lunes, 25 de mayo de 2020

Objeto de la ley




Lección: Gálatas 3:19-29
Texto: Romanos 10:4
Domingo 31 de Mayo


Introducción: Aquí Pablo explica el objeto porque se dio la ley, a saber: el de despertar en el hombre el sentimiento de culpa y así conducirle a Cristo.

Desarrollo: V.19) “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de la transgresiones”. Fue añadida como un apéndice temporal, al pacto de gracia establecido con Abraham, de cuyo pacto ya vimos. “Por causa de las transgresiones”, pues, tan dados al mal eran los judíos, que Dios, para refrenarles, hacerles reconocer sus culpas y despertar en ellos  el sentimiento de necesidad de expiación, les dio sus leyes y estatutos. “Yo no conocí el pecado sino por la ley” dice Pablo. Así que, aun cuando la ley no salva a nadie, es santa y buena, si de ella se hace buen uso. El objeto de la ley divina consiste en, preparar el camino hacia la salvación por Cristo, lo cual consta claramente en lo que sigue: “Hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”. La simiente según el versículo 16 es Cristo. Así que, según esta expresión, las funciones de la ley, una vez venido el Cristo, perderían su importancia. Y cierto, la parte de los ritos quedó abolida y la parte moral destinada a ocupar en el Nuevo Pacto su lugar debido. La ley, “fue ordenada por medio de ángeles en manos de un mediador”. Resulta que el ministerio de los ángeles, en la entrega de la ley, debe de haber disminuido, más bien que añadido grandiosidad a la ocasión y valor positivo de la ley. La comunicación directa de Dios mismo, hubiera aumentado ciertamente la majestad y santidad de lo comunicado.
V.20) “Y el mediador no lo es de uno solo”. Este mediador, por supuesto, fue Moisés. Un mediador no es tal mediador de uno, es decir, de un partido, sino de dos. Un mediador pertenece forzosamente, respecto de su cumplimiento, a los dos contratantes. Tal era el caso al darse la ley por el mediador Moisés, la bendición consiguiente a ese arreglo dependía del cumplimiento de ambos: de Dios y del pueblo israelita. “Pero Dios es uno”, y al dar la promesa obró sin mediador e hizo el cumplimiento de su promesa independiente de obras humanas. En otra palabras, la ley, aunque es de Dios, nos viene, mediante ángeles, de un hombre mediador; pero la promesa nos viene directamente de Dios, no es cosa de dos partes como la ley, sino de uno solo: de Dios y, por lo tanto, firme e inviolable.
V.21) Pablo, usa la negación más fuerte en griego para descartar la idea de que la ley y la promesa cumplan propósitos opuestos. Dios fue quien dio ambas cosas y él no trabaja contra sí mismo, por eso la ley y la promesa operan en armonía: la ley revela la pecaminosidad del hombre  y la necesidad de aquella salvación que se ofrece de manera gratuita en la promesa. Si la ley hubiese podido proveer justicia y vida eterna, la promesa de gracia no existiría. Nunca la ley fue proclamada con el fin de justificar al hombre, su misión es mucho más humilde, si bien muy importante, que es llevar al hombre perdido a Cristo Jesús para ser justificado.
V.22) “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado…”. Así la ley, tiene encerrados o presos a los hombres como a criminales y esclavos de su crimen; pero es incapaz de soltarlos. Toda la humanidad atrapada sin salida en el pecado. Que todos los seres humanos son pecadores es la enseñanza expresa de las Escrituras. “para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes”, es decir, el cumplimiento de la promesa que es el ser justificado, salvado por gracia mediante la fe, “fuese dado a los creyentes”, es decir, a los que ponen su fe y su confianza en Jesucristo. Así es que la justificación no se ofrece  a condición del cumplimiento de la ley, sino a condición de tener fe en el “prometido”. El fin de la promulgación de la ley fue, que ella misma obligara al hombre a desistir de confiar en su cumplimiento como medio de alcanzar la justificación y le llevase a acudir a la misericordia de Dios, confiando o teniendo fe en el sacrificio expiatorio de Cristo.
