jueves, 4 de junio de 2015

EL CRISTO RESUCITADO

Lección Domingo 31 de Mayo de 2015

JUAN 20:24 AL 31
HEBREOS 11:6

INTRODUCCIÓN
   Consideremos el caso de Tomás, que no quiso creer. No era tanto incrédulo como intelectual. Quería pruebas fehacientes para persuadirse de que en verdad Jesucristo había resucitado de los muertos. Hay algo cautivante en este Tomás, un intelectual sincero que quería pruebas genuinas de la resurrección. No tenía interés en ser crédulo ni en aceptar las palabras de una mujer nerviosa y acongojada o de un grupo de hombres que quizás habían visto una aparición casi fantástica.

DESARROLLO 

     Lewis Wallace, autor de la famosa novela Ben Hur, estaba convencido de que la resurrección de Jesús era un fraude histórico, y se propuso escribir ese libro para demostrarlo y poder “taparle la boca” a los cristianos. Este escritor se llevó la sorpresa de su vida pues al concluir sus investigaciones se había persuadido de que las pruebas legales y los documentos históricos en verdad indicaban que Cristo había resucitado. Fue entonces que su conocido libro fue escrito desde una perspectiva cristiana pues Wallace decidió aceptar a Jesucristo como su Salvador. Muchos han declarado que hay más pruebas legales de que Jesucristo existió y resucitó, que de que Julio César existió y murió de la manera que dice la historia.

Pensemos en Tomás, este intelectual persuadido:
1. Tomás había estado ausente (24). Cuando Jesús apareció a los discípulos reunidos aquel primer domingo por la noche, él estaba ausente.
No se nos dice por qué. Sólo sabemos que no estaba con los demás.
Es también interesante notar que aunque Judas ya no estaba, aún se habla de los apóstoles como de “los doce”.
2. Tomás demanda pruebas tangibles (25). Cuando se reunió con los demás, le dijeron que habían visto al Señor. Sin embargo, tal testimonio le
resultaba insuficiente; él quería pruebas tangibles: “la señal de los clavos”, “mi mano en su costado”. No quería un mero testimonio de palabras sino que quería ver y tocar por sí mismo. Tomás nos cautiva en el sentido de que es fácil sentirnos identificados con él. Si hubiéramos estado en su lugar, muchos habríamos actuado como él y habríamos dicho exactamente lo mismo: “A mí no van a convencerme un grupo de personas asustadas”. Más que incrédulo, Tomás era pensante, y no se había convencido sólo con el testimonio de sus amigos.
3. Tomás recibe pruebas tangibles (26–27). Habían pasado ocho días desde la resurrección. Los discípulos están reunidos y ocurre un nuevo milagro. Por amor a Tomás, Jesucristo volvió a aparecer de sorpresa. Este milagro fue para convencer a Tomás, para ayudarnos a todos nosotros (siglos más tarde) y asegurarnos que su resurrección fue real.
Jesús dio las pruebas que Tomás demandaba. En otras palabras, le dijo: “Querido Tomás, aquí tienes; no te quedes mirando sólo mis manos sino pon tu dedo en ellas; acerca tu mano y métela en mi costado.” El Señor no lo reprendió sino que lo animó. Le estaba diciendo: “Tomás me agrada tu manera de pensar. ¿Quieres pruebas? Aquí están. Pruébame que yo soy. Yo soy el que morí y he resucitado.”
4. Tomás se entrega de corazón (28). No sabemos si Tomás puso su dedo en las manos y el costado de Jesús, pero sabemos que de rodillas respondió “Señor mío y Dios mío”. Tomás, entregado en un ciento por ciento al Cristo resucitado, lo adora de corazón. Todo el mundo lo llama el “incrédulo”, pero es preferible considerarlo como un intelectual sincero
e inteligente. Se había persuadido y entonces adora con toda su alma.
Nadie antes se había dirigido a Jesús de esa forma: “¡Señor mío y Dios mío!” ¿Qué más podía decirle a Jesús? (No hay afirmación más importante, aunque no basta con decirlo sino que además hay que vivirlo.)
5. Jesús enseña una lección universal (29). Jesús extrae una lección universal de esta experiencia. No fue una reprensión enfadada pues no era el ánimo de Jesucristo hacerlo. Era una penetrante instrucción a Tomás y a todos nosotros. No hemos visto a Cristo con los ojos terrenales, pero un día le veremos cara a cara (Is. 33:17). Sin embargo, aunque no lo hemos visto, creemos en él de todo corazón. Le amamos aunque no le vemos (1 P.
1:8), y por eso somos bienaventurados.

