visto lealtad en un rostro, entre tantos hostiles y envenenados! Pero José y Nicodemo estaban atemorizados.

   Todos dejamos muchas veces los tributos para cuando se ha muerto la persona. ¡Cuánto más grande habría sido la lealtad en vida que una tumba y un sudario dignos de un rey! Una florecilla en vida vale más que todas las coronas de flores después de muerta la persona; una palabra de afecto o de aprecio o de agradecimiento en vida vale más que todos los panegíricos (es un discurso que se pronuncia en honor o alabanza de alguien) del mundo cuando la vida ha terminado.

      La muerte de Jesús había hecho por José y Nicodemo lo que no había hecho toda su vida. En cuanto murió Jesús en la Cruz, José olvidó sus temores y fue a dar la cara ante el gobernador romano para pedirle su cuerpo. En cuanto murió Jesús en la Cruz, allí estaba Nicodemo para llevarle un tributo que todos podían ver. La cobardía, la vacilación, la prudente reserva se habían acabado. Los que habían tenido miedo cuando Jesús estaba vivo, se declararon por Él de una manera que todos podían ver tan pronto como murió. No hacía ni una hora que había muerto cuando empezó a cumplirse su profecía: «En cuanto a Mí, cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí a toda la humanidad» (Juan 12:32).


   Puede que la ausencia o el silencio de Nicodemo y José en el sanedrín causaran dolor a Jesús; pero seguro que cómo se desembarazaron de sus temores después de la Cruz Le alegró el corazón al comprobar que el poder de la Cruz había empezado a obrar maravillas y ya estaba atrayendo a las personas hacia Él. El poder de la Cruz ya entonces estaba transformando a los cobardes en héroes y a los vacilantes en personas que se decidían irrevocablemente por Cristo.

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