Lección: Hechos 27:13-26
Texto: Salmo 23:4
Domingo 09 de Julio 2017
Texto: Salmo 23:4
Domingo 09 de Julio 2017
INTRODUCCION:
Los hijos de Dios fuimos llamados para salvación y para cumplir los propósitos de Dios en ese llamado, así que: por donde el Señor nos lleve o nos haga pasar, su compañía estará con nosotros (siempre y cuando confiemos en el), como dice el poeta y rey “aunque ande en valles de sombra y de muerte tu estarás conmigo”. En la presente lección, veremos arreciar la tormenta, y ver como Dios guarda y alienta a los suyos para cumplir el propósito del llamamiento de Pablo.
DESARROLLO:
Los encargados de la tripulación de la nave alejandrina acordaron zarpar de Buenos Puertos, pues consideraban que no era un buen lugar para invernar, pero, no consideraron los peligros y riesgos que pudiera traerles la navegación. Su mira era llegar a Fenice puerto de la isla (Creta) que les daría mayor seguridad y esperar allí que llegue el tiempo en que pueda haber mejores condiciones para la navegación y seguir hasta su destino; una vez reiniciada la travesía, una brisa del sur trajo aparente calma, pero precedió a una gran tormenta. “Levaron anclas e iban costeando Creta” (v. 13), pensaban cubrir el trayecto en 4 o 5 horas (64 o 65 kilómetros de un punto a otro), todo parecía tranquilo, “pero no mucho después” (v. 14) un viento huracanado llamado Euroclidón dio con fuerza contra la nave (Euroclidón… “Euros” griego, quiere decir viento del este… “aquilón” (latín)… viento del norte), fenómeno natural temido de todos los que navegan el Mediterráneo.
Este viento comenzó a arrebatar la nave “no pudiendo poner proa al viento”, tuvieron que dejarse llevar por el huracán, ya no podrían llegar a destino, ni volver a puerto seguro. Costeando Clauda, aprovechando el pequeño resguardo que le otorgaba el islote, los navegantes recogieron con dificultades el esquife (la lancha salvavidas que a esa altura debió estar con mucha agua por la braveza del mar, de allí las dificultades de recogerlo). Además, “usaron de refuerzos para ceñir la nave”, es decir rodearon el casco cuatro o cinco veces con cables gruesos para tratar de resistir la violencia del oleaje y temiendo dar en la Sirte (golfo de la región de África célebre por sus bancos de arena y arrecifes, temidas de los marineros por la posibilidad de encallar), tanto es así que bajaron las velas quedando a la deriva (v. 17).
La furia de la tempestad en pleno desarrollo obligo al día siguiente “a alijar la nave” (deshacerse de los pertrechos y equipajes innecesarios debido a las circunstancias); pasados tres días, con las propias manos, pasajeros y tripulantes arrojaron los aparejos de la nave (conjunto de palos, vergas, jarcias y velas del buque).
“Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días (v. 20) probablemente gran parte de los catorce días (v. 27), hay que recordar que los navegantes de la época se guiaban por el sol y las estrellas, así que al no observar los cuerpos celestes era difícil saber con exactitud donde se encontraban, y acosados por esta fuerte tempestad “habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” (v. 20). Cuan bravío era el viento y el mar que, hasta Lucas en su sinceridad piensa que todo está perdido. Sin embargo, la última palabra la tiene Dios, y él permite ciertas circunstancias adversas en sus hijos, ya que tenía planes para los creyentes que van en la embarcación, sobre todo para el gran apóstol Pablo, pues Dios le había dicho “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11).
Fueron varios días sin comer, indudablemente habían pasado tiempo trabajando para salvar la nave y achicando agua. El mareo, el miedo y la desesperanza probablemente les habían quitado el apetito. No había escases de alimento (v 34-38), pero tampoco ganas de comer. Fue en esas circunstancias que Pablo puesto en pie les dijo con delicadeza, no con reproche profundo “Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida” (v. 21), pero, trae esperanza ( en un momento en Buenos Puertos no fue oído), ahora de seguro todos ponen atención, y les agrega “os exhorto a tener buen ánimo”, las razones, “porque esta noche ha estado el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo” (v. 23) diciendo; “que no habrá perdidas de vida entre vosotros” (no dice “entre nosotros”. Pablo no se incluye, pues tenía plena certeza de que Dios le guardaría con vida), sino solamente la nave. Esta es la última de seis visiones que Pablo recibió y que registro Lucas (compárese 9:3-6; 16:9-10; 18:9-10; 22:17-18; 23:11). El ángel de Dios le confirmo lo que le había dicho en 23:11 “es necesario que testifiques también en Roma”, así que, encomia a la tripulación y prisioneros a “tener buen ánimo”.