V.23) “Pero antes que viniese la fe”. La fe se usa en varios sentidos en las Escrituras, y como se ve, no significa aquí confianza, sino creencia, doctrina, sistema de fe, la totalidad de la doctrina del evangelio. (Judas 3: Hechos 6:7).
“Estábamos confinados bajo la ley…”, guardados bajo la custodia de la ley, condenados y presos por la misma, sin medio de escapar de su poder. Encerrados hasta el tiempo de una creencia que había de ser revelada. Este hecho histórico ilustra la experiencia del individuo bajo la jurisdicción de la ley. Esta le ilumina, le convence, le sentencia, le condena a prisión eterna, le custodia, le tiene encerrado; si procura librarse por el cumplimiento de alguno de sus preceptos, le coge en flagrante delito de transgresión, hasta el tiempo de revelársele la creencia del Evangelio.
V.24) El “ayo”, entre los griegos, era el encargado de los menores; criado u otro de experiencia llamado “paidagogos”. Uno que siempre tenía a los niños a la vista, vigilándolos, sujetándoles a disciplina, llevándoles a la escuela y luego devuelta a casa. La función del ayo para nosotros es para “llevarnos a Cristo”. Al maestro de los maestros, al que nos saca para decirlo así, de la mano del duro “paidagogos”, que es la ley para el objeto más glorioso: para que fuésemos justificados por la fe, es decir, declarados sin culpa mediante la confianza en los méritos del Maestro y Abogado, a quien nos ha conducido la ley o sea el viejo paidagogos.
V.25) “Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo”. Fe en sentido de sistema, el mensaje de la fe, la doctrina del evangelio. Esta, venida la fe, cambió la condición religiosa de los creyentes convertidos del judaísmo, de suerte que ya no estaban bajo el imperio de la ley, sino en libertad respecto al ayo. Cesando el paidagogos en sus funciones, no nos hecha en la anarquía, sino nos deja entregados al amo supremo y a la dirección de su Espíritu.
V.26) “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. No todos los del linaje de Adam, son hijos de Dios, sino todos vosotros, los gálatas que habéis nacido de nuevo, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios”. No por haber guardado la ley, o por haberos esforzados, o procurado cumplirla, sino, por la fe o confianza en el Señor. Sólo aquellos que ponen su fe en Jesucristo, son los verdaderos hijos espirituales de Dios. Los incrédulos son hijos de Satanás.
V.27) “Porque todos los que habéis sido bautizado en Cristo…”. No se trata aquí del bautismo en agua, el cual no puede salvar. Pablo uso la palabra “bautizados” en un sentido metafórico para hablar de ser “sumergidos en” o “colocados dentro de” Cristo, por medio de su Espíritu. El Espíritu Santo nos bautiza, es decir nos coloca, nos posiciona, nos incorpora, nos une en el cuerpo de Cristo y ahí nos encontramos en el presente, esa es nuestra ubicación espiritual.
“De Cristo estáis revestidos”, es decir de su naturaleza, de su carácter, la total asunción de su naturaleza. Una apropiación responsable de todo lo que Jesucristo es.
V.28) “…sois uno en Cristo Jesús”. En Cristo sois todos hijos, todos libres, sin distinción de casta religiosa, sin distinción de categoría social, sin distinción de nacionalidad, aún sin distinción de sexo. “Sois uno”, en todos existe la misma vida, late el mismo corazón, predomina la misma mente, rige la misma cabeza. Igualdad espiritual ante Dios, condición bendita, que excluye jactancias.
V.29) “Y si vosotros sois de Cristo…”. Si pertenecéis a él como propiedad suya, entonces “Ciertamente linaje de Abraham sois”. No simiente o hijos en sentido material, sino, en sentido espiritual, somos hijos del padre de los creyentes “ y herederos según la promesa”. Herederos de la promesa hecha a Abraham: “serás bendito y serás bendición”. Así que las grandes bendiciones  prometidas al patriarca, no se heredan por descendencia natural, sino mediante la afiliación espiritual por fe en Jesucristo, fuente de toda bendición.

