Lección Escuela Dominical, Domingo 03 de Mayo de 2015
JUAN
19: 38 AL 42
ISAÍAS
53:9
INTRODUCCIÓN

DESARROLLO
Uniremos los versículos 38,39 y 40 porque
José y Nicodemo actuaron de acuerdo. Deben haberse puesto de acuerdo de
antemano en cuanto a qué haría cada uno. En consecuencia, llegaron totalmente
preparados. Por otros Evangelios resulta claro que estuvieron presentes algunas
mujeres. Véase, por ejemplo, Lc. 23:55. Después de haberse cumplido todo y de
haber determinado que Jesús estaba muerto de verdad, José de Arimatea se
presentó en la escena. Era hombre rico (Mt. 27:57), devoto (Mr. 15:43) y
miembro del Sanedrín (Lc. 23:51), y que no había consentido (¿quizá por su
ausencia durante la votación?) en la trama para condenar y crucificar a Jesús
(Lc. 23:51).
Había sido discípulo de Jesús sólo en forma
secreta. Se había llenado de un temor
pecaminoso; pensando, quizá, que si hacía algo por Jesús, los otros miembros
del Sanedrín lo separarían del consejo, y no sólo de su consejo sino incluso de
la sinagoga. Véase sobre 7:13; 9:22; y 20:19. Pero ahora, como fruto de la
muerte expiatoria de Cristo y de su amor por él, este hombre de repente se ha
vuelto muy valiente. Acude a Pilato para pedir el cuerpo de Jesús. Mr. 15:43
pone de relieve la valentía de este acto. La valentía se manifiesta sobre todo
en que actuó a pesar del hecho de que sabía que sus colegas del Sanedrín se
enterarían de ello.
Pilato,
habiéndose asegurado de que Jesús había muerto de verdad (Mr. 15:44), le
concedió la petición. Así, pues, José regresó al Calvario y, con la ayuda de
otros, bajó el cuerpo de la cruz. No se ha revelado cómo lo hicieron. Lo que sí sabemos es que José contó con la
cooperación voluntaria de Nicodemo. En cuanto a Nicodemo véase también sobre
3:1–21 y en 7:50–52. En tanto que José proveyó los lienzos y su propio sepulcro
nuevo (Mt. 27:60), Nicodemo proveyó las especias aromáticas.
Trajo una mezcla de mirra y áloes. La mirra
probablemente se extraía de un pequeño árbol de madera
olorosa, a saber, el balsamodendron de Arabia; los áloes
de un árbol grande, el agalocha, cuya madera contiene resina y
proporciona perfume en polvo. Nicodemo había traído una mezcla de los dos, en
cantidad no menor a las cien libras,
que equivalían a unos treinta y dos kilogramos nuestros, contribución en nada
insignificante.
Vv
41, 42. El cuerpo de Jesús fue llevado a un
sepulcro. Como este sepulcro ocupa un lugar destacado en el relato de la
resurrección, debe prestársele atención más que pasajera.
Enumerados los puntos informativos que la
Escritura (y en cierta medida la arqueología) suministra respecto a este
sepulcro.
(1) Su ubicación. El
sepulcro estaba ubicado en la cercanía inmediata del Calvario: “En el lugar
donde fue crucificado había un huerto”. Como no sabemos dónde estaba el
Calvario, tampoco sabemos dónde estaba este sepulcro. Véase sobre 19:17.
Algunos viajeros que han visto el “Sepulcro del Huerto”, en un lugar recluido
bajo una colina con forma de cráneo humano, están convencidos de que este
sepulcro, con su antecámara y la espaciosa cámara sepulcral, con sólo un lugar
acabado para que descansara un cuerpo, es el que menciona el Evangelio. Es probablemente imposible llegar a ninguna
conclusión concreta respecto a la identidad del sepulcro en el que fue colocado
el cuerpo de Jesús. ¿Y por qué habría que considerar que esto es lamentable?
La amable providencia proveyó un sepulcro
próximo. Era el día judío de la Preparación. Véase sobre 19:14, 31. En otras
palabras, era viernes. Se acercaba la puesta del sol. En consecuencia, a fin de
que todo pudiera concluirse antes del sábado, no se podía perder tiempo. No se
podía enterrar el cuerpo de Jesús en un sepulcro alejado. El tiempo no lo permitiría.
