miércoles, 6 de enero de 2016

El Ministerio de Moisés señala a Cristo como el Mesías

Lección Domingo 10 de Enero de 2016

Hechos 7: 37 al 43
Éxodo 20:4 y 5


Introducción 

   En este bosquejo de los últimos cuarenta años de la vida de Moisés, Esteban mostró su respeto tanto por Moisés como por las leyes dadas a través de Moisés. Esteban hizo notar que un ángel de Dios le habló a Moisés en el Monte, y se refirió a la Ley como “oráculos vivientes” dados a los judíos. Esteban probó ser inocente tanto de blasfemar contra Moisés como contra la Ley.  Las palabras de Esteban tenían otro propósito —uno más profundo. Le recordó al Concilio que Moisés había dicho, “Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí”. Luego les recordó cómo fue Moisés: Fue un gobernante (v. 35). Fue un libertador (v. 35). Fue un obrador de milagros (v. 36). Fue un profeta (v. 37). Tuvo una congregación (iglesia) (v. 38). Transmitía el mensaje de Dios al pueblo (v. 38). Era difícil no captar el paralelo con Jesús de Nazaret.

  Desarrollo 

   El mismo que cuarenta años atrás habían rechazado, es ahora el libertador enviado por Dios para arrancarlos de la opresión egipcia. Con abundantes muestras de admiración por Moisés, Esteban pulveriza la crítica de sus adversarios de que él había emitido “blasfemias contra Moisés” (6:11). Más vale, se preocupa por hacerles ver que fue Israel quien despreció a “este Moisés” (vv. 35, 37, 38) preparado por Dios. Esteban especifica a grandes rasgos el ministerio apostólico de Moisés bajo las órdenes divinas:

a. Libertador (v. 36): Moisés los sacó con señales, los dirigió de una forma singular a través del Mar Rojo y también en el desierto: “Con mano fuerte y brazo extendido”.

b. Profeta: “profeta… como a mí” (v. 37). Esteban continuó destacando el mensaje que Moisés recibió (Dt. 18:15) (ver Hch. 3:22), a fin de agigantar la figura de la persona que era tema de la apología. Les mostró que fue precisamente él quien mencionó la venida de otro mensajero al que debían oír.

c. Mediador: “estuvo… con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí” (v. 38). Después de la rebelión del Sinaí, Dios dijo que enviaría un ángel con ellos (Dt. 33:2), pero Moisés clamó para que fuera El quien los acompañara. 

d. Legislador: “palabras de vida para darnos”. Los israelitas reunidos alrededor del monte, esperaban recibir los mandamientos de Dios (oráculo o palabras vivientes). Pero Esteban continúa mostrando cómo concluirá su discurso: “nuestros padres no quisieron obedecer”, es decir no estuvieron dispuestos a someterse a la voluntad de Dios. No solamente rechazaron a Moisés, sino que “en sus corazones se volvieron a Egipto” (comp. Nm. 14:3–6), revirtiendo así el propósito de Dios. Ordenaron a Aarón que les hiciera dioses sustitutos para que los presidieran a la tierra prometida. Es como caminar para adelante mirando para atrás.

   ¿Fueron los israelitas engañados momentáneamente por los diez espías? No, dice Esteban, porque desde el principio ellos rechazaron a Dios, como la historia claramente lo señala. A pesar de todo aquello, Dios hizo por su pueblo todos los milagros realizados en Egipto, el cruce del Mar Rojo el maná de cada día y el agua para beber los protegió del sol durante el día con una nube y con una columna de fuego protegiéndolos de noche sin embargo, los israelitas pidieron a Aarón que les hiciera ídolos que los guiaran.

     Esteban cita casi palabra por palabra de la traducción griega del Antiguo Testamento. Mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo la ley, el pueblo dice a Aarón, “Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (c.f. Ex. 32:1, 23). Con ello dejan de manifiesto que no han puesto su fe en el Dios de Israel, sino que quieren adorar a los ídolos de Egipto. Rechazan al único y verdadero Dios, prefiriendo imágenes hechas por mano de hombre y consienten en que estos objetos sin vida les guíen. Nótese que lo que ellos están pidiendo son “dioses” aun cuando lo que hacen es un solo ídolo, un becerro de oro.

    Además, los israelitas renuncian a Moisés como su líder con las despreciativas palabras: “a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto”. Ellos saben que Moisés ha ascendido al monte Sinaí para recibir la ley de manos de Dios, pero exclaman con impaciencia: “No sabemos qué le haya acontecido”. Setenta ancianos de Israel, Aarón, y sus hijos Nadab y Abiú ascendieron con Moisés al monte Sinaí. Allí vieron a Dios y comieron una comida de pacto en su presencia (Ex. 24:9–11). Todas estas personas eran testigos que podían hablar de la gloria de Dios y de la misión de Moisés, pero el pueblo rehusó aceptar su testimonio.

    En este estado de ánimo, los israelitas deliberadamente quebrantaron el pacto que Dios había hecho con ellos (Ex. 24:1–8) y con Abraham, su padre espiritual (Gn. 17:7). Despreciaron las ricas promesas que Dios les había hecho y rechazaron aceptar y guardar su ley. No podía ser más patético el contraste entre Moisés recibiendo los Diez Mandamientos en lo alto del monte Sinaí e Israel adorando un becerro de oro a los pies de la montaña.