Conclusión: Que bendición más grande hemos alcanzados por la pura gracia de Cristo, de ser hechos hijos de Dios por la fe en Jesucristo, y que las promesas hechas a Abraham, las hemos heredado nosotros por nuestra identificación con Cristo, por haber sido colocados en el cuerpo de Cristo por su Espíritu. Esto debemos reflejarlo hacia nuestros semejantes mediante nuestras buenas obras.

martes, 19 de mayo de 2020

Firmeza del pacto de gracia

Lección: Gálatas 3:15-18
Texto: Hebreos 6:13-14
Domingo 24 de Mayo

Introducción: En este pasaje, el apóstol continúa su argumento probando que la justificación no se consigue por las obras, ya que la promesa hecha a Abraham, no puede haberse anulado por la ley, la cual se dio mucho tiempo después de haberse dado la promesa.

Desarrollo: V.15) Aquí Pablo llama a los gálatas “hermanos”, revelando así el amor compasivo de él hacia la iglesia de Galacia. Luego el apóstol va a usar una ilustración que toma del modo de proceder de los hombres cuando estos quieren confirmar un compromiso contraídos con otros. En otras palabras: aun cuando solo se trate de un pacto humano “una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade”, con tal que sea confirmado, nadie lo cancela, abroga, desecha o le añade algo, o le sujeta a otros términos, sino , que queda en pie, permanece firme y sagrado. Si esto sucede entre los hombres, cuanto más será firme y sagrado lo establecido por Dios.
V.16) “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente: No dice: y a las simientes, como si hablase  de muchos, sino como de uno: Y a tú simiente, la cual es Cristo”. Las Escrituras, en este caso, no mencionan pluralidad de simiente, como la carnal y la espiritual: hablan sólo de una simiente, de una línea de descendientes, a saber, la raza de los creyentes, que se asemejan al “padre de la fe”, a Abraham, ya sean judíos o gentiles. “Y a tu simiente”, la cual es Cristo: así que Cristo es la simiente de Abraham, que en sí reúne toda la raza de creyentes, formando en conjunto una línea de posteridad. Se ha dicho que toda la razón asistía a Pablo, al considerar todas las promesas como hechas a Cristo, por cuanto: Cristo era el principio de vida espiritual, tanto en Abraham como en todos cuantos a semejanza suya tienen fe; a Cristo, morando en los creyentes de edad en edad, fueron, pues, en realidad, hechas las promesas. La bendición de todas las naciones reside en Cristo y no en la descendencia carnal de Abraham.
V.17) Que el pacto establecido y hecho válido por Dios en orden a Cristo, “la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa”. La ley, que fue dada cuatrocientos treinta años después del pacto que Dios estableció con Abraham, en orden a cristo y a la justificación por sus méritos, esta ley, no puede abrogar el pacto, ni hacer nula o poner fin a la promesa. Los hombres no obran así, los pactos humanos legalmente establecidos, no se retractan ni se cambian así, mucho menos los pactos divinos. Sea cual fuere el designio de la ley, no puede haber tenido por objeto abrogar o modificar en términos nuevos, la promesa de la justificación por la fe en Cristo Jesús.
V.18) “La herencia”, a saber, las bendiciones espirituales prometidas a Abraham, si estas se adquieren por el cumplimiento de la ley, Dios se ha retractado, ha anulado la promesa, ha quebrantado el pacto. Absurdo. Si digo: “te regalo este campo sin condiciones”, y al cabo de cuatro meses te digo: “me pagarás ahora tanto por el campo”, ¿Qué me dirás? Que mi palabra no vale nada, que soy un fraude. ¿Cómo habría de obrar así el Inmutable? Dios no puede mentir (Tito 1:2; Hebreos 6:18; 1 Juan 2:25). Es cierto que, la herencia, la promesa, la bendición prometida, le vino como dádiva o donación, donación que incluye la justificación.

Conclusión: Pablo, deja establecido la absoluta firmeza del divino pacto de gracia, tan firme que la ley no lo anula. Dios es plenamente fiel y verdadero, él no muda sus promesas, por lo tanto, debemos tener plena certidumbre de que nuestra justificación por la fe en Cristo Jesús, jamás será revertida, porque descansa en su palabra y en su juramento.

miércoles, 13 de mayo de 2020

El pacto de Dios con Abraham

Lección: Gálatas 3:6-14
Texto: Romanos 4:13
Domingo 17 de Mayo

Introducción: Aquí Pablo apela a las Escrituras, para mostrar que el patriarca Abraham, dependió de la fe para justicia. Que nunca hubo otro camino de salvación, fuera de la gracia por la fe. Hasta el Antiguo Testamento enseña la justificación por la fe.

