LECCIÓN Hechos 7: 44 al 53
Texto
isaias
63:10
INTRODUCCIÓN:
La defensa de Esteban no podía conducir más
que a un final. Desafió a la muerte, y la muerte vino. Pero él no vio los
rostros contorsionados por el odio. Su mirada había trascendido el espacio y el
tiempo, y contemplaba a Jesús a la diestra de Dios. Cuando dijo lo que estaba
viendo, se lo tomaron como la peor blasfemia; y el castigo del blasfemo era
morir apedreado (Deuteronomio 13:6ss). Tenemos que darnos cuenta de que aquello
no fue un juicio. Y la ejecución, si acaso, fue un linchamiento; porque el
Sanedrín no podía dictar sentencia de muerte.
Para apedrear a un criminal, se le llevaba
a un promontorio, desde el que se le despeñaba. Esto era algo que tenían que
hacer los testigos. Si moría como resultado de la caída, con eso bastaba; si
no, le arrojaban grandes pedruscos hasta que moría.
Desarrollo:
Si leemos el discurso de Esteban, especialmente la conclusión, nos es
difícil entender la reacción del Sanedrín. Sin embargo, debemos poner atención
a la narrativa desde el punto de vista cultural en un ambiente judío.
a. “Cuando oyeron esto”. Esteban había sido traído ante el tribunal porque se alegaba
que había hablado contra la ley. Pero con su defensa, citando la historia de
Israel y resumiendo su discurso diciendo que los miembros del Sanedrín eran
culpables de quebrantar la ley, se transformó en el acusador y sus oyentes en
los acusados. Cuando Pedro se dirigió al Sanedrín en una ocasión anterior, él
también hizo que los papeles se cambiaran (4:12).
b. “Se enfurecían en sus corazones”. El juicio de Esteban produjo inicialmente la misma reacción que
se vio en el juicio de los apóstoles (5:33). En aquella ocasión, Pedro y sus
compañeros se dirigieron al Sanedrín y cuando hubieron terminado su defensa,
los jueces estaban furiosos. Querían matar a los apóstoles, pero fueron
persuadidos por Gamaliel, quien les aconsejó que mejor actuaran de otra manera.
En el caso presente, los judíos empezaron a hacer crujir sus dientes para
demostrar su rencor y desprecio. La ira los consumía de tal manera que los
incitó al asesinato.
Observemos los
siguientes asuntos del verso 55
a. La
fe. En medio de la tormenta que azotaba el salón donde estaba
reunido el Sanedrín, Esteban parecía ser una isla de serenidad. De nuevo Lucas
dice que Esteban estaba lleno del Espíritu Santo (véase 6:5, 10), quien lo hace
fijar sus ojos en el cielo. Resulta interesante destacar que Lucas emplea las
mismas palabras para la frase miró
fijamente en el cielo que las que
usa para describir a los apóstoles mirando al cielo en el momento en que Jesús
ascendía (1:10).
Dios permite a Esteban ver su gloria, no en
visión, sino en la realidad. Al principio del juicio, el rostro de Esteban
resplandecía como el rostro de un ángel (6:15).
Además de ver la gloria de Dios, Esteban ve a Jesús de pie, no sentado
sino de pie, a la mano derecha de Dios. No es necesario insistir mucho en el
hecho de que estaba de pie y no sentado. La posición de pie posiblemente
sugiere que Jesús está dando la bienvenida al cielo a Esteban. La expresión “a
la mano derecha de Dios”, o “a la diestra de Dios” sugiere el honor último dado
a Jesús al momento de su ascensión.
El
juicio de Esteban se parece al de Jesús. Cuando Jesús compareció ante el
Sanedrín, el sumo sacerdote le preguntó si él era el Hijo de Dios. Jesús le
respondió afirmativamente y agregó que sus oyentes verían “al Hijo del hombre
sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt.
26:64; véase también Heb. 1:3, 13).
b. El
cumplimiento. “He aquí, veo los
cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios”.
Esteban está invitando a su auditorio a mirar al cielo y ver a Jesús en
persona ocupando su lugar de honor. Llama a Jesús “el Hijo del hombre”, que es
el título que Jesús usó exclusivamente para sí mismo para revelar que él era el
cumplimiento de la profecía mesiánica que habla acerca del gobierno del Hijo
del hombre (Dn. 7:13–14).
