Lección: Gálatas 3:19-29
Texto: Romanos 10:4
Domingo 31 de Mayo
Introducción: Aquí Pablo explica el objeto porque se dio la ley, a saber: el de despertar en el hombre el sentimiento de culpa y así conducirle a Cristo.
Desarrollo: V.19) “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de la transgresiones”. Fue añadida como un apéndice temporal, al pacto de gracia establecido con Abraham, de cuyo pacto ya vimos. “Por causa de las transgresiones”, pues, tan dados al mal eran los judíos, que Dios, para refrenarles, hacerles reconocer sus culpas y despertar en ellos el sentimiento de necesidad de expiación, les dio sus leyes y estatutos. “Yo no conocí el pecado sino por la ley” dice Pablo. Así que, aun cuando la ley no salva a nadie, es santa y buena, si de ella se hace buen uso. El objeto de la ley divina consiste en, preparar el camino hacia la salvación por Cristo, lo cual consta claramente en lo que sigue: “Hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”. La simiente según el versículo 16 es Cristo. Así que, según esta expresión, las funciones de la ley, una vez venido el Cristo, perderían su importancia. Y cierto, la parte de los ritos quedó abolida y la parte moral destinada a ocupar en el Nuevo Pacto su lugar debido. La ley, “fue ordenada por medio de ángeles en manos de un mediador”. Resulta que el ministerio de los ángeles, en la entrega de la ley, debe de haber disminuido, más bien que añadido grandiosidad a la ocasión y valor positivo de la ley. La comunicación directa de Dios mismo, hubiera aumentado ciertamente la majestad y santidad de lo comunicado.
V.20) “Y el mediador no lo es de uno solo”. Este mediador, por supuesto, fue Moisés. Un mediador no es tal mediador de uno, es decir, de un partido, sino de dos. Un mediador pertenece forzosamente, respecto de su cumplimiento, a los dos contratantes. Tal era el caso al darse la ley por el mediador Moisés, la bendición consiguiente a ese arreglo dependía del cumplimiento de ambos: de Dios y del pueblo israelita. “Pero Dios es uno”, y al dar la promesa obró sin mediador e hizo el cumplimiento de su promesa independiente de obras humanas. En otra palabras, la ley, aunque es de Dios, nos viene, mediante ángeles, de un hombre mediador; pero la promesa nos viene directamente de Dios, no es cosa de dos partes como la ley, sino de uno solo: de Dios y, por lo tanto, firme e inviolable.
V.21) Pablo, usa la negación más fuerte en griego para descartar la idea de que la ley y la promesa cumplan propósitos opuestos. Dios fue quien dio ambas cosas y él no trabaja contra sí mismo, por eso la ley y la promesa operan en armonía: la ley revela la pecaminosidad del hombre y la necesidad de aquella salvación que se ofrece de manera gratuita en la promesa. Si la ley hubiese podido proveer justicia y vida eterna, la promesa de gracia no existiría. Nunca la ley fue proclamada con el fin de justificar al hombre, su misión es mucho más humilde, si bien muy importante, que es llevar al hombre perdido a Cristo Jesús para ser justificado.
V.22) “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado…”. Así la ley, tiene encerrados o presos a los hombres como a criminales y esclavos de su crimen; pero es incapaz de soltarlos. Toda la humanidad atrapada sin salida en el pecado. Que todos los seres humanos son pecadores es la enseñanza expresa de las Escrituras. “para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes”, es decir, el cumplimiento de la promesa que es el ser justificado, salvado por gracia mediante la fe, “fuese dado a los creyentes”, es decir, a los que ponen su fe y su confianza en Jesucristo. Así es que la justificación no se ofrece a condición del cumplimiento de la ley, sino a condición de tener fe en el “prometido”. El fin de la promulgación de la ley fue, que ella misma obligara al hombre a desistir de confiar en su cumplimiento como medio de alcanzar la justificación y le llevase a acudir a la misericordia de Dios, confiando o teniendo fe en el sacrificio expiatorio de Cristo.
V.23) “Pero antes que viniese la fe”. La fe se usa en varios sentidos en las Escrituras, y como se ve, no significa aquí confianza, sino creencia, doctrina, sistema de fe, la totalidad de la doctrina del evangelio. (Judas 3: Hechos 6:7).