Desarrollo: V.6) “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. Este hecho consta en el libro de Génesis, y que cita Pablo aquí, y también, en Romanos 4:3. Así que, según la explicación de Pablo, la fe de Abraham fue aceptada por Dios en lugar de las obras. Abraham fue declarado justo mediante la fe y no mediante las obras.
V.7) “…los que son de fe, éstos son hijos de Abraham”. Los creyentes que han puesto su fe y su confianza en Cristo Jesús, sean judíos o gentiles, son los verdaderos hijos espirituales de Abraham, porque siguen su ejemplo de fe. Contrario a la idea de los judaizantes, seguramente, que se jactaban de ser hijos de Abraham, por insistir en el cumplimiento del precepto de la circuncisión (Romanos 2:8; 3:26; 4:14; Juan 8:37).
V.8) “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles…”. Aquí Pablo, personifica las Escrituras, atribuyéndole precisión divina, por cuanto la Escritura es la Palabra de Dios, al hablar ella, es Dios quien habla (compárese  Romanos 4:3 y Juan 7:38). La justificación de los gentiles por la fe es, por tanto, plan divino, previsto y establecido, plan que nadie debe intentar reformar, cambiar ni abolir. “Dio de antemano la buena nueva a Abraham”, anunció de antemano la buena nueva a Abraham (nuevo pacto) o predicó de antemano el evangelio a Abraham. “Diciendo: En ti serán benditas todas las naciones”. Esta promesa fue evangelio, antes de haber el evangelio. Esta bendita nueva se halla  en variada forma en Génesis 12:3 y 18:18 , como el tipo o padre de todos cuantos tienen fe. Abraham fue el primer ejemplo, y bien patente, de la justificación por la fe, el cual fue un ejemplo, de cómo Dios habría de justificar a los hombres en las edades futuras, así que, todos los que son de la fe de Abraham, son hijos espirituales de él.
V.9) “De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”. Los verdaderos creyentes en Cristo, son benditos con el creyente Abraham: No en Abraham aquí, sino con Abraham, colocándoles en calidad de participantes de la bendición común. El Antiguo Testamento, predijo que los gentiles recibirían las bendiciones de la justificación por fe, tal como sucedió a Abraham. Esas bendiciones son derramadas sobre todo gracias a Cristo.
V.10) Aquí se usa la cita de Deuteronomio 27:26. Todos los que se apoyan en las obras de la ley; todos los que dependen o se acogen a las obras de la ley para obtener su justificación. Los judíos en general, y particularmente los fariseos, eran de las obras de la ley, como lo son los romanistas en general, y particularmente los beatos. “Están bajo de maldición”.
“Todo aquél” que se apoya en el cumplimiento de los mandamientos de la ley, sea judío o gentil, y que “no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”, es decir, sin faltar en todos los detalles de la ley en todos sus variados asuntos, en todos sus párrafos, en todos sus preceptos, sin faltar, ya por comisión, ya por omisión, en lo más mínimo. Traspasar la ley en sólo un punto es pecado. “Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley y ofendiere en un punto, es hecho culpable de todos” (Santiago 2:10). Por tanto, todos los que confían en la observancia de los preceptos de la ley, cual medio de justificación, quedan justamente condenados por la misma ley, ya que no la han cumplido como se requiere, y por tanto ya “no hay hombre justo, ni aún uno”.
V.11) “Y que por la ley ningún hombre se justifica…, es evidente…”, es decir, puesto que ninguno se justifica, nadie absolutamente, ni judío, ni gentil puede ser declarado justo, es decir, sin culpa, inocente, delante de Dios a la vista de Dios, delante del tribunal de Dios, es imposible ya que el plan de Dios es que “El justo (justificado) por la fe vivirá”. El justificado por la fe o confianza en los méritos de Cristo, quien hizo posible su justificación mediante su muerte, éste vivirá; mientras que, al contrario, morirá quien procura ser justificado por las obras de la ley, rechazando la verdadera fuente de vida, que es Jesús, y el medio de conseguirla, es la fe.
V.12) “y la ley no es de fe…”, es decir, según Pablo, la fe no es la fuerza motriz de la ley, o sea la idea de que depende para ser eficaz, ni el principio sobre que descansa en sus procederes. Muy al contrario, la ley dice: “El que hiciere estas cosas vivirá por ellas”, es decir, el hombre que cumpliere los estatutos y preceptos de Moisés, vivirá en virtud de ellos. Así que la obediencia es la condición de la verdadera vida bajo la ley. Hacer y no creer, es la idea principal del sistema de la ley. Quién cumple los requisitos de la ley, vivirá en virtud de las obras que hace.
V.13) “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición…”. Literalmente nos compró desde dentro hacia fuera: desde dentro de la condenación o maldición de la ley quebrantada, que en su parte de código penal, además de multitud de penas, establece que “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4; 20).
“Hecho por nosotros maldición”: Tal fue la manera de llevar a cabo la redención. Esto lo explica Pablo como sigue: “Al que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). “Hecho pecado”, natural es que también fuese hecho maldición, como está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Deuteronomio 21:22-23). Dejar al ejecutado colgado en el madero a la vista pública, en el caso de los grandes criminales, era un hecho que aumentaba la ignominia y vergüenza de su castigo. Cristo, por tanto, sufrió la muerte más ignominiosa del modo prescrito para los peores criminales, y fue tratado de modo, que daba a entender que la maldición de Dios descansaba sobre él. No fue permitido que su cuerpo quedara por la noche, sino que se procedió a enterrarlo. No hubo otro modo de redimirnos, ni hay otro evangelio que éste para el pecador: o quedar bajo la maldición de Dios para siempre, o ver en Cristo su sustituto, hecho maldición por él.
V.14) “para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles…”. La bendición que Dios le prometió a Abraham y a todos los creyentes es esta: la justificación mediante la fe; pero nótese bien que esta bendición, jamás llegaría a hijo alguno de la raza de Adán, si no fuera por la redención llevada a cabo por Jesús, hecho maldición por nosotros; es decir, por su muerte expiatoria en la cruz. La bendición que obtuvo Abraham por la fe en el redentor venidero, no hubo de limitarse a los descendientes de Abraham, según el plan divino, sino hacerse extensiva a los demás descendientes de Adán, a los gentiles y esto es “en Cristo Jesús”, en virtud de Cristo, por medio de Cristo, cual representante de la raza humana entera, para que “recibiésemos la promesa del Espíritu”, es decir, recibir el cumplimiento de la promesa. Recibir la promesa del Espíritu, equivale a recibir el Espíritu prometido, y este Espíritu prometido es por supuesto el Espíritu Santo, que habrían de recibir los que fueran justificado por la fe, en la obra de nuestro Señor Jesucristo ( Isaías 32:15; 44:3; 59:19-21; Ezequiel 36:26-27; 37:14; 39:29; Joel 2:28-29; Lucas 11:13; 24:49; Juan 7:37-39; 14:16,26).

Conclusión: Ha quedado muy claro la imposibilidad de justificarse por la obediencia a la ley, porque la ley requiere obediencia absoluta, constante y perfecta. Porque nadie es capaz de prestar tal obediencia, que todos los seres humanos han resultados reos, que están bajo la maldición de la ley. El plan previsto por Dios, aún antes de promulgarse la ley mosaica, es la justificación por la fe en Jesucristo, es el único modo, por haber él sido hecho pecado y, por consiguiente, maldición por nosotros.

El Espíritu se recibe por la fe

Lección: Gálatas 3:1-5
Texto: Romanos 8:5-6
Domingo 10 de Mayo

Introducción: La justificación mediante la fe en Cristo Jesús, es la verdad positivamente divina, contraria a la doctrina de la justificación por medio de las obras, porque el Espíritu Santo acompaña su recepción, el de la justificación por la fe, cual testimonio de que los que lo aceptan son hijos de Dios. Esta justificación por la fe, es generada por el mismo Espíritu Santo en el corazón del creyente.
Desarrollo: V.1) “¡Oh gálatas insensatos!...”, es decir, necios, torpes, enloquecidos. Profundamente conmovido el apóstol, reasume así su apelación directa a los Gálatas desviados por los judaizantes. ¿Quién os fascino?. Su caída en el error le parecía tan enorme, y al mismo tiempo tan estúpida, que solo podía haberse efectuado por un encanto, embeleso satánico.
En verdad, ¿no es este el único modo de explicar las múltiples caídas en los errores que ocurren en la actualidad, particularmente tratándose de personas de marcada inteligencia?. Embeleso satánico para no obedecer a la verdad, por no querer creer a la verdad. Pablo no podía creer con cuanta facilidad habían sido engañados los Gálatas.
“Ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado…”. Es decir, dibujado, pintado a lo vivo. Esta parte del versículo nos da idea interesante e instructiva, tanto respecto al modo de predicar de Pablo, como del tema de su predicación. Tanto en Galacia como en Corinto, la esencia de su mensaje era Cristo, y Cristo crucificado. Su modo de proclamarlo era intrépido, serio, tierno, apasionado, describiendo vívidamente la persona de Cristo y su cruel y bárbara crucifixión, del modo más conmovedor, como si se estuviera realizando el hecho a la vista de sus oyentes.
V.2) “Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?, cómo si la respuesta a la pregunta que hace, bastará para determinar la solución del litigio de una vez. Por su puesto, la respuesta que esperaba Pablo era que, habían recibido el Espíritu, no por el cumplimiento de prácticas prescritas por la ley, sino mediante el oír de la fe, tanto más, cuanto que seguramente en los días de su conversión fue tan clara la obra del Espíritu Santo en los individuos, que jamás se podían olvidarse de ella. Con toda probabilidad, además de la conversión operada por el Espíritu, muchos de ellos fueron dotados de dones especiales del Espíritu Santo. Pablo estaba cierto, ciertísimo, que mediante la fe había recibido el Espíritu, así, pensaba, debían estarlo ellos.
V.3) ¿”Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a cavar por la carne? En el Espíritu, con el Espíritu, refiriéndose al elemento en que tiene su principio la vida cristiana. Sin el Espíritu no puede haber salvación; “lo que es nacido de la carne, carne es; más lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Según las Escrituras, Dios por su Espíritu comienza la obra en los creyentes, y él mismo la perfecciona; pero los Gálatas cometieron la necedad de querer ayudar al Espíritu en esta obra magna, con medios tan nulos como la circuncisión y otras ceremonias judaicas, ahora los Gálatas, estaban “acabando por la carne” mediante la circuncisión hecha en la carne y otros ritos propios de un culto exterior o carnal, también esta declaración de Pablo se puede traducir así: “habiendo principiado en el Cristianismo, ¿vais ahora a terminar en el judaísmo”? Para ocurrírseles tamaña necedad, era preciso que fuesen encantados con promesas y discursos pulidos y elocuentes, de los emisarios del error, inspirados por el padre de los embaucadores, Satanás.
V.4) “¿Tantas cosas habéis padecido en vano…?”. Es difícil creer que tanto sufrimiento haya sido en vano, todavía debe de haber esperanza respecto a vuestra rehabilitación. En vano es el padecimiento por una causa, si después se vuelve a otra, se pierde todo, y para proceder de esa manera, hay que ser realmente un necio, un tonto.
V.5) Cristo les había concedido el Espíritu Santo, y por medio de él, obraba maravillas, milagros y dones entre ellos. Por lo visto, era esta iglesia en sus principios, una congregación muy similar a la de Corintios, es decir, una iglesia espiritual, con manifestación del Espíritu Santo dentro de sus cultos, y toda esta manifestación del Espíritu era obrada mediante la fe, y no mediante las obras de la ley. Sólo por la gracia de Dios. ¿Cómo podía Dios haberles suministrado el Espíritu  y sus dones milagrosos, por los méritos de sus obras o de su obediencia a la ley judaica, si entonces apenas conocían tales estatutos y preceptos judaicos? Absurdo. De esta manera el Apóstol, quería anular todo argumento posible en pro de guardar la ley, como condición de obtener la justificación.