El uso que hace Esteban de esta forma es la excepción a la regla. ¿Por qué
usa este título? Seguramente porque reconoce plenamente que Jesús como Hijo del
hombre ha cumplido la profecía mesiánica (Dn. 7:13–14) y que se le ha dado toda
autoridad, poder y dominio tanto en el cielo como en la tierra (Mt. 28:18).
c. El efecto. El efecto de la invitación que Esteban les hizo de que miraran
al cielo no era un temor reverencial en los miembros del Sanedrín, sino rabia y
odio. Los judíos consideran que Esteban estaba blasfemando. De la misma manera
que el sumo sacerdote en el juicio a Jesús rasgó sus vestiduras y exclamó:
“¡Ha blasfemado!” (Mt. 26:65), así los
miembros del Sanedrín consideraron que Esteban estaba blasfemando el nombre de
Dios. En vista de su credo hebreo, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová
uno es” (Dt. 6:4)
Esteban
ya no enseña el monoteísmo. Sin embargo, cuando dijo que veía a Jesús de pie a
la diestra de Dios, ellos interpretaron sus palabras como que Jesús es Dios.
Por lo tanto, estaba blasfemando.
En conformidad con la ley de Moisés, todo blasfemo del nombre de Dios
tenía que morir; eso significaba que los miembros de la asamblea debían
apedrearlo hasta que muriera (Lv. 24:16). En resumen, los integrantes de la
corte suprema de Israel dicen que los cargos de blasfemia, que los judíos
helenistas habían presentado contra Esteban habían probado ser verdaderos ahora
que Esteban dice que Jesús es Dios.
d. Los cielos.
¿Dónde está el cielo? Si nos proponemos ver a Esteban con los ojos de la
imaginación allí parado en el salón del Sanedrín, nos daremos cuenta que él
estaría viendo el cielo azul. A menos que la reunión haya sido trasladada
afuera, de lo cual no hay evidencia alguna. ¿Cómo, entonces, explicamos la
aparición de Jesús a Esteban? Dios abrió sus ojos de tal modo que él pudo ver
los cielos y le dio la capacidad de verlo ahí mismo, próximo a Esteban. En
alguna forma encontramos aquí un paralelismo con la experiencia de la
conversión de Pablo en el camino a Damasco. Pablo oyó la voz de Jesús pero sus
acompañantes, en cambio oyeron solamente el sonido (9:7; c.f. también 2 R.
6:17). Los cielos, entonces, están sobre y alrededor de nosotros en una
dimensión que no somos capaces de ver. Cuando Dios abre los ojos de los
creyentes, como algunos cristianos han experimentado en el lecho de muerte, les
permite ver los cielos.
V 59-60. “Y mientras apedreaban a Esteban”. Una tras otra, las piedras
golpean al indefenso Esteban. A medida que el ángel de la muerte lo llama, él
pronuncia una oración muy similar a aquella que hizo Jesús en la cruz: “Señor
Jesús, recibe mi espíritu”. Jesús dijo a su Padre: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46). Pero Esteban ora a Jesús y se identifica
enteramente con Aquel a quien ya ha visto como el Hijo del hombre de pie junto
a Dios (v. 56). Mientras Esteban ora, Jesús se extiende al primer mártir de la
fe cristiana y recibe su espíritu. Esteban, por decirlo así, mira a Jesús y se
encomienda a él.
Conclusión:
La finalización de una carrera
Varios religiosos tomaron parte en la contienda. Piedra tras piedra fue
abriendo el cuerpo del prestigioso diácono. Las piedras de la “justicia” se
convirtieron en el monumento a la vergüenza de los enemigos de Dios. Son las
diademas en la frente del santo varón, modelo de humildad, conocimiento y
poder. Esteban concluyó su servicio declarando que Jesucristo es Dios, que el
alma de los santos está en las manos de Dios (Ec. 12:7) y que solamente él
puede perdonar los pecados. Esteban muere sujeto a la voluntad del Señor:
“puesto de rodillas” (ver 9:40; 20:36; 21:5), pronunció una oración similar a
la del Señor Jesús (Lc. 23:34), convencido de que obraban por ignorancia
(3:17).
Con esta oración final mostró la
comunión con el Señor Jesús:
a) Comunión en su desprecio (Jn. 15:18);
b) Comunión en su visión (Mr. 14:62);
c) Comunión en su piedad (Lc. 23:34);
d) Comunión en su victoria: “clamó a
gran voz” (Lc. 23:46);
e) Comunión en su sepultura: “hombres
piadosos llevaron a enterrar a Esteban” (8:2; ver Jn. 19:39–42).
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