Este viento comenzó a arrebatar la nave “no pudiendo poner proa al viento”, tuvieron que dejarse llevar por el huracán, ya no podrían llegar a destino, ni volver a puerto seguro. Costeando Clauda, aprovechando el pequeño resguardo que le otorgaba el islote, los navegantes recogieron con dificultades el esquife (la lancha salvavidas que a esa altura debió estar con mucha agua por la braveza del mar, de allí las dificultades de recogerlo). Además, “usaron de refuerzos para ceñir la nave”, es decir rodearon el casco cuatro o cinco veces con cables gruesos para tratar de resistir la violencia del oleaje y temiendo dar en la Sirte (golfo de la región de África célebre por sus bancos de arena y arrecifes, temidas de los marineros por la posibilidad de encallar), tanto es así que bajaron las velas quedando a la deriva (v. 17).
La furia de la tempestad en pleno desarrollo obligo al día siguiente “a alijar la nave” (deshacerse de los pertrechos y equipajes innecesarios debido a las circunstancias); pasados tres días, con las propias manos, pasajeros y tripulantes arrojaron los aparejos de la nave (conjunto de palos, vergas, jarcias y velas del buque).
“Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días (v. 20) probablemente gran parte de los catorce días (v. 27), hay que recordar que los navegantes de la época se guiaban por el sol y las estrellas, así que al no observar los cuerpos celestes era difícil saber con exactitud donde se encontraban, y acosados por esta fuerte tempestad “habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” (v. 20). Cuan bravío era el viento y el mar que, hasta Lucas en su sinceridad piensa que todo está perdido. Sin embargo, la última palabra la tiene Dios, y él permite ciertas circunstancias adversas en sus hijos, ya que tenía planes para los creyentes que van en la embarcación, sobre todo para el gran apóstol Pablo, pues Dios le había dicho “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11).
Fueron varios días sin comer, indudablemente habían pasado tiempo trabajando para salvar la nave y achicando agua. El mareo, el miedo y la desesperanza probablemente les habían quitado el apetito. No había escases de alimento (v 34-38), pero tampoco ganas de comer. Fue en esas circunstancias que Pablo puesto en pie les dijo con delicadeza, no con reproche profundo “Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida” (v. 21), pero, trae esperanza ( en un momento en Buenos Puertos no fue oído), ahora de seguro todos ponen atención, y les agrega “os exhorto a tener buen ánimo”, las razones, “porque esta noche ha estado el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo” (v. 23) diciendo; “que no habrá perdidas de vida entre vosotros” (no dice “entre nosotros”. Pablo no se incluye, pues tenía plena certeza de que Dios le guardaría con vida), sino solamente la nave. Esta es la última de seis visiones que Pablo recibió y que registro Lucas (compárese 9:3-6; 16:9-10; 18:9-10; 22:17-18; 23:11). El ángel de Dios le confirmo lo que le había dicho en 23:11 “es necesario que testifiques también en Roma”, así que, encomia a la tripulación y prisioneros a “tener buen ánimo”.
CONCLUSION:
Cuando hay luchas o tempestades en la vida del creyente, el ánimo es muy importante, pues en esas circunstancias es fácil bajar los brazos y llenarse de temores, por eso en la experiencia que viven en la nave azotada por estos fuertes vientos y embravecido mar, Dios sale en socorro de ellos, mandando a su ángel, trayendo el remedio al temor, al miedo y al desánimo, diciéndole: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante Cesar;… Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (v. 24).
En medio de la tormenta esta Dios para socorrer a los suyos. ¿Cómo está su ánimo? ¿Es muy grande su problema que Dios no puede intervenir? “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegaran…” (Isaías 43:1-2)
En medio de la tormenta esta Dios para socorrer a los suyos. ¿Cómo está su ánimo? ¿Es muy grande su problema que Dios no puede intervenir? “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegaran…” (Isaías 43:1-2)
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