Conclusión: Pablo les había llevado el Evangelio, y el Espíritu había obrado en ellos. Sin embargo, ahora se volvían a las obras de la carne, con la esperanza de que una combinación de fe (Espíritu) y obras (Carne), obrase más fácilmente o de mejor manera, lo cual por su puesto es una fatal combinación. No se puede combinar la gracia con las obras de la carne.

domingo, 3 de mayo de 2020

La autoridad de Pablo reconocida al reprender a Pedro

Lección: Gálatas 2:11-21
Texto: Romanos 3:19-20
Domingo 03 de Mayo



Introducción: Si hay algo que desprestigia más el Evangelio, es la hipocresía, destruye la confianza, no se cree al mensaje entregado, y provee a los adversarios de malos comentarios hacia todos los creyentes. Pablo no estaba dispuesto a aceptar la hipocresía de nadie, incluso ni del mismo apóstol Pedro, a quién reprende duramente para así salvaguardar la doctrina de la gracia de Dios.

Desarrollo : V.11) Pablo dice que resistió a Pedro “cara a cara”, es decir, abierta, franca y valientemente, sin rodeos. Si bien Pedro, no era el gran personaje, o jefe apostólico que generalmente se supone, los hermanos, ancianos y otros apóstoles le tenían en gran estima; pero no les era tan superior en dignidad, como para que se abstuviesen de reconvenirle cuando fuere necesario, ni de enviarle de misión cuando así se necesitase de él. Dice Pablo que la actitud de Pedro “era de condenar”, (literalmente, estaba condenado), la razón de esta reprensión se nos señala en el versículo siguiente.

V.12) “… comía con los gentiles… pero después… se retraía y se apartaba…”. Por esta conducta, se hallaba condenado; no importa lo que pensaran otros hermanos, ni lo que pensara de sí él mismo. Él comía o acostumbraba a comer con los gentiles, practicando la libertad con que Cristo milagrosamente le había libertado de la ceguedad judaica, y todo iba bien, hasta que vinieron algunos de parte de Jacobo, que tenían ideas diferentes, y para no perder la buena voluntad y confianza de los que eran de la circuncisión, es decir, de los hermanos judaicos, representados por los llegados de Jerusalén a Antioquía, cae Pedro por su lado flaco, apartándose acaso, poco a poco de los hermanos gentílicos, hasta hallarse tan separado como el judío ordinario del gentil. Valor y temor; primero valor y luego temor eran los rasgos característicos de Pedro. ¿Dónde está aquí la supuesta roca sólida? Como Cristo tantas veces se veía precisado a reconvenirle, ahora le toca a Pablo hacerlo. Pedro no estaba predicando una herejía, pero tampoco estaba practicando consecuentemente el evangelio de la gracia.

V.13) Lo terrible de la actitud de Pedro es que, “en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aún Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos”. Así el mal ejemplo de Pedro, resultó en que el resto de los judíos convertidos de Antioquía, se separaron de los convertidos gentiles.