    Con esta ilustración de la historia judía, Esteban reconstruye un capítulo que sus contemporáneos querrían olvidar. Pone delante de ellos el relato de un incidente en el cual se muestra el pecado más descarado de Israel: el rechazo del Señor Dios, y su reemplazo por un becerro de oro.

Vv 42-43 Nótense los siguientes puntos:

a. El juicio de Dios. En este punto, Esteban deja de seguir la secuencia histórica del pecado de Israel para hacer algunas observaciones apropiadas. “Dios se apartó”, les dice. Esta cláusula, sin embargo, no debe entenderse como que simplemente Dios se fue disgustado. Aunque sí lo estaba, él se venga trayendo desastre sobre aquellos que han pecado contra él (Jos. 24:20). Porque aunque él ha sido bueno con su pueblo, ahora les niega sus bendiciones y les da la espalda. “[Dios] los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo”. Tenemos aquí un paralelismo con la descripción de Pablo acerca de la gente que persiste en el pecado. Dios los deja en su pecado hasta que destruyan sus vidas, como justo juicio por su desobediencia (Ro. 1:24, 26, 28). Los ejércitos del cielo representan los cuerpos celestes (el sol, la luna, las estrellas) que Israel adoró en secreto primeramente y abiertamente más tarde.

   En lugar de adorar al Creador, los israelitas pusieron sus ojos en aquellas esferas creadas y se inclinaron ante ellas en adoración. 

b. Registro histórico. Esteban va ahora a los escritos de los doce profetas menores, que en el canon del Antiguo Testamento los judíos los tenían como un solo libro. Esteban cita casi palabra por palabra de la traducción griega de Amós 5:25–27.  En este pasaje, el profeta revela el disgusto de Dios con Israel, primero durante la travesía del desierto y luego durante el período de los reyes de Israel y Judá hasta el exilio a Babilonia.

  Dios hace una pregunta retórica a la cual los israelitas habrán de contestar negativamente. “¿Acaso me ofrecieron ofrendas y sacrificios por cuarenta años en el desierto, oh casa de Israel?” Por supuesto, el pueblo ofreció sacrificios en el desierto, como es evidente a partir de la institución del sacerdocio aarónico. Sin embargo, durante la travesía por el desierto la adoración fue muy deficiente que no hubo verdadera adoración.

    Los israelitas que tenían veinte años o más no sirvieron a Dios con dedicación y amor debido a que sus corazones no estaban en conformidad con Dios. Adoraron a los ídolos en lugar de adorar a Dios. Amós da a entender a sus contemporáneos que Dios podría estar sin sacrificios, como ocurrió en el tiempo del éxodo. Por lo tanto, el solo hecho de dar sus ofrendas no impediría que se exiliaran a Babilonia. Lo anterior implica que los sacrificios de los oyentes de Esteban no librarían al templo de Jerusalén de una eventual destrucción (c.f. Lc. 19:42–44). La adoración a Dios no depende de sacrificios.

c. Adoración a las estrellas. “Llevaron el tabernáculo de Moloc, y la estrella de su dios Renfán, y figuras que hicieron para adorarlas”. El texto griego difiere en su redacción de Amós 5:26 al decir “… llevabais el tabernáculo de vuestro Moloc y Quiún, ídolos vuestros, la estrella de vuestros dioses que os hicisteis”.

    El texto griego menciona dos nombres, Moloc y Renfán. Estos dos nombres aparecen sólo una vez cada uno en el Nuevo Testamento. Moloc era el “dios canaanita-fenicio del cielo y del sol”, o el planeta Venus. Renfán (con muchas variaciones en la forma de escribirse) es otro nombre para Saturno. En resumen, ambos nombres hablan de la adoración a los cuerpos celestes.

   La adoración de los israelitas había degenerado al punto de inclinarse ante las estrellas del cielo. Quizás esa práctica la mantuvieron ya durante los cuarenta años que pasaron en el desierto, porque el texto dice que levantaron santuario a Moloc.   Hay un paralelo entre los adoradores de ídolos llevando el tabernáculo de dioses paganos y los levitas llevando el tabernáculo del Señor en el desierto.

d. Sentencia divina. En la última frase de la cita de Amós, “Los transportaré más allá de Damasco” (según la Biblia Hebrea y la Septuaginta), Esteban se acerca al texto desde un punto de vista histórico. Cambia la palabra Damasco por “Babilonia” con lo que demuestra obviamente que tiene en mente el exilio del reino de Judá a Babilonia (c.f. 2 Cr. 36:15–21).


Conclusión 

  Aunque Esteban se refiere a los primeros tiempos del peregrinaje, alude a todo el trayecto al mencionar que en su vida los israelitas conservaron la fascinación de Egipto. La productividad del país, demostrada en el clamor en Tabera (Nm. 11:5–6), les impedía ver el camino hacia la tierra que fluye leche y miel. No tenían fe para el futuro de Dios, más vale querían mirar la gloria del pasado, olvidando el lloro y la sangre de la esclavitud a la cual fueron sometidos. Lo que ocurrió en el Sinaí es, según Esteban, un indicio preciso de lo que ocurría en toda su vida, tal como lo  demuestra con la cita de Amós 5:25–27 sacada del “libro de los profetas”. Ofrecieron en verdad sacrificios con corazones contrarios a la voluntad de Dios y continuaron con lo mismo en la tierra prometida (Jer. 7:22–24; Os. 6:6).

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