“Estábamos confinados bajo la ley…”, guardados bajo la custodia de la ley, condenados y presos por la misma, sin medio de escapar de su poder. Encerrados hasta el tiempo de una creencia que había de ser revelada. Este hecho histórico ilustra la experiencia del individuo bajo la jurisdicción de la ley. Esta le ilumina, le convence, le sentencia, le condena a prisión eterna, le custodia, le tiene encerrado; si procura librarse por el cumplimiento de alguno de sus preceptos, le coge en flagrante delito de transgresión, hasta el tiempo de revelársele la creencia del Evangelio.
V.24) El “ayo”, entre los griegos, era el encargado de los menores; criado u otro de experiencia llamado “paidagogos”. Uno que siempre tenía a los niños a la vista, vigilándolos, sujetándoles a disciplina, llevándoles a la escuela y luego devuelta a casa. La función del ayo para nosotros es para “llevarnos a Cristo”. Al maestro de los maestros, al que nos saca para decirlo así, de la mano del duro “paidagogos”, que es la ley para el objeto más glorioso: para que fuésemos justificados por la fe, es decir, declarados sin culpa mediante la confianza en los méritos del Maestro y Abogado, a quien nos ha conducido la ley o sea el viejo paidagogos.
V.25) “Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo”. Fe en sentido de sistema, el mensaje de la fe, la doctrina del evangelio. Esta, venida la fe, cambió la condición religiosa de los creyentes convertidos del judaísmo, de suerte que ya no estaban bajo el imperio de la ley, sino en libertad respecto al ayo. Cesando el paidagogos en sus funciones, no nos hecha en la anarquía, sino nos deja entregados al amo supremo y a la dirección de su Espíritu.
V.26) “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. No todos los del linaje de Adam, son hijos de Dios, sino todos vosotros, los gálatas que habéis nacido de nuevo, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios”. No por haber guardado la ley, o por haberos esforzados, o procurado cumplirla, sino, por la fe o confianza en el Señor. Sólo aquellos que ponen su fe en Jesucristo, son los verdaderos hijos espirituales de Dios. Los incrédulos son hijos de Satanás.
V.27) “Porque todos los que habéis sido bautizado en Cristo…”. No se trata aquí del bautismo en agua, el cual no puede salvar. Pablo uso la palabra “bautizados” en un sentido metafórico para hablar de ser “sumergidos en” o “colocados dentro de” Cristo, por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo nos bautiza, es decir nos coloca, nos posiciona, nos incorpora, nos une en el cuerpo de Cristo y ahí nos encontramos en el presente, esa es nuestra ubicación espiritual.
“De Cristo estáis revestidos”, es decir de su naturaleza, de su carácter, la total asunción de su naturaleza. Una apropiación responsable de todo lo que Jesucristo es.
V.28) “…sois uno en Cristo Jesús”. En Cristo sois todos hijos, todos libres, sin distinción de casta religiosa, sin distinción de categoría social, sin distinción de nacionalidad, aún sin distinción de sexo. “Sois uno”, en todos existe la misma vida, late el mismo corazón, predomina la misma mente, rige la misma cabeza. Igualdad espiritual ante Dios, condición bendita, que excluye jactancias.
V.29) “Y si vosotros sois de Cristo…”. Si pertenecéis a él como propiedad suya, entonces “Ciertamente linaje de Abraham sois”. No simiente o hijos en sentido material, sino, en sentido espiritual, somos hijos del padre de los creyentes “ y herederos según la promesa”. Herederos de la promesa hecha a Abraham: “serás bendito y serás bendición”. Así que las grandes bendiciones prometidas al patriarca, no se heredan por descendencia natural, sino mediante la afiliación espiritual por fe en Jesucristo, fuente de toda bendición.
Conclusión: Que bendición más grande hemos alcanzados por la pura gracia de Cristo, de ser hechos hijos de Dios por la fe en Jesucristo, y que las promesas hechas a Abraham, las hemos heredado nosotros por nuestra identificación con Cristo, por haber sido colocados en el cuerpo de Cristo por su Espíritu. Esto debemos reflejarlo hacia nuestros semejantes mediante nuestras buenas obras.