No hay prueba de que Pedro les instase a tal conducta; es más probable que él mismo cediera, y que cediera la “columna”, era un hecho que podían usar con gran ventaja los celadores judaizantes, y así desacreditar el evangelio que Pablo predicaba. Tan fuerte era esta conducta, que aún Bernabé, el amigo y compañero de Pablo, del cual no se esperaba que fuese arrastrado, sin embargo, si fue él contagiado con esa actitud hipócrita. Evidentemente se había llegado a una crisis de gran significado en la iglesia.

V.14) Esta situación, Pablo la resuelve reprendiendo a Pedro delante de todos, para que así los demás también se sintieran reprendidos por la reprensión hecha a Pedro. El apóstol Pedro no pecaba aquí por ignorancia, sino, que disimulaba. Sabía lo que hacía, pero por estar bien con los de parte de Jacobo, sacrificó la verdad; esa verdad que Dios, por revelación, le había comunicado y que él mismo había defendido (Hechos10), pues él mismo se estaba contradiciendo. Estaba ahora enseñando que, el hombre se salva por la ley y por el evangelio a la vez. Andar “rectamente conforme a la verdad del evangelio”, solo es posible distinguiendo entre la ley y el evangelio, que son cosas absolutamente distintas como son el día de la noche.

“Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Esta pregunta directa, sólo podía contestarla Pedro, confesando que había hecho mal viviendo como gentil o confesando que había hecho mal dejando de vivir como gentil. Si tú, aunque hombre circuncidado, has desechado la circuncisión como en el caso de Cornelio, y aquí en Antioquía también al principio, ¿por qué por tu conducta obligas ahora a los circuncisos a circuncidarse? Sin duda, el Señor hizo ver a Pablo, la necesidad de poner públicamente a Pedro en tan angustioso aprieto. Pero el mismo Dios, dio a Pedro gracia para oír el argumento, soportar la fuerte reconvención y aprovechar la enseñanza.

V.15) Nótese  como Pablo ahora, cortésmente, se incluye en el número de los reprendidos: “Nosotros judíos de nacimiento”, es decir, nosotros, que somos de naturaleza judía, “y no pecadores de entre los gentiles”, no pertenecemos al grupo de los que despectivamente llaman “paganos pecadores” los inconversos de nuestra raza.

V.16) “Sabiendo que el hombre no es justificado…”, es decir, no es declarado justo o sin culpa por el Juez de los jueces, “por las obras de la ley”, es decir, por medio de buenas obras llevadas a cabo conforme a mandamientos, preceptos y estatutos de la ley divina, sino por la fe de Jesucristo”, es decir, por medio de la fe o confianza en Cristo, cual sacrificio perfecto y suficiente por el pecado, cual abogado único, en esta transacción espiritual, ante el tribunal supremo de Dios. “Dios es el que justifica” o declara justo “al que es de la fe de Cristo” (Romanos 8:33). “Nosotros también hemos creído en Jesucristo”, como los gentiles convertidos “para ser justificados por la fe de Cristo”, es decir, para que fuésemos declarados justos mediante la confianza en Cristo, a semejanza de los gentiles, por cuanto Dios no ha establecido más que un modo de ser declarado justo, ya tratándose del gentil, ya del judío “y no por las obras de la ley”, no por medio del cumplimiento de los preceptos, ya sean morales o ceremoniales, ningún hombre, sea judío o gentil, será declarado justo. La ley exige obediencia absoluta en todo tiempo, y en todas sus partes, siendo la menor, la transgresión, causa suficiente para la justa condenación del culpable. La ley condena; la gracia salva.

V.17) “Y si buscando (nosotros) ser justificados en Cristo…”, o sea, pero si mientras procurábamos ser declarados justos en Cristo, en virtud de Cristo, mediante Cristo, “También nosotros somos hallados pecadores”, es decir, también nosotros mismos hemos sido convictos de ser pecadores, “¿es por eso Cristo ministro de pecado?, es decir, servidor, ayudante en promover o fomentar el pecado, en otras palabras: Nosotros queremos que Dios nos acepte por medio de Cristo. Pero si al hacer esto descubrimos que, también nosotros somos pecadores, como la gente de otros países, ¿vamos a pensar por eso que Cristo nos hizo pecar? ¡Claro que no!.

V.18) “Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago”. “Las cosas que destruí”: El judaísmo se le presenta aquí como un edificio que derribo al entregarse a CRISTO: Esto se refiere a observancia de preceptos, estatutos, ceremonias, todo lo abandonó. “Las mismas vuelvo a edificar”: alusión seguramente a Pedro, que había reedificado lo que había antes derribado, adoptando de nuevo los preceptos y ceremonias judaicas.

