martes, 8 de septiembre de 2015

El Espíritu Santo obra milagros para testificar el evangelio de Jesús

Lección Domingo 13 de septiembre de 2015

HECHOS 3: 11 al 16
MARCOS 16:17 Y 18

INTRODUCCIÓN

     Mientras el paralítico sanado se aferraba a los apóstoles quizás por temor o inseguridad, la concurrencia se agolpaba más y más para investigar el suceso. El pórtico (que quizás para completar el pensamiento deberíamos decir que consistía de una doble fila de columnas de mármol con techo de cedro) era muy conocido por Pedro, especialmente por la asistencia a las fiestas (Jn. 10:23).

DESARROLLO

     No podemos desconocer que la memoria de Pedro se incentivó al ver reunida en ese lugar semejante cantidad de gente. Es una multitud reparada para oír la explicación, no tanto de la sanidad, sino de la persona en cuyo nombre Pedro la realizó.
       La primera parte del discurso tiene tres objetivos principales.
(1) Procura ubicar a sus oyentes. Aunque muchos habían oído que el milagro se había producido en el “nombre de Jesús de Nazaret”, estaban confundidos. Pedro les pregunta a qué se debe el asombro y por qué se muestran confundidos sobre el origen del suceso. El apóstol siente que antes de ofrecer su explicación el auditorio tiene que estar preparado para oír.
(2) Corrige la suposición generalizada sobre el origen del milagro. Algunos suponen que se trata de un poder mágico nacido como recompensa a la piedad de aquellos hombres de oración. Pero la hipótesis es una deshonra para Dios. Pedro quiere corregirla dejando a la concurrencia aún más desconcertada.
(3) Se asegura de que el camino para oír la verdad está libre de prejuicios. Si las suposiciones no hubieran sido eliminadas, no hubieran comprendido bien el sentido del verdadero milagro, y la verdad se hubiera mezclado con el error. Pedro obliga a su auditorio a creer una sola versión de lo ocurrido y no dos o más.
a.  Anuncia al verdadero autor del milagro Dios es la fuente de los milagros. La creación visible e invisible es la evidencia. Cuando Pedro menciona al Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, además de hacerles recordar las promesas recibidas (Gn. 26:24; 28:13) también les señala que la redención o éxodo de Egipto fue a causa de ellos (Ex. 3:6, 15, 16; 6:3; 32:13), y que la restauración del cautiverio de Babilonia se debía a la misma causa. Dios había demostrado su fidelidad con la nación a pesar de la idolatría en la que habían caído (2 R. 13:23; 1 Cr. 29:18; 2 Cr. 30:6). Tal como solían cantar, “Dios es misericordioso” (Sal. 136). Él es quien en cumplimiento a su palabra (Is. 7:14; Mi. 5:2) envió a su Hijo Jesús, cuya encarnación es el más grande de los milagros de todos los tiempos (Gá. 4:4).

b. Aclara el propósito de Dios
    La dificultad existente en el pueblo hebreo no radicaba en la fidelidad de Dios o en el cumplimiento de sus promesas, sino en la relación para ellos extraña entre él y Jesús de Nazaret. Así que Pedro da un giro a su explicación diciendo que el mismo Dios (7:32) relacionado con Abraham es quien “ha glorificado a su Hijo Jesús” (ver Is. 52:13).
    Al ser así, lo que el judaísmo trataba de prolongar no tenía razón alguna. Los hebreos sabían que Dios había glorificado a Moisés (Ex. 24:16; 2 Co. 3:7, 8) y había dado por terminada la era patriarcal. Pero no podían (o no querían) comprender cómo la ley también había llegado a la culminación. Sin embargo, al haber glorificado a Jesús (7:55; Lc. 24:26; Jn. 17:22, 24) Dios mismo trajo la dispensación de la ley a su legítima finalización. Al rechazar a Jesucristo habían descartado la profecía más importante dicha por Moisés: “Vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (v. 22).
    La convicción de que Jesús es el Mesías le permite a Pedro abrir la puerta para puntualizar la fatalidad de lo que habían protagonizado en el pasado inmediato. Utiliza cuatro verbos claves y muy duros contra la actitud de ellos. Además, describe al Señor con los títulos mesiánicos que ellos bien conocían.
(i) “Vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato”. Como ya lo había dicho en Pentecostés, Pedro atribuyó al pueblo hebreo en general la culpa por la muerte de Jesús (v. 13). “Negar”, tal como él mismo lo había hecho delante de los sirvientes del sumo sacerdote, es afirmar lo contrario o “rechazar” lo que Cristo había afirmado y probado ser (Mt. 20:19; 26:2; 27:22–23). Lo hicieron por cuenta propia porque Pilato había decidido soltarle.
(ii) “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida” (v. 14). La negación y entrega se ve agravada por la persona a quien rechazaron. El “Santo” es uno de los títulos más venerados en la expectativa mesiánica hebrea (comp. Sal. 16:10; 71:22; Is. 10:20; 47:4; 48:17; Mr. 1:24) que juntamente con el “Justo” vitalizaron las esperanzas de la nación (Lv. 19:36). Ellos conocían las Escrituras de los profetas que hablaban del que había de venir, pero cuando vino prefirieron un homicida y a Jesús lo hicieron ejecutar (4:27, 30; Lc. 23:18, 19).
(iii) “Matasteis al Autor de la vida” (v. 15). En el momento de elegir, no advirtieron la diferencia entre un supresor de la vida y el autor de ella. Por tener una conciencia desviada y sin libertad de análisis, se unieron a la masa de fastidiados con los conflictos planteados por los sacerdotes. No comprendiendo la obstinación religiosa prefirieron dar un corte, sin advertir que cortaban con el Autor de la vida, para escoger su propia muerte, para ellos y sus descendientes (comp. Jn. 1:4; 5:26).
   Dios revirtió el rechazo y lo utilizó para mostrar su soberanía. Resucitó al Señor Jesús en la manera en que lo hemos estudiado, y constituyó a los apóstoles en testigos (v. 15) (comp. 1:8).
c. Atribuye el milagro al Señor Jesús El v. 16 es la clave para comprender este y otros milagros. Los apóstoles que vieron la resurrección del Señor Jesús conocen también el efecto del Espíritu. Tienen que creer en lo que poseían y en las palabras del Señor. Necesitan fe para utilizar tanto poder y no atribuirse para sí los resultados. Es por la fe en el nombre de Jesús (comp. Hch. 14:9–10) que este hombre está sano. Pedro se esfuerza en ponerlos a ellos por testigos de todo lo ocurrido tal como lo vieron y oyeron, agregando: “en presencia de todos vosotros”.

CONCLUSIÓN


    Los primeros predicadores siempre insistían en el poder del Señor Resucitado. Nunca se presentaban a sí mismos como la fuente, sino sólo como canales del poder. Eran conscientes de sus limitaciones; pero también de que no había límites a lo que el Señor Resucitado podía hacer con y por medio de ellos. Ahí radica el secreto de la vida cristiana. Mientras el cristiano no piensa más que en lo que él puede hacer y ser, no cosecha más que fracaso y temor; pero cuando piensa en « no yo, sino Cristo en mí», tiene paz y poder.