(2) Su novedad. Este sepulcro era nuevo.
Véase también sobre 13:34. Era nuevo en el sentido de que no se había usado
antes. Nunca habían entrado en él el deterioro y la descomposición. Era un lugar
adecuado para que descansara en él el cuerpo del Señor. Cf. Sal 16:10.
(3) Su propietario. Según Mt.
27:60 era el sepulcro del propio José. Y José era rico. En consecuencia, Is.
53:9 viene enseguida a la mente “Con los ricos fue en su muerte”.
(4) Su aspecto general.
Este sepulcro no era una cueva natural. Había sido labrado de piedra sólida
(Mr. 15:46). Después de depositar el cuerpo de Jesús, José (con la ayuda de otros,
naturalmente) colocó una gran piedra frente a la entrada del sepulcro (Mt.
27:60). Esta piedra era muy pesada (o
muy grande) (Mr. 16:4). La entrada al sepulcro era
baja, como se deduce del hecho de que María tuvo que inclinarse para mirar en
su interior (20:11). Lo mismo tuvo que hacer Pedro (20:5; Lc. 24:12). En ambos
extremos del lugar en el que se colocaba el cuerpo se había dejado la roca lo
suficientemente gruesa como para formar una especie de asiento (20:12). Es
evidente que la sala de sepultura del sepulcro de José no contenía un nicho
(kôk) en el cual se introdujo el cuerpo de Jesús por uno de los dos extremos.
En Palestina hay muchos sepulcros de esta clase, pero éste
no era uno de esos, porque en ese caso los ángeles no hubieran
podido estar sentados a la cabecera y a los pies. Parecería que la cámara
sepulcral del sepulcro de José tenía no un escaño o repisa, sino un declive—un
lugar en el que se había excavado el piso un poco más hondo—en el cual pudo
reposar el cuerpo de Jesús.
CONCLUSIÓN
Tanto
Nicodemo como José de Arimatea eran miembros del sanedrín, y eran también
discípulos secretos de Jesús. O no estuvieron presentes en la reunión del
sanedrín en la que juzgaron y condenaron a Jesús, o no intervinieron en ella,
por lo que nosotros sabemos. ¡Qué diferente habría sido para Jesús el que,
entre aquellas voces intimidadoras y condenatorias, hubiera salido alguna en su
defensa! ¡Qué diferencia si hubiera visto lealtad en un rostro, entre tantos
hostiles y envenenados! Pero José y Nicodemo estaban atemorizados.
Todos dejamos muchas veces los tributos para
cuando se ha muerto la persona. ¡Cuánto más grande habría sido la lealtad en
vida que una tumba y un sudario dignos de un rey! Una florecilla en vida vale
más que todas las coronas de flores después de muerta la persona; una palabra
de afecto o de aprecio o de agradecimiento en vida vale más que todos los panegíricos (es un discurso que se pronuncia en honor o alabanza de
alguien) del mundo cuando la vida ha terminado.
La muerte de Jesús había hecho por José y
Nicodemo lo que no había hecho toda su vida. En cuanto murió Jesús en la Cruz,
José olvidó sus temores y fue a dar la cara ante el gobernador romano para
pedirle su cuerpo. En cuanto murió Jesús en la Cruz, allí estaba Nicodemo para
llevarle un tributo que todos podían ver. La cobardía, la vacilación, la
prudente reserva se habían acabado. Los que habían tenido miedo cuando Jesús
estaba vivo, se declararon por Él de una manera que todos podían ver tan pronto
como murió. No hacía ni una hora que había muerto cuando empezó a cumplirse su
profecía: «En cuanto a Mí, cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí a
toda la humanidad» (Juan 12:32).
Puede que la ausencia o el silencio de
Nicodemo y José en el sanedrín causaran dolor a Jesús; pero seguro que cómo se
desembarazaron de sus temores después de la Cruz Le alegró el corazón al
comprobar que el poder de la Cruz había empezado a obrar maravillas y ya estaba
atrayendo a las personas hacia Él. El poder de la Cruz ya entonces estaba transformando
a los cobardes en héroes y a los vacilantes en personas que se decidían
irrevocablemente por Cristo.
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