Pablo, muestra que al volver a las costumbres judías, abolidas por las obras del calvario, equivalía a volver a edificar lo ya derribado. Y, si lo derribado no tenía fuerza para salvar, y, al volverlo edificar,  se derribaba lo edificado mediante la obra de la cruz.  El apóstol da a entender aquí a Pedro, que la conducta de este, al retraerse de los gentiles, insinuaba que era algo mucho más grave de lo que Pedro suponía: “vana era la Fe” (Romanos 4:14), “vana era las cruz de Cristo” (v. 21), (en vano corría Pablo) (v.2) al predicar el evangelio de la justificación por la fe sola.

De consiguiente, los que vuelven a las obras de la Ley, como condición para salvarse o adquirir la justificación, se hacen transgresores contra la misma naturaleza y propósito de la Ley.

V.19) “Porque yo por la ley soy muerto para la ley”: convencer y condenar es el ministerio de la ley: “la ley mata”, mata a sus partidarios. ¿Cómo puede alguien morir a la ley por medio de la ley? La explicación es la siguiente: la ley exigía la muerte del pecador. En la cruz Cristo murió como pecador (2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13), bajo la maldición de la ley. Todo el que cree en Cristo es incorporado a él en su muerte, en su nueva vida (Romanos 6:3-11). Así que, al morir con Cristo, se cumple la sentencia que la ley pronunciaba contra el pecador y, una vez muerto, queda libre de la observancia de la ley, la cual tiene solo vigencia en los que viven por ella. Pero el creyente no queda muerto para siempre sino que, en Cristo y con Cristo, vive una nueva vida, vida eterna, para Dios.

V.20) “Con Cristo estoy juntamente crucificado”: Nada más profundo en los escritos de Pablo que su idea de la unión del creyente con Cristo. ¿Cómo y cuándo fue crucificado con Cristo?. Al morir Cristo, el justo por los injustos, morí yo. Estoy fuera del alcance de la condenación de la ley. “Ahora, pues, no hay condenación ninguna para aquellos que están en Cristo Jesús”. “¿Quién es el que nos condenará? Cristo es el que murió” (Romanos 8:1, 32-34). ¿Ignoráis, hermanos, que la ley tiene imperio en el hombre solo mientras dure su vida? (Romanos 7:1). Muerto como soy, ya no tiene la ley imperio sobre mí. La ley me ejecutó en Cristo, me ejecutó en mi sustituto. Respecto a la ley, yo soy criminal ejecutado, libre soy del poder dominante de la anterior vida pecaminosa, y la libertad para experimentar por fe el poder de la vida resucitada de Cristo.

“Más vive Cristo en mí”, de consiguiente, disfruto una vida más pura, más elevada más santa, que jamás soñaron los preceptos y estatutos mosaicos. No existo ya solo y aislado, pues Cristo es la vida de mi vida; es el centro de mi ser, el amo y dueño que me vivifica; que mira por mis ojos, oye por mis oídos y habla por mi boca.

“y lo que ahora vivo en la carne”: y la vida que ahora vivo, a saber la vida nueva, la espiritual, la vida de Cristo, que vivo en la carne, es decir, en el cuerpo mortal, “la vivo en la fe del Hijo de Dios”, es decir, la vivo teniendo fe en el Hijo de Dios, o la fe suspendida sobre el Hijo de Dios, o la fe cuyo objeto es el Hijo de Dios. “El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. No que yo le ame entregándome a una vida de penitencias, ayunos, rezos y suplicios por él, sino, que él se entregó a sí mismo por mí, a la pasión y a la misma muerte, y muerte ignominiosa de cruz.

V.21) “No desecho la gracia de Dios…” como cosa de ningún valor, como lo hacen estos falsos maestros, que insisten en el cumplimiento de los mandamientos y preceptos de la ley como fundamento de la salvación. Eran los gálatas, no Pablo, los que desechaban la gracia de Dios, al querer retener la ley. Si la ley hubiese podido proporcionar la justicia necesaria para la justificación, ¿por qué tuvo que morir Cristo? Pablo considera la justificación por las obras de la ley, del todo incompatible con la justificación por la fe de Cristo. Una de las dos, no cabe término medio. Si el hombre puede justificarse por las obras de la ley, no necesita salvador ninguno. Rechazar la gracia de Dios, equivale a rechazar la muerte de Jesús.

Conclusión: Sin duda alguna, Pedro quedó del todo convencido de sus errores por este discurso de Pablo, de manera que no volvió a caer en ellos. Un discurso de Pablo, donde deja totalmente claro, que la única manera en que el hombre puede alcanzar la justicia de Dios, es por gracia, mediante la fe en Cristo Jesús, y no por las obras de la ley. Por la ley, ninguna carne, es decir, ningún hombre, absolutamente sea judío o gentil, malo o bueno, jamás será justificado.