¿Por qué este evangelio?
(20:30–31)
¿Por qué este evangelio? ¿Cuál fue el propósito? Quien escribe siempre lo hace con un propósito en mente. Todo lo que escribió Juan, presentando a Jesús como el Hijo de Dios, estaba subordinado al propósito de conducir al lector a la fe.
A. Las señales de Jesús (30)  Jesús hizo muchas otras señales. “Muchas otras” se refiere no sólo a las mencionadas en los evangelios sinópticos sino a las que Juan ya había mencionado en 2:23; 4:45 y 12:37. Lo que nosotros llamamos “milagros de Jesús”, él los llamaba señales. Este término es utilizado respecto de las cosas indicativas de algo más allá del mero hecho de que sucedieron (por más milagroso que haya sido ese hecho).
    Los milagros no fueron hechos simplemente para agradar al oído o impresionar a los demás; ni siquiera los hizo sólo para que creyeran en él. Jesucristo hizo estos milagros como una señal de que era Dios encarnado, de que era el Mesías, como señal de su poder y autoridad.
   Jesucristo hizo muchas señales, y no todas están escritas en este libro. Juan hizo una selección de acuerdo al propósito que tenía en mente. Mucho de lo que sucedió fue omitido. Dios escogió incluir aquí aquellas señales que creyó convenientes, de entre los centenares y quizás millares que el Señor Jesús llevó a cabo en su vida terrenal.
   Jesucristo realizó dichas señales en presencia de sus discípulos, a quienes escogió como testigos. Después de resucitado el Señor les dio una serie de pruebas indubitables (Hch. 1:2–9), y se presentó a los testigos escogidos por él, a sus verdaderos y sinceros discípulos.

B. El propósito del libro (31) El estudio de un libro como éste no tiene como propósito satisfacer curiosidades intelectuales ya que aunque proporciona información histórica y biográfica, es esencialmente un documento de fe. El evangelio de Juan fue escrito con un doble propósito que él hace claro:
1. Que creamos que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, el Mesías. La combinación y riqueza de títulos es muy significativa: Jesús, Cristo, Hijo de Dios. Jesús quiere decir Salvador. Cristo es el Mesías, el prometido, el esperado, el que sería Salvador del mundo. El Hijo del Dios viviente habla de su carácter eterno, su carácter de Creador. Su mero nombre da vida.
2. Que creyendo, tengamos vida en su nombre. Este sería un propósito evangelistico. Si bien en muchas traducciones se presenta el verbo creer en sentido futuro, el original griego PISTEUETE también se ha traducido “para que continúen creyendo”, que nos hablaría de una fe presente que en forma continua se proyecta al futuro. En este caso, el evangelio estaría escrito para creyentes.
   Es posible que el relato de la resurrección y el resto del evangelio esté dirigido a quienes ya creían para que naciera en ellos una fe renovada. Para Juan la fe no es algo estático que está en una persona en forma latente, sino que es una respuesta a Dios que se expresa vez tras vez al volver a confrontamos con la historia de Jesús.
     El primer paso es creer. La consecuencia es: tener vida. La fuente de esa vida es el nombre de Cristo o sea la persona del Señor Jesús, ya que el nombre siempre nos habla de la persona.

Este capítulo sería un final muy apropiado para el Evangelio, y tal vez ésa haya sido la intención original de Juan. Sin embargo, antes de que el trabajo se publicara el apóstol Juan agregó el epílogo1 (capítulo 21), que está escrito en el mismo estilo y presenta un magnífico cuadro del Cristo